2. 3. The Pharaoh and the President

Existen varios cuentos antiguos que expresaban una enorme diferencia de contextos, como "Príncipe y mendigo", "El Príncipe y la golondrina", "el Príncipe y la rana". Hay otros más recientes, igualmente encantadores, sea con reyes, The King and the Cuddly; The King and the Tortoise, The King and the Whirlybird o con emperadores The Emperor and the drummer boy. No puedo olvidar El arquitecto y el emperador de Asiria, nada encantador, y que no recomendaría a nadie, pues entre otras cosas los arquitectos en general (y éste en particular) son poco edificantes. En un género tan trillado, hay que reconocer que The Pharaoh and the President es un buen título.

Mi ingeniosa comparación entre Faraones de Egipto y Presidentes de Estados Unidos no tiene trasfondo; por los Faraones no tengo especial simpatía aunque siento enorme respeto por la institución de la Presidency. Simplemente me sirve como introducción a una historia del diseño, quizás a una verdadera historia del diseño.

La historia del diseño es sobre todo la historia de cómo se han habilitado procedimientos para procurar que la calidad de una persona o una institución quede suficientemente reflejada (y más bien construida) ante un público. Los sociólogos de mediados del siglo XX, como Erwin Goffman hablaron de "face", en ese sentido de presentación pública. Pero la tradición había percibido mucho antes la relación entre cara o Face privada y fachada o Façade pública, que incluye el solemne "frente" de los edificios representativos.

El Pharaoh y el President son los representantes más genuinos del poder organizado en la sociedad occidental, en sus extremos temporales. Los Faraones desde comienzos del tercer milenio BC y los Presidentes a fines del segundo milenio AD han necesitado más y mejores diseñadores, incluidos algunos arquitectos (más o menos respetables). En realidad, como he mostrado en otro cuento, con la amable ayuda del Gato con Botas, los diseñadores de objetos y de arquitectura (y, por supuesto, de vestuario) son antes que nada lo que hoy llamamos creadores de imagen.

the spreading of IMaGES

Y por eso en esta historia no sólo importan los emperadores y los arquitectos, sino también las imágenes, es decir los media. La construcción de una imagen personal o corporativa depende de la eficacia de los métodos de difusión de imagen, que ha crecido con el paso del tiempo.

Su historia comienza por los graffiti que dejaron los gamberros de tiempo inmemorial, que antes se entretenían con dibujos en el polvo o arena, o incisiones en huesos. Es fácil datar el momento en que se difundieron suficientemente nuevas prácticas. Por ejemplo, las pinturas rupestres (10,000 a. C.), las maquetas de barro o de madera (antes del 3.000 a. C.), los planos sobre papiro (desde el 3.000 a. C.), sobre pergamino (300 a. C.), las telas, el papel (1300), los grabados (desde 1500), los periódicos (1780), la fotografía (1840), el cine (1900), la televisión (1950), internet (1983) y las ediciones electrónicas: y un prometedor etcétera. Esta multiplicación de imágenes permite un conocimiento mejor de cualquier objeto (y de cualquier asunto).

Para ilustrarlo brevemente he elegido imágenes del toreo. Todavía no se me ha ocurrido nada que relacione a toros, arquitectos, faraones y presidentes (sería fácil con asnos y elefantes); hay presidentes arquitectos, pero no toreros; y sólo algunos toros y toreros se han llamado faraones. Por otro lado, no me interesan nada los toros. Sucede que, a diferencia de presidentes y faraones, el toreo es una práctica ancestral (fig 1-7); y hay imágenes de todas las épocas.

Cuando se ordenan cronológicamente, se percibe diáfanamente lo que trato de decir. Esas imágenes son más precisas y sobre todo más abundantes. Aunque se hayan perdido muchas, tenemos la certeza de que las pinturas rupestres fueron escasas y estuvieron a la vista de poca gente; los grabados sobre tauromaquia fueron muy populares en España: se imprimieron unos cuantos miles. Hay millones de fotografías taurinas del siglo XX.

La creciente información define progresivamente las acciones, y las hace reconocibles por un aficionado; define los animales, hasta que se hacen identificables; y cuando se trata de ilustrar personas, las hace más cercanas y accesibles. Desde la pintura rupestre con la abstracta figura impersonal se llega hasta la misma cara de "el Juli" que recoge una portada del DVD, El Juli. Loco por el toreo, del año 2000, cuando tenía 18 años. En esa fotografía se percibe si "el Juli" estaba tenso o distendido; y con mucho más detalle, y en variadas expresiones, se podrá observar a lo largo de la película (fig. 7). Conocemos mejor su cara; pero sobre todo sabemos bastante de la vida y carácter de El Juli, incluso quienes no nos interesamos nada -nada- por los toros.

The pharaonic Mask

No sabemos nada de la personalidad verdadera de Tutankhamen, que murió siendo un muchacho como El Juli de esta película: 18 años. Incluso aunque nos interesen mucho las cosas de Egipto, y sea uno de los faraones mejor conocidos. Como sucede con su momia, sus rasgos humanos definitorios se ha perdido para siempre. No era posible representarlo (ni narrar sobre él) con detalle. Y en cualquier caso, a la mayor parte de sus súbditos solo les interesaba saber que era el Pharaoh.

Y los asesores de imagen faraónicos daban la imagen del Pharaoh, así en abstrato. Crear imagen, en los tiempos anteriores a los nuestros (no más lejos que 1920), significaba ni más ni menos que ornamentar (desde el tatuaje corporal a la ornamentación arquitectónica). Era necesario dignificar en todos los niveles y para todos los sentidos (para la vista, para el oído, para el olfato). Había que componer un gigantesco "decorado", para que actuara el protagonista, y para distinguirlo, como en los antiguos teatros, era preciso construirle una cara a propósito, la máscara que reconocerían los demás.

En el caso de Tutankhamen, muy pocos de sus súbditos contemplarían su verdadero rostro (en todos los sentidos): lo verían pasar, hierático, de muy lejos: distante (en todos los sentidos). La escala de presentaciones comenzaba por el Palacio, con sus columnas y capiteles. Es significativo que los reyes egipcios, desde la XVIII dinastía, adoptaran el nombre pharaoh (per 'aa) que significa “gran casa”. A eso se añadía el cortejo de ministros, la escolta, el carro o litera o trono, el vestido, la peluca, la barba postiza, el maquillaje, los perfumes, las joyas, el porte personal, y el rostro (impávido como una esfinge).

Pues, como recuerda su máscara en oro que se guarda en el Egyptian Museum, a todo ello, se añadía su prestancia personal. Tutankhamen adoptaría el porte de quien acostumbra a usar de un poder omnímodo. Se convertía en la misma representación del poder, haría temblar a sus súbditos, y trataría de asustar a sus enemigos, lo que suele ser más difícil.

Los asesores de imagen representaban al Pharaoh aplastando a sus enemigos. La escena era cruel, pero manifestaba inequívocamente su poder; y desde la Narmer Palette, del Royal Ontario Museum de Toronto, los faraones aparecen aplastando gente. Naturalmente, atropellarlos con un carro era más eficaz. Tutankhamen no tuvo tiempo de masacrar demasiados nubios, pero se le representa así en el frente de la pequeña arqueta del Egyptian Museum de El Cairo. El Pharaoh aplasta nubios con la misma valentía, destreza y elegancia con que El Juli daba una verónica o colocaba un par de banderillas.

Tutankhamen derrotando a sus enemigos

Nunca sabremos si Tutankhamen estaba tenso o distendido cuando aplastaba nubios, o si estaba "loco por aplastar nubios". Es una representación convencional. Pero es seguro que la sola visión de su carro dorado, que se guarda en el Egyptian Museum, aterraría a sus esclavos (fig 8), que lo reconocerían.

A nosotros, ciudadanos del siglo XXI, su carro nos parece poco impresionante; y su rostro, con postizos y afeites, repelente. Si retiraramos los recursos de la puesta en escena, trajes, carro, escolta, palacios y nubios aplastados -la máscara-, quedaría únicamente Tutankhamen: un joven como nuestros alumnos. Quizás tras un tratamiento de choque, estilo The Taming of the Shrew (La Fierecilla Domada), para bajarle los humos. Llevaría la cabeza afeitada y había sido sometido a una deformación craneal; pero lo presentaré como uno de ellos: lo llamaríamos Tut. Si Tut saliera de su palacio a escondidas, como los príncipes en los cuentos, nadie le reconocería; podrían confundirlo con un mendigo.

Tutankhamen en la Universidad

The Presidential Façades

Si nuestro segundo ejemplo saliera a la calle, sin escolta y preparación especial, nadie le confundiría con un mendigo: el USA President es la cara más conocida del mundo (salvo futbolistas, actrices y toreros).

La parafernalia y el aparato importan todavía. Pero mucho menos. Todos conocemos la fachada de la White House, con sus columnas y capiteles: aparece en todos los noticiarios de televisión (figs. 9, 10); y es muy bonita, aunque no de dimensiones faraónicas: es sólo algo más del doble que el Petit Trianon. Lo mismo que en Egipto, la White House equivale oficialmente a la Presidency (web oficial White House), es un poco su cara; y, como todas las fachadas palladianas, es una cara muy recordable (un éxito de Palladio).

El Oval Office, el despacho oficial y el Air Force One, el avión presidencial son frecuentes hasta el aburrimiento en el cine; y los niños norteamericanos juegan con limousines presidenciales de juguete de todas las épocas. En los actos oficiales, el President usa otros símbolos, desde The Patriotic State Dinning Room, con su faraónico trinchante (fig. 11), hasta la vajilla especial de la White House (un poco faraónica también: fig. 12), de la que sobreviven varias colecciones. De todo ello, los norteamericanos han dispuesto siempre de abundante información (Cfr. Klapthor, Margaret Bown. White House China: 1789 to the Present. The Barra Foundation and Harry N. Abrams: 1999).

Coches, casa y vajillas actúan como logotipos de una Presidency: son un poco su cara. Aunque importan poquísimo, y cada vez menos, para la imagen presidencial; y se podría prescindir de todos ellos (y de hecho cambian). Quizá sólo quedaría algo de la White House con sus columnas y capiteles (un éxito de Palladio). Pero lo importante es la figura del President y, en concreto, su rostro: la verdadera Face de los USA.

The USA Human Face

La Presidency de los USA no es un ejemplo cualquiera. Los USA Presidents han enseñado a los demás jerarcas del mundo cómo se "presenta" el "representante" de una nación democrática; y han aprendido a no parecer autócratas.

El primer presidente George Washington creía en la importancia de un cierto envaramiento, al modo de los reyes de Inglaterra; lo mismo que sus inmediatos sucesores, su rostro tenía todavía un poquito de esfinge (fig. 13), como recuerda el Mount Rushmore National Memorial. Pero se ha abandonado paulatinamente. Todavía, a inicios del siglo XX, el presidente William McKinley (25th President: 1897-1901) daba impresión de majestad. Entonces convenía que un gran hombre fuera un poco gordo: un hombre de peso, cargado con graves asuntos (fig. 14). Aunque salía todos los días a pasear: "President McKinley was a familiar figure in Washington. Mr. McKinley differed from some of his predecessors in the democratic frequency of his moving about"; y saludaba con el sombrero. Excelente persona, murió en atentado (su esposa era paralítica).

Su sucesor Theodore Roosevelt (26th President: 1901-1909) fue quien más se distinguió del estilo faraónico (aunque su rostro también se labró en el Mount Rushmore). En 1902 aceptó el nombre de White House para la designar la Presidency, consolidando un uso informal. "Teddy" llegó a la presidencia con 43 años, "five feet nine inches tall, and weighing 200 pounds", precisa Willets en Inside History of The White House (un libro promovido desde dentro). Le gustaba presentarse como trabajador y deportista (montañero y cazador) y, como muestra de dinamismo y eficacia, recibía a algunas visitas mientras lo afeitaban: las "Barber Chair Interviews"; concesiones impensables en los reyes (y menos en las reinas) de Inglaterra. En la ilustración tomada de ese libro (fig. 15), la familia Roosevelt posa en traje de verano, ligeramente "sport" (es difícil percibirlo, pero compárese con Mckinley).

Pero el cambio de estilo no se debió a su carácter singular. El President interesaba, y las revistas ilustradas le representaban en todas circunstancias (con osos: "teddy bear": es un presidente muy apropiado para un cuento). Gracias al cine y la televisión, los rasgos de sus sucesores fueron familiares: hemos visto sonreir a John F. Kennedy antes de caer asesinado en su coche.

Ni siquiera el President W. Bush, que forma parte de una "dinastía" (su padre fue el 41th President), se mueve mayestáticamente; sino que se presenta de manera informal, completamente de "sport" (fig. 16); y solo adopta cierta formalidad en los actos solemnes. Sin embargo, su imagen pública está mucho más elaborada que la de los faraones de Egipto.

Sus asesores de imagen supervisan su camisa, su corbata (o no corbata), su traje (o no traje) y el porte con que aparecerá cada día ante las cámaras de televisión, que será lo más natural posible: sus asesores indican al President que sonría oportunamente (o llore un poquito en los momentos de duelo nacional), o aparezca en su despacho relajado y familiar (o concentrado en su trabajo). Incluso cabe que la presentación sea espontánea y por eso más efectiva.

Aunque quisiera, el President no sale a escondidas, ni siquiera a hacer footing (running: uno de los Hobbies de Bush, según la biografía oficial de la White House). Sus apariciones son multitudinarias y el President se esfuerza en llegar a todos, muchas veces saludando efusivamente y sonriendo desde su limousine, aunque ahora la amenaza de atentado no permite el coche descubierto (y los guardaespaldas aplastarán a quien intente algo raro). Pondré una muy simpática fotografía de "Ike" Eisenhower en su Inauguration Day, 21 de Enero de 1953 (facilitada por Yann Saunders, The Cadillac Database); he debido arreglarla algo, para convertirla en una pequeña obra de arte.

Aún en el caso de que realmente no quisiera aplastarlos, nadie imaginaría a Tutankhamen saludando y sonriendo a los esclavos desde su carro. El President saluda a sus conciudadanos porque son conciudadanos. Le han elegido y confían en él; y el máximo poder del mundo está obligado a mostrarles un rostro humano que es, cada vez en mayor medida, su auténtico rostro. Pues cada vez importa menos que el President tenga flaquezas (no sea gordo) y liviandades (no sea hombre de peso), pero debe ser honesto.

El President no lleva máscara. Como en The Emperor's New Clothes de Andersen, se presenta socialmente desnudo, al descubierto: no debe simular ni ocultar nada. Para mí, es un logro social de primera categoría. Cabe simpatizar más o menos (o nada) con los presidentes de USA; pero es difícil no sentir admiración por esa institución (ojalá la imitaran sus enemigos).

incredible corollary

 

El Pharaoh se cubre con su máscara hierática, el President sonríe. En el cuento Three Little Pigs (Los tres cerditos) el lobo destruye las casas de los dos primeros cerditos soplando (la tercera resiste porque la había diseñado un arquitecto). La conclusión de este cuento es que el President ha destruído la arquitectura tradicional sonriendo; ha hecho trivial la experiencia acumulada de componer máscaras, de hacer caras sociales; de elevar frentes y fachadas representativos: ha inutilizado la capacidad de dignificar edificios para que resulten representativos (los éxitos de Palladio). Al hombre más poderoso del mundo le sobran los palacios con columnas y capiteles (y los carros dorados): le basta sonreir.

La responsabilidad no es solo del President; pero ciertamente por su culpa, hay otros muchos poderosos que sonríen (entre ellos, los antiguos comunistas que no sonreían nunca). Y de la mayor parte de los hombres de estado no conocemos más que esas caras; y nada de sus palacios (que, por tanto, han dejado de llevar columnas y capiteles), coches (que han dejado de ser dorados) y vajillas decoradas (irrelevantes). Estas sonrisas han demolido la tradición arquitectónica occidental y han desfigurado los sistemas de ornamentación.

Desde luego, son los media los principales culpables. Los periodistas (sucesores de los gamberros) han podido más que los emperadores; y mucho más que los arquitectos. En la historia de la arquitectura, la prosaica fabricación del papel, la vulgarización de la fotografía y la difusión de las revistas en los quioscos han sido mucho más importantes que Wright o Le Corbusier (aunque arquitectos, personas respetables) para lograr The Architecture of Democracy y L'art decoratif d'aujourd'hui (la ornamentación de hoy).

En fin, no es más que un cuento.

 
Joaquin Lorda. CLASSICAL ARCHITECTURE

I. Sense of Order

2. Fairy Tales

2. 1. Meditations of a Hobby Horse
2. 2. Cinderella, the Puss, the Belle
2. 3. The Pharaoh and the President
2. 4. The Solid Gold Cadillac
2. 5. The Classic (Car) Era
  1. Dibujo de bosquimanos  en Sudáfrica (Ward)
  2. Palacio de Knossos. Creta
  3. Cantigas de Alfonso X
  4. Tauromaquia de Goya
  5. El matador de toros. Mariano Fortuny
  6. Pase por alto (fotografía antigua)
  7. El Juli
 
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