3. 2. Deference and homage

the need of distinction

La condición se manifiesta en todas las actuaciones del personaje. No sólo se manifiesta, sino que debe ser manifestada. Corresponde a su papel actuar así. Esta necesidad tiene en castellano un término expresivo : distinción. Las personas de alguna condición y oficio, de alguna consideración, han de ser personas distinguidas; distinguidas porque debe señalarse su pertenencia a un alto estrato social; y también distinguidas porque han de diferenciarse del público indiferenciado. La virtud de la distinción representa tanto un comportamiento identificable y positivo, como la habilidad para guardar las distancias.

Sócrates disculpa al filósofo por no acertar a colocarse el manto, como debe un hombre libre. Tal vez al filósofo pueda disculparse su torpeza, pero el periodista Azorín, veinticinco siglos después, casi ya en nuestro tiempo (en 1904), y profesando "ideas avanzadas", no tiene empacho en recordar que "un hombre que no lleva camisa planchada no puede tener talento ni energía".

La camisa almidonada fue hasta hace una generación, un signo ineludible de condición. La imagen pública incluía el lustre de los zapatos, la raya de los pantalones, la tersura del almidón y la tiesura de un cuello impecable. Hoy resultan convenciones olvidadas y anacrónicas. Y hemos oído contar que el hombre feliz, cuya camisa buscaba ansiosamente el rey, no vestía camisa ninguna (Padre Isla).

Es probable que, a principios de siglo, una camisa arrugada denunciase una personalidad poco interesante. Aunque había notables excepciones, el almidón exigía un cuidado y atención que implicaban cierto dispendio de tiempo y dinero, cierto dominio de sí, y una preocupación estimulante por la propia imagen. Rudyard Kipling cuenta de un gentleman inglés, encargado de dirigir la custodia de unos remotos bosques en la India. "Gisborne había sabido mantener el respeto por sí mismo dentro de su aislamiento, y todas las noches se vestía de etiqueta para cenar; la blanca pechera almidonada producía un leve crujido rítmico al compás de la respiración." El rítmico crujido del almidón resume el poder de la civilización; el hombre solitario mantiene su condición de caballero, y se comporta con dignidad, cuando a su alrededor todo invita a la despreocupación y al abandono.

El vestido ayuda a la persona a manifestar su condición, pero también a ejercerla; el vestido le exige la compostura, y la compostura pertenece a la imagen pública. Los jueces de Hitler que juzgaron a militares rebeldes de alta graduación, los obligaban a vestir de civil, con ropa vieja y mayor que su talla : durante el juicio, un mariscal debía sostenerse el pantalón con las manos. Esta imagen les descalificaba ante el público, y les rebajaba ante sí mismos. Ya en el ejército romano fue un castigo infamante presentar a los oficiales sin cinturón.

La condición en definitiva se provee de ciertos modos que se han elaborado históricamente, y que resultan aptos para presentar una imagen distinguida, en su doble aspecto; diferenciada y específica por un lado y distanciada de todo aquello inculto.

Estas fórmulas tienen eficacia propia dentro de su contexto. Son marcas de distinción, pero antes que nada son los modos concretos de configurar la imagen pública : las formalidades.

courteous treatment

Hasta el momento me he referido a las formalidades que se destinan directamente a la construcción de la propia imagen, pero he repetido que intervienen también formalidades de trato social.

Entre las formalidades que canalizan la relación entre personas, interesa destacar las que he denominado tratamiento de deferencia (de diferencia), que se utilizan entre personas de distinta condición, precisamente para evidenciar diferencias, para marcar distancias.

Todas las formalidades manifiestan respeto, el reconocimiento de otra persona como interlocutor válido; con ellas se reconoce también un honor debido, que se debe públicamente, y que supone, en definitiva, una cierta distancia. Algunas formas de tratamiento corresponden específicamente a las marcas de distinción de las que he hablado. Mientras en el acuartelamiento cualquier oficial será saludado por el centinela; uno de la más alta graduación, pasará revista a la formación, que le presentará armas.

Estas formas están perfectamente delimitadas. Atentar contra ellas supone una amenaza contra el orden social que se considera jerarquizado según los estratos de condición que he mencionado anteriormente. El alcalde de Zalamea ajusticia a Don Alvaro, que ha forzado a su hijo, y entonces ha atentado a su honor; porque también un alcalde de pueblo tiene honor; entonces ordena que se le aplique el garrote vil, el procedimiento usual de aplicar la pena de muerte en España. Pero es un garrote vil. Cuando llega al lugar el rey Felipe II, comprende y aprueba la intención del alcalde, pero se lamenta del procedimiento : "pues ya que aquesto sea así, ¿porqué como a capitán y caballero, no hicisteis degollarle?". La excusa de que el verdugo de Zalamea estaba, lógicamente, poco entrenado en degollar nobles no convence al monarca. No obstante, el rey prudente concluye benigno con un "no importa errar lo menos quien acertó lo demás".

Como sucede en las marcas de distinción, la mejor parte de los tratamientos de deferencia no son específicos, y sólo se admite una gradación, se aplican con distinta intensidad. Muchos de ellos son antiquísimos y se han perpetuado a través de los siglos. Uno elemental es, por ejemplo, levantarse ante los ancianos. Como casi todas las formalidades básicas tiene una clara e inmediata eficacia. Lo encontramos en un papiro egipcio de 4000 años de antigüedad : "No te quedes sentado cuando otro mayor que tú está de pié". Y se atestigua en las etapas clásicas griegas y romanas; lo hallamos en Platón : "los jóvenes cedan el asiento y permanezcan de pie"; y en Aristóteles : "a los ancianos debemos honrarlos, levantándonos para salir a su encuentro, cediéndoles el asiento", y lo hemos oído cuando éramos pequeños, en perfecta continuidad. En la España de hace diez años, era frecuente ceder el asiento en el autobús a una persona de edad.

He escogido el ejemplo del asiento y los ancianos, porque no se trataba sólo de un gesto humanitario; tenía un algo de veneración, que se declara cuando hablamos de canas venerables o edad venerable. El respeto por los ancianos enlaza con algo muy profundo que los antiguos latinos llamaron pietas y que apenas palpita en la palabra castellana, muy desfigurada. La piedad suponía precisamente veneración, y la palabra veneración introduce la siguiente idea de este desarrollo.

Existen instancias especiales merecedoras de un trato diferencial con características igualmente singulares. Cuando se relacionan personas de diferente condición se hará sentir la diferencia en un trato de honor. Pero existen instancias a las que la sociedad creía deber su constitución como tal sociedad, y a éstas les dedicaba un culto.

INSTINctive marks of DEFERENCe

Hablamos de brillantes, ilustres, notables, altezas y majestades, haciendo ver que esas personas singulares se hacen notar y se distinguen por su brillo social, poseen una sangre clara, la limpieza de su ascendencia, la altura y su tamaño.

worship

Cuando los griegos avistaron la escuadra persa junto a Salamina, entonaron el siguiente peán, una pieza de la historia universal,

"id, hijos de los helenos / id a salvar la Patria, / id a salvar a los hijos / a las esposas, a los templos / de los dioses ancestrales / y las tumbas de los padres : / ésta será la lucha final".

Así lo recogió Esquilo, partícipe de la gran victoria, al estrenar su tragedia Los Persas, sólo ocho años después. Sus bellos versos conmoverían hasta las lágrimas al público, recordando lo que ya entonces era una leyenda. Hablaban de la Patria, una noción anterior a los hijos y a las esposas, en la que se inscriben también los dioses y los padres, y se representa en los templos y tumbas. Si la elegancia parecía apolillada, estas nociones semejan inmensos y destartalados muebles, arrumbados a duras penas en un desván.

Pero por esas cosas lucharon los griegos en Salamina, o al menos creyeron haber luchado. Ciertamente a los versos de Esquilo hay que añadir el conciso comentario de Tucídides a la arenga del Nicias; la armada ateniense emprendió la desastrosa expedición a Sicilia, sesenta años después de Salamina, que destruyó el apogeo de Ateneas. "Diciendo cosas, que suelen decir los hombres al encontrarse en situaciones semejantes, sin entender que parezca anticuado aquello que se invoca indefectiblemente en los mismos casos, que se refiere a mujeres, hijos y dioses patrios, pero se considera útil en ese momento". No siempre la defensa o posesión pacífica de estos asuntos despierta el mismo entusiasmo, ni tiene idéntico resultado.

Pero en los autores de teoría política, sin casi discusión hasta el siglo XVII, el amor a la patria se creyó una virtud, la pietas latina, que se aplicaba a lo que más íntimamente parecía constituirla, a los dioses y a los padres. A los dioses, a los numerosos que poblaban el panteón pagano, o al Dios cristiano o musulmán, la sociedad entera se debía como causada, y su dependencia obligaba a una manifestación pública, aparte de los actos privados de sus miembros.

Además, la doctrina común veía representada la sociedad en la autoridad, en los hombres concretos que regentaban los diversos aspectos de la vida pública, escogidos por un procedimiento legítimo. A las autoridades se añadían los hombres que la sociedad estimaba ejemplares en algún aspecto, y se proponían como modelos : los mejores.

La divinidad, los mayores, las autoridades y los mejores, son objeto en todas las sociedades antiguas del reconocimiento público de su condición especial, en el caso de la divinidad, trascendente. Es el reconocimiento personal o público de su venerabilidad.

La venerabilidad incluye una suerte de deuda, que no se da en los demás tratamientos de deferencia. En el trato con personas de condición diferente se honra a los más altos.

Aquí la sociedad toma la iniciativa, creyéndose en la obligación de ejecutar actos positivos de veneración que, en su conjunto, denominamos culto. El culto es un reconocimiento público de deuda hacia personas o instancias que han contribuído a fundar y sostener la sociedad. Y la sociedad responde con algo que tiene un carácter de ofrenda simbólica, pues se entiende que el bien recibido no es retribuible.

El culto divino requiere ofrendas que reciben, al considerarse aceptadas, un carácter sagrado. Son muchas las imágenes de donantes, obispos y reyes, que vemos ofreciendo los templos que llevan en sus manos. En el relieve conservado en la Catedral de Ulm, el alcalde y la alcaldesa se sitúan a ambos lados de la representación de la Iglesia, que carga sobre las espaldas encogidas de su arquitecto. El culto cristiano adquirió también la costumbre de religiones anteriores de consagrar edificios y objetos, substrayéndolos de cualquier otro uso.

La autoridad necesitará aparato, palacios, y salas de audiencia y tronos. Los ancestros, tumbas; y los mejores héroes y sabios, monumentos. Inclusive la sociedad puede darse culto directamente a sí misma, por medio de una representación. La más eficaz, al menos en la época clásica, fue el culto —mínimo— que recibieron los muros y las puertas de las ciudades, el pomerio, que se consideró también sagrado. Se dio culto a las insignias, luego banderas y escudos.

La noción de culto, desde este ángulo, resultará sorprendente. Hablar de culto a la autoridad, parecerá tan anacrónico como peligroso. Sin embargo, se lee en autores como Erasmus "y si el gran Turco -lo que no sucederá- llegara a mandar sobre nosotros, hemos de pecar si le negamos el honor debido a esa autoridad".

Si pensamos un poco, hallaremos numerosas muestras de culto público, aún en nuestra sociedad igualitaria e instantánea. Eso son los centenarios de personalidades célebres, las instituciones, premios, edificios, etc., que adoptan nombres famosos. Con más dificultad, reconocemos formalidades destinadas a las autoridades políticas o sociales. En nuestra sociedad ha desaparecido el culto a la divinidad, el culto público que se ofrecía en nombre de toda la sociedad; igualmente, cualquier forma de culto a los mayores. Se recordará que ambos recibían acogida en la noción de Patria, el armatoste más arrinconado de nuestros desvanes mentales.

La noción de culto parece la más importante de este desarrollo. Casi todos los grandes edificios de la historia de la arquitectura tuvieron un fin cultual. Incluso cabe extender esta noción a los edificios públicos que la sociedad se ofrenda a sí misma; de ellos recibe imagen, y toma conciencia de sí.

En los edificios, como en cualquier acto de culto las formalidades tienen un doble fin : por un lado se trata de una ofrenda votiva, que representa a la sociedad ante la instancia venerada; y por otro se trata de un reconocimiento público de dependencia, con lo que el don representa a esa instancia frente a la sociedad.

Por ese motivo el objeto necesita revestirse de una imagen adecuada a ese doble fin, necesita dignificarse. Cabe entender la historia de la cultura material, desde este punto de vista, como el esfuerzo continuado por lograr una imagen digna de uno mismo a través de los objetos que constituyen su entorno, el decorado donde actúa; y de un modo particular, dotar de imagen digna las ofrendas que debe a las instancias sociales más altas, y que se representan por ellas. Cabe en fin entender la entera historia de la cultura material como la búsqueda de recursos de dignificación.

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NOTAS

El manto podía colocarse de muchos modos. Y ponérselo era un verdadero arte. Los esclavos no lo cultivaban. Véase aquí a Teofrasto que califica de "asquerosidad" colocarse una túnica recia y sobre ella un manto ligero : Caracteres XIX.

Los pueblos, Madrid 1973, 151.

"En el Rukh" :. Obras escogidas, Madrid, 1950, 909.

Véase Deslanches, I., El traje, imagen del hombre, Madrid 1985.

Véase Zósimo, III, xix, 2 y Suetonio, Augusto, XXIV, 2.

Calderón de la Barca, P., El alcalde de Zalamea, jornada tercera.

Enseñanzas de Anii, citado en Galino, M.A., Historia de la Educación, Madrid 1960, 106.

La República, IV, 4256c.

La Etica a Nicómaco, VIII, 1165a.

Los Persas 55.

Historia de la Guerra del Peloponeso VII, Lxix, 2.

Tomás de Aquino trata magistralmente de ellos en Summa Theologica, II-II, q. 101, recogiendo las enseñanzas de Aristóteles en el capítulo VIII de su Etica a Nicómaco, citado anteriormente al hablar de la veneración a los ancianos. Ha de verse igualmente en Tomás de Aquino su exposición "De Observantia", op. cit., II-II, q. 102.

De civilitate morum puerilium, XII.

Diálogo de la Lengua; Madrid, 1969, 141.

Panecio y Posidonio.

CICERON, De oficiis, capítulos XXVII-XLI.

De Oratore, Brutus y Orator.

UNAMUNO, Miguel de, Andanzas y visiones españolas 10ª ed., Madrid, 1975, 19.

 
Joaquin Lorda. CLASSICAL ARCHITECTURE

I. Sense of Order

3. A feeling of deference

3. 1. Rank and quality
3. 2. Deference and homage
3. 3. Distinction and elegance
 
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