Carta de Charles S. Peirce a su esposa Melusina Fay
(Constantinopla, 28.08.1870)



Esta carta, fechada el 28 de agosto de 1870, fue escrita por C. S. Peirce a su esposa, Zina, desde Constantinopla. En ella narra detenidamente su viaje desde Praga a Viena en tren y desde Viena hasta Constantinopla: de Viena a Pest va en barco por el Danubio, de Pest a Bazias en carruaje, de Bazias a Rousse de nuevo en barco por el Danubio; en tren de Rousse a Varna en la orillas del Mar Negro, desde donde navegará en otro barco hasta Constantinopla atravesando el estrecho de Bósforo.

El original se conserva entre los
Charles S. Peirce Papers en la Houghton Library (MS Am 1632, L 337) de la Universidad de Harvard. La reproducción digital de la carta ha sido hecha a partir de la fotocopia disponible en el Peirce Edition Project. Para la transcripción de la carta se ha tenido en cuenta la que preparó Max Fisch [VBla(4)#3], accesible también en Indianapolis.
Letter transcription
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Constantinopla. Domingo, 28 de agosto 1870

Muy querida Zina —He llegado hoy aquí después de un interesantísimo viaje desde Viena. A propósito, me parece que no me acordé de contar lo bello que fue mi viaje desde Praga a Viena. Así fue, pues el recorrido a través de las montañas de Bohemia era muy bonito. Colinas muy escarpadas de color verde oscuro descendían hasta un valle muy estrecho en el que serpenteaba un pequeño arroyo. Pasamos a través de once túneles oscuros. Un viaje magnífico para jóvenes recién casados.

El martes 23 de agosto salí de Viena en barco por la mañana temprano y llegué a Pest esa misma tarde justo después de anochecer. El camino era a través de Hungría y las pintorescas colinas estaban coronadas en muchos lugares por grandes ruinas de inmensas fortalezas erigidas, supongo, para defenderse contra los turcos. En las orillas todo resultaba novedoso, de lo que dará alguna idea la forma de los campanarios de las iglesias húngaras.

Forma nº 2 la más común. Las montañas eran a menudo grandiosas y la manera en la que


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se elevaban desde la llanura muy repentina. El campo se veía salvaje y los campesinos a los que vi en las orillas con sus trajes pintorescos parecían capaces del Heroísmo que Kossuth les atribuía1. Los húngaros a bordo tenían unos modales muy desagradables (exceptuando algunos caballeros magiares) y pensé en el dicho de que la buena educación y el espíritu de libertad son inversamente proporcionales. Cuando llegué a Pest no me sentía bien del todo y no salí mucho, sino que me dediqué principalmente a escribir cartas2. Partí de allí el jueves 24 de agosto hacia Bazias3. En la cochera tuve la ocasión de ayudar a dos señoras, una joven y su abuela. En el mismo cupé en el que yo iba había dos caballeros, uno un tal M. Rosetti4, un revolucionario que estaba marchándose hacia alguna revolución o algo que acababa de estallar en algún lugar. El otro un hombre gordo, tan gordo que en el momento en que empezó a adormilarse comenzó a ahogarse y pasó la noche en una continua agonía, y no la hizo muy agradable para mí. M. Rosetti estaba muy alterado. Un hombre de aspecto francés con un encogimiento de hombros casi convulsivo, pero con una apariencia de considerable poder. Le encantaba hablar y habló retóricamente, o quizás teatralmente sería una



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palabra mejor. Sobre los 50. Por el camino vimos tranvías de caballos en Timisoara5. Te sorprenderías si pudieras ver qué mundo tan diferente es este. Llegamos a Bazias por la mañana temprano y allí comenzamos a ver un poco de lo oriental en el traje de los maleteros. Tomé inmediatamente el barco hacia Rousse6. Una gran compañía de pasajeros, de todas las nacionalidades —ingleses, franceses, alemanes, italianos, húngaros, serbios, valacos, búlgaros, griegos, eslavos, turcos, etc. en proporciones bastante iguales. Hacían en las comidas (que eran muy buenas) el mayor ruido que pudiera posiblemente concebirse. El francés era la lengua principal. Encontré allí a la señora inglesa y a la nieta que había visto la noche anterior, y me enteré de que eran gente muy conocida en Constantinopla. Y M. Rosetti estaba allí de excelente humor hablando con un entusiasmo que realmente era maravilloso cómo podía mantener tanto tiempo. Resultó que la revolución en cuestión era en Valaquia y algunas personas sugirieron que el barco sería probablemente atacado. Mi amigo gordo estaba también allí e insinuó que, como tenía un camarote para la noche (por el que había pagado la moderada suma de 48 florines de plata), y como yo no tenía, debería quedarme con la mitad de su camarote. Pensé que la idea era suficientemente absurda por cualquiera de dos razones, una de las cuales le mencioné y la otra puedes adivinar. Encontré a tres ingleses a bordo. Uno era un tal Mr. Perkins de Odessa

 


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un hombre de 60 y tantos años— relacionado con los Perkins de Boston. Había estado en Boston en 1826 y conocía a Mr. Webster, a Messrs. William y Nathan Appleton, a Mr. Everett, etc., etc. Los otros dos ingleses eran jóvenes. Uno, el Teniente Coronel Buller del regimiento de Coldstream Guards. El otro, una persona bastante interesante y amigo de Mr. Everett, Mr. Albert Bankes7, que se describió a sí mismo como un segundón, me invitó a ir a verlo en Londres si vuelvo allí. Las únicas mujeres guapas eran una húngara y tres jóvenes serbias. La más guapa era la misma imagen de Sam Howe8. Mi amigo gordo me dijo su nombre —muy largo y no lo recordé ni un momento— y me invitó a visitarlo si alguna vez voy a Galati. Es muy práctico tener un amigo en Moldavia. Hablé también con otros pasajeros, entre otros un caballero alemán, de cierta cultura. Pero por interesante que fuera la compañía el paisaje lo era todavía más. Pasamos primero los Cárpatos y había allí acantilados que iban montaña arriba casi perpendicularmente, alternándose con espacios abiertos y con altas montañas arboladas que descendían muy empinadas hasta el borde del agua. El gran volumen y rapidez del río en sí mismo se añade a la majestuosidad del escenario, y me dije a mí mismo que la imaginación era incapaz de dibujar o la memoria de retener tal escena. Creo que ningún río en el mundo es tan bonito como esta parte del Danubio. Después de atravesar esas montañas, lo que llevó mucho tiempo, teníamos Bulgaria a nuestra derecha y Valaquia

 


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a nuestra izquierda. Y empezamos entonces a ver minaretes, turbantes y mujeres con velo, mostrando que estábamos en los límites de Turquía, y estos síntomas se incrementaban a medida que continuábamos manteniendo el interés en esta parte de nuestro viaje. En la ciudad valaca de Turnu-Severin9 paramos a repostar carbón y salí y vi el mercado y también los jardines. Estos últimos, bonitos. El mercado cuadrangular, bastante grande, apenas pavimentado y con un aspecto pobre, con cafés exactamente iguales a los que encontré siempre en Alemania con la estrecha piazza, con una hilera de cadenas fuera y una parra creciendo sobre ella. Había allí caballeros leyendo periódicos, fumando y bebiendo café, pero tenía cierto aire a Salem10 y como fuera del mundo. Hubiera lamentado tener que hospedarme esa noche en alguno de los hoteles que vi, pero no me dejaron atrás. Esa noche en el barco. El día siguiente muy luminoso y cálido. Sin especiales incidentes hasta que llegamos a Rousse a la una en punto. Allí desembarqué para tomar un carruaje. Mi equipaje fue sellado con sellos de plomo por los oficiales turcos. Tomamos el tren11 hacia Varna. El camino a través de Bulgaria era agradable, el campo es bastante ondulado con algunas colinas muy altas y poco cultivado. En Shi-tan-jik12 bajé y cambié un napoleón de oro por 89 piastras, por

 


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miedo a que pudiera necesitar cambio. Las piezas de plata están casi tan bien hechas como las nuestras y por tanto no son comparables con el bonito dinero austriaco que acababa de dejar atrás —que está también muy limpio—, pero es mucho mejor que el sucio y repugnante cambio prusiano. Las piezas de cobre están chapadas y son muy primitivas en su apariencia. En el cupé no había nadie conmigo excepto el caballero prusiano que he mencionado. Pero las dos señoras inglesas venían en el tren. Una de ellas, por cierto, habla inglés, francés, alemán, italiano, griego y turco; quizá también español pero no tuve prueba de ello como la había tenido de todas las otras lenguas. Dijo que podía hablar español y leer árabe. Su abuela sabía casi tantas lenguas como ella, pero pienso que no tan bien. Llegamos a Varna cerca de las 9 y allí estaba el Mar Negro. Lo probé, y para mí no era salado, pero me aseguraron que lo era, ¡mucho! Me inclino fuertemente a pensar que no. En un bote embarcamos en el barco para Constantinopla, y después de una cena muy pobre nos acostamos bastante cómodamente. Por la mañana me asaltó un viejo turco que insistía en hablar turco conmigo, y cuando eso fallaba intentaba una pantomima y después volvía al turco y seguía con él durante un largo tiempo, hasta que perdí la paciencia. Antes de mediodía llegamos al Bósforo; y en relación a su paso solo puedo decir que fue extremadamente interesante y bello. Las orillas se elevaban por todas partes a una gran altura pero no nivelada en la cumbre, tenía sus lados espesamente salpicados de arboledas y jardines, sus puntos más dominantes

 


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coronados con fortalezas de todas las épocas, desde la romana hasta el presente, mientras que en las orillas se alineaban hermosas casas y palacios. Y cualquier punto tiene alguna historia o leyenda interesante conectada con él. Vi los acantilados cimerios desde donde Jasón navegó para encontrar el vellocino de oro, el lugar donde Darío construyó su puente, donde Simeón el Estilita se sentó, etc. Más adelante palacios magníficos de los que no sabía nada. El mismo Bósforo estaba a lo largo de todo el camino casi literalmente atestado de barcos, en su mayor parte yendo hacia Constantinopla, algunos volviendo. Constantinopla se veía bellísima a medida que nos aproximábamos, pero como el sol se ponía sobre ella no la iluminaba, así que no conseguí esa vista suya que es tan célebre13. Cuando llegamos a fondear, inmediatamente estábamos en un pandemonio tal como nunca había conocido de cerca. Decidí ir al Hôtel d’Angleterre14 con mi amigo prusiano (las dos señoras habían desembarcado en Tarabya, cerca del extremo norte del Bósforo). Llegué a tierra en un bote y me dirigí primero al edificio de la aduana. Allí di una gran moneda de cobre a los oficiales y como consecuencia el registro, que una de las dos señoras había afirmado "más que severo, absolutamente arbitrario", se hizo más relajado. Es cierto que abrieron cada pieza de equipaje y que rebuscaban, pero rebuscaban de tal manera como si temieran mucho que pudieran encontrar algo y estuvieran decididos a no hacerlo. Era tan divertido

 


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que apenas podía mostrar alguna contención, y de alguna manera me recordó a Sophocles15, que a mí me parece más un turco que un griego. Pero todavía no he aprendido a distinguir las razas. Es un conocimiento importante porque los turcos son buena gente honesta y los cristianos son peores incluso que en Europa del Este. Después de esto dos maleteros tomaron mis baúles y subimos la colina de Pera16 hasta el hotel. Todavía no he estado en la ciudad turca y no lo haré hoy, pues he pensado que hoy descansaría y escribiría cartas. He visto tanto que a menos que vuelva sobre ello en mi mente se me escapará. Siento que ya he olvidado muchas cosas que me interesaban enormemente. Desde que dejé Pest mi alemán no me ha sido de ninguna utilidad y mi inglés de bastante poca. En el Babel de lenguas en el que he estado el francés mantiene un claro dominio que justifica aquí su título de lengua universal. Todo el mundo lo habla y debo aprenderlo, pues hasta ahora apenas puedo hacer nada con él. Lo odio. No encuentro que haga demasiado calor en Constantinopla aunque dicen que es un día cálido. Es muy parecido a uno de nuestros días calurosos. Las calles de Pera están absurdamente inmundas aunque se supone que están mucho más limpias que Constantinopla mismo. Mañana me levantaré temprano y tomaré un guía para que me enseñe. Lamento decir que los horarios ingleses prevalecen en este hotel. La cena es a las 7 y ahí está la campana.

C. S. P.


Notas

1. Lajos Kossuth era un político patriota, ferviente defensor de la independencia de Hungría, que arengaba a sus lectores a la revolución.

2. Pueden verse las cartas a su hermano James Mills Peirce y a W. S. Jevons, fechadas en Pest el día 25 de agosto aunque en esta carta del 28 dice Peirce que partió de Pest un día antes, el 24.

3. Bazias está a la orilla del Danubio en la frontera con Serbia y pertenece a la actual Rumanía, concretamente a la región de Caras Severin.

4. Se trataba probablemente de Constantin Alexandru Rosetti (1816-1885), literato rumano y líder político, miembro de la familia griega fanariota. Rosetti fue decisivo para el éxito de la guerra de independencia de Rumanía en 1877 y es considerado uno de los fundadores de la Rumanía moderna [Fuente: J. Chastain, Encyclopedia of 1848 Revolutions]. La M. antepuesta al apellido Rosetti en la carta es una abreviatura de Monsieur, tratamiento habitual en el siglo XIX para todos los extranjeros. Agradecemos a Ruth Breeze esta aclaración.

5. Timisoara en la actualidad pertenece a Rumanía; pertenecía a Hungría cuando Peirce pasó por allí y la denomina Temesvar en su carta, pues es su nombre en húngaro. Cuenta Claudio Magris que "Temesvar, la capital del viejo Banato, ha estado sometida durante siglos a muchas fatalidades. Hermosa y no carente de melancolía a pesar de su verdor, Timisoara cuenta, en cada piedra, una historia plurisecular y amontonada". Tras recorrer brevemente la historia de la ciudad, Magris menciona sus actuales folletos turísticos que destacan que en ella se instaló el primer tranvía eléctrico: ciento treinta años antes a Peirce le llamaron la atención los tranvías de caballos (Cf. C. Magris, El Danubio, Anagrama, Barcelona, 1997, pp. 280-281). Agradecemos a Manuel García de Madariaga la referencia.

6. Rousse (también Ruse o Russe) es actualmente una ciudad búlgara en la orilla derecha del Danubio frente a la ciudad rumana de Giurgiu y a 200 kilómetros del Mar Negro. Peirce usa la denominación Rustchuck entonces vigente. Su nombre en caracteres cirílicos es Pyce. "En Ruse, escribe Canetti, —mejor dicho, para él, en Rustchuck—, el resto del mundo se llamaba Europa y, cuando alguien remontaba el Danubio hasta Viena, se decía que iba a Europa. Pero, para ser exactos, Ruse ya es Europa, es una pequeña Viena, con el amarillo ocre de las casas de los comerciantes otomanos, los parques espaciosos y señoriales, el eclecticismo de los edificios fin de siècle, cargados de cariátides y ornamentos y una tardía simetría neoclásica. Uno se siente como en casa, en un ambiente familiar de Mitteleuropa sólida y laboriosa, entre la antigua y coloreada prosperidad mercantil del puerto fluvial y la opaca imponencia de la industria pesada; entre las calles y las plazas aparecen esquinas de Viena o de Fiume, la tranquilizadora uniformidad del estilo danubiano". (C. Magris, El Danubio, Anagrama, Barcelona, 1997, pp. 325-326). Agradecemos a Manuel García de Madariaga la referencia.

7. Se trata probablemente de Wynne Albert Bankes (1840-1913), de la aristocrática familia inglesa Bankes.

8. Llama la atención los comentarios tan peyorativos de Peirce hacia las mujeres que va encontrando por los países que atraviesa. Hay que tener en cuenta quizá que se trata de cartas dirigidas a su esposa o a su madre a cuyos ojos era probablemente un tanto mujeriego. En este caso compara la más bella de las mujeres guapas con el prominente médico bostoniano Samuel Howe, defensor de la educación de los ciegos, que lucía una cerrada barba.

9. Ciudad de origen romano, que pertenece en la actualidad a Rumanía y anteriormente al reino de Hungría y al de Valaquia.

10. El bisabuelo de Charles S. Peirce, Jeramiel Peirce (1747-1831) vivió en Salem, Massachusetts, dedicado al comercio de cerámica china. Su hijo Benjamin (1779-1831) se trasladó a Harvard donde fue bibliotecario los últimos cinco años de su vida (Fuente: J. Brent, Charles Sanders Peirce. A Life, p. 30). La familia Peirce conservaba lazos con los parientes de Salem a los que visitaban con alguna frecuencia: casa familiar de los Peirce-Nichols en Salem.

11. Este tren —el primero de Bulgaria— fue inaugurado en 1864 y formaría parte del famoso Orient Express entre 1883-1885 [Fuente: A. Melamed, "The First Railway in Bulgaria, Rousse-Varna, 1864", BNR Radio Bulgaria History and Religion]. La viajera Agnes Smith (Eastern Pilgrims: the Travels of Three Ladies, Hurst, London, 1870, p. 34) "se quejó de que este tren entre Rousse y Varna era el peor de Europa, tan malo que no se permitía a los trenes viajar de noche" (Reinhold Schiffer, Oriental Panorama: British Travellers in 19th Century Turkey, Rodopi, 1999, p. 42).

12. Se trata de una de las estaciones de tren entre Rousse y Varna llamada actualmente Hitrino en el área de la región de Shumen. Puede verse una página local en la que se advierte la importancia histórica que ha tenido el tren para esta localidad, pues aparece en el escudo una máquina de ferrocarril y la fecha de 1866. Agradecemos al Dr. Dimitrova y a la prof. Nataliya Nikolova, de Varna, Bulgaria, su ayuda para la identificación de este lugar, dificultada por los cambios de denominación y de grafía al pasar del turco al búlgaro en caracteres cirílicos.

13. Sobre esta célebre vista panóramica de la ciudad puede consultar la sección 8.4 "Panoramic Views of Istanbul" de Reinhold Schiffer, Oriental Panorama: British Travellers in 19th Century Turkey, Rodopi, 1999, pp. 145-148.

14. Se trataba del hotel preferido de los ingleses. Llamado también hotel Misseri por el nombre del propietario (Cf. Reinhold Schiffer, Oriental Panorama: British Travellers in 19th Century Turkey, Rodopi, 1999, p. 166). Es interesante el artículo de A. Arslan y H. Ali Polat sobre el intento de establecer una cadena de hoteles en Estambul: "The Ottoman Empire's First Attempt to establish Hotels in Istanbul: The Ottoman Imperial Hotels Company", Tourism Management 51 (2015), pp. 103-111.

15. Se refiere a Evangelinos Apostolides Sophocles (1807-1883), profesor de griego moderno en Harvard a partir de 1842. Fue autor de varios diccionarios y gramáticas de griego para uso escolar. Peirce lo menciona en su artículo "Un ensayo para mejorar la seguridad y la fecundidad de nuestro razonamiento" (1913). Puede encontrarse una información detallada sobre su actividad académica en Harvard en Thomas Burgess, Greeks in America. An Account of the Coming, Progress, Customs, Living and Aspirations with an Historical Introduction and the Stories of Some Famous American Greeks, Boston, Sherman, French, 1913, pp. 201-203.

16. Pera es uno de los barrios de Constantinopla, la actual Estambul. Puede verse un paseo fotográfico virtual de este barrio en la actualidad.


Traducción de Sara Barrena (2008)
Una de las ventajas de los textos en formato electrónico respecto de los textos impresos es que pueden corregirse con gran facilidad mediante la colaboración activa de los lectores que adviertan erratas, errores o simplemente mejores traducciones. En este sentido agradeceríamos que se enviaran todas las sugerencias y correcciones a sbarrena@unav.es
Proyecto de investigación "La correspondencia europea de C. S. Peirce: creatividad y cooperación científica (Universidad de Navarra 2007-09)

Fecha del documento: 27 de mayo 2008
Última actualización: 1 de junio 2022
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