TEMAS DEL PRAGMATICISMO


Charles S. Peirce (1905)

Traducción castellana y notas de José Vericat (1988)*







I. Seis caracteres del sentido común crítico

1. El pragmaticismo ha sido definido originalmente1 en forma de una máxima, tal como sigue: Considera qué efectos, que pueden tener concebiblemente repercusiones prácticas, concibes que tienen los objetos de tu concepción. Así, tu concepción de aquellos efectos es el todo de tu concepción del objeto2.

Voy a renunciar esto con otras palabras, ya que con frecuencia se puede eliminar así alguna insospechada fuente de perplejidad para el lector. Esta vez será en el modo indicativo, tal como sigue. Toda la intención intelectual de un símbolo consiste en el total de todos los modos generales de conducta racional que, condicionados a todas las diferentes circunstancias y deseos posibles, se seguirían de la aceptación del símbolo.

*1. [Este laboratorio de la vida no impidió al autor (que aquí y en lo que sigue ejemplifica simplemente el tipo de experimentalista) llegar a interesarse en los métodos de pensamiento; y, cuando empezó a leer metafísica, aun cuando en gran parte le parecía razonada de forma ligera, y determinada por preocupaciones accidentales, con todo, en los escritos de algunos filósofos, especialmente de Kant, Berkeley y Spinoza, tropezó algunas veces con modos de pensamiento que recordaban las maneras de pensar del laboratorio, sintiendo así que podía confiar en ellos, todo lo cual ha sido cierto de otros hombres de laboratorio.

Esforzándose por formular lo que había aprobado de esta manera, tal como lo haría de modo natural un hombre de este tipo, formuló la teoría de que una concepción, es decir, la intención racional de una palabra u otra expresión, reside exclusivamente en sus repercusiones concebibles en la conducta de la vida; de manera que, dado que obviamente nada que no pueda resultar del experimento puede tener repercusión directa alguna en la conducta, si uno puede definir con exactitud todos los fenómenos experimentales concebibles que pudiera implicar la afirmación o negación de un concepto, uno tendría ahí una definición completa del concepto, no habiendo en él absolutamente nada más. Para esta doctrina inventó el nombre pragmatismo. Algunos de sus amigos le aconsejaron llamarla practicismo o practicalismo (quizá sobre la base de que prachcz es mejor griego que pragmahcoz ). Pero para uno, que, como el autor, que, junto con diecinueve de cada veinte experimentalistas que se habían vuelto hacia la filosofía, había aprendido filosofía con Kant, y que pensaba aún con la mayor facilidad en términos kantianos, práctico y pragmático estaban tan alejados como los dos polos, perteneciendo, el primero, a una región del pensamiento en la que ninguna mente del tipo experimentalista puede nunca estar segura de pisar sobre terreno firme, y expresando, el segundo, una relación a algún propósito humano definido. Ahora bien, el rasgo más notable absolutamente de la nueva teoría fue el reconocimiento de una conexión inseparable entre cognición racional y propósito racional; y esta consideración era la que determinaba la preferencia por el nombre de pragmatismo]

*2. [En relación a la cuestión de la nomenclatura filosófica hay unas pocas consideraciones simples, que el autor ha ansiado durante muchos años someter al juicio deliberado de aquellos pocos colegas de filosofía, que deplorando el estado presente de dicho estudio, intentan rescatarla del mismo, trayéndola a una condición igual a la de las ciencias naturales, en la que los investigadores, en lugar de despreciar, como desencaminada del principio al fin, cada uno la labor de la mayoría de los demás, cooperan hombro con hombro, multiplicando resultados irrefutables; en la que cada observación se repite, valiendo de poco las observaciones aisladas; en la que cada hipótesis merecedora de atención se somete a un severo pero recto examen, confiando sólo en ella después de que las predicciones a las que conduce han sido confirmadas de forma notable por la experiencia, y, aún entonces, sólo provisionalmente; en la que raramente se da un paso radicalmente en falso, siendo, incluso, la más defectuosa de las teorías que han adquirido amplia credibilidad verdadera en sus predicciones experienciales básicas. A examen de estos estudiosos se somete el que ningún estudio pueda llegara ser científico, en el sentido descrito, hasta que el mismo no se haya provisto de una nomenclatura técnica adecuada, teniendo cada uno de los términos un significado definido único, aceptado universalmente por los estudiosos de la materia, y cuyos vocablos carezcan por completo de aquella suavidad y atractivo que pueda tentar a escritores superficiales a abusar de los mismos -siendo esta una virtud demasiado poco apreciada de la nomenclatura científica. A examen se somete el hecho de que la experiencia de aquellas ciencias que han superado las mayores dificultades de terminología, y que son, incuestionablemente, las ciencias taxonómicas, la química, la mineralogía, la botánica, la zoología, ha mostrado de modo concluyente, que el único modo de promover la unanimidad y las rupturas indispensables respecto de las preferencias y hábitos individuales es, consecuentemente, el de conformar los cánones terminológicos que obtengan el apoyo del principio moral y del sentido de decencia de todo hombre; y que, en particular (bajo restricciones definidas), el sentimiento general será el de que el que introduce una nueva concepción en la filosofía tiene la obligación de inventar términos aceptables para expresarla, y que, hecho esto, el deber de sus colegas es el de aceptarlos, lamentando toda tergiversación de los mismos respecto de sus significados originales, no sólo como una gran descortesía hacia aquel de quien la filosofía es deudora de cada una de las concepciones, sino también como una injuria a la filosofía misma; y, además, habrá que estimular a que, una vez proporcionada una concepción con las palabras adecuadas y suficientes a su expresión, ningún otro término técnico, considerado en la misma relación, denote la misma cosa3. Si esta sugerencia encuentra aceptación, puede estimarse necesario que los filósofos, reunidos en congreso, tras una adecuada deliberación, adopten cánones convenientes para limitar la aplicación del principio. Así, tal como se hace en la química, puede ser prudente asignar significados fijos a ciertos prefijos y sufijos. Por ejemplo, puede estarse de acuerdo, quizás, en que el prefijo prope- señale una extensión amplia, y más bien indefinida, del significado del término al que va unido como tal; el nombre de una doctrina terminaría naturalmente en -ismo, mientras que -icismo puede señalar una acepción más estrictamente definida de esta doctrina, etc. También, al igual que en la biología no se tienen en cuenta los términos anteriores a Linneo, así, en filosofía, puede encontrarse mejor no retrotraerse más allá de la filosofía escolástica. Por ilustrar otro tipo de limitación, no ha ocurrido, quizá, probablemente nunca, que un filósofo haya intentado dar un nombre general a su propia doctrina, sin que este nombre adquiriera pronto, en el uso filosófico común, una significación mucho más amplia de la que originalmente se pretendía. Así, bajo los nombres de kantianismo, benthamismo, comteanismo, spencerianismo, etc., se expresan sistemas especiales, mientras que con trascendentalismo, utilitarismo, positivismo, evolucionismo, filosofía sintética, etc., se elevan éstos, de forma muy conveniente e irrevocable, a dominios mayores.]

2. Este escritor, aproximadamente nueve años antes de la formulación del pragmaticismo, defendió dos doctrinas que pueden tratarse como consecuencias de esta última creencia. Una de éstas puede llamarse sentido común crítico. Es una variedad de la filosofía del sentido común, pero identificada por seis caracteres distintivos, que será mejor enumerar inmediatamente.

3. Carácter I) El sentido común crítico admite que no sólo hay proposiciones indudables, sino también inferencias indudables. En un sentido, algo evidente es indudable; pero las proposiciones e inferencias que el sentido común crítico mantiene como originales, en el sentido de que no se pueden "reabrir" (como dicen los juristas), son indudables en el sentido de ser acríticas. El término "razonamiento" debiera circunscribirse a una tal fijación de una creencia por otra, en tanto razonable, deliberada, autocontrolada4. Un razonamiento tiene que ser consciente; y esta consciencia no es mera "consciencia inmediata", que (tal como argüí en 1868)5 es simple sensación vista desde otro lado, sino que, en su naturaleza última (significando, con este elemento característico de la misma, que no es reducible a nada más simple), es un sentido de asunción de un hábito, o disposición para responder de un modo dado a un tipo dado de estímulo. Más tarde aparecerán algunos éclaircissements respecto de la naturaleza de esto, así como, también, en mi tercer artículo sobre las bases del pragmaticismo6. Pero el secreto de la consciencia racional no hay que buscarlo tanto en el estudio de este peculiar nucleoide como en el examen del proceso de autocontrol, en su totalidad. La maquinaria de autocontrol lógico actúa en el mismo plano que lo hace el autocontrol moral, con gran diversidad de detalle. La mayor diferencia reside, quizás, en que, este último, sirve para inhibir desgastes alocados de energía, mientras que el primero, de forma más característica, nos asegura frente a la incertidumbre del asno de Buridán7. Uno de los ingredientes más esenciales de ambos es la formación de hábitos bajo una acción imaginaria (véase el artículo de enero de 1878)8; pero, en el proceso lógico, la imaginación emprende vuelos mucho más amplios, proporcionales a la generalidad del campo de investigación, que, en la pura matemática, está sólo coartada por los límites de sus propias fuerzas, mientras que, en el proceso moral, tomamos en consideración sólo las situaciones que pueden captarse o anticiparse. Pues, en la vida moral, lo que nos preocupa es nuestra conducta y sus raíces internas así como la aprobación de la consciencia, mientras que, en la vida intelectual, se da una tendencia a evaluar la existencia como el vehículo de las formas. Ciertos rasgos obvios del fenómeno del autocontrol (y especialmente del hábito) pueden expresarse de modo compacto, y sin ninguna adición hipotética, a excepción de lo que distintamente calificamos de imaginario, diciendo que tenemos una naturaleza oculta, de la que, junto con sus contenidos, sólo podemos juzgar por la conducta que determina, y por fenómenos de la misma. Todos asentirán en ello (o todos menos el nominalista extremo), pero los pensadores antisinejistas9 se enredan en una artificiosa maraña, al representar, falsificando los fenómenos, la consciencia como si fuera una piel, un tejido separado, que recubre una región subconsciente de la naturaleza oculta, mental, anímica o de base fisiológica. Me parece que, en el estado actual de nuestro conocimiento, una metodéutica seria prescribe que la diferencia, en las adhesiones a las apariencias, es sólo relativa, y que la delimitación no es precisa.

4. De acuerdo a la máxima del pragmaticismo, afirmar que la determinación afecta a nuestra naturaleza oculta es tanto como afirmar que es susceptible de afectar a la conducta deliberada; y, ya que somos conscientes de lo que hacemos deliberadamente, somos conscientes habitualiter de todo lo que se esconde en las profundidades de nuestra naturaleza; siendo presumible (y sólo presumible10, aun cuando se han detectado casos curiosos) que un esfuerzo de atención suficientemente enérgico lo sacaría a la luz. En consecuencia, decir que una operación mental está controlada es tanto como decir que es, en un sentido específico, una operación consciente; y esto, sin duda, es la consciencia del razonar. Pues, esta teoría requiere que, en el razonar, deberíamos ser conscientes no sólo de la conclusión y de nuestra aprobación deliberada de la misma, sino también del hecho de ser el resultado de las premisas de las que resulta, y, además, que la inferencia pertenece a una clase posible de inferencias que se conforman a un único principio directriz. Ahora bien, de hecho, encontramos una clase muy definida de operaciones mentales, de una naturaleza claramente diferente a todas las demás, que posee justamente estas propiedades. Estas solas merecen llamarse razonamientos; y si el razonador es consciente, aunque sea vagamente, de cuál es su principio directriz, su razonamiento debería llamarse argumentación lógica11. Hay, sin embargo, casos en los que somos conscientes de que una creencia ha estado determinada por otra creencia dada, pero no somos conscientes de que ello procede sobre la base de algún principio general. Tal es el caso del cogito, ergo sum de san Agustín12. Tal procedimiento no debería llamarse un razonamiento, sino una inferencia acrítica. Dicho de otra manera, hay casos en los que una creencia está determinada por otra, sin que nos percatemos en absoluto de ello. Estos deberían calificarse de sugerencias asociacionales de la creencia.

5. Ahora bien, como puede comprobar cualquiera que examine los artículos de noviembre de 1877 y de enero de 187813, la teoría del pragmaticismo se basaba, originalmente, en un estudio de aquella experiencia de los fenómenos de autocontrol, que es común a todos los hombres y mujeres adultos; y, hasta cierto punto, al menos, parece evidente que tiene que haber estado basada siempre así. Pues, el pragmaticismo retrotraería la intención intelectual de los símbolos a las concepciones de la conducta deliberada; y la conducta deliberada es conducta autocontrolada. Ahora bien, el control mismo puede controlarse, y el criticismo mismo someterse a criticismo; e, idealmente, no hay límite definido alguno a la secuencia. Pero si uno indaga, seriamente, sobre si es posible que una serie de esfuerzos actuales haya sido sin fin o sin principio (ahorraré al lector la discusión), creo que sólo puede concluirse (con una cierta vaguedad respecto de lo que constituye un esfuerzo) que tiene que considerarse como imposible. Se verá que se deduce que, junto a juicios perceptuales, hay creencias originales (es decir, indudables porque no están criticadas) de un tipo recurrente y general, así como también inferencias acríticas indudables.

6. Es importante, para el lector, convencerse de que la duda genuina tiene siempre un origen externo, que se plantea usualmente por sorpresa, y que es tan imposible que un hombre se provoque él mismo una duda genuina por un acto de voluntad, como el que bastaría para imaginarse la condición de un teorema matemático, como lo sería darse una genuina sorpresa a sí mismo por un simple acto de voluntad.

Pido también a mi lector, que crea que no me es posible poner, en estos artículos, más de un dos por ciento del pensamiento pertinente necesario para poder presentar el tema tal como lo he elaborado. Sólo puedo hacer una pequeña selección de lo que me parece oportuno someter a su juicio. Y no sólo he de omitir todos aquellos pasos en los que puede confiarse que el lector supla por sí mismo, sino, desgraciadamente, mucho más que puede plantearle dificultades.

7. Carácter II) No recuerdo que ninguno de los viejos filósofos escoceses intentase alguna vez hacer un listado completo de las creencias originales, si bien pensaron, ciertamente, en ello como algo factible, y como muy válido para la mente de todos los hombres, desde Adán hasta nuestros días. Pues, en aquellos tiempos, Adán era un personaje histórico incuestionado. ¿Cómo podía pensarse de otra manera, antes de que alguna de las ráfagas del aire de la evolución hubiese alcanzado aquellas costas? Cuando empecé a escribir, apenas si estábamos orientados en las nuevas ideas, y mi impresión era que las proposiciones indudables cambiaban de año en año con el pensador. Hice algunos estudios preparatorios para una investigación sobre la rapidez de estos cambios, pero se hizo caso omiso del tema; y sólo durante los últimos dos años me ha sido posible completar una investigación provisional, que me muestra que los cambios de generación en generación, aun cuando no son imperceptibles, incluso para un período tan corto, son tan leves, que, con modificaciones inevitables, pensé en adherirme a la opinión de aquel sutil pero equilibrado intelecto que es Thomas Reid en la cuestión del sentido común14 (así como, junto a Kant, también en relación con la percepción inmediata)15.

8. Carácter III) Los filósofos escoceses reconocían que las creencias originales participaban de la naturaleza general de los instintos, y lo mismo, al menos, es verdad por igual en las inferencias acríticas. Pero, si bien, incluso ahora, sabemos poco de los instintos, con todo estamos mucho más familiarizados con ellos que lo estaban los hombres del siglo XVIII. Sabemos, por ejemplo, que en un tiempo muy corto pueden modificarse. Los grandes hechos siempre han sido conocidos; tal como que el instinto raramente yerra, mientras que la razón se equivoca casi la mitad de las veces, si es que no lo hace con más frecuencia. Pero hay una cosa que los escoceses no pudieron llegar a reconocer, y es que las creencias originales sólo permanecen indudables en su aplicación a los asuntos que se asemejan a los propios de un modo primitivo de vida. Por ejemplo, el hecho de si los movimientos de los electrones están circunscritos a las tres dimensiones es algo abierto por completo a una duda razonable, aun cuando, desde un punto de vista metodéutico, es bueno presumir que lo están, hasta que se presenta alguna evidencia en contra. Por otro lado, tan pronto como encontramos que una creencia muestra síntomas de ser instintiva, aun cuando pueda parecer dudable tenemos que sospechar que un experimento mostraría que realmente no es así; pues, en nuestra vida artificial, especialmente en la de un estudioso, no hay error más probable que el de tomar por metal genuino una duda en el papel. Tomemos, por ejemplo, la creencia en la criminalidad del incesto. La biología, sin duda, testificará que su práctica no es aconsejable; pero, seguramente, nada de lo que tenga que decir podría garantizar la intensidad de nuestro sentimiento sobre el mismo. Sin embargo, cuando consideramos el estremecimiento de horror que la idea suscita en nosotros, encontramos razón en ello para considerarla un instinto; y, de aquí podemos inferir, que si se casaran un hermano y una hermana racionalistas se encontrarían con que no podrían desprenderse de la convicción de una horrible culpa.

Podemos poner, como contraste, la creencia de que el suicidio hay que calificarlo de asesinato. Hay dos signos, bastante seguros, de que esto no es una creencia instintiva. Uno, que está sustancialmente circunscrito al mundo cristiano. El otro, que, cuando se llega al punto de un autodebate real, esta creencia parece tacharse y borrarse de la mente. En réplica a estos poderosos argumentos, se reivindica, como apoyos principales, la autoridad de los padres de la Iglesia, y el sin duda intenso apego instintivo a la vida. Este último fenómeno es, sin embargo, absolutamente irrelevante. Pues, si es doloroso dejar la vida, que en el peor de los casos tiene sus encantos, al igual que lo es sacarse una muela, con todo no hay en ello ningún elemento moral en absoluto. Por lo que respecta a la tradición cristiana, puede explicarse por las circunstancias de la Iglesia primitiva. Pues la cristiandad, la más terriblemente celosa e intolerante de las religiones (véase El Apocalipsis, de san Juan) -y lo fue hasta que se diluyó con la civilización- no reconocía como digna de la menor consideración ninguna otra moralidad que la cristiana. Ahora bien, la Iglesia primitiva necesitaba de mártires, es decir, de testimonios, y, si alguien se quitaba la vida, incurría en la abominable infidelidad de dejarla sin ser testimonio de su poder. Esta creencia, pues, debería establecerse como dudable; y, apenas si proclamada como dudable, la razón la estampará ya como falsa.

La escuela escocesa no parece disponer en absoluto de una distinción tal en relación con los límites de la indudabilidad, y de los consiguientes límites de jurisdicción de la creencia original.

9. Carácter IV) Con toda probabilidad la característica más distintiva del partidario del sentido común crítico, en contraposición al viejo filósofo escocés, reside en su insistencia de que lo acríticamente indudable es invariablemente vago.

Los lógicos se han confundido al dar el adiós a la vaguedad, sin siquiera analizarla. El presente autor ha hecho lo más que ha podido para elaborar la estejiología (o estoijeiología), crítica y metodéutica16 de este tema, pero aquí sólo puede dar una definición o dos, con algunas propuestas respecto de la terminología.

10. Escritores estrictos han hecho, aparentemente, una distinción entre lo definido y lo determinado. Un tema es determinado respecto de cualquier característica inherente al mismo, o que se predica (universal y afirmativamente) del mismo, así como también respecto a la negación de tal característica, siendo éstos exactamente los mismos respectos. En todos los demás respectos es indeterminado. Lo definido lo formularemos en seguida. Un signo (bajo cuya designación sitúo a todo tipo de pensamiento, y no sólo a signos externos) que esté a cualquier respecto objetivamente indeterminado (es decir, cuyo objeto no esté determinado por el signo mismo), es objetivamente general en la medida en que extiende al intérprete el privilegio de proseguir su determinación17.

Ejemplo: "El hombre es mortal". A la pregunta, ¿qué hombre?, la respuesta es que la proposición hace recaer explícitamente en ti el aplicar su aserto al hombre u hombres que quieras. Un signo, que a cualquier respecto esté objetivamente indeterminado, es objetivamente vago, en la medida en que su ulterior determinación queda a cargo de algún otro signo concebible, o, al menos, en la medida en que no nombra al intérprete como a su diputado en este oficio. Ejemplo: "Un hombre, a quien podría mencionar, parece ser un tanto engreído". La sugerencia aquí es que, el hombre en cuestión, es la persona a la que se dirige; pero la que habla no autoriza una tal interpretación, o cualquier otra aplicación de lo que dice. Puede decir también, si quiere, que no se refiere a la persona a la que se dirige. Cada expresión, naturalmente, deja a cargo del que habla el derecho a una ulterior explicitación; y, por tanto, un signo es vago en la medida en que está indeterminado, a menos que se haga general, de forma expresa, o por medio de una convención bien entendida. Habitualmente, una predicación afirmativa abarca generalmente toda característica esencial del predicado, mientras que una predicación negativa niega vagamente alguna característica esencial. Dicho de otra manera, la gente honrada, de no estar bromeando, procura dar una significación determinada a sus palabras, de manera que no haya en absoluto laxitud alguna de interpretación. Lo que es tanto como decir que el carácter de lo que significan consiste en las implicaciones y no implicaciones de sus palabras; y en que intentan fijar lo implicado y lo no implicado. Creen conseguirlo, y si su charla versa sobre la teoría de los números, quizá sea así. Pero, cuanto más se alejan sus temas de tales contenidos "precisos" (presciss)18, o abstractos, tanto menor es la posibilidad de que se dé una tal precisión de lenguaje. En la medida en que la implicación no está determinada, se deja usualmente vaga; pero, hay casos en los que un desinterés en tratar cuestiones desagradables lleva al que habla a dejar la determinación de la implicación a cargo del intérprete, como cuando uno dice: "Esta criatura es espesa, en todos los sentidos del término".

11. Quizás un par de definiciones más científicas serían que algo es general en la medida en que no se aplica al mismo el principio del tercio excluso, y que es vago en la medida en que no se aplica el principio de contradicción. Así, aunque es verdad que: "La proposición que quieras, una vez determinada su identidad, o es falsa o es verdadera", con todo, en tanto en cuanto continúa indeterminada, y, por tanto, sin identidad, no necesita ser verdad que cualquier proposición que quieras sea verdadera, ni tampoco ser falsa. De la misma manera, por tanto, si bien es falso que: "Una proposición, cuya identidad he determinado, es a la vez verdadera y falsa", con todo, hasta que esté determinada, puede ser verdad que una proposición sea verdadera y que una proposición sea falsa19.

12. En estos respectos en que un signo no es vago se dice que es definido, y también, con un modo de aplicación ligeramente diferente, que es preciso, una significación, ésta, debida probablemente a que præcisus se aplicaba a negaciones y refutaciones concisas20. Este ha sido el sentido ordinario y arraigado de preciso desde los plantagenetas21, y sería mucho de desear que, en el dialecto de la filosofía, esta palabra, junto con sus derivados precisión, precisivo (precisive)22, etc., se restringiese a este sentido. El francés dispone del verbo préciser para expresar el acto de precisar (rendering precise) (aunque usualmente sólo con referencia a cantidades, datos y cosas parecidas), que, por analogía a décider, hubiese tenido que ser précider23. ¿No hubiese sido una útil incorporación a nuestra terminología lógica inglesa el adoptar el verbo to precide para expresar el sentido general del precisar? Nuestros viejos lógicos, con saludable osadía, parecen haber creado, para su propia utilidad, el verbo prescindir (to prescind), cuya palabra latina correspondiente significa sólo 'trinchar'24, mientras que la palabra inglesa significa suponer sin suponer complemento alguno, esté o no indicado de modo más o menos determinado. En geometría, por ejemplo, "prescindimos" la forma del color, que es precisamente lo mismo que "abstraer" el color de la forma, aun cuando muchos escritores empleen el verbo "abstraer" como equivalente a "prescindir". Pero, sea la invención o sea el arrojo de nuestros antepasados filosóficos lo que se vuelca en la manufactura del verbo "prescindir", el hecho curioso es que en lugar de derivar del mismo el sustantivo prescisión (prescission), tomen el modelo de los lógicos franceses al limitar la palabra precisión a su segundo uso. Por la misma época (véase Watts, Logick, 1725, I, vi, pp. 9 y ss.)25 se introdujo el adjetivo precisivo (precisive) para significar aquello que hubiese estado más inequívocamente expresado por prescisivo (prescissive)26. Si queremos rescatar el buen navío de la filosofía de manos de los filibusteros del mar de la literatura, para ponerlo al servicio de la ciencia, haremos bien en mantener, por un lado, prescindir (prescind), prescisar (presciss), prescisión (prescission) y prescisivo (prescissive)27, para referirnos a la disección en la hipótesis, mientras que precidir (precide), preciso (precise), precisión (precision) y precisivo (precisive)28 habrá que utilizarlos para referirse exclusivamente a una expresión de la determinación, que, o le viene totalmente dada, o se deja libremente a cargo del intérprete. Colaboraremos fuertemente, así, a evitar que la estirpe de "abstracto" sucumba bajo la doble carga de transmitir, tanto la idea de prescisión, como la muy importante idea, independiente de la anterior, de la creación de un ens rationis29 a partir de un epoz pteroen30 -por birlar la frase, para dar un nombre a una expresión del pensamiento no sustantivo- una operación que ha sido tratada como objeto del ridículo -esta abstracción hispostática31- pero que da a las matemáticas la mitad de su fuerza32.

*12. [Se conoce como determinación33 una operación que incrementa la profundidad de un término, sea con o sin cambio de información. En general, los textos dan abstracción como lo contrario de determinación; pero ellos es inadmisible. Yo propondría la palabra vaciado. El adjetivo abstracto, a imitación del griego, se utilizó primero en latín, en relación con una forma geométrica concebida como vaciada de materia. Un concepto tal es intuitivo, en el sentido de ser pictórico. En el siglo VII, Isidoro de Sevilla define el número abstracto con el mismo sentido con el que la frase está aún en boga34. Pero ni abstracto, ni ninguna palabra afín, se identifican como términos lógicos, hasta la proximidad de la gran disputa relativa al realismo y al nominalismo durante el siglo XII, cuando la introducción del término abstracción puede decirse que marca el cese de la controversia, si es que no es su fruto más importante. La palabra, sin apenas duda, es una traducción del griego aFairesiz, si bien no se adujo ningún texto griego conocido por aquel tiempo en occidente del cual se hubiese tomado. El significado etimológico es destacarse respecto de35; esto no significa, sin embargo, como a menudo se supone, alejar la atención respecto de un objeto, sino, como demuestran plenamente todos los primitivos pasajes en ambas lenguas, destacar un elemento del pensamiento (a saber, la forma) respecto del otro (la materia), del que al fin se hace caso omiso. Pero, incluso en el mismo primer pasaje, en el que abstracción aparece como término lógico, se dan dos significaciones distintas del mismo, la una, la contemplación de una forma aparte de la materia, como cuando pensamos en blancura, la otra, el pensar indifferenter sobre una naturaleza, o sin referencia a las diferencias entre sus individuos, como cuando pensamos en general en una cosa blanca36. Este último proceso se llama también precisión (o, mejor, prescisión): y representaría una gran contribución a la diafanidad del lenguaje, y de la expresión, si volviésemos al uso de los mejores doctores escolásticos y lo designásemos exclusivamente por este nombre37, restringiendo abstracción para el proceso anterior, por el cual obtenemos nociones correspondientes a los "nombres abstractos". Los lógicos modernos, especialmente los alemanes que han sido lamentablemente superficiales en sus estudios de lógica, han tenido la idea de que estos nombres abstractos eran meras cuestiones gramaticales, en las que el lógico no necesitaba entrar; pero la verdad es que ellas son el auténtico nervio del pensamiento matemático. De ahí que, en la teoría moderna de las ecuaciones, la acción de cambiar un cierto número de cantidades se considere por sí misma como contenido de una operación matemática, bajo el nombre de sustitución. Así, una línea recta, que no es más que una relación entre puntos, se estudia, y se intuye incluso, como una cosa distinta. Lo mejor sería limitar la palabra abstracción a este proceso; pero si no se puede persuadir a nadie de que lo haga así, lo mejor, entonces, es abolir completamente la palabra abstracción, y denominar a este proceso subjetivación. Hay que observar que los lógicos y los psicólogos modernos, aunque han cambiado completamente la amplitud de la abstracción, habitualmente aplican el término, no a subjetivación, sino a prescisión, reteniendo, con todo, la definición medieval, cuya aplicación iba dirigida no a este proceso último, sino al anterior. Básicamente, definían abstracción como centrarse en una parte de la idea, haciendo caso omiso del resto. Pues, la atención, es la aplicación denotativa pura, o función de amplitud del pensamiento-signo; es la parte que juega el pensamiento en cuanto índex. Al decir esto, desde luego, no pretendo estar dando una valoración psicológica de la atención, aun cuando pueda estar convencido de que la psicología se da como algo al margen, por un lado, de la lógica, y de la fisiología, por otro. La atención es una cierta modificación de los contenidos de la consciencia por referencia a un centro. Es ahí en este centro donde hay una fuerte reacción sentidos-voluntad, que imparte a la idea la naturaleza de un índex (veleta, signo de correos, u otra conexión ciega, constrictiva entre pensamiento y cosa). Ahora bien, el sujeto de una proposición es precisamente un tal índex. De ahí que, el fenómeno real de atender a una cualidad, digamos blanco, o de hacerla el centro del pensamiento, consiste en pensar en ella como el sujeto respecto del cual los otros elementos del pensamiento son atributos. Pero prescisión, si se analiza con exactitud, se verá que no es un asunto de atención. No podemos prescindir, sino sólo distinguir el color de la forma. Pero podemos prescindir la figura geométrica del color; y la operación consiste en imaginarla tan iluminada que no se pueda vislumbrar su matiz (lo que fácilmente podemos imaginar, mediante una exageración de la experiencia familiar de la indistintividad de los matices en la oscura penumbra). En general, la prescisión se realiza siempre imaginándonos a nosotros mismos en situaciones en las que no se pueden verificar ciertos elementos de hecho. Esta es una operación diferente, y más complicada, que la de meramente atender a un elemento haciendo caso omiso del resto. Así, si se acepta la definición que habitualmente se da de abstracción, como la atención a una parte de una idea, haciendo caso omiso del resto, el término no tiene ya que aplicarse a prescisión, sino exclusivamente a subjetivación.]

13. La concepción puramente formal de que las tres afecciones de los términos, determinación, generalidad y vaguedad forman un grupo articulante de una categoría, de lo que Kant llama "funciones del juicio", la pasan por alto, como sin importancia, aquellos que tienen que aprender aún el importante papel que los conceptos puramente formales pueden jugar en la filosofía. Sin detenerme a discutir esto, puede señalarse que, en lógica, la "cantidad" de las proposiciones, es decir, la distribución del primer sujeto38 es, o singular (es decir, determinada, lo que la hace, en lógica formal, sustancialmente despreciable), universal (es decir, general), o particular (como dicen los lógicos medievales, es decir, vaga o indefinida). Un hecho curioso es que en la lógica de relaciones son el cuantificador primero y último los que tienen una importancia primordial. Afirmar que algo es un caballo es atribuir a ello todas las características esenciales de un caballo; negar que algo es un caballo es denegarle, vagamente, alguna o más de estas características esenciales de un caballo. Hay, sin embargo, predicados que son inanalizables en un estado dado de la inteligencia y de la experiencia. Estos están, por lo tanto, afirmados o negados de modo determinado. Reaparece así, el mismo grupo de conceptos. La afirmación y la negación no se encuentran afectadas en sí mismas por estos conceptos, si bien hay que señalar que hay casos en los que podemos tener una idea aparentemente definida de una línea fronteriza entre la afirmación y la negación. Así, un punto de una superficie puede encontrarse en una región de esta superficie, o fuera de ella, o en su frontera. Esto nos proporciona una concepción indirecta y vaga de un intermediario entre afirmación y negación, en general, y, consecuentemente, de un estado intermedio o naciente, entre determinación e indeterminación. Tiene que haber una intermediabilidad similar entre generalidad y vaguedad. En efecto, en un artículo en el volumen séptimo de The Monist39, por debajo de lo que explícitamente se dice, subyace justamente la idea de una serie sin fin de tales intermediabilidades. Más adelante encontraremos alguna aplicación a estas reflexiones.

14. Carácter V) El representante del sentido común crítico se distingue también del viejo filósofo escocés por el gran valor que atribuye a la duda, supuesto sólo que sea el pasado y noble metal mismo, y no una falsificación, ni un sustitutivo de papel. El no se contenta con preguntarse si duda o no, sino que inventa un plan para alcanzar la duda, elaborándolo con detalle, y poniéndolo entonces en práctica, aun cuando esto pueda implicarle un mes intenso de duro trabajo; y, sólo después de haber procedido a lo largo de un tal examen, proclamará una creencia como indudable. Además, reconoce plenamente que, incluso entonces, puede ser que algunas de sus creencias indudables pueda probarse que sea falsa.

15. Carácter VI) El sentido común crítico puede, honestamente, reivindicar este título por dos razones; a saber, que, por un lado, somete cuatro opiniones a un rígido criticismo: la suya propia; la de la escuela escocesa; la de los que basarían la lógica, o la metafísica, en la psicología, o en cualquier otra ciencia especial, la menos sostenible de todas las opiniones filosóficas que hayan estado en boga; y la de Kant; mientras que, por otro lado, mantiene también una cierta reivindicación a llamarse crítica, por el hecho de no ser más que una modificación del kantismo. El presente autor fue un kantiano puro, hasta que, por pasos sucesivos, se vio arrastrado al pragmaticismo. Basta que el kantiano abjure, desde el fondo de su corazón, de la proposición de que, por muy indirectamente que sea, puede concebirse una cosa-en-sí-misma (y corregir, entonces, correspondientemente, los detalles de la doctrina de Kant), para encontrar que se ha transformado en un representante del sentido común crítico.


2. Modalidad objetiva y subjetiva

16. La doctrina escolástica del realismo40 es otra de las doctrinas implicadas en el pragmaticismo, como una consecuencia esencial de éste, pero que el presente escritor ya había defendido [306L, ad fin] y (North American Review, 1871, vol. CXIII, pp. 449-472), [vol 9] antes de que, incluso en su propia mente, hubiese formulado el principio del pragmaticismo. Se la define, usualmente, como la opinión de que hay objetos reales que son generales, contándose entre ellos los modos de determinación de los singulares existentes, si es que verdaderamente no son estos los únicos objetos. Pero la creencia en esto difícilmente puede dejar de ir acompañada por el reconocimiento de que también hay objetos vagos reales, y, especialmente, posibilidades reales. Pues, dado que posibilidad es la negación de una necesidad, que es un tipo de generalidad, es algo vago como cualquier otra contradicción de algo general. Ciertamente, aquello en lo que el pragmaticismo se preocupa de insistir más es en la realidad de algunas posibilidades. El artículo de enero de 187841 intentaba saltarse este punto en tanto inadecuado al exotérico público al que se dirigía; o es que, quizás, el autor mismo oscilaba mentalmente. Decía, que si se formaba un diamante en un lecho de algodón, y se llegaba a consumir ahí, sin que, en ningún momento, se le hubiese presionado con ningún filo o punzón duro, el haber dicho que este diamante era o no era duro habría sido meramente una cuestión de terminología. Sin duda es esto verdad, excepto en lo que respecta a la abominable falsedad en la palabra MERAMENTE, que implica que los símbolos son irreales. La terminología implica clasificación; y la clasificación es verdadera o falsa, y los objetos generales a los que se refiere, o bien son reales, en un caso, o son quimeras, en otros. Pues, si el lector vuelve a la máxima original del pragmaticismo, al principio de este artículo, verá que la cuestión es, nola de que sucedió, sino la de si hubiese estado bien adoptar una línea de conducta, cuyo éxito dependía de si este diamante resistiría un intento de rayarlo, o de si todos los otros medios lógicos de determinar cómo debía clasificarse llevarían a la conclusión de que, por citar las mismas palabras de este artículo, sería "la creencia lo único que podría ser el resultado de la investigación llevada lo suficientemente lejos". El pragmaticismo hace consistir la intención intelectual última de lo que se quiera en resoluciones condicionales concebidas, o en su sustancia; y, por lo tanto, las proposiciones condicionales, junto con sus antecedentes hipotéticos, en las que consisten tales resoluciones, al poseer la naturaleza última de la significación, tienen que ser susceptibles de ser verdaderas, es decir, de expresar cualquier cosa que haya, que sea tal como la proposición expresa, con independencia de que en todo juicio se piense que es así, o de que se represente siendo así en cualquier otro símbolo de cualquier persona o personas. Pero esto es tanto como decir que la posibilidad es a veces de tipo real.

17. Para entender completamente esto será necesario analizar la modalidad, y averiguar en qué consiste. En el caso más simple, la significación más subjetiva, si una persona no sabe que una proposición es falsa, la llama posible. Si, con todo, sabe que es verdadera, es mucho más que posible. Si restringimos la palabra a su aplicabilidad característica, un estado de cosas tiene la modalidad de los posible -es decir, de lo meramente posible- sólo en el caso de que el estado contradictorio de cosas sea igualmente posible, lo que prueba que la posibilidad es la modalidad vaga. Uno que sepa que la Universidad de Harvard tiene una oficina en la State Street de Boston, y tiene la impresión de que es en el número 30, pero con todo sospecha que el número es el 50, diría: "pienso que es el número 30, pero puede ser en el número 50", o, "posiblemente es en el número 50". Acto seguido, otro, que no duda de su memoria, puede asentir: "realmente es en el número 50", o, simplemente, "es en el número 50", o, "es en el número 50 de inesse"42. A continuación, la persona que ha preguntado primero cuál era el número puede decir: "Dado que usted está tan seguro, tiene que ser en el número 50", pues "yo sé que la primera cifra es 5. Así, dado que usted está también seguro de que la segunda es un 0, es por lo que necesariamente es 50". Esto quiere decir, en este tipo más subjetivo de modalidad, que lo que se conoce por recuerdo directo está en el modo de la actualidad, en el modo determinado. Pero cuando el conocimiento está indeterminado entre diversas alternativas, o bien hay un estado de cosas que es el solo que se corresponde con todas ellas, cuando éste está en el modo de necesidad, o hay más de un estado de cosas que no excluye absolutamente ningún conocimiento, cuando cada uno de éstos está en el modo de posibilidad.

18. Otros tipos de modalidad subjetiva se refieren a un signo o representamen que se supone que es verdadero, pero que no incluyen el conocimiento total de quién lo expresa (es decir, del que habla, del que escribe, del que piensa, u otro modo de simbolizar) distinguiéndose los diferentes modos de manera muy parecida a la de arriba. Hay otros casos, sin embargo, en los que, justificadamente o no, pensamos ciertamente en la modalidad como objetiva. Un hombre puede decir: "Si quiero puedo ir a la costa". Aquí se presupone, desde luego, su ignorancia de cómo decidirá actuar. Pero éste no es el centro del aserto. La cuestión es que, al no haber tenido lugar la determinación completa de la conducta en el acto, la ulterior determinación de la misma pertenece al sujeto de la acción, con independencia de las circunstancias externas. Si él hubiese dicho: "Tengo que ir a donde mis jefes puedan enviarme", ello implicaría que la función de tal ulterior determinación reside en otra parte. En: "Puedes actuar así y asá", y "Tienes que actuar así", el "puedes" tiene la misma fuerza que "saber cómo", excepto que, en un caso, lo que está en cuestión es la libertad respecto de las circunstancias particulares, y en el otro, la libertad respecto de una ley o edicto. De ahí la frase, "Puedes si sabes cómo"43. Tengo que decir, que me resulta difícil mantener el respeto por la competencia de un filósofo, cuya insípida lógica, al no calar por bajo la superficie, le lleva a considerar frases tales como tergiversaciones de la verdad. Así, un acto de abstracción hipostática, que en sí mismo no constituye violación alguna de la lógica, aun cuando pueda ser proclive a tener un aspecto de superstición, puede considerar, bajo el nombre de azar, las tendencias colectivas a la variabilidad en el mundo, como yendo a su aire unas veces, y estando dominadas, otras, por el elemento de orden; de tal manera que, por ejemplo, un cajero supersticioso, impresionado por un mal sueño, puede decirse a sí mismo un lunes por la mañana: "Puede ser que hayan robado el banco". Sin duda, reconoce su ignorancia total sobre el asunto. Pero, aparte de esto, lo que tiene en la mente es el hecho de la ausencia de cualquier causa particular que proteja a su banco más que a otros de los que de cuando en cuando roban. Piensa en la variedad del universo como en algo vagamente análogo a la indecisión de una persona, tomando de esta analogía lo que constituye el meollo de su pensamiento. En el otro extremo se encuentran aquellos que proclaman, como bajo inspiración (ya que no disponen de prueba racional alguna de lo que alegan), que el consejo de un actuario a una compañía de seguros no se basa absolutamente en nada más que en la ignorancia.

19. Hay otro ejemplo de posibilidad objetiva: "Un par de rayos en intersección, es decir, de líneas rectas ilimitadas concebidas como objetos móviles, pueden44 moverse sin dejar de interseccionarse, de manera que la trayectoria de cada uno de ellos abarcará por completo el mismo y único hiperboloide". ¿Cómo interpretaremos esto, recordando que el objeto del que se habla, el par de rayos, es una pura creación de la imaginación del que se manifiesta, aun cuando se requiera (y se fuerce) a conformarse a las leyes del espacio? A unas mentes les satisfará más una interpretación más subjetiva, o nominalista, a otras una más objetiva o realista. Pero, hay que reconocer, en todo caso, que, cualquiera que sea el grado o tipo de realidad que posea el espacio puro, lo posee la sustancia de esta proposición, ya que ésta expresa meramente una propiedad del espacio.

20. Consideremos, ahora, el caso de aquel diamante que, cristalizado en un cojín de algodón de joyero45, se consume, accidentalmente, por el fuego, antes de que hubiese tenido tiempo de llegar el cristal de corindón que había sido enviado, y, en efecto, sin haber sido sometido a ninguna otra presión que la de la atmósfera y la de su propio peso. La cuestión es: ¿era aquel diamante realmente duro? Es cierto que no había ningún hecho actual discernible que determinase que fuera así. Pero, ¿no es, sin embargo, su dureza un hecho real? Decir, como parecía pretender el artículo de enero de 187846, que es justo así como un arbitrario "uso del lenguaje" elige organizar sus pensamientos, es tanto como tomar partido contra la realidad de la cualidad, dado que lo real es aquello que es tal cual es, con independencia de cómo se piense en cualquier momento que es. Recordemos que esta condición del diamante no es un hecho aislado. No existe una cosa tal; un hecho aislado difícilmente podría ser real. Es una parte inseparable, aunque precisa, del hecho unitario de la naturaleza. Ser un diamante, era una masa de carbón puro, con la forma de un cristal más o menos transparente (quebradizo, y de fácil fragmentación octaedral, a menos de que se trate de una variedad desconocida), que, de no estar tallado de una de las maneras en que pueden tallarse los diamantes, adopta la forma de un octaedro, aparentemente regular (no necesito entrar en detalles), de cantos estriados, y probablemente con algunas caras curvas. Sin necesidad de someterlo a presión alguna considerable, podría comprobarse que es insoluble, y altamente refractario, que muestra bajo los rayos del radio (y quizá bajo la "luz negra" y los rayos X) una peculiar fosforescencia azulada, teniendo una densidad específica tan alta como el rejalgar o el oropimente, y desprendiendo durante su combustión menos calor que cualquier otra forma de carbón. Se cree que la dureza es inseparable de algunas de estas propiedades. Pues, al igual que aquélla, éstas anuncian la alta polamerización de la molécula. Pero, con independencia de lo que esto pueda ser, ¿cómo puede dejar de insinuar la dureza de todos los otros diamantes alguna relación real entre ellos, sin la cual un trozo de carbón dejaría de ser un diamante? ¿No resulta una perversión monstruosa de la palabra, y del concepto real, decir que el accidente de no llegar el corindón impedía que la dureza del diamante tuviese la realidad que de otro modo, casi sin duda, hubiese tenido?

A la vez, tenemos que descartar la idea de que el oculto estado de cosas (sea ello una relación entre átomos u otra cosa), que constituye la realidad de la dureza de un diamante, pueda posiblemente consistir en algo que no sea la verdad de la proposición condicional general. Pues, ¿a qué otra cosa se refiere toda la enseñanza de la química sino al "comportamiento" de diferentes posibles tipos de sustancia material? Y, ¿en qué consiste este comportamiento, sino en que si una sustancia de un cierto tipo estuviese expuesta a un cierto tipo de agente se seguiría, de acuerdo a nuestras experiencias hasta el momento, un cierto tipo de resultado sensible? En lo que respecta al pragmaticista, su posición es precisamente la de que no puede significarse nada más que esto al decirse que un objeto posee una característica. Está por tanto obligado a suscribir la doctrina de una modalidad real, incluyendo necesidad real y posibilidad real.

21. Una buena pregunta, con objeto de ilustrar la naturaleza del pragmaticismo, es: ¿Qué es el tiempo? No se trata de abordar aquellos problemas más difíciles, relacionados con la psicología, la epistemología, o la metafísica del tiempo, si bien, tal como tiene que ser, de acuerdo a lo dicho, hay que dar por sentado que el tiempo es real. Se invita, únicamente, al lector a plantearse la cuestión más humilde de qué es lo que significamos por tiempo, y no por cualquier otro tipo de significación atribuida al pasado, al presente, o al futuro. A estas tres determinaciones generales del tiempo se asocian ciertos sentimientos peculiares; pero a estos vamos a dejarlos cuidadosamente al margen. Hay que reconocer que es ineludible el relacionar los acontecimientos al tiempo; pero, no vamos a discutir aquí lo relativo a cómo puede diferenciarse esto de otros tipos de inelubilidad. La cuestión a considerar es simplemente: ¿Cuál es la intención intelectual del pasado, presente y futuro? Sólo podemos tratarla con la mayor brevedad.

22. Que el tiempo es una variedad particular de la modalidad objetiva es demasiado obvio como para necesitar argumentación. El pasado consta de la suma de faits accomplis, y este acabamiento es el modo existencial del tiempo. Pues el pasado nos afecta realmente, y ello, en absoluto a la manera en que nos afecta una ley o principio, sino, precisamente, a la de cómo afecta un objeto existente. Por ejemplo, cuando estalla en los cielos una nova stella, ésta afecta a nuestros ojos tanto como lo haría un ligero palmoteo de nuestros manos en la oscuridad; y, con todo, es un acontecimiento que ha tenido lugar antes de que se construyesen las pirámides. Un neófito puede señalar que su llegada a nuestros ojos, que es todo lo que sabemos, no tiene lugar más que una fracción de segundo antes de que lo sepamos. Pero, un instante de reflexión le mostrará que está perdiendo de vista la cuestión, que no es la de si el distante pasado puede afectarnos inmediatamente, sino la de si nos afecta tal como lo hace cualquier existente. El caso aducido (ciertamente, un hecho que es bastante un lugar común) prueba concluyentemente que el modo del pasado es el de actualidad. Nada de esto es verdad del futuro, para cuyo entendimiento es indispensable que el lector se desprenda de su necesarismo47 -en el mejor de los casos, nada más que una teoría científica- y vuelva al estado de naturaleza del sentido común. ¿Nunca te dices a ti mismo: "Sé cómo hacer esto o aquello lo mismo hoy que mañana"? Tu necesarismo es una pseudocreencia teórica -una creencia para hacer-creer- de que tal frase no expresa la verdad real. Sirve sólo para seguir proclamando la irrealidad de aquel tiempo, del cual, sea realidad o ficción, se te invita a considerar el significado. No necesitas tener miedo de comprometer tu apreciada teoría por el hecho de mirar por sus aberturas. Sea, en teoría, verdadera o no, la concepción simple es la de que, en el futuro, todo está, o destinado, es decir, dado ya necesariamente, o indecidido, el futuro contingente de Aristóteles. En otras palabras, no es actual, ya que no actúa, excepto a través de la idea del mismo, es decir, tal como actúa una ley; pero, o es necesario, o posible, lo cual pertenece al mismo modo, ya que (como señalamos arriba) la negación, al estar fuera de la categoría de modalidad, no puede producir una variación en la modalidad. Por lo que respecta al instante presente, es tan inescrutable, que me pregunto si es que no ha habido ningún escéptico que haya atacado alguna vez su realidad. Me puedo imaginar a uno de ellos mojando su pluma en su más negra tinta para dar comienzo al asalto, y, de repente, entonces, reflexionar que toda su vida está en el presente -"el presente viviente", tal como lo llamamos, este instante en el que tienen su final todos los miedos y esperanzas relativas al mismo, esta muerte viviente en la que nacemos de nuevo. Es simplemente aquel estado naciente entre lo determinado y lo indeterminado al que aludimos antes.

23. El pragmaticismo consiste en mantener que la intención de cualquier concepto es la repercusión que se concibe que tiene en nuestra conducta. ¿Cómo repercute, pues, el pasado en nuestra conducta? La respuesta es evidente por sí misma: siempre que nos proponemos hacer algo "partimos dequot;, basamos nuestra conducta en hechos ya conocidos, y, éstos, sólo los podemos sacar de nuestra memoria. Es verdad que a este propósito podemos establecer una nueva investigación; pero, sus descubrimientos serían aplicables a la conducta sólo después de haber sido hechos y de haber sido reducidos a una máxima de la memoria. En suma, el pasado es el depósito de todo nuestro conocimiento.

Cuando decimos que sabemos que existe un cierto estado de cosas queremos decir que solía existir, bien sea justo el tiempo suficiente para que los mensajes lleguen al cerebro, y sean retransmitidos a la lengua, o a la pluma, o bien desde tiempo atrás. Por lo tanto, desde cualquier punto de vista del que contemplemos el pasado, éste aparece como el modo existencial del tiempo.

24. ¿Cómo repercute el futuro en nuestra conducta? La respuesta es que los hechos futuros son los únicos hechos que, en cierta medida, podemos controlar; y todo lo que pueda darse en el futuro que no sea sometible a control, son las cosas que, bajo circunstancias favorables, seremos, o seríamos capaces de inferir. Con todo, con independencia de lo favorables que puedan ser las circunstancias, pueden haber cuestiones en relación a las cuales el péndulo de la opinión no cesaría nunca de oscilar. Pero, si es así, ipso facto éstas no son cuestiones reales, lo que es tanto como decir que son cuestiones a las que no puede darse ninguna respuesta verdadera. Al sacar una conclusión, o al afirmar una consecuencia, es natural utilizar el futuro gramatical (y el modo condicional no es más que un futuro suavizado). "Si en un plano dos líneas rectas ilimitadas y cruzadas por una tercera suman... entonces estas líneas rectas se encontrarán por el lado, etc." No puede negarse que inferencias acríticas pueden referirse al pasado en su capacidad como pasado; pero, de acuerdo al pragmaticismo, la conclusión de un poder de razonar tiene que referirse al futuro. Pues, su significación se refiere a la conducta, y, dado que es una conclusión razonada, tiene que referirse a la conducta deliberada, que es conducta controlable. Pero la única conducta controlable es la conducta futura. Por lo que respecta a aquella parte del pasado que se encuentra más allá de la memoria, la doctrina pragmaticista es la de que la significación de que se crea que está en conexión con el pasado consiste en la aceptación, como verdad, de la concepción de que nos debemos comportar conforme a la misma (igual que la significación de cualquier otra creencia). Por tanto, la creencia de que Cristóbal Colón descubrió América se refiere en realidad al futuro. Hay que reconocer que es más difícil dar cuenta de creencias que se apoyan en la doble evidencia, la de la memoria débil, pero directa, y la inferencia racional. La dificultad no parece insuperable; pero hay que pasarla por alto.

25. ¿Cuál es la repercusión del instante presente en la conducta? La introspección48 es, por completo, una cuestión de inferencia. Uno, sin duda, es consciente de forma inmediata de sus sentimientos; pero no de que sean sentimientos de un ego. El mí-mismo (self)49 sólo se infiere. En el presente no hay tiempo en absoluto para inferencia alguna, y, menos que nada, para una inferencia relativa a este mismo instante. En consecuencia, el objeto presente tiene que ser un objeto externo, si es que tiene que haber alguna referencia objetiva en el mismo. La actitud del presente es, o conativa, o perceptiva. Suponiendo que sea perceptiva, la percepción tiene que ser conocida inmediatamente como externa -no ciertamente en el sentido en que una alucinación no es externa, sino en el de estar presente con independencia de la voluntad o deseo del que percibe. Ahora bien, este tipo de externalidad es externalidad conativa. Consecuentemente, la actitud del instante presente (de acuerdo al testimonio del sentido común, que es el que simplemente se adopta de principio a fin) sólo puede ser una actitud conativa. La conciencia del presente es, pues, la de una lucha por lo que será; y, por tanto, salimos de su estudio con una creencia confirmada de que es el estado naciente de lo actual.

26. ¿Cómo se distingue sin embargo la modalidad temporal de otra modalidad objetiva? Desde luego, por ninguna característica general, ya que el tiempo es único y sui generis. En otras palabras, hay sólo un tiempo. Apenas si se la ha prestado la suficiente atención a la incomparable verdad de esto para el tiempo, en comparación con su verdad para el espacio. El tiempo, por lo tanto, sólo puede identificarse por bruta compulsión. Pero no vamos a seguir más.


Traducción de José Vericat



Notas

* (N. del E.) Reproducido con el permiso de José Vericat. Esta traducción está publicada en Charles S. Peirce. El hombre, un signo, Crítica, Barcelona 1988, pp. 224-250. "Temas del pragmaticismo" apareció en The Monist (15, 481-499, 1905), y es el segundo artículo de una serie de tres sobre el pragmaticismo, de la cual el primero es "¿Qué es el pragmaticismo?" (vol. V de los CP), y el tercero "Prolegómenos para una apología a favor del pragmaticismo" (vol. IV de los CP). Aparece ahora publicado como cap. VII, del libro II ("Artículos publicados") del vol. V de los CP (§ § 438-463, pp. 293-313), la titulación de los distintos parágrafos es de los editores de los CP.

1. Cf. el parágrafo 15 del artículo anterior ["Cómo esclarecer nuestras ideas"], y la nota 8 del mismo [nota 27 en esta versión electrónica].

2. Popular Science Monthly, XII, de enero de 1878, p. 293. Abre el volumen un artículo introductorio, en el número de noviembre de 1877.

3. Hasta cierto punto Peirce entiende la semiótica ("la doctrina de la naturaleza esencial y de las variedades fundamentales de la semiosis posible")(CP 5. 488) como una suerte de lógica de los signos (CP 2. 227), y, por tanto, clasificatoria (cf., por ejemplo, entre otros, su escrito "On the Natural Classification of Arguments", CP, 2. 461 ss.). Sobre este tema insisten en la Introduction (pp. XVII ss.) los editores de la Chronological Edition. De ahí que Peirce constituya su faneroscopia, clave de su sistema de categorías, bajo el modelo de la combinatoria química (CP 1. 288 ss.); y que sean sus investigaciones en la lógica de relaciones las que le hayan mostrado que "en un aspecto las combinaciones de conceptos exhiben una considerable analogía con las combinaciones químicas; teniendo todo concepto una valencia estricta" (CP 5. 469). De hecho, tal como se refleja en My Life (Chronological Edition, p. 2) la química, en tanto ciencia experimental y clasificatoria, fue decisiva en su formación inicial, ya que, según dice, a los once años escribió una Historia de la Química, que no se ha encontrado. A este respecto, el libro de J. A. Stöckhardt, Die Schule der Chemie, forma parte del núcleo fundamental de obras que contribuyeron a su formación.

4. Peirce se vale de pragmaticismo para diferenciarse de los desarrollos del pragmatismo que están teniendo lugar desde la invención por él de este nombre (CP 5. 414). Cf. también n. 8 [n. 27 en esta versión electrónica] del cap. VI. ["Cómo esclarecer nuestras ideas"]

5. Lo que Peirce entiende por razonamiento "empieza propiamente cuando soy consciente de que el juicio que establezco es el efecto en mi mente de un cierto juicio que había formado antes" (CP 7. 459). A este respecto, "es falso decir que el razonamiento tiene que basarse en primeros principios o en hechos últimos. Pues no podemos reabrir lo que somos incapaces de poner en duda, si bien no sería filosófico suponer que algún hecho nunca será cuestionado" (CP 7. 322). El razonamiento, por tanto, "empieza por premisas que se adoptan como perceptos representantes, o generalizaciones de tales perceptos" (CP 2. 773).

6. El tercer artículo publicado fue "Prolegomena para una apología del pragmatismo" (vol. 4, libro II, cap. 6; pero véase n. 5 del presente artículo, y CP 5. 549-554) (Nota de los editores de los CP).

7. Expresión no escrita, perteneciente a la enseñanza oral, que de hecho constituye una crítica a la teoría de Jean Buridan (s. XIV; autor de un comentario a la lógica de Ockham) sobre las relaciones entre la razón y la voluntad, por la que se alude irónicamente al hecho de que el hombre puede quedar bloqueado en su voluntad ante la indecisión de la razón frente a dos alternativas iguales, como el burro que muere de inanición ante dos idénticos haces de forraje.

8. Cf. parágrafo 7 del cap. VI. ["Cómo esclarecer nuestras ideas"]

9. Peirce entiende por sinejismo "la tendencia filosófica que insiste sobre la idea de continuidad como de primera importancia... y, en particular, sobre la necesidad de hipótesis que impliquen verdadera continuidad" (CP 6. 169). Cf. "La ley de la mente" en esta selección. En relación con ello, Peirce defiende la idea de la percepción inmediata, mantenida, a su parecer, por Reid y Kant (y también Scoto), que corresponde a la "verdadera naturaleza del dualismo", necesaria para captar cognitivamente una relación (la terceridad); lo que escapa a la tradición nominalista, en la que sitúa como máxima representación al cartesianismo (Cp 5. 56); pero que abarcaría tanto a Ockham como a Hegel, y toda forma de idealismo.

10. Pero ver los experimentos de J. Jastrow y míos "Sobre ligeras (pequeñas) diferencias de la sensación", en las Memoirs of the National Academy of Sciences, vol. III (1884, pp. 1-11)(CP 7. 21-48).

11. Argumentación o argumento, cuya significación lógica se estableció en los tribunales romanos (CP 2. 461, n. 1), denota "un cuerpo de premisas consideradas como tales"; "premisa" se refiere a algo expuesto "en forma permanente y comunicable de expresión" o "en algún tiempo imaginario", pero, en ningún modo, sólo como algo "virtualmente contenido en lo que se dice o piensa" (CP 2. 461). Cf. "La tricotomía de los argumentos", cap. IV de esta selección, así como n. 1 del cap. V. ["La fijación de la creencia"]

12. De civitate Dei, XI, 26: "... pero si cuando se nos pregunta cómo justificar esta inferencia, sólo podemos decir que nos sentimos compelidos a pensar esto, dado que si pensamos, somos, esta inferencia acrítica no debe llamarse razonamiento, ya que éste, como mínimo, concibe que su inferencia es de una clase general de inferencias posibles sobre un mismo modelo, y todas igualmente válidas" (CP 6. 498).

13. "La fijación de la creencia" y "Cómo esclarecer nuestras ideas", los dos anteriores de esta selección.

14. Si bien Peirce considera que se diferencia de Reid en que "critica el método crítico, sigue sus huellas, y las persigue hasta su guarida" (CP 5. 523).

15. Deseo poder confiar, después de terminar un trabajo más difícil, en ser capaz de resumir este estudio, e ir al fondo del tema, lo que necesita la cualificación de la edad, y no requiere de la fuerza de la juventud. Es necesaria una amplia gama de lecturas; pues lo que hay que estudiar es la creencia que los hombres delatan, y no la que ostentan. [No ha sido encontrado un tal estudio. (Nota de los editores de los CP).]

16. Estoijeiología -del griego rtoiceion ('elemento'), teoría de las partes o procesos elementales de la lógica- viene a coincidir con lo que Peirce llama Gramática especulativa, "o teoría general de la naturaleza y significados de los signos". Crítica es "la que clasifica los argumentos y determina la validez y grado de fuerza de cada uno de ellos". Y metodéutica "estudia los métodos que deben utilizarse en la investigación, en la exposición y en la aplicación de la verdad" (CP 1. 191).

17. Hamilton y otros pocos lógicos entendieron el tema de una proposición universal en el sentido colectivo; pero toda persona versada en lógica está familiarizada con muchos pasajes en los que los principales lógicos explican, con una iteración que sería superflua si todos los lectores fuesen inteligentes, que un tal tema es distributivamente, y no colectivamente general50. Un término que denota una colección es singular, y un tal término es una "abstracción", o producto de la operación de la abstracción hipostásica, tan verdaderamente como es el nombre de la esencia. "Especie humana" es por igual una abstracción y ens rationis como es "humanidad". En efecto, todo objeto de un concepto, o es un individual signado, o es algún tipo de individual indeterminado. Los nombres, en plural, son usualmente distributivos y generales; los nombres comunes, en singular, son usualmente indefinidos.

18. El problema sería análogo en el castellano, donde preciso, para mantener inequívocamente, en la línea de prescindir (lat.: ante-scindere; santa Teresa: separar mentalmente), el significado de "abstracto", "separado" (por ejemplo, "... preciso o cortado del tronco de la Iglesia ...", Diccionario de Autoridades, Madrid, 1737) debiera haberse conservado como pre-sciso.

19. Estas observaciones requieren añadir algo. La determinación51, en general, no está en absoluto definida; y el intento de definir la determinación de un tema respecto de una característica sólo abarca (o parece sólo abarcar) la determinación proposicional explícita. La observación incidental [10], relativa a que las palabras cuyo significado debería ser determinado no dejarían "laxitud alguna de interpretación", es más satisfactoria, dado que el contexto deja claro que no tiene que haber una tal laxitud, ni para el intérprete, ni para el que se expresa. La explicitud de las palabras no dejaría, al que se expresa, lugar alguno para explanaciones de su significado. Esta definición tiene la ventaja de ser aplicable a un mandato, a un propósito, a una forma sustancial medieval; en suma, a todo lo que es susceptible de indeterminación. (Que todo lo indeterminado tiene la naturaleza del signo puede probarse inductivamente imaginando y analizando ejemplos de la más absurda descripción. Así, la indeterminación de un acontecimiento que sucediese por puro azar, sin causa, sua sponte, como decían mitológicamente los romanos, spontanement en francés (como si lo hacho por el movimiento propio fuese seguro a ser irracional), no pertenece al acontecimiento -digamos, una explosión- per se, o en tanto explosión. Ni lo es en virtud de ninguna relación real: lo es en virtud de una relación de razón. Ahora bien, lo que es verdadero en virtud de una relación de razón es representativo, es decir, tiene la naturaleza de un signo. Una consideración similar se aplica a los disparos y estallidos indiscriminados de una batalla campal de Kentucky.) Incluso un acontecimiento futuro sólo puede determinarse en la medida en que es un consecuente. Ahora bien, el concepto de consecuente es un concepto lógico. Se deriva del concepto de conclusión de un argumento. Pero un argumento es un signo de la verdad de su conclusión; su conclusión es la interpretación racional del signo52. Esto es en el espíritu de la doctrina kantiana de que los conceptos metafísicos son conceptos lógicos aplicados, de alguna manera, de modo diferente a su aplicación lógica. La diferencia, sin embargo, no es realmente tan grande como Kant representa que es, y como estaba él obligado a representar que es, debido a que confunde en casi todos los casos los correspondientes lógicos y los metafísicos.

Otra ventaja de esta definición es que nos evita el disparate de pensar que un signo es indeterminado, simplemente por haber muchas cosas a las que no hace referencia alguna; que, por ejemplo, decir: "C. S. Peirce escribió este artículo" es indeterminado porque no dice cuál era el color de la tinta utilizada, quién hizo la tinta, qué edad tenía el padre del que hizo la tinta cuando nació su hijo, ni cuál era el aspecto de los planetas cuando nació el padre. Al hacer girar la definición en torno a la interpretación queda excluido todo esto.

A la vez, es tolerablemente evidente que la definición, tal como está, no es suficientemente explícita, y, es más, que en el estado presente de nuestra indagación no puede llegar a ser totalmente satisfactoria. Pues, ¿cuál es la interpretación a la que se alude? Para responder a ello de modo convincente habría que establecer o que refutar la doctrina del pragmaticismo. Con todo, hay que hacer aún algunas explicaciones. Todo signo tiene un único objeto, aunque este único objeto pueda ser un único conjunto, o un único continuo de objetos. Ninguna descripción general puede identificar un objeto. Pero el sentido común del intérprete del signo la asegurará que el objeto tiene que ser uno de una colección limitada de objetos. Supongamos, por ejemplo, que dos ingleses se encuentran en el vagón de un tren continental. El número total de temas sobre los que hay alguna apreciable probabilidad de que uno hable al otro no excede quizá de un millón; y cada uno tendrá, quizá, la mitad de este millón no muy por debajo de la consciencia, de manera que cada uno de ellos está dispuesto a emerger por sí mismo. Si uno menciona a Carlos II, el otro no necesita considerar a que posible Carlos II se refiere. Sin duda alguna se trata del inglés Carlos II. Carlos II de Inglaterra fue un hombre completamente diferente en los diferentes días; y puede afirmarse que sin una mayor especificación el tema no está identificado. Pero el propósito de los dos ingleses no es el de entrar en sutilidades en su charla; y la laxitud de interpretación que constituye la indeterminancia de un signo tiene que entenderse como una laxitud que ha de afectar al logro de un propósito. Pues dos signos, cuyos significados, a todos los propósitos posibles, son equivalentes, son absolutamente equivalentes. Este, desde luego, es rancio pragmatismo; pues un propósito es una afección de la acción.

Lo que se ha dicho de los temas es igualmente verdad de los predicados. Supongamos que la charla de nuestra pareja de ingleses discurre sobre el color del cabello de Carlos II. Ahora bien, se sabe que retinas diferentes ven los colores totalmente diferentes. Es totalmente probable que el sentido cromático sea mucho más variado de lo que se sabe positivamente que es. Es muy improbable que ninguno de los dos viajeros esté ejercitado en observar colores, o sea un maestro en su nomenclatura. Pero si uno dice que Carlos II tenía un cabello castaño oscuro, el otro lo entenderá con la suficiente total precisión a todos los propósitos posibles; y será una predicación determinada.

Las observaciones de octubre [es decir, las del artículo de arriba] hacían una distinción adecuada entre dos tipos de indeterminancia, a saber: indefinidad y generalidad, de los que, el primero, consiste en no expresarse lo suficiente el signo como para permitir una interpretación determinada indudable, mientras que el segundo cede al intérprete el derecho a completar la indeterminación como guste. Parece una cosa extraña, cuando uno se pone a reflexionar sobre ello, que un signo deje en manos del intérprete el suministrar una parte de su significado; pero la explicación del fenómeno reside en el hecho de que el universo entero -no meramente el universo de los existentes, sino todo aquel universo más amplio, que abarca como una parte del universo de los existentes, el universo al que estamos acostumbrados todos a referirnos como "la verdad"- está plagado de signos, si es que no está compuesto exclusivamente de signos. Observemos esto de paso por la repercusión en la cuestión del pragmaticismo.

Las observaciones de octubre, en aras de la brevedad, omitían mencionar que ambas, la indefinidad y la generalidad, pueden afectar primariamente, bien la amplitud, bien la profundidad lógica del signo al que pertenecen53. Es pertinente hacer notar esto ahora. Cuando hablamos de la profundidad, o significación, de un signo estamos acudiendo a la abstracción hipostática54, aquel proceso por el que consideramos el pensamiento como una cosa, por el que hacemos a un signo interpretante el objeto de un signo55. Desde la semana mortal de Molière56 ello ha sido objeto de ridículo, y la profundidad de un escritor de filosofía puede tonificarse por su disposición a bromear sobre las bases de la inhibición voluntaria, que es la principal característica de la raza humana. Pues los pensadores cautos no se aprestarán a ridiculizar un modo de pensar, que evidentemente está fundado en la observación -a saber, en la observación de un signo. En cualquier caso, siempre que hablamos de un predicado estamos representando un pensamiento como una cosa, como una substantia, dado que los conceptos de substancia y sujeto son uno, siendo sus concomitantes sólo diferentes en los dos casos. Es necesario observar esto en el contexto presente, porque, de no ser por la abstracción hipostática, no podría haber generalidad alguna de un predicado, dado que un signo que haga a su intérprete diputado para determinar su significación a su gusto no significaría nada, a menos que nada sea su significado (de "Bases del pragmaticismo", 1906).

20. Este es uno de los sentidos que le reconoce el Diccionario de Autoridades.

21. Los Plantagenet integran la rama dinástica que abarca desde Enrique II (1154-1189) hasta Ricardo II, en 1399. Este período constituye para Peirce un reiterado punto de referencia en su comprensión de la historia de la ciencia, caracterizado por la turbulencia política y los intereses meramente prácticos. Después de dicho período se inicia el desarrollo cultural y científico en Inglaterra.

22. El de praecisio (actus praecidendi, recesio, apotomh), en sentido figurado: separación de un cuerpo de otro (Vitruvio) (A. Forcellini, Lexico totius Latinitatis, Padua, 1840).

23. Del lat. precidere ('cercenar').

24. Praescindere equivaldría así a concidere; en alemán: vorschneiden (Carolo Dufresne, Glossarium Mediae et infimae Latinitatis, París, 1845).

25. Pero desgraciadamente no le ha sido posible al autor consultar el Oxford Dictionary en relación a estas palabras; de manera que, probablemente, algunas de las afirmaciones del texto pueden corregirse con ayuda de esta obra.

26. Derivación ésta en la línea de incisivo, decisivo, etc., pero que no se estila en castellano ni como precisivo ni como prescisivo.

27. Derivados del lat. praescindere.

28. Derivados del lat. praecidere.

29. "... ens rationis, abstracción, o sujeto ficticio... que es individual, y por medio del cual podemos transformar proposiciones universales en singulares" (CP 6. 382).

30. Peirce se vale de esta fórmula homérica -epos pteroen ('palabra alada')-, con la que Homero caracteriza su propia narrativa heroica, y que se encuentra en el origen de las metáforas que expresan "comparationes inter aves et verbo" (Wackernagel, Jubelschrift, Basilea, 1860), contraponiéndola a epos apteroen, para expresar lo que vendría a ser la polaridad entre el lenguaje natural y el lenguaje conceptual, y, específicamente, la caracterización del proceso de abstracción -que, para Peirce, si bien está vinculado al de generalización, no es en absoluto idéntico a éste. Para Peirce, generalizar es simplemente omitir algo que se está acostumbrado a insertar en un teorema, y que es perfectamente irrelevante; mientras que abstraer consistiría en "captar algo que ha sido concebido como un epos pteroen, como un significado sobre el que no se insiste, pero a través del cual se discierne alguna otra cosa", para "convertirlo en un epos apteroen, en un significado al que nos atenemos como tema principal de discurso". A este respecto, abstraer sería una operación más característica del razonamiento matemático, en el sentido de que éste "concibe una operación como algo sobre lo que hay que operar"; lo que vendría a responder a la idea de lenguaje objeto y metalenguaje, en contraposición a la de lenguaje cotidiano o natural (CP 1. 82 ss.).

31. El mecanismo de hipóstasis de operar sobre la operación: "una colección es una abstracción hipostática, o ens rationis, ...multitud es la abstracción hipostática derivada de un predicado de una colección, y... un número cardinal es una abstracción atribuida a una multitud. Así, un número ordinal es una abstracción atribuida a un lugar, que, a su vez, es una abstracción hipostática de una característica relacional de una unidad de una serie, siendo esta misma, de nuevo, una abstracción" (CP 5. 534). Cf. notas 15 y 17 del autor en este escrito.

32. La abstracción matemática la entiende Peirce en el sentido de una construcción de hipótesis, pero con independencia de que éstas se correspondan o no con la realidad. Las hipótesis del matemático "son creaturas de su propia imaginación", en las que descubre "relaciones que con frecuencia le sorprenden"; pero, con independencia de que tengan o no realidad alguna, "la verdad de la proposición matemática pura está constituida por la imposibilidad de llegar a encontrar un caso en el que no se cumplan" (CP 5. 625).

33. "Posiblemente la significación original de bestimmt era 'establecido por votación', o puede haber sido 'sintonizado'. Su origen, por tanto, fue completamente diferente del de 'determinado'; con todo, creo que su equivalencia en tanto términos filosóficos es exacta. En general, significan 'fijados para ser esto (o, de este modo), como contradistintos a ser esto, aquello, o lo otro (o de alguna manera u otra)" (CP 6. 625).

34. La abstracción matemática, para san Isidoro, es: "... quae abstractam considerat quantitatem. Abstracta enim quantitas est, quam intellectu a materia separantes vel ab aliis accidentibus, ... vel ab aliis huiuscemodi in sola ratiocinatione tractamus" (Etimologías, libro III, pref.).

35. aFaireriz, 'despojo', 'sustracción', de aFairew, 'separar', 'cortar'.

36. Cf. Prantl, Geschichte der Logik im Abendlande, Leipzig, 1867, vol. III, p. 94 (Nota de los editores de los CP).

37. Se refiere Peirce al uso de praecisio por Duns Scoto y otros escolásticos, según el cual se trata "(d)el acto de suponer ... algo acerca de un elemento de un percepto, al que se atiene el pensamiento sin prestar atención alguna a otros elementos". Implica así más que mera discriminación, y mucho menos que disociación (psicológica). Para Peirce, abstracción "se divide en real e intencional, y, ésta, en negativa (en la que la característica de la que se hace abstracción se imagina que es negable del sujeto del que se prescinde) y abstracción precisiva o precisión, donde el sujeto del que se prescinde se supone (en algún hipotético estado de cosas) sin supuesto alguno ... en relación con la característica abstraída" (CP 1. 549, n. 1).

38. Volviendo, así, a la nomenclatura original del autor, a pesar del Monist VII [3.532], donde un argumento obviamente defectivo era considerado suficiente para determinar una mera cuestión de terminología. Pero la cualidad de las proposiciones se considera allí desde un punto de vista que parece extrínseco. No he tenido tiempo, sin embargo, de reexplorar todas las ramificaciones de esta difícil cuestión con la ayuda de los grafos existenciales57, y el enunciado en el texto sobre el cuantificador último puede requerir modificación58.

39. Cf. CP 3. 527.

40. "Baste decir que los realistas creían que en el hombre hay realmente humanidad, animalidad en los animales, y así sucesivamente; mientras que los nominalistas mantenían que humanidad, animalidad y términos tales son meramente palabras que indican la aplicabilidad a los hombres, a los animales, etc., de sus clases de denominaciones" (Chronological Edition, Lowell Lecture, I, 1866, p. 360).

41. Parágrafo 16 del cap. VI de esta selección. ["Cómo esclarecer nuestras ideas"]

42. "Proposición pura, enunciación, o juicio. Una proposición de inesse es una proposición no afectada por modalidad" (CP 2. 546).

43. El original dice: "You may if you can". La necesidad de traducir este juego de palabras -cuyo equivalente en castellano vendría a ser "si quieres, puedes"- manteniendo una diferenciación interna al espacio semántico de "poder", nos ha hecho optar por la traducción propuesta, haciendo hincapié para ello en la etimología de can. En adelante, sin embargo, cuando la contraposición no sea, como lo es aquí, inmediata, mantendremos la ambivalencia de poder, como legitimidad ética y física. Para Peirce, palabras como can, may, must, etc., "implican de manera más o menos vaga una condición, que de otro modo queda sin expresar, de manera que de hecho estas proposiciones son hipotéticas" (CP 3. 339).

44. El texto dice: "can (or may)".

45. El cojín de algodón.

46. Cap. VI de esta selección. ["Cómo esclarecer nuestras ideas"]

47. Peirce viene a expresar así lo que llamamos determinismo, pero en la traducción me valdré, en aras de la literalidad, de la palabra "necesarismo".

48. "Por introspección entiendo una percepción directa del mundo interno, pero no necesariamente una percepción del mismo como interno... Cualquier conocimiento del mundo interno no derivado de la observación externa" (CP 5. 244).

49. "Lo atribuimos primero a un non-ego, y sólo llegamos a atribuírnoslo a nosotros mismos cuando nos impelen a hacerlo razones irrefragables" (CP 5. 57).

50. Universal: "Predicado, o afirmado, en una proposición de omni; se dice que es verdadero, sin excepción, con independencia de lo que pueda ser aquello de lo que es predicable el término sujeto. Así, "cualquier ave fénix surge de sus cenizas" es una proposición universal. A esto se le llama el sentido complejo de lo universal. El sujeto tiene que tomarse en el sentido distributivo y no en el colectivo" (CP 2. 369).

51. Véase n. 33 y texto correspondiente.

52. Esto es análogo a lo que Peirce dice del silogismo, en el sentido de que "la conclusión no está involucrada en la significación de las premisas, sino sólo la validez del silogismo" (CP 5. 328). "... no se pretende que el silogismo represente la mente ..., sino sólo en lo que respecta a la relación de sus diferentes juicios relativos a la misma cosa" (CP 2. 329).

53. "Adoptaré los términos de Hamilton amplitud y profundidad, por extensión y comprehensión respectivamente..." (CP 2. 407).

54. Cf. n. 31.

55. "Un signo, o representamen, es algo que está para alguien por algo en algún respecto o capacidad. Se dirige a alguien, es decir, crea en la mente de esta persona un signo equivalente, o quizás un signo más desarrollado. Este signo que crea lo llamo el interpretante del primer signo. El signo está por algo, su objeto. Está por este objeto, no en todos los aspectos, sino en relación con una suerte de idea, que a veces he llamado la base del representamen" (CP 2. 228).

56. Peirce parece referirse aquí al hecho de que Molière muriese recién estrenada su sátira de los médicos (Le malade imaginaire), en una de cuyas funciones sintióse indispuesto, muriendo poco después.

57. Peirce intentó mediante lo que llamó grafos existenciales, bajo la influencia de Riesmann, reducir todo el razonamiento deductivo a diagramas. "... el razonamiento matemático es diagramático. Esto es verdad tanto en álgebra como en geometría" (CP 5. 148). El supuesto de ello es que "un hecho perceptual, un origen lógico, puede involucrar generalidad" (5. 149). Y que la abstracción es la transformación de los diagramas tal que "las características de un diagrama pueden aparecer en otro como cosas" (5. 162).

58. CP 4. 552 n. (Nota de los editores de los CP).




Fin de "Temas del pragmaticismo", C. S. Peirce (1905). Traducción castellana y notas de José Vericat. En: Charles S. Peirce. El hombre, un signo, José Vericat (tr., intr. y notas), Crítica, Barcelona 1988, pp. 224-250. "Issues of Pragmaticism" corresponde a CP 5. 438-463.

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Fecha del documento: 4 de junio 2001
Ultima actualización: 21 de febrero 2011

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