Charles S. Peirce en Sicilia


Primera estancia (17 de septiembre-26 de septiembre de 1870)




Panorama de Mesina, foto de Giorgio Sommer, 1882

Charles S. Peirce visitó por primera vez Sicilia en la cuarta semana de septiembre de 1870. Llegó a Mesina en un vapor procedente de Volos, Grecia, después de una navegación "muy agradable" que le acercaba "de nuevo a la civilización con placer". Entre ambos puertos hay una distancia de 353 millas náuticas que debieron de hacer en 4 o 5 días.

En la carta del 15 de septiembre, escrita desde el barco, describe a su esposa Zina algunas de sus experiencias de Grecia. En la segunda parte de esa carta, fechada el domingo 18 en Mesina, relata sus primeras impresiones de aquella población:



Domingo - Aquí estoy en Mesina. Es extraño qué completamente diferente es la fisonomía de este lugar a todo lo que he visto hasta ahora. Las calles, muy diferentes a las que vi en Inglaterra o Alemania, son todavía más diferentes a las de Tesalia y a las de Turquía. Son bonitas y limpias y el tercer piso de las casas es siempre muy alto. Algo parecido a esto.
Muchos balcones. Precios exorbitantes. Aspecto general del lugar alegre. Especialmente los organillos que son cosas grandes parecidas a las pianolas que un hombre lleva con mucha rapidez en una carretilla mientras que otro camina a su lado y gira la manivela. Una multitud de niños, bailando y dando volteretas, lo acompaña. Le da a uno una extraña impresión de antiguo. El hotel donde estoy está extremadamente sucio. Tienen un vino aquí que se parece mucho al vino de Tokay. Se llama Moscato di Siracusa o Malvasía. Si John Blake lo tiene, sería el mejor para ti. Probablemente sea bastante caro, pues esta mañana me han cobrado seis céntimos por un vaso grande. Si puedo conseguirlo barato, enviaré un poco a casa.

Al final de esa carta —escrita en parte el día 18— le anuncia a Zina su plan para los días siguientes en Sicilia:

No hay nada en absoluto que ver en Mesina y me quedo aquí un día solo porque al ser domingo mi banquero no me daría dinero. Mañana a Taormina. El día siguiente a Catania. Los siguientes dos días al Etna. Después Siracusa.


Siracusa Panorama, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

Sicilia le resultó a Peirce un lugar de contrastes, cautivador y hostil al mismo tiempo. No entendía ni una palabra de italiano y se sentía engañado por los precios que le cobraban, a la vez que le deslumbraba el radiante aspecto del otoño mediterráneo, tan distinto del brumoso clima de Nueva Inglaterra. Merece la pena transcribir algunos de los párrafos de su carta del 22 de septiembre de 1870 desde Siracusa en la que recoge sus impresiones generales y una descripción pormenorizada de los principales lugares que visitó:



Sicilia es un lugar terriblemente molesto —le engañan muchísimo a uno y especialmente a mí porque no sé una sola palabra del idioma. Como consecuencia estuve irritado la mayor parte del tiempo que pasé en Mesina, y me marché de allí completamente de mal humor. Pero el extraordinario y pintoresco panorama fue demasiado para el peor de los humores. Es difícil dar una noción de las características de un país tan diferente a lo que tú has visto. Tienes que imaginarte colinas, casi montañas, escarpadas pero redondeadas, desprovistas por completo del efecto grave y oscuro que normalmente tienen las colinas, más bien, al contrario, con una apariencia particularmente alegre. Todo es alegría en Sicilia. A menudo estaban cubiertas de viñas cuando no eran demasiado escarpadas, y era la época de la cosecha. Los campesinos parecían de buen humor. Estas colinas también tenían un efecto peculiar por estar todas cubiertas de líneas horizontales de este modo.

A menudo había sobre ellas viejas fortalezas, pero con más frecuencia iglesias y pueblos todavía más pintorescos. Sin duda este es el jardín del mundo, pensé.



El lunes 19 de septiembre viaja de Mesina a Giardini desde donde ascendió en un carruaje hasta Taormina. En Taormina se alojó en el mesón Locanda Timeo recomendado por la guía Bädeker. He aquí su descripción de la llegada al mesón:

Cuando llegamos allí, un asunto muy breve porque Taormina es un lugar pequeño como un punto, me enseñaron un pequeño aposento, decente pero con apariencia melancólica. Aquí en Italia uno siempre empieza regateando sobre el precio de la habitación, de modo que comencé diciendo que el hotel me había sido recomendado no por el guía sino por el manual de Bädeker. ¡Ah! En ese caso, dice el hombre, le mostraré otro aposento. De ese modo me llevó a una habitación del todo adorable con dos camas (lo que me hizo pensar en qué encantador sería tenerte allí. Ya sabes que aquí no hay camas dobles), una habitación con una vista encantadoramente exquisita desde su balcón —con una habitación separada para lavarse y una tercera para otros menesteres, todo en perfecto orden. Y el precio era de 2 francos por día. Ese es el mínimo ahora. (...) Cené bien en la habitación con un buen vino (el vino siempre se sirve gratis y así ha sido en todas partes desde que dejé Viena —incluso lo fue allí y en Pest), después de lo cual busqué lo que puede denominarse eufemísticamente lo blando (ya que las camas en este país están formadas por un par de colchones de algodón tendidos sobre tablas), donde yací despierto toda la noche (como siempre hago ahora) pensando qué lugar tan encantador sería este para que pasáramos un mes aquí.

Está accesible on-line una copia de la guía turística que menciona Peirce al hotelero de Taormina. Concretamente en la página 306 dice lo siguiente de esta localidad: "Taormina (Tauromenium) es uno de los lugares de Sicilia de más bellas vistas. Para disfrutar de su magnífica vista los viajeros estaban antes obligados a pasar la noche en Giardini pues no existía posada allí, y ascender la montaña antes de la salida del sol. El Locanda Timeo recientemente establecido en Taormina permite ahora un buen alojamiento (los precios según se convengan); han de reservarse, si es posible, las habitaciones hacia el Este, con vistas en dirección al jardín). Si esta posada está llena puede intentarse el lugar adyacente de Giuseppe Scory".

El martes 20 de septiembre dedica la mañana a visitar Taormina que le parece fascinante. Esta es su descripción:


Teatro griego de Taormina, foto de Giorgio Sommer, c. 1870
A las cinco de la mañana estaba despierto y me levanté para ir al Teatro Griego a ver el amanecer. El amanecer fue en algunos aspectos bastante desfavorable. Estaba nublado. Sin embargo el sol salió por fin y los efectos de la luz en las nubes y el mar fueron maravillosos. Nunca había visto algo ni siquiera parecido. Pero, ¿cómo puedo darte alguna clase de noción de la encantadora, encantadora vista? Yo estaba en un promontorio muy elevado mirando el mar a la luz pura y clara de la mañana. Justo debajo de mí, a 50 pies o así, estaba el antiguo teatro. En ruinas, pero queda lo suficiente para mostrar adecuadamente cómo era, con sus bellas columnas, círculos y arcos, lo bastante para ser todavía muy bello. Lo suficiente para hacerte pensar que la gente que eligió este encantador lugar para esto no habría tenido que ir muy lejos. No estaba en la cumbre del promontorio, aunque bastante arriba. Por encima de mí había una terrible cima rocosa, la antigua acrópolis, coronada por una fortaleza de apariencia formidable. A lo largo de muchas millas se extendían en las orillas colinas como las que había visto el día anterior, con valles soleados por debajo de ellas y el mar entrando en la playa. Podía ver muchos pueblos tanto en los valles como en las colinas —más cerca por supuesto la pequeña y curiosa ciudad de Taormina y mucho verdor. A través del mar, las orillas de Calabria en un lado eran muy prominentes y en dirección opuesta, tierra adentro, se alzaba el Etna, majestuoso y terrible. Merece la pena viajar al extranjero por ver cosas como esa, cosas que ningún arte puede reproducir. Hay mucho más de interés en Taormina, pero no tenía tiempo y me apresuré a desayunar y a descender. Una mujer bajó mis cosas sobre su cabeza.

El mismo día 20 desde Giardini toma el tren a Catania, lo que le permite admirar el Etna —en cuyas estribaciones esperaba encontrar un asentamiento adecuado para la observación del eclipse— y el paisaje siciliano. Así lo describe a su esposa:

Tomé el tren a Catania y a medida que nos aproximábamos al Etna y vi la terrible extensión de sus campos de lava y su profundidad, y cómo ese enorme Etna estaba todo lleno de cráteres, cada uno de ellos una montaña, me entró mucho respeto hacia él. (...) Cuando la lava tiene muchos siglos de antigüedad llega a ser el suelo más fértil. Al principio, no crece nada en ella, después la chumbera, una cosa sin jugo de aspecto tropical, después otros árboles, olivos, etc., y finalmente uvas. Te diré cómo es Sicilia. Toma Nahant y auméntalo cien veces en todas sus dimensiones, cúbrelo con verdor en gran medida y ya lo tienes. Por desgracia parece que no había oportunidad de ascender al Etna, algo que lamenté muy profundamente. Su cima estaba entre nubes. Claramente permanecería así hasta el tiempo frío, que llegará pronto. Debería haber estado aquí una semana antes.







El día 21 lo dedicó a Catania, de donde no conservará un buen recuerdo:


Strada Atenea, Catania, foto de Giorgio Sommer, c. 1870
Cuando llegué a Catania fui al Gran Hotel de Catania —un lugar infame donde mi factura por un día era de ¡28 francos y 70 céntimos! Lo peor es que debo volver allí porque envié gran cantidad de ropa a la lavandería. Las antigüedades de Catania son muchas e insignificantes, y por tanto del todo calculadas para aburrir al visitante.

La única cosa que me interesó fue un bello busto de Faustina, que no podía cansarme de mirar. Marco Aurelio y yo somos quizás las únicas personas que hemos apreciado alguna vez a esta gran criatura. He ahí otra cosa que no puede ser reproducida. La memoria misma no puede hacer justicia a ese bello trabajo.
Además de eso vi un gran monasterio —uno de los más grandes en Europa. Regocijó mi corazón ver esa enorme y silenciosa casa para el estudio, ver ese semillero para la castidad, verla, digo, ocupada por soldados y saber que ahora no quedan más que dos monjes.

Desafortunadamente, los italianos están tan abrumados por su historia y sus reliquias y se han convertido de la gente más severa y seria en tan poéticos y poco prácticos que nunca pueden llegar a nada. Es una pena, pues podrían llegar a ser una buena raza si no fuera por eso.



Claustro de los Benedictinos, Catania, foto de Giorgio Sommer, c. 1870


Fresco del volcán Etna, 1669
Vi una cosa muy singular en ese monasterio. En la gran erupción de 1669 una monstruosa pared de lava, que después de un lapso de dos siglos es terrible de ver, iba bajando hacia Catania y de hecho aniquiló una parte de la ciudad. De modo que cuando estaba llegando inquietantemente cerca del monasterio los santos hermanos salieron con el velo de Santa Ágata o algo similar con la consecuencia de que se desvió, y ahora se ve justo rozando el edificio, llegando a estar a diez pies de él en dos lugares.
Esto me impresionó como maravilloso y sin lugar a dudas como un argumento a favor de que el monacato tiene un amparo especial del cielo. Encontré sin embargo que el terremoto de 1693 no había sido tan considerado sino que había destruido totalmente el edificio, como consecuencia de lo cual se construyó otro, el actual, y por supuesto se puso tan maravillosamente cerca de la lava como se creyó necesario.

La mañana posterior a mi llegada a Catania parecía bastante prometedora para ver el Etna a la mañana siguiente, así que decidí ir, pero el cochero fue tan extorsionador pidiendo 35 francos por ir a Nicolosi y volver al día siguiente, que lo dejé. Resultó que habría tenido un amanecer perfecto. Lo sentí, pues es sin duda una de las mejores vistas del mundo.

El Etna desde Catania, foto de Giorgio Sommer, c. 1880


El día 21 viaja en tren a Lentini, de donde se contagiará de unas fiebres, y desde allí va en diligencia a Siracusa donde se hospeda en el Albergo della Sole:


Fontana di Aretusa, Siracusa, foto de Giorgio Sommer, c. 1870
partí con mucha prisa hacia Siracusa, dejando atrás la mayor parte de mi equipaje. Tomé el tren para Lentini, y desde allí por diligencia (¡10 francos!) a Siracusa. Llegué por la noche y me hospedé en el Albergo della Sole. Nadie habla francés y no tengo ni siquiera un libro de expresiones italianas, y no puedo entender ni una palabra de italiano ni la gente aquí una palabra de francés. Por supuesto el inglés y el alemán están simplemente fuera de consideración. Por la mañana me levanté temprano después de mis habituales vueltas en la cama y me fui al museo. Había allí una Venus sobre la que tenía muchas expectativas.Es ciertamente una gran obra, pero bastante distinta de lo que me había imaginado. No tiene cabeza. Es muy pura, pero excesivamente deliciosa. En ese sentido supera con mucho a cualquier Venus de Tiziano y a todas las que he visto alguna vez, mientras que es mucho menos voluptuosa. Pienso que algunas sicilianas podrían ser de ese tipo. Habría hecho un dibujo de ella, pero fallaban tan miserablemente al captar la esencia del original que pensé que eran mucho peores que nada —difamaciones positivas. Me fui de allí y vi otras tantas antigüedades, algunas muy absurdamente sin interés —por ejemplo, la fuente de Aretusa. Quería reírme cuando la vi, pues está tan completamente distinta a lo que debería ser —con su barandilla de hierro y todo.


En la carta a su madre del 16 de octubre desde Roma, le contará que visitó algunas catacumbas en Siracusa. En su paseo por la ciudad Peirce comienza a advertir que está enfermo de calentura. De hecho, se resentirá durante varios meses de la que llama "fiebre de Lentini", por ser Lentini el lugar donde probablemente la contrajo. Así cuenta a su esposa los primeros síntomas:

Me cansé terriblemente por el paseo, ya que llevaba mucho tiempo sin dormir bien y el sol calentaba mucho.(...) Aquí, cuando llegué de Catania vestido con mis ropas más gruesas para el Etna, no las encontré incómodas y hoy de nuevo he cerrado la ventana y me he puesto un abrigo de invierno para mantenerme caliente. Se siente el otoño. Sospecho que el verano es el momento para Italia. La cosecha es buena, es verdad. Pero me parece que venir en verano y tomar quinina todo el tiempo es lo mejor. Sin embargo, ayer quedé agotado al estar expuesto directamente al sol durante un buen rato, y porque estaba bastante cansado cuando empecé y creo que había bebido demasiado vino siciliano fuerte para desayunar.

Y añade unas líneas más abajo:

Regresé de mi excursión para ver esas cosas sintiéndome completamente agotado y por la noche tenía lo que ahora me doy cuenta que fue un pequeño ataque de fiebre y temblores, que se ha repetido de una forma algo más acusada las dos noches siguientes. Me deja incapaz de hacer casi nada durante el día.

Las catacumbas de Siracusa, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

Esta fiebre que contrajo en Sicilia le duraría varios meses. Treinta años después recordará: "Estaba una vez más o menos (más más que menos, aunque puedo volver a recordar algo de mis visiones) fuera de mí mismo y así por varios meses debido a haber contraído en agosto [sic] la fiebre de Lentini en Sicilia" (MS de 1907 o posterior). De hecho, estará en cama en Nápoles, según cuenta Amy Fay en una carta del 13 de octubre de 1870 desde Berlín: "He recibido carta de Charlie ayer fechada en Nápoles, donde al parecer ha sido atacado de escalofríos y fiebre. Confío en que se recuperará sin problemas". Semanas después en Roma dirá que no está todavía bien (Carta del 14 de octubre de 1870).


Teatro griego de Siracusa, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

En su correspondencia con Zina escribe el 25 de septiembre sus impresiones de Siracusa:

Las cosas más interesantes que vi fueron el teatro griego y sus alrededores, el anfiteatro romano y la llamada oreja de Dionisio. (...) Baste decir que el teatro y el anfiteatro están bien conservados, excepto el escenario del teatro, la parte mejor conservada en Taormina. La situación del teatro es magnífica y uno puede ver que las plazas y las calles adyacentes eran muy ricas y bellas.


La oreja de Dionisio es una de las inmensas canteras antiguas de aquí. Es una gran cámara que tiene una sección vertical como esta:


La oreja de Dionisio, Siracusa,
foto de Giorgio Sommer, c. 1870


Latomia di Paradiso, Siracusa, foto de Giorgio Sommer, c. 1870
Está excavada en la roca y tiene una sección horizontal así:




Tiene un eco maravilloso o más bien una maravillosa resonancia, pues el eco es estrictamente único pero mucho más alto que el sonido original. De esta manera, rasgar un pedazo de papel produce un eco fuerte. Se cree que esta cámara era una prisión que había construido Dionisio de modo que pudiera escuchar cada palabra que se dijera en ella. Pienso que probablemente esa es la explicación verdadera.


Su impresión general de Siracusa no es muy positiva:

Siracusa es un lugar asqueroso. En la otra cara de esta hoja hay un dibujo de mi mano tal y como estaba ayer por la mañana, mostrando las picaduras de las pulgas. Los chinches también abundan. Pero los peores de todos son los piojos, de los que es mejor no hablar. Sólo diré que parecen estar en todas las almohadas. Para añadir más a mi incomodidad se me ha salido una gran pieza de oro de uno de mis dientes, y me duele. Considerando que no puedo hablar una palabra con nadie, pienso que tiene bastante mérito no haberme deprimido. (...) Qué gran cosa es para los colegiales de Siracusa leer ese relato de Tucidides del asedio de su propia ciudad y ser capaces de entender y ver justo dónde fue desplegada la línea de barcos a través de la bahía, y dónde fue construida la doble muralla, etc.

Panorámica de Siracusa, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

El día 26 abandona Sicilia, enfermo de fiebre, en vapor hacia Nápoles. Regresará tres meses después para la observación del eclipse en las proximidades de Catania.

En su conjunto Sicilia debió parecerle un lugar muy inculto. En una recensión del 11 de abril de 1872 en The Nation de unos textos educativos critica a los ingleses diciendo de ellos que "son de ordinario tan ingenuamente ignorantes de lo que tiene lugar en el gran mundo de la ciencia (que no está centrado en Londres, como ellos parecen imaginar) que es posible para un hombre respetable publicar allí un libro cuya existencia nace de tal ignorancia que le desacreditaría en Sicilia o en España" (CN 1,47; W 3.2, 1872).





El río Anapo y la planta de Papiro, Siracusa, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

Cuando treinta años después Charles S. Peirce escribe "Sobre la Lógica de la extracción de la Historia a partir de documentos antiguos, especialmente de testimonios" (1901), al discutir la autoría y cronología de los escritos aristotélicos hará referencia a la planta de la que se obtiene el papiro que en Europa solo crece en Sicilia, en particular, en la Fuente de Aretusa y en el río Anapo:

Pero aquellos que versaban sobre asuntos frecuentemente tratados a lo largo de las clases, naturalmente serían revisados y copiados; especialmente en papiros, ya que juzgando por lo que fue hecho en Sicilia en 1870, no es tan durable como el papel moderno. Así, una parte considerable de los trabajos, y aquellos de autenticidad evidente, no serían autógrafos. Por consiguiente, si un libro estaba marcado como siendo de Aristóteles, lo que podría haber ocurrido accidentalmente por error, no habría sido excluido. (CP 7.237)




Segunda estancia (11 de diciembre-27 de diciembre de 1870)

Charles S. Peirce regresó a Sicilia, acompañado de su esposa Zina, a primeros de diciembre de 1870 junto con el resto de la expedición norteamericana. El grupo estaba liderado por Benjamin Peirce en cuyo programa de viaje se preveía dejar Nápoles el día 13 y llegar a Calabria el 15 de diciembre.

El amplio reportaje del viaje, publicado por Zina en agosto de 1871, es una de las mejores narraciones que conservamos sobre estos días en Sicilia:

11 de diciembre

Llegamos a Mesina sobre las 9 de la noche —una noche dulce, exquisita y estrellada— y fuimos llevados a remo a la orilla de la misma primitiva manera en la que habíamos embarcado. Las ventanas de atrás de nuestro hotel miraban sobre el puerto, de modo que pronto llegamos a él; y, con su puerta de entrada de almacén, en el Hotel Victoria, construido en torno a un patio interior redondo con sus pilares de piedra, galerías y escalera; si no era "siciliano", era ciertamente diferente de cualquier otro que hubiera visto.

Fui conducida hasta el tercer piso, hasta precisamente la habitación para una estancia de verano: grande, oscura, con suelo de piedra y una amplia ventana enrejada colocada en una gruesa pared, y mirando hacia la bahía con sus luces, y al cielo con sus estrellas, de una manera tan romántica que conforme me reclinaba en la vieja ventana para soñar, no podía menos que pensar que muchos tiernos amantes se habían declarado su amor el uno al otro en una noche como esta en aquel mismo lugar"

[Fuente: Zina Fay Peirce, "The Mediterranean Solar Eclipse", The Galaxy, vol. 12/2 (agosto 1871), 179-180].

Lamentablemente el Hotel Victoria fue destruido en el terrible terremoto de Mesina de 1908.


Marina de Mesina, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

Mapa de Sicilia [Fuente: Conociendo Italia]
12 de diciembre

La mañana siguiente estábamos levantados muy temprano para tomar el tren a Catania, nuestra ciudad de destino que, en América, yo había imaginado como un pueblo de casas desperdigadas en el que no había nada adecuado para comer. El vagón del tren era nuevo y muy elegante, con sus cojines de un soso brocado, y el viaje de cuatro horas a lo largo de la orilla del mar, fue ciertamente uno de los más bellos que he hecho en mi vida.

Por un lado, el Mediterráneo brillaba como plata a la salida del sol entre una orilla llamativa y las montañas azules italianas a lo largo de los estrechos; y en el otro lado, estaba el paisaje siciliano, con sus agrestes colinas cubiertas de gruesos y salvajes cactus, coronadas, aquí y allá, por un castillo, un monasterio, una ruina, y cortadas por los amplios lechos de inmensos torrentes a cuyas agrestes orillas las mujeres quizás estuvieran allí lavando; con sus huertos de limoneros y naranjos cargados de frutos, y sus viñas podadas para el invierno; con las calles de sus pueblos, cuyos habitantes gustan de sentarse al sol, algunos de ellos tan oscuros que recuerdan a uno que África, en verdad, no está lejos; y en ningún lugar hay árboles: la guía dice que, como hace doscientos años o así, los habitantes pensaban que los pájaros dañaban su espléndido cultivo de grano, cortaron los grandes bosques que, hasta entonces, habían caracterizado a Sicilia; y ahora toda la isla sufre cada año más por falta de agua.

Así es la sabiduría "popular" y juzgando por la pasión sin sentido de tender vallas que está devorando este país [Estados Unidos], de secar la tierra antes de su tiempo y dividirla en parcelas con líneas rectas como una falda escocesa, es también un muy buen ejemplo.

Mirando hacia afuera del tren, a los recursos de esta maravillosa isla comparada con su desarrollo, uno de nuestro grupo dijo, en lenguaje americano coloquial, "si los italianos pudieran ser echados de Italia, qué espléndido país sería". Otro sugirió, "qué espléndido país sería si los italianos pudieran ser limpiados en Italia" y en medio de una risa general, esta corrección fue aprobada.
Me parece que estábamos a medio camino de Catania cuando tuvimos nuestra primera vista del Etna, y una muy desagradable, como supongo ocurre generalmente, en particular si uno acaba de abandonar Nápoles.

Es casi tres veces más alto que el Vesubio, pero el Vesubio tiene la ventaja de elevarse abruptamente desde el llano, cerca de ti, sin colinas de por medio, de modo que la altura total es llamativa; mientras que la base del Etna es de alrededor de unas ciento veinte millas, y la ladera es tan gradual que, aunque supere a muchos Vesubios, como pigmeos en su poderoso seno, su cima nevada es demasiado distante y demasiado enana en sus otras proporciones para afectarle a uno, a primera vista, con su verdadera grandeza.

¡Aquí estábamos nosotros, sin embargo, en la tierra de la historia clásica, y contemplando realmente aquel Etna en el que los cíclopes fueron prisioneros de Zeus, mientras que poco después estábamos rodeados por las mismas rocas que Polifemo, con un solo ojo, había arrojado al mar tras Ulises!

Vista del Etna desde el Giardino Bellini, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

 


Monasterio de los Benedictinos de Catania en la actualidad
[Fuente: Monastero dei Benedittini Catania]
Sicilia es, sin duda, una tierra encantada. Yo no pensaba lo mismo cuando a las diez de la noche llegamos a Catania y fuimos recibidos en la estación por la vanguardia de la expedición, que informó al profesor Peirce de que las autoridades de la ciudad habían puesto el monasterio vacío de los Benedictinos al servicio de las expediciones americana e inglesa del eclipse, y que el hotel era "excelente".

Pronto llegamos a él y lo encontramos grande y nuevo, rodeado de un jardín y cuidado por un generoso alemán de cara honrada [Herr Werdenberg], que nos daba el máximo del confort que uno puede obtener en el continente. Todo estaba fresco, limpio y aireado; y aunque no había fuegos encendidos [chimeneas], las alfombras en los suelos (cosa casi desconocida en Sicilia) proporcionaban el calor extra que requería la época.

Era el 12 de diciembre, pero mi gran ventana estaba completamente abierta, las cortinas revoloteaban en una brisa suave, y desde mi balcón podía o bien mirar abajo a un rosal floreciente en el jardín, o por encima de los tejados a la cima nevada del Etna, que con toda su majestad llenaba el horizonte norte y parecía dominar toda la región alrededor de ella. La copa de nuestro contento se desbordó completamente cuando, habiendo encontrado Sicilia, Catania, nuestro hotel, y nuestras habitaciones todo encantador, fuimos llamados abajo para un "desayuno de tenedor" [fork-breakfast], como libremente lo tradujimos, y nos sirvieron un pescado delicioso, un hermoso bistec, patatas fritas, café y vin ordinaire tanto como uno pudiera querer.
Pero el día que había comenzado tan auspiciosamente estaba destinado a terminar en tristeza. Justo antes de cenar llegaron las conmovedoras noticias de que la expedición inglesa, que había de llegar a Sicilia desde Nápoles, mediante el barco del gobierno Psyche, había naufragado fuera del puerto de Catania, y que todos ellos estaban en el hotel. Al anochecer conocimos los detalles, y fueron, en verdad, una descripción muy dolorosa. Parecía que este barco era el barco de despachos del propio Almirante, el mensajero mimado de la Armada Británica, amueblado por completo de caoba y terminado de la manera más hermosa; de hecho, fue el mismo barco que llevó al príncipe y la princesa de Gales a Egipto.

Había sido puesto al servicio de la expedición del eclipse, y tenía que llevar a diferentes observadores a diversos puntos, de acuerdo a cómo se decidiera una vez que todos llegaran a Catania. Habían casi llegado al puerto aquella mañana y navegaban un poco más cerca de la orilla que la ruta habitual, para dar a la expedición una mejor vista de la hermosa costa, cuando el capitán fue alejado del timón por un momento y mientras él estaba ausente, el teniente cambió la ruta del barco. ¡Desgraciadamente! Bajo un sol brillante, en un mar como el cristal, el barco chocó contra una roca no identificada en el mapa y fue completamente perforado en un momento. Solo hubo tiempo para poner a salvo a los observadores con sus instrumentos y su equipaje, pero los oficiales y la tripulación lo perdieron todo.

Naufragio del Psyche
[Fuente: The Graphic, 21 de enero 1871, p. 61]


El joven capitán que estaba al mando llevaba solo tres meses a su cargo y era su primer barco, mientras que la terrible regla de la Armada Británica es que a un capitán que pierde una vez un barco nunca se le dará otro, sino que permanecerá con media paga de por vida. Más aún, la propia expedición del eclipse, entendimos, no era popular en Inglaterra. Cuando el profesor Peirce llegó a Londres encontró una casi completa apatía sobre este asunto y estaba temeroso de que los ingleses no fueran a enviar ninguna expedición, de tal modo que no dudó en apelar, de la manera más enérgica, a los científicos, incluso al Gobierno, de no dejar que los americanos y los italianos fueran las únicas naciones interesadas en aquel gran fenómeno. Su entusiasmo era comunicativo; los científicos hicieron sus preparativos para ir y el Gobierno les aseguró 2.000 libras y el uso del Psyche. Pero todavía, como uno de ellos nos dijo, habían dejado detrás mucha oposición y acaloramiento en Inglaterra, y haber sufrido este terrible infortunio como primera cosa, y que recayera sobre el joven capitán, que se había ganado todos sus corazones, era estremecedor. Robó el júbilo de ambas expediciones desde el principio. [en nota al pie de página, Zina añade: "El capitán fue absuelto; sin embargo, el teniente no". Puede verse la crónica del juicio en Nautical Magazine 40 (1871), p. 123].


En el artículo de Zina Fay Peirce, transcrito parcialmente en esta página y publicado en agosto de 1871 en The Galaxy vol. 12/2 (agosto 1871), 179-194], seis meses después de los acontecimientos, se dice que la expedición norteamericana llegó a Catania el 12 de diciembre y que "justo antes de cenar llegaron las conmovedoras noticias de que la expedición inglesa [...] había naufragado fuera del puerto de Catania y que todos ellos estaban en el hotel". Según los datos oficiales el naufragio del Psyche fue el 15 de diciembre de 1870, no el 12 de diciembre como parece afirmar Zina Fay. De hecho, en el programa de viaje de Benjamin Peirce estaba previsto llegar a Calabria el día 15.

Para la estancia de Charles S. Peirce y el resto de la expedición norteamericana en Catania contamos sobre todo con el informe oficial de Benjamin Peirce "Informe sobre el eclipse de sol del 22 de diciembre, 1870" y sus documentos anejos, así como con el reportaje "The Mediterranean Solar Eclipse", publicado por Zina Fay: todo ello puede seguirse en la página "La observación del eclipse en Catania, 15-22 de diciembre de 1870".


Proyecto de Investigación "Correspondencia europea de Charles S. Peirce: creatividad y cooperación científica" (Universidad de Navarra 2007-09)

Fecha del documento: 3 de marzo 2009
Última actualización: 20 de septiembre 2022
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