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4. 2. Les plus excelents bastiments
Entre los hablantes franceses existe una expresión un "chateau en Espagne" para designar un asunto inalcanzable o un bulo indigerible : andar en las nubes. Ciertamente, España abunda en castillos : son poco más que paredones y precisamente por hallarse semiderruidos, evocan sugerencias, cosa imposible si conservaran mejor, con su irracional planteamiento e incomodidad.
El declive definitivo de estos edificios españoles coincidió con la renovación, y construcción de nueva planta de los Chateaux franceses, que son más numerosos, y han sobrevivido incomparablemente mejor, con menos poesía, aunque con un peculiar encanto.
Los castillos franceses de la época que llamamos fines de la Edad Media, corresponden al momento en que se había alcanzado la unidad territorial después de muchos años de guerra. Poco antes, la autoridad real se había visto discutida por parientes del rey,como Renato de Anjou o Felipe el Bueno de Borgoña, que habían sostenido cortes fastuosas, en las que prosperó un peculiar ideal caballeresco. Lo que, en un principio, manifestaba la aspiración de virtudes recias, de honestidad y lealtad de nobles y cruzados frente a los extranjeros y los infieles, se había convertido en un divertimento imprescindible para luchar con el peor enemigo del cortesano : el aburrimiento.
Las novelas de caballerías transformaron este ambiente de fantasía y juego, forzadamente desentendido de una realidad donde la guerra se había convertido en un oficio cruel y carnicero; y gracias en parte a la pólvora, una curiosidad oriental en el siglo XIV, y ya entonces un vulgar e imparable recurso, cualquier mequetrefe disparaba sin riesgo su mosquete contra el caballero más valiente, o reventaba los muros más escarpados, que antes hubieran merecido una heroica escalada. En 1453, con ese vulgar polvillo, pólvora, y azufre los turcos, habían desventrado los legendarios muros de Constantinopla (en su sector más débil).
Estas fantasías conllevaban una imagen menos prosaica de los adustos castillos defensivos encaramados a riscos inaccesibles. Los podemos observar en los fondos imaginarios azulados de los cuadros, que desde Van Eyck, y gracias al óleo, se pintan en Flandes con la mayor delicadeza : y en los que abundan los elementos militares : las almenas, los matacanes, o las torrecillas, con la abundante presencia de fantasías heráldicas, escudos, gallardetes y banderas.
Suele ponerse como ejemplo, uno de los castillos de Renato de Anjou. Y todavía resuenan esos ecos en las residencias reales como el Amboise de Charles X o los castillos del Loire de François I. Los edificios nobiliarios, o de los burgueses ricos, de la Europa no meridional siguieron las modas, y los castillos europeos, las residencias de señores territoriales hasta muy entrado el siglo XVI, mantuvieron un mínimo de presencia caballeresca. Lo mismo sucedía con los edificios representativos del poderío cívico, los ayuntamientos y lonjas de comerciantes, en Ypres, Brujas, Lovaina, que también se revisten de estos preciosos e inútiles arreos defensivos.
Con todo, la eficacia de la artillería fue tan palpable en el primer cuarto del siglo XVI que alteró definitivamente la imagen de las ciudades, especialmente las costeras y las fronterizas. Los altivos (y verdaderamente altos) muros se achataron y engordaron hasta enrasarse con el terreno, en el que se excavaron fosos, y se forraron escarpas y contraescarpas. En torno a ciudades con un trazado a veces mínimo y fortuito crecieron caparazones erizados con las puntas geométricas de los bastiones.
Los historiadores dividen el tiempo en capítulos sucesivos. Y debemos advertir que las novelas de caballerías tuvieron su mayor auge con el desarrollo de la imprenta, ya bien mediado el siglo XVI. Y en 1605 quedaban en Europa muchos Quijotes aficionados. Es decir, estas ensoñaciones coincidieron con la difusión de las formas e ideales italianos que identificamos con el término Renacimiento.
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