Carta de Amy Fay a su hermana Zina
(Berlín, 21.08.1870)



En las ocho páginas de esta carta que aquí se reproducen, Amy Fay relata a su hermana Zina, esposa de Charles S. Peirce, la visita que hizo con su cuñado, Charles S. Peirce, a Leipzig y a Dresde.

El original de la carta se conserva en la Schlesinger Library del Radcliffe Institute en Harvard [78-M105--81-M126, Series I, Box 1]), entre los Fay Family Papers, 1800-1953. La reproducción de la carta ha sido hecha a partir de una fotografía del original. Para la transcripción se ha tenido en cuenta la que preparó Sylvia (Wright) Mitarachi, sobrina nieta de Amy Fay, accesible también en la Schlesinger Library.
Letter transcription

 

Berlín, 21 de agosto 18701

 

Muy querida Sohne [hija]2,

Incluyo la crónica de las aventuras de Charlie, que me envió para que te las reenviara a ti y para que yo pudiera disfrutarlas sin que tuviera que molestarse en escribir dos veces3. Supongo que te ha descrito con detalle nuestra visita a Dresde y qué tiempo tan agradable pasamos. Realmente fueron cinco días poéticos, ya que todo era nuevo para los dos, y sólo desearía que hubieras estado con nosotros en nuestro viaje de descubrimiento. Charlie se comportó como un ángel durante las tres semanas que estuvimos juntos, y fue tan dulce como es posible serlo. Está recorriendo Europa de la forma concienzuda en que lo hace todo, y lo que él no ve es porque no merece la pena ser visto. Muchas cosas en Dresde nos sorprendieron bastante. En primer lugar, la belleza de la ciudad nos impresionó con mucha fuerza, y

 

 

 

 



ambos señalamos qué singular era que de toda la gente que conocemos que ha estado allí ninguno nos haya hablado de ella. El Brühl'sche Terrasse es el paseo más encantador imaginable y me sentía siempre bajo una especie de encantamiento en cuanto subíamos el ancho tramo de escaleras que conduce a él. Tuvimos un viaje muy agradable desde Berlín a Dresde. Fuimos primero a Leipzig4, ya que a causa de la guerra los trenes funcionan de forma irregular. Por la mañana, como estábamos en el vagón con alemanes, hablamos inglés, y tuvimos una animada conversación, pero por la tarde sucedió que primero estábamos en un vagón lleno de americanos, que querían todo para ellos. Inmediatamente fingimos ser alemanes, y nos hablamos el uno al otro sólo en alemán. Como consecuencia pensaron que no entendíamos inglés y les escuchamos insultar al guardia por habernos metido allí. Una señora del grupo le llamó villano, y el



esposo y padre de familia, aparentemente, dijo que "ojalá hubiera dicho que él se estaba recuperando de un ataque de viruela, y entonces no habríamos entrado". Todo esto nos divirtió tanto a Charlie y a mí, y sentíamos que las expresiones de nuestras caras empezaban a ser tan cómicas, que no nos atrevimos a mirarnos durante mucho tiempo por miedo a que nos diera la risa. Dimos un pequeño paseo en coche por Leipzig y vimos algo de la ciudad, y las extrañas casas viejas picudas de todas las alturas e irregularidades. A Charlie le pareció ver el original de una fotografía que Willie James tiene colgada en su habitación. Tomamos una comida formidable en un restaurante recomendado por el Baedeker (la guía), y después tuvimos el tiempo justo para volver al tren. Dresde está a cuatro horas de Leipzig. Llegamos a las siete de la tarde y fuimos en carruaje hasta el hotel Weber, un hotel del que nadie de los que he visto desde entonces parece haber oído hablar, lo que es bastante

 

extraño, ya que está a la izquierda del Zwinger (el museo) y está señalado con una estrella en el Baedeker para mostrar que es bueno. Tomamos las dos mejores habitaciones de la casa y decidimos que pasaríamos por una devota pareja en su luna de miel –una idea que el conserje del hotel frustró hábilmente, sin embargo, haciéndonos escribir nuestros nombres en el libro al día siguiente. La primera cosa que hicimos, "naturlich", fue asearnos. Después fuimos paseando, con la ayuda del Baedeker5, por la Brühl Terrace. Me olvidé de decir que, mientras nos estábamos cambiando, escuchamos a una banda que tocaba bellamente al otro lado de la calle, y que estuvo todo el atardecer. Esto nos hizo de inmediato estar encantados con nuestro alojamiento, y nos imaginamos que iban a estar allí cada noche. Sin embargo, fue evidentemente organizado sólo por nuestra llegada, pues después no la oímos más. Con cada paso a lo largo del paseo estábamos más encantados. La noche era suave y fragante, la perfección misma



del tiempo de verano. La terraza está bastante alta sobre el río y puedes seguir su curso durante un largo tramo. La ciudad yace a la izquierda, por debajo de ti, y se alzan las torres de modo que parece un cuadro. Ese aire de cultura de siglos reposa sobre todo y la atmósfera suave y lenta aquieta el alma para el descanso. Caminamos hasta que llegamos al Belvedere, que es un gran restaurante con una galería que lo rodea en la parte de arriba. Allí nos sentamos al anochecer y tomamos té, aunque debo decir que el "Essen" [la comida] era muy pobre. Sin embargo había allí una banda de música y la vista era tan encantadora que finalmente pasamos dos o tres horas allí. Después del té Charlie sacó su cigarro, y nos sentamos y vimos cómo encendían los faroles sobre los puentes uno detrás de otro, y cómo se reflejaban en el agua entre los arcos. Las entrevistas de Charlie con los camareros me mataban de risa. La manera en la que se arreglaba para hacerse entender con su limitada cantidad



de alemán era mi problema diario. Yo nunca le ayudaba excepto cuando directamente me lo pedía. Había algo en el mismo modo en el que comenzaba "kellner" (camarero), etc. que siempre me hacía explotar. Él nunca se daba cuenta de que me divertía tanto. Sin embargo se las apañaba inusualmente bien, a pesar de que siempre se expresaba con palabras que yo nunca había oído antes y, aunque sus expresiones fueran completamente únicas, generalmente eran correctas. Al día siguiente de nuestra llegada fuimos, por supuesto, al museo, y allí quedé completamente sorprendida. Nada de lo que uno oiga o lea le da la menor idea de la magnificencia de las pinturas que hay allí. No sabía antes lo que era una pintura. La suavidad y riqueza del colorido y su exquisita belleza deben verse para comprenderlo. La Madonna sistina le deja a uno extasiado6. Es completamente gloriosa y uno no puede imaginar cómo puede haberla concebido la mente del hombre.

Uno ve qué sueño es después de

 

mirar a las demás madonnas de la galería, muchas de las cuales son maravillosas. Pero esta se eleva por encima de todas ellas. La mayor parte de las madonnas parecen tan rígidas, o tan viejas, o tan matronas, o tan inexpresivas o, en el mejor de los casos, como en la Adoración de los pastores de Correggio (una pintura magnífica), el éxtasis de la madre sólo se expresa en el rostro. En La Madonna sistina la Virgen parece tan joven e inocente —tan virginal—, no como una mujer casada de mediana edad. Los grandes ojos azules, muy abiertos, tienen una mirada húmeda en ellos, como si hubieran llorado muchas lágrimas, y a pesar de todo una inocencia tal que te hace pensar en un niño al que hubieras consolado después de un violento ataque de llanto. La majestuosidad de la actitud y el perfecto reposo del rostro, en el que hay una mirada de espera, de inefable expectación, son muy impresionantes. San Sixto, que está arrodillado a la derecha de la Virgen, tiene en sus rasgos una expresión de ansiosa solicitud. Está

 

evidentemente intercediendo con ella por la congregación hacia la que su mano derecha se extiende, ya que la pintura estaba pensada para estar situada sobre un altar. El único fallo que puede encontrarse en la pintura, pienso, está en el rostro de Santa Bárbara, que se arrodilla a la izquierda. Ella mira dulcemente a los pecadores que están debajo, pero con una ligera auto-conciencia. Los dos querubines que están en la parte de abajo son exquisitos. Sus pequeñas caras redondas tienen una mirada exaltada, como si sus ojos se fijaran plenamente en el augusto par de arriba hacia el que se vuelven. El fondo de la pintura —todos los rostros de los ángeles pintados borrosamente— da el toque final a esta creación asombrosa del pintor. Pero debes verla para darte cuenta.

 


Notas

1. En la página 86 de Music-Study in Germany Zina publica una versión arreglada de esta carta. Copiamos aquí la traducción castellana de esa versión:

"Berlín, 21 de agosto de 1870

Supongo que Charles te ha descrito con detalle nuestra visita a Dresde, y el tiempo tan maravilloso que pasamos. Realmente fueron cinco días poéticos, ya que todo era nuevo para los dos. Muchas cosas en Dresde nos sorprendieron bastante. En primer lugar, la belleza de la ciudad nos impresionó con mucha fuerza, y ambos señalamos qué singular era que de toda la gente que conocemos que ha estado allí ninguno haya hablado de ella. El Brühl’sche Terrasse es el paseo más encantador imaginable. Va a lo largo de la ribera del río Elba, que es allí bastante ancho y hermoso, y me sentía siempre bajo una especie de encantamiento en cuanto subíamos el ancho tramo de escaleras que conduce a él. Tomábamos siempre té al aire libre, y escuchábamos tocar a una banda de música. Los alemanes simplemente viven al aire libre en verano, y es completamente fascinante. Tienen jardines por todas partes llenos de árboles, debajo de los cuales hay pequeñas mesas y sillas y banquitos, y puedes sentarte y cenar o tomar el té que te sirven. Por la noche todo está iluminado con lámparas de gas.

Cuando nos sentábamos ahí en Dresde parecía un país de cuento de hadas. Los atardeceres eran suaves y fragantes, la perfección misma del clima de verano. Los jardines están bastante por encima del río, y puedes ver desde arriba un tramo bastante largo. La ciudad aparece a la izquierda, debajo de ti, y las torres se alzan bellamente, exactamente igual que en un cuadro. Ese aire de la cultura de siglos está por todas partes, y la atmósfera suave y perezosa sosiega el alma para el descanso. Solíamos caminar hasta que llegábamos al Belvidere, que es un gran restaurante con una galería en el piso de arriba que lo rodea. Había una banda de música y ahí nos sentábamos y tomábamos nuestro té y pasábamos siempre dos o tres horas. La luz de la luna, el río fluyendo y con bellos puentes cruzándolo, las miles de lámparas reflejadas en él y temblando en el agua y bajo los arcos, la infinidad de pequeños vapores y chalanas navegando de un lado a otro brillantemente iluminados, la música y las multitudes de gente pasando lentamente, le ponían a uno en una especie de estado delicioso de aturdimiento, y ¡uno sentía como si este mundo fuera el cielo!

Al día siguiente de nuestra llegada fuimos, por supuesto, a la galería de pinturas, y allí quedé completamente sorprendida. Nada de lo que uno oiga o lea le da la menor idea de la magnificencia de las pinturas que hay allí. No sabía antes lo que era una pintura. La suavidad y riqueza del colorido y su exquisita belleza deben verse para comprenderlo. La Madonna sistina le deja a uno extasiado.

Es completamente gloriosa y uno no puede imaginar cómo puede haberla concebido la mente del hombre. Uno ve qué sueño es después de mirar a las demás madonnas de la galería, muchas de las cuales son maravillosas. Pero ésta se eleva por encima de todas ellas. La mayor parte de las madonnas parecen tan rígidas, o tan viejas, o tan matronas, o tan inexpresivas o, en el mejor de los casos, como en la Adoración de los pastores de Correggio (una pintura magnífica), el éxtasis de la madre sólo se expresa en el rostro. En la Madonna sistina la Virgen parece tan joven e inocente —tan virginal—, no como una mujer casada de mediana edad. Los grandes ojos azules, muy abiertos, tienen una mirada húmeda en ellos, como si hubieran llorado muchas lágrimas, y a pesar de todo una inocencia tal que te hace pensar en un niño al que hubieras consolado después de un violento ataque de llanto. La majestuosidad de la actitud y el perfecto reposo del rostro, en el que hay una mirada de espera, de inefable expectación, son muy impresionantes. El Sr. T. B. dice que le parece como si hubiera sido sobrepasada por la enorme dignidad que se le ha impuesto y estuviera todavía perdida en un temor reverencial ante ella, lo que me parece una idea exquisita. San Sixto, que está arrodillado a la derecha de la Virgen, tiene en sus rasgos una expresión de ansiosa solicitud. Está evidentemente intercediendo con ella por la congregación hacia la que su mano derecha se extiende, ya que la pintura estaba pensada para estar situada sobre un altar. El único fallo que puede encontrarse en la pintura, pienso, está en el rostro de Santa Bárbara, que se arrodilla a la izquierda. Ella mira dulcemente a los pecadores que están debajo, pero con una ligera auto-conciencia. Los dos querubines que están en la parte de abajo son exquisitos. Sus pequeñas caras redondas tienen una mirada exaltada, como si sus ojos se fijaran plenamente en el augusto par de arriba hacia el que se vuelven. El fondo de la pintura —todos los rostros de los ángeles pintados borrosamente— da el toque final a esta creación asombrosa. Pero debes verla para darte cuenta" [Fuente: Amy Fay, Music-Study in Germany from the Home Correspondence of Amy Fay, ed. Mrs. Fay Peirce, The Macmillan Company, edición de 1913; publicado originalmente por Jansen, McClurg & Co., 1880; Traducción de Sara Barrena (2008)].

Las iniciales T. B. corresponden probablemente a Tom Burgess (1842-1912), graduado en 1861 en la Universidad de Harvard y en 1864 en la Universidad de Oxford. En la carta original no aparece esta frase. Cinco años después, cuando Zina se queda en Berlín en agosto de 1875 y Peirce marcha solo a Suiza escribe a su madre: "Creo que está disfrutando mucho la compañía de Tom Burgess en Berlín" (Carta del 7 de agosto de 1875).

2. Zina Fay, nacida en 1836, hizo mucha veces de madre de su hermana Amy, ocho años menor que ella, en particular, tras el fallecimiento de su madre Emily en 1856.

3. No se conserva esta carta de Charles S. Peirce a su esposa contándole la estancia en Dresde.

4. En la sección 77 del Baedeker de 1870, la guía que utilizaban Peirce y Amy puede verse la información sobre Leipzig, incluida la lista de restaurantes recomendados.

5. En la sección 73 del Baedeker de 1870, pp. 360-371, puede verse la guía que consultan Peirce y Amy en su estancia en Dresde.

6. Se trataba de una imagen muy famosa entonces. Aparece también en una carta de James Mills Peirce a su madre del 8 de junio de 1874 acerca de las cosas que hay que ver en Alemania, y coetaneamente en Newman: es precisamente esta obra la que Newman menciona en Grammar of Assent (1870) como ejemplo de cuadro famoso cuya imagen "tengo almacenada y latente en mi memoria, siempre a mi disposición".


Traducción de Sara Barrena (2011)
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Proyecto de investigación "La correspondencia europea de C. S. Peirce: creatividad y cooperación científica (Universidad de Navarra 2007-09)

Fecha del documento: 29 de marzo 2011
Última actualización: 9 de agosto 2021
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