VERDADES VITALMENTE IMPORTANTES


Charles S. Peirce (1898)

Traducción castellana y notas de José Vericat (1988)*





89. El conservadurismo, el verdadero conservadurismo, que es conservadurismo sentimental, y que, aquellos que no tienen ninguna capacidad de observación para ver qué tipo de hombres son conservadores, lo llaman conservadurismo estúpido, un epíteto mucho más aplicable al falso conservadurismo, que trata de ver de qué lado está la tortilla. El verdadero conservadurismo, digo, no significa confiar en los razonamientos sobre cuestiones de importancia vital, sino, más bien, en los instintos hereditarios y en los sentimientos tradicionales. Mostremos al conservador argumentos a los cuales no pueda replicar de manera adecuada alguna, y que tiendan, digamos, a demostrar que la sabiduría y la virtud le piden que proponga casarse con su propia hermana, y, aun cuando sea incapaz de responder a los argumentos, no actuará en base a sus conclusiones, por cuanto cree que la tradición, y los sentimientos que la tradición y la costumbre han desarrollado en él, son guías más seguras que su propio y débil raciocinio. Por tanto, el verdadero conservadurismo es sentimentalismo. Desde luego, el sentimiento no plantea ninguna reivindicación de infalibilidad, en el sentido de infalibilidad teórica, una frase que el análisis lógico muestra que es un mero tintinear de palabras con un vocerío de significaciones contradictorias. El conservador necesita no olvidar que hubiese podido haber nacido brahmán con un sentimiento tradicional a favor de la suttee1, -una reflexión ésta que le tienta a transformarse en un radical. Pero, con todo, en conjunto, piensa que su plan más prudente es el de reverenciar sus sentimientos más profundos como a su más alta y última autoridad, la cual, en relación con éstos, es como prácticamente infalible para él -es decir, infalible en el único sentido de la palabra en el que infalible tiene algún significado consistente2.

90. La opinión predominante entre radicales, de que los conservadores y, en general, los sentimentalistas, son unos imbéciles, es sólo el fruto de la tendencia de los hombres a una exageración presuntuosa de sus capacidades de razonar. Aun cuando en algunas cuestiones soy un radical intransigente, dado que he habitado toda mi vida en una atmósfera científica, y no se me conoce como particularmente crédulo, tengo que confesar que el sentimentalismo conservador que acabo de definir se me impone por sí mismo a la mente como algo eminentemente juicioso y saludable. Si bien es, sin duda, loable reflexionar sobre cuestiones de detalle, con todo, me parece disparatado y ruin permitir que los meros razonamientos y la autopresunción de la razón intimiden al sentimentalismo normal y viril, que es el que debe constituir la piedra angular de toda nuestra conducta.

91. Después de todo, la filosofía, en su valoración más alta, no es más que una rama de la ciencia, y, en cuanto tal, no es un tema de importancia vital; y los que la representan como siéndolo nos están dando simplemente piedras en lugar de pan. Tengan en cuanta que no niego que un error filosófico o científico pueda traer consecuencias desastrosas para todo el mundo. Concebiblemente, puede comportar la extirpación de la raza humana. En este sentido puede tener una importancia del grado que se quiera. Con todo, en ningún caso resulta de importancia vital.

92. Aun cuando el error, qua acontecimiento, pueda constituir una gran calamidad, en el sentido en que un terremoto, o el impacto de un cometa, o la extinción del sol, constituirían importantes acontecimientos, y, consecuentemente, si sucede que está en el ámbito de mi deber, o en el de ustedes, el investigar cualquier cuestión filosófica y publicar los resultados más o menos erróneos de nuestras investigaciones, espero que no dejaremos de hacerlo si podemos. Ciertamente tiene su importancia toda tarea que tengamos por delante. Pero ahí termina nuestra responsabilidad. Y no es la filosofía misma, qua cognición, la que es vital, como lo es el hacer el papel que nos ha tocado en suerte.

93. Observarán ustedes que no he dicho ni una sola palabra en descrédito de la filosofía de la religión, en general, la cual, en todo caso, me parece un estudio de lo más interesante, y, posiblemente, apto para llevarnos a algún resultado útil. No he atacado tampoco ninguna secta de esta filosofía. No es a la filosofía a la que tengo por sórdida, sino al que se la represente como de importancia vital, como si cualquier religión genuina pudiera venir de la cabeza en lugar del corazón.

94. La ciencia de la ética es de alguna manera aliada de la filosofía de la religión. Es igualmente inútil. Ahora bien, los libros de casuística, ciertamente, usando la palabra "casuística" no en un sentido técnico, sino meramente para significar discusiones sobre lo que debe hacerse en diversas situaciones difíciles, pueden resultar, a la vez, extremadamente entretenidos y positivamente útiles. Pero la casuística es precisamente lo que no abordan los tratados ordinarios de ética, o al menos no de una manera seria. Básicamente, se ocupan de reflexionar sobre las bases de la moralidad, y otras cuestiones secundarias al respecto. Ahora bien, ¿cuál es la utilidad de fisgonear en las bases filosóficas de la moralidad? Todos sabemos lo que es la moralidad: es comportarse tal como han sido ustedes educados para comportarse, es decir, pensar que deben ser castigados de no comportarse así. Pero creer que hay que pensar tal como han sido educados para pensar define el conservadurismo. No se necesita razonamiento alguno para percibir que la moral es conservadurismo. Pero, una vez más, conservadurismo significa, como ustedes seguramente estarán de acuerdo, no confiar en las capacidades de razonar de uno. Ser un hombre moral es obedecer las máximas tradicionales de su comunidad, sin vacilación o discusión. De ahí que la ética, que es razonar una explicación de la moralidad, es, no diré que inmoral, pues esto sería ir demasiado lejos, pero sí que se compone de la sustancia misma de la inmoralidad. Si alguna vez les ocurre encontrarse unidos en su suerte con un ladrón no profesional, el único tipo verdaderamente malo de ladrón, y tiene ustedes ocasión de estudiar sus peculiaridades psicológicas, se encontrarán con que le caracterizan dos cosas: en primer lugar, una inmensa presunción en sus capacidades de razonar, incluso más de lo común, y, en segundo lugar, una disposición a razonar sobre las bases de la moral.

95. La ética, pues, aun cuando no sea un estudio positivamente peligroso, como a veces resulta, es una ciencia lo más inútil que pueda concebirse. Pero, tiene que decirse, en favor de los escritores de ética, que habitualmente están libres de la repugnante costumbre de vanagloriarse de la utilidad de su ciencia.

96. Lejos de mi el denigrarla. Aunque soy natural de Nueva York3, difícilmente se me confundirá con un filisteo de Wall Street. Una indagación inútil, supuesto que sea sistemática, es casi lo mismo que una indagación científica. O, en todo caso, si por algún infortunio una indagación científica resultara útil, habrá que mantener diligentemente fuera de la vista este aspecto de la misma durante la investigación, o, de lo contrario, como intentaré mostrarles otra tarde, quedarán fatalmente malditas sus esperanzas de éxito.

97. En la medida en que se reconozca que la ética no es un tema de vital importancia, o, en cualquier caso, que afecte a la consciencia del estudioso, constituye, para una mente normal y sana, un estudio educativo y de mucho valor, de alguna manera, más que la teoría del whist4. Nuestro sentimiento más profundo pronuncia el veredicto de nuestra propia insignificancia. El análisis psicológico muestra que no hay nada que distinga mi identidad personal, excepto mis faltas y mis limitaciones, mucho más que la cuestión de la llegada de Colón, cosas, éstas, que no son en absoluto insignificantes porque sean inútiles, ni porque en sí mismas sean de poca importancia, sino simple y únicamente porque se encuentran destacadas del gran continuo de las ideas.

98. Sería inútil enumerar las demás ciencias, dado que sería sólo reiterar la misma declaración. En la medida en que no se las considere como prácticas, que las degrada a artes de ganarse el sustento -como nuestro modernos autores degradan la filosofía de la religión, al reivindicar que es práctica-, ¿qué más da que el sustento a ganarse sea el de aquí, o el del más allá? Son todas ellas tales que sería demasiado poco decir que nos son de mucho valor. Más bien dejemos que nuestros corazones mascullen "benditos seamos", si la inmolación de nuestro ser puede llegar a soldar la más pequeña parte del gran cosmos de ideas al que pertenecen las ciencias.

99. Incluso si una ciencia es útil -como la ingeniería o la cirugía-, aunque lo sea sólo en el grado insignificante en que lo son estas ciencias, posee, con todo, una chispa divina por la que hay que olvidar y perdonar su trivial practicidad. Pero, tan pronto como una proposición se hace vitalmente importante, entonces, en primer lugar, se rebaja a la condición de un mero utensilio; y, en segundo lugar, cesa por completo de ser científica, porque, en relación con cuestiones de importancia vital, el razonar es, a la vez, una impertinencia hacia su contenido, y una traición a sí mismo.

100. De estar yo dispuesto a hacer una única excepción al principio que acabo de enunciar, y a admitir que ha habido un estudio a la vez científico, y, con todo, vitalmente importante, haría esta excepción en favor de la lógica; por la razón de que si caemos en el error de creer que las cuestiones vitalmente importantes se deciden mediante razonamiento, la sola esperanza de salvación reside en la lógica formal, que demuestre la manera más contundente que el razonar mismo testifica su propia subordinación última al sentimiento. Es como un papa que declarase ex cathedra que él no es la autoridad suprema, apelando implícitamente, por el poder de las llaves, a que todos los fieles le crean, bajo pena de condenación.

101. Entre las verdades vitalmente importantes hay una en la que verdaderamente creo -y en la que han creído hombres de discernimiento infinitamente más profundo que el mío- y que es la única supremamente importante. Y es la de que, de entre todas las verdades, los hechos auténticamente triviales son los vitalmente importantes. Pues la única cuestión vitalmente importante es mi interés, mi negocio, y mi deber -o el de ustedes. Ahora bien, ustedes y yo: ¿qué somos? Meras células de un organismo social5. Nuestro sentimiento más profundo pronuncia el veredicto de nuestra propia insignificancia. El análisis psicológico muestra que no hay nada que distinga mi identidad personal, excepto mis faltas y mis limitaciones6- o, si ustedes quieren, mi voluntad ciega, cuyo máximo empeño, por mi parte, es aniquilarla. El hombre encuentra su máxima ocupación no en la contemplación de los "temas de importancia vital", sino en aquellas cosas universales de las que trata la filosofía, en los factores del universo. La dedicación a los "temas de importancia vital" a lo máximo que puede llevar es a uno u otro de dos términos -bien, por un lado, a lo que se llama, espero que injustamente, americanismo, el culto de los negocios, la vida en la que la corriente fertilizante del sentimiento genial se seca, o se reduce a un riachuelo de cómicas comidillas, o bien, por otro, al monasticismo, deambulando sonámbulo por este mundo, con la mirada y el corazón puestos en nadie más que en el otro. Tomen ustedes, para alumbrar sus pasos, la fría luz de la razón, consideren sus negocios, sus deberes, como lo más elevado, y sólo podrán acabar en una de estas metas. Pero supongamos que ustedes, por el contrario, abrazan un sentimentalismo conservador, y valoran modestamente sus propias capacidades de razonar, al precio insignificante de lo que les hubiesen dado de haberlas puesto a subasta, ¿dónde entonces irían ustedes a parar? Porque entonces, la primera orden que se les da, su deber y su tarea absolutamente máximas reside, como todo el mundo sabe, en reconocer una tarea más elevada que la propia, no meramente como una diversión después de haber realizado la tarea cotidiana de la vocación, sino como una concepción generalizada del deber que completa la personalidad fundiéndola en las vecinas partes del cosmos universal. Si esto suena ininteligible, tomen precisamente como comparación la primera buena madre de familia con la que se topen, y pregúntense si no es ella una sentimentalista, si desearían ustedes que fuese de otra manera, y, en fin, si pueden ustedes encontrar una mejor fórmula que la que acabo de dar con la que esbozar los rasgos universales de su imagen. Me atrevo a decir que pueden mejorarlo; pero encontrarán que hay un elemento del mismo que es correcto -especialmente si les ayuda a su comprensión la lógica de relaciones- y éste es que el mandamiento supremo de la religión budista-cristiana es el de generalizar, el de completar todo el sistema, justamente hasta que resulte la continuidad, y los distintos individuos se unan. Resulta, así, que mientras el razonar y la ciencia del razonar proclaman estrepitosamente la subordinación del razonamiento al sentimiento, el auténtico mandato supremo del sentimiento es el de que el hombre se generalice, o, lo que la lógica de relaciones muestra que es la misma cosa, que se funda en el continuo universal, que es en lo que consiste el verdadero razonar. Pero ello no reinstaura el razonar, pues dicha generalización tendría lugar no meramente en las cogniciones del hombre, que no son más que la película superficial de su ser, sino, objetivamente, en las fuentes emocionales más profundas de su vida. Al cumplir este mandato el hombre se prepara para su transmutación en una nueva forma de vida, en el gozoso nirvana en el que las discontinuidades de su voluntad habrían simplemente desaparecido.

102. ¿Saben ustedes qué era lo que estaba en la raíz del barbarismo del período de los plantagenetas, y que paralizó el despertar de las ciencias desde la época de Roger Bacon a la de Francis Bacon? Lo descubrimos claramente en la historia, en los escritos y en los monumentos de aquella época. Fue el interés exagerado que los hombres tuvieron en cuestiones de importancia vital7.

103. ¿Saben ustedes que hay en el cristianismo que, cuando se reconoce, hace de nuestra religión un agente de reforma y progreso? Es el marcar al deber su propia cifra finita. No es que esto disminuya en grado alguno su importancia vital, sino que nos capacita para divisar, tras el perfil de esta inmensa montaña, una cima plateada irguiéndose en el aire tranquilo de la eternidad.

104. La generalización del sentimiento puede tener lugar por diferentes lados. La poesía8 es un tipo de generalización del sentimiento, y, en esta medida, es la metamorfosis regenerativa del sentimiento. Pero la poesía permanece, por un lado, sin generalizar, y a esto se debe su vacuidad. La generalización completa, la regeneración completa del sentimiento es la religión, que es poesía, pero poesía acabada.

105. Eso es aproximadamente lo que les tenía que decir sobre los temas de importancia vital. Para resumir, toda charla sensible sobre temas de importancia vital tiene que ser un lugar común, todo razonar sobre los mismos poco serio, y todo estudio de los mismos estrecho y sórdido.


Traducción de José Vericat



Notas

* (N. del E.) Reproducido con el permiso de José Vericat. Esta traducción está publicada en Charles S. Peirce. El hombre, un signo, Crítica, Barcelona 1988, pp. 325-331. "Verdades vitalmente importantes" constituye, junto con "Asuntos prácticos y sabiduría del sentimiento", una versión alternativa de la primera conferencia sobre "Ideas sueltas", de una serie dada en Cambridge en 1898, y junto con otros escritos relativos a lógica, ética y estética, se agrupa en los CP bajo el título de "Las ciencias normativas".

1. Una viuda hindú inmolada en la pila funeraria junto al cuerpo de su marido.

2. Peirce asocia el infalibilismo al determinismo mecanicista, mientras que el falibilismo coincidiría con sus posiciones relativas a la continuidad y al desarrollo: "el infalibilista naturalmente piensa que todo era sustancialmente como es ahora. Las leyes, en todo caso, al ser absolutas no podían desarrollarse. (...) Esto hace las leyes de la naturaleza absolutamente ciegas e inexplicables (...) Esto bloquea absolutamente el camino de la indagación. El falibilista no quiere esto. Se pregunta: ¿no pueden reconducirse de alguna manera estas fuerzas de la naturaleza a la razón? ¿No pueden haberse desarrollado naturalmente? Después de todo, no hay razón para pensar que son absolutas. Si todas las cosas son continuas [que es la posición sinejística] el universo tiene que experimentar un desarrollo continuo de la no-existencia a la existencia" (CP 1. 175).

3. Peirce nació en Cambridge, Mass., el 10 de septiembre de 1839, y vivió allí y en Milford, Pa., la mayor parte de su vida. Durante un tiempo, sin embargo, dio clases privadas de lógica en Nueva York (Nota de los editores de los CP).

4. Juego de cartas socialmente extendido, en la línea de lo que aquí podría ser el mus u otros.

5. "La idea misma de probabilidad y de razonamiento se basa en el supuesto de que este número es infinitamente grande (...) La lógica está enraizada en le principio social (...) El hombre (...) verá, si es suficientemente lógico, que no puede ser lógico en la medida en que se ocupe sólo de su propio destino, sino que sólo puede actuar lógicamente si se preocupa igualmente de todo lo que va a pasar en todos los casos posibles (...)" (CP 2. 654) (cf. también cap. VI de esta selección: "Cómo esclarecer nuestras ideas"

6. Estas son "algo privado y válido sólo para uno. En suma, el error aparece, y puede sólo explicarse suponiendo un mí-mismo [self] que sea falible" (CP 5. 234).

7. Cf. n. 19 del cap. VII de esta selección ("Temas del pragmaticismo")

8. "La mala poesía es falsa, lo aseguro, pero nada es más verdad que la verdadera poesía" (CP 1. 315). "El talante poético se aproxima al estado en el que el presente aparece tal como está presente. ¿Es la poesía tan abstracta e incolora? El presente es justo lo que es, al margen de lo ausente, al margen del pasado y del futuro. Es tal como es, ignorando totalmente cualquier otra cosa. En consecuencia, no puede abstraerse (...)" (CP 5. 44).


Fin de "Verdades vitalmente importantes", C. S. Peirce (1898). Traducción castellana y notas de José Vericat. En: Charles S. Peirce. El hombre, un signo, José Vericat (tr., intr. y notas), Crítica, Barcelona 1988, pp. 325-331. "Vitally Important Truths" corresponde a CP 1. 661-677.

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Fecha del documento: 30 de mayo 2001
Ultima actualización: 3 de mayo 2012

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