3. 1. Rank and quality

being and appearing

El poeta romano Horacio recuerda que su padre le indicaba, en la misma calle, personajes que imitar o evitar. Todos estamos ante los ojos de los demás, que juzgan y califican. Y cualquier persona trata de presentarse a sí mismo y ante los demás del mejor modo. Por eso, cuando las gentes nos miran, de modo instintivo nos obligan a actuar en público : y a actuar bien : nos obligan a presentar siempre una buena imagen; una imagen conforme a los modelos aceptados.

Nuestro empeño no constituye necesariamente una forma de autoengaño o de impostura ante los demás. Desde los primeros tiempos de la reflexión ética en Grecia se advirtió la dualidad entre el ser y el parecer, y ya entonces se descubrió que actuar ante los demás nos mejora ante nosotros mismos : Zenon de Elea, el fundador de los estoicos, aseguraba “que la propia simulación de una conducta recta, produciría poco a poco, y de manera insensible, una especie de simulación y hábito en la virtud.” Y se podría concluir con Sócrates, que “el camino más derecho y más corto para la gloria era intentar cada uno por su parte ser tal como deseara parecer.”

the mask or the role

La antigüedad clásica jugó con la idea de la máscara, que se superpone al individuo para convertirlo en un ser social, en una persona, en un personaje, palabra cuya raíz latina recuerda precisamente la actuación teatral.

Nuestra representación se efectúa ante círculos concéntricos; desde el círculo familiar, el grupo de los allegados, y el marco más general de la calle donde todavía se nos reconoce individualmente. En todos ellos tratamos de hacer una buena figura. Pero conforme nuestra actuación se ofrece ante círculos más amplios, la imagen resulta más abstracta : solo ofrecemos algunos aspectos, pocos, estereotipados y positivos. También los grupos de personas, las instituciones necesitan una buena imagen, y se esfuerzan en seguir los esterotipos. Si uno no se comporta adecuadamente, pero necesita presentar una buena imagen, queda obligado a disimular. Pero, incluso entonces, con las famosas palabras de La Rochefoucauld, “la hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud.”

Ante los círculos más amplios, donde todavía somos alguien -no seres anónimos-, pero donde el intercambio interpersonal es mínimo, presentamos nuestra imagen pública, más sumaria y arquetípica. Esta necesidad de representar sugirió desde el principio de nuestra civilización la metáfora de la vida como un teatro. El término de persona o personaje procede precisamente de la máscara que usaban los actores antiguos para señalar su papel : el guerrero, el rey, el anciano, el joven, la mujer. Y la sociología contemporánea ha recuperado esta idea, cuando se habla de roles.

Cada cual debe saber efectivamente qué papel le corresponde en la sociedad. Como dice Cicerón "antes de nada es necesario resolver qué figura hemos de hacer en el mundo y en qué modo de vida; resolución, por cierto, muy difícil." Y una vez decidido, habrá que llevarlo bien. "Has elegido este papel -dirá Séneca- y ahora tienes que representarlo;" para intentar conseguir el aplauso final, "y ahora, aplaudid, si os ha gustado la obra, y celebradlo entre todos", dirá, al morir, el emperador Augusto.

the REPUTAtioN

El aplauso de los demás es importante, pero no siempre es fácil de conseguir. Los demás necesitan "hacerse una idea" de nuestra persona, para orientar sus relaciones con nosotros. Nosotros tratamos de presentar nuestra imagen pública, pero en el contexto último de ese conjunto de relaciones mínimas, entre los demás se forma paulatinamente, otra imagen, no menos estereotipada que la que presentamos, y que nos define, por ejemplo : como la anciana encantadora, el mozo impertinente, el viejo gruñón, el señor cumplidor, que se difunde poco a poco, se hace voz populi, vox publica.

Tradicionalmente, se llama a esa última imagen “reputación”, y, cuando es positiva, “honra”, e históricamente se ha considerado como algo casi divino. La honra, o buena reputación, suscita la actitud básica que permite la relación interpersonal : el respeto, que los antiguos consideraban don de los dioses. Las personas e instituciones con buena reputación son personas e instituciones respetables : a las que se debe tratar con “miramiento”, que merecen un trato considerado.

La imagen pública que tratamos de ofrecer puede no coincidir con nuestra reputación, la imagen que los demás se forman de nosotros.

Marcos de Obregón, el escudero más aburrido de nuestra picaresca, apostilla que "la honra o infamia de los hombres no consiste en lo que ellos saben de sí propios, sino en lo que el vulgo sabe y dice; porque si lo que los hombres saben de sí mismos entendiesen que lo sabe el mundo como ellos lo saben, muchos o todos irían a donde gentes no los viesen."

La reputación constituye un bien precioso, continuamente amenazado por la maledicencia y la calumnia. Y la necesidad de defenderla es muy fuerte. Un personaje de Shakespeare hallado en falso, se lamenta : "Reputación, reputación! ¡He perdido la parte inmortal de mi ser, y todo lo que resta es bestial." De ahí se desprende la fuerza tiránica del “qué dirán”, la valoración que se hace de lo que esperan los demás de uno mismo, que seguramente equivale a la famosa expresión “el otro generalizado”, de G. H. Mead, y constituye el más efectivo control social.

El respeto a una persona se gana con el buen ejercicio en la función que le compete, "en cuyo cumplimiento consiste toda la honestidad de la vida, y en su omisión toda torpeza", según dice Cicerón. Y el afán de ganar el respeto general, la honra, es uno de los impulsos más importantes del comportamiento humano. No pocas veces sucede como al protagonista de El escándalo, de Pedro Antonio de Alarcón : "Yo no podría, no sabía ser bueno a solas, sin público, sin recompensa, sin auxilio; sin que a lo menos me constare que alguien me anotaba en cuenta el esfuerzo y mérito de cada día."

Esa notoriedad de la actuación no es necesariamente negativa. Cuando la honra alcanza “esplendor y publicidad” se denominaba “honor”; que todavía se define -sorprendentemente- como “cualidad que impulsa al hombre a conducirse con arreglo a las más elevadas normas morales.” No obstante, este término conlleva una marca de clase (elevada o no), y con frecuencia se presenta ambiguo. También los modernos estudios sobre formas de trato social han subrayado que la fuerza ejercida por la sociedad para guardar las formas obligaba a comportarse del mejor modo posible

Desde luego, existen personas sin reputación (ni buena ni mala) porque, por sus circunstancias sociales, nunca serán objeto de consideración : no cuentan para nada en la sociedad, y nadie reparará en ellos (non-person). Cada sujeto ve encauzada su actuación por el puesto que le otorga la sociedad. Y aunque en nuestra sociedad la libertad para elegir el papel que se desea hacer en la vida es grande, no siempre ha sido así : en el Gran Teatro del Mundo, se reconoce sin ambages que “no tenemos elección para haberlos de tomar.”

RANk and CONDItioN

Cuando Platón imaginó una ciudad ideal en su diálogo La República, colocó en ella los oficios indispensables : primero, el agricultor, para aportar frutos; y en seguida, el arquitecto, para idear refugios y defensas; luego el zapatero (más útil), y otros muchos. Finalmente dispuso los gobernantes : los guardianes y sus auxiliares. Recordaba a sus habitantes que "sois hermanos cuantos habitéis en la ciudad; los dioses hicieron entrar oro al formar a los destinados al gobierno, plata al preparar a los auxiliares, bronce y hierro al hacer surgir a los labradores y demás artesanos." Los dioses destruirían la ciudad si se alterase este orden : así pues, incluso en la ciudad ideal, aunque todos fueran hermanos, unos eran de oro y otros no. Los de oro ocupaban los trabajos más nobles, y los de hierro -como el arquitecto- los más apremiantes.

Las diferencias entre los hombres de oro y los de hierro han persistido siempre; y sólo en nuestra época han comenzado a disolverse. En la ciudades que conoció Platón, las distintas funciones se destinaban a personas de distinta condición. Cuando todavía hablamos de "baja condición", "noble condición", o incluso "buena condición" nos referimos a esa idea. No eran los hombres de oro quienes ejercían el gobierno; sino que eran hombres de oro porque ejercían el gobierno : el alto papel que desempeñaban les hacía de oro (en varios sentidos), lo cumplieran bien o mal.

La condición se adquiría con el nacimiento, pero conllevaba una serie de obligaciones. Los hombres de oro recibían una educación que les capacitaba para las tareas doradas que se les asignaba. Las diferencias entre un dorado ciudadano de Atenas y un herrumbroso campesino de otro orden no eran en absoluto superficiales. El aldeano era realmente un ignorante, y por tanto resultaba verdaderamente incapaz de participar en el gobierno de la ciudad. Por fortuna, en nuestros ambientes se han desdibujado bastante estas distinciones. Pero en las civilizaciones que nos han precedido dominaban la vida, y encauzaban su progreso.

Recuerdo haber leido que se habían conservado las cuentas de un ciudadano de Ostia Antica, donde consignaba las compras diarias de comida y otras menudencias; y en ellas especificaba que había comprado "pan para el esclavo", el único esclavo que poseía, pues tomaba un pan -lógicamente- de inferior calidad. No sólo por ahorrar, sino porque parecía lo propio. Cualquier estudioso de la literatura clásica se habrá topado con la imagen estereotipada del esclavo que domina la imaginación de los autores clásicos. No se trata del condenado a las galeras o a las minas. Sino del esclavo doméstico, holgazán, sucio y maloliente, que facilita todavía más la distinción ante sus señores. Sucede que efectivamente está más sucio : posee menos ropa, no se lava y se alimenta peor (no está nada motivado -como cabría esperar-).

Lo mismo sucederá después, aunque en menor grado : frente a un caballero medieval, se encontraba sólo un “desagradable escudero". Así se describe en Canterbury Tales : “¿Cómo era? Os lo diré : Cabellos enmarañados y rojos y tiesos y erizados como un puerco espín irritado; e iguales eran sus cejas, que le tapaban todo el rostro y toda la nariz hasta los bigotes, que los tenía retorcidos y largos. Tenía la boca hendida y la barba espesa, partida y luego rizada; el cuello corto y el pecho abombado”. Del mismo modo, los habitantes que vivían fuera de las primeras cortes renacentistas eran vistos por los cortesanos como “patacos, moñacos, toscos, groseros y mal criados.”

La educación en el mundo antiguo fue siempre un privilegio; una lotería que se ganaba con nacer en buena cuna. A la educación se añadía una mejor dieta, un ejercicio físico más equilibrado, una mayor defensa ante las enfermedades y las deformaciones, mejor vestido, abrigo y limpieza. La gente dorada era realmente una beautifull people : gente objetivamente más guapa : a sus miembros les era muy fácil parecer superiores; y en muchos aspectos, realmente lo eran.

La diferenciación social sólo se disolvió lentamente con la difusión de la educación. Desde el comienzo del cristianismo, muchas buenas cabezas de capas bajas sortearon la rígida división de clases, como hombres de iglesia; y muchas personas que pertenecían a capas superiores se esforzaron en educar a estratos menos favorecidos.

El crecimiento lento de una clase media favoreció una educación más generalizada. Y desde el siglo XVI, con el desarrollo de la vida urbana, proliferaron también los tratados de urbanidad, que trataban de arrebatar a las clases altas el secreto de su distinción.

En cierto modo, la difusión de esas marcas de clase desgastó su poder y obligó a que aparecieran otras todavía más sofisticadas. Indudablemente el “buen gusto” se encontraba entre ellas, y por esa misma razón la elegancia ha perdido su poder de "distinción".

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NOTAS

HORACIO, Sermo, I, iv, 109-26.

CICERÓN lo percibió claramente. Véase De Oficiis, II, ix. En la tradición cristiana el tema tuvo una suerte diversa. Agustín de Hipona, una de las inteligencias más capaces creyó que a un cristiano no debía importar su imagen ante los demás, y así lo dice en La Ciudad de Dios. Por motivos muy diferentes, encontraremos la misma opinión en autores de tradición estoica, como por ejemplo, Luis VIVES en su Introducción a la Sabiduría. Sin embargo una cosa es que debe sacrificarse la imagen propia a fines más altos, y otra, que no importe la honra.

Está citado en PLUTARCO, Pericles V, 3. La aconsejaba así a quienes criticaban el porte señorial de Pericles; tanto Zenón como Plutarco veían en él virtudes emulables.

Lo recoge CICERÓN, De Oficiis, II, xxii.

Nº 218 : LA ROCHEFOUCAULD, François, Duc de (1613-1680), Maximes; suivies des réflexions diverses, du portrait de La Rochefoucauld par lui-meme et des remarques de Christine de Suede sur les maximes, Garnier Freres, Paris, 1967, 56, 613.

Véase ROCHER, Guy, Introducción a la sociología general, 11ª ed., Madrid, 1990, 42 ss. B6.300

PARSONS, Talcott (1902-), El sistema social, Revista de Occidente, Madrid, 1976, B5.348.

PARSONS, Talcott (1902-) (ed.lit.),Theories of society : foundations of modern sociological theory, Free Press, New York, 1965, B.4.573

Desde el punto de vista de la psicología, véase MYERS, D. G., Social Psychology,, 2a ed., Panamericana, Madrid, 1991, Biblioteca de ciencias, S.PSIC.EXP.(4) 001.001.

GOFFMAN, Erving, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Amorrortu, Buenos Aires, 1994.

CICERON, De Oficiis, I, xxxii.

SENECA, De Beneficiis, II, vii, 2.

SUETONIO, Vida de los doce césares, Augusto, XCIX. De estas tres citas se puede colegir el éxito de esta idea y particularmente en la escuela estoica, a la que pertenecía Séneca, con la que Augusto simpatizaba, y de la que Cicerón tomó muchas cosas.

Narra Platón el mito de que robando Prometeo el fuego y las artes para los hombres, vivían estos aisladamente y a merced de las fieras. Zeus, apiadado, envió a Hermes para que repartiera también entre ellos el respeto y la justicia, se establecieran así la armonía y amistad, y surgieran las ciudades. Precisó Zeus que los atenienses, cuando "han de juzgar el mérito en Arquitectura, sólo conceden derecho a unos pocos hombres", pero todos los hombres deberán tener parte en el respeto y la justicia.

ESPINEL, Vicente, Vida del Escudero Marcos de Obregón, relación III, descanso VI.

SHAKESPEARE, W., Otelo, el moro de Venecia acto 2º, escena tercera. Cassio, a quien Otelo encuentra borracho.

MEAD, George, H., Espíritu, persona y sociedad, Buenos Aires, Parte III, 167-248.

CICERÓN, De Oficiis, I, ii.

IV, capítulo 9. La novela comienza por un capítulo titulado “La opinión pública”, los primeros pasos de este término en nuestro país.

Diccionario de la lengua castellana ..., 3ª ed., Madrid, viuda de Don Joaquín Ibarra, 1781.

Real Academia, Diccionario

Gautheron, Marie (ed.), El honor : Imagen de sí mismo o don de sí, un ideal equívoco, Cátedra, Madrid, 1992. Véase, especialmente el Prólogo, de la editora, 9-16, y de Pitt-Rivers, julian, “La enfermedad del honor”, 19-, y varios, 49-89. Interesante : MADRIGAL, José, A., Bibliografía sobre el pundonor : Teatro del siglo de Oro, Universal, Miami, 1977.

Calderón de la Barca, escena segunda, 306-8.

PLATÓN, La República, 369b y ss.

PLATÓN, La República, 415a.

BONNER, Stanley F., La educación en la Roma Antigua : desde Catón el Viejo a Plinio el Joven, Herder, Barcelona, 1984. F.181.602, XXX

CHRETIEN DE TROYES, Perceval o el cuento del Grial, 8ª ed., Madrid, 1992, 180.

GUEVARA, Fray Antonio de, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, Madrid, 1967, 143-144.

REVEL, Jacques, “Los usos de la civilidad”, en Historia de la vida privada,

 
Joaquin Lorda. CLASSICAL ARCHITECTURE

I. Sense of Order

3. A feeling of deference

3. 1. Rank and quality
3. 2. Deference and homage
3. 3. Distinction and elegance
 
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