III Jornadas "Peirce en Argentina"
11-12 de septiembre del 2008

Huellas. De un modelo epistemológico indicial*


María Elena Bitonte
mariabitonte@hotmail.com

Advertencia

Este escrito es parte de un artículo más extenso publicado en El signo en Peirce, editado por el Programa de Semiótica y Epistemología de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. En esta ocasión y por cuestiones de espacio se ofrecerán solamente la parte introductoria y las conclusiones.

Introducción

Los campos científicos son espacios desde donde se referencian las diferentes clases de fenómenos. Se puede decir, en este sentido, que el hombre, el sujeto, el individuo, el organismo, el actor social, el ser de razón, el animal político, no son sólo costados diferentes del mismo objeto: son objetos distintos. De esta manera, las disciplinas se distinguen entre sí, no sólo por los marcos conceptuales y métodos que utilizan, sino también por el recorte que hacen de su objeto y por el fundamento que justifica dicho recorte.

Voy a hablar en este capítulo de algunos conceptos fundamentales de la semiótica de Charles Peirce, de sus bases epistemológicas, de la productividad de los conceptos que emplea y voy a tratar de situarlos en el campo de luchas sobre el que se debatieron. Con ese fin, voy a partir de la confrontación entre dos modelos epistemológicos en conflicto: uno que abarca el universo positivista, iluminista y cientificista, que derivó en el funcionalismo y alcanzó su esplendor a fuerza de imponer la verdad como un concepto objetivo y la experiencia como un terreno observable y medible, y el otro, que enseguida empezaremos a llamar indicial, cuya propuesta científica implica un recorrido que partiendo de la experiencia tiende a la verdad como horizonte común. Del primero se deriva la estructura, la estadística, la esquematización. Del segundo, la posibilidad de comprender procesos, la relación entre lenguaje, experiencia y pensamiento.

El paradigma indiciario

Médicos, historiadores, carpinteros, marineros, cazadores, pescadores y las
mujeres en general, entre otros, operaban en el vasto
territorio del saber conjetural (Ginzburg, 1989, p. 129)

Carlo Ginsburg (1989)1 describió cuidadosamente el surgimiento "silencioso" de un modelo epistemológico nuevo en las Ciencias Sociales al que llamó "paradigma indiciario" y cuyo advenimiento, en el siglo XIX, no fue un alumbramiento estridente sino el resultado de una serena vigilia, en medio de la bulla del positivismo. "Silencioso", me parece un buen atributo, porque desplaza el acento del sentido de la vista, que históricamente ha cristalizado metáforas como "la luz de la razón", "iluminación", "Iluminismo" o asociaciones entre "ver" y "saber". Imaginemos el primer bostezo de este modelo que comenzó a remover modos de percepción fosilizados, como el oculocentrista y a estimular otros órdenes de percepción y de expresión (olfativo, táctil, acústico, oral, gestual, kinésico, etc.). "Silencioso", además, sugiere "sigiloso", que irrumpe justo, cuando no está previsto. El paradigma indiciario orienta la percepción hacia lo menos evidente. Parece que esa es su mayor virtud: "Dios se oculta en los detalles" dice el epígrafe que encabeza el capítulo que comento. La cita es de Aby Warburg y Gustave Flaubert2.

Ahora bien, aunque este paradigma basado en la interpretación de indicios alcanzó cierta influencia hacia fines del siglo XIX, su genealogía puede rastrearse desde épocas muy remotas. Es común encontrar en los tratados de semiótica, para explicar la génesis de esta disciplina, referencias a culturas indiciarias: a comunidades primitivas (agrarias o cazadoras), a la medicina antigua (recogida por Hipócrates y Galeno) e incluso a las artes adivinatorias. Cuando la mayor preocupación de los hombres era proveerse de alimento se convertían en cazadores avezados y aprendían a reconocer la pista de sus presas en los indicios más minúsculos: "huellas en el terreno blando, ramitas rotas, excrementos, pelos o plumas arrancados, olores, charcos enturbiados, hilos de saliva" (Ginzburg, 1989, p. 125). Los relatos populares recuperaron esta forma de conocimiento y lo transmitieron por generaciones. Un tipo de saber que partiendo de fragmentos mínimos de la experiencia, como las huellas de las aves en la arena o las marcas en la piel de un enfermo, fue sin embargo, el germen de la escritura y de la medicina. El texto de Hipócrates (s. V-IV a.C.) llamado Pronóstico, aconsejaba que lo primero que debía ser tomado en cuenta por el médico era la cara del enfermo y describía el rostro del moribundo: los ojos y pómulos hundidos, las orejas frías, el tiritar, el color y la piel seca de la cara, su color plomizo (Serrano, 1992). Pese a las resistencias que generó en su comunidad, entre los, la medicina hipocrática tuvo una importancia científica y simbólica sin precedentes y se consolidó como una medicina semiótica, fundada, sobre la idea de síntoma. La fuerza de los indicios consiste en establecer un contacto existencial, tanto con el objeto que designa como con el sujeto que lo percibe. Peirce mostraba este doble direccionamiento en la siguiente definición: "(...) el segundo es el índice, que tal como un pronombre demostrativo o relativo, fuerza la atención hacia el objeto particular aludido sin describirlo" (1.369). De esto se sigue que el poder de los índices consiste no en una capacidad representativa (descriptiva, denotativa) sino en tocar al objeto en un punto, como el vértice de una flecha, un dedo índice o una erupción de la piel se conectan con aquello que apuntan.

Un indicio es un detalle, la estructura, una totalidad. Las aproximaciones indiciales o semióticas tienen preferencia por los aspectos cualitativos, el caso, el hecho singular. Además, son compatibles con un saber conjetural, razón por la cual, se interesan por la huella como por el proceso que la generó, ubicándose en las antípodas de la ciencia natural moderna, fundada por Galileo (1564-1642), basada en el cálculo matemático y el método experimental. La Ciencia tuvo que elegir entre alguno de estos dos rumbos: o bien resignar lo individual para poder dar cuenta de lo general, que parecía acercarla de un modo más riguroso a las Verdades Universales o intentar por el camino más inquietante del azar, lo irrepetible y especialmente, la posibilidad de re-establecer relaciones. Fue así como se dividieron las aguas entre las Ciencias Naturales y las Ciencias Sociales. Con la reducción de los aspectos cualitativos se consolidó la decisión epistemológica a favor de la clasificación, la cuantificación, la estadística y el rigor. En el caso de las ciencias del lenguaje, la crítica textual y la lingüística alcanzaron su estatuto científico cercenando rasgos considerados no pertinentes, como la letra de los manuscritos, la entonación, la gestualidad, la acción y el uso del lenguaje, las circunstancias y el hecho mismo de enunciación. La preferencia de Ferdinand de Saussure (1857-1913) por el método sincrónico, precisamente, se justifica porque el estudio de los "estados" de la lengua permite la segmentación, la división en series, la jerarquización, la observación de regularidades para el establecimiento de leyes generales. Y es precisamente por eso que necesitó adoptar el modelo de las ciencias naturales —eliminando los rasgos individuales del lenguaje— para erigirse como un cuerpo de saber científico.

En cambio, por ser el indiciario, un paradigma lateral, anti-esencialista, anti-representacionalista y contra-hegemónico, los modelos que generó se vieron más inclinados a las relaciones y procesos que a las objetivaciones. Las producción teórica en este campo, en la medida en que modificaba el orden establecido, siempre fue vista como una provocación, razón por la cual estos modelos suscitaron fuertes reacciones, pero fueron resistentes. Me voy a ceñir, en lo que sigue, a un estudioso que tuvo la aspiración —o el entusiasmo— de erigir su edificio teórico sobre la base de este sistema epistemológico: Charles Sanders Peirce.

Contribuciones de Peirce al campo de la lógica y la semiótica

Peirce nació en Cambridge (Massachusetts) en 1839 y enseñó matemática, historia de las ciencias y lógica en la universidad más prestigiosa de ese estado, la de Harvard. En 1884 funda su cátedra de Lógica en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, donde se desempeñó desde 1879 hasta que fue separado en 1884, a la edad de 45 años, por consejo del comité ejecutivo de dicha institución. "De este modo —afirma Apel, p. 137— terminaba la prometedora carrera académica del más original filósofo americano". Muere en 1914, alejado del ámbito académico en Milford (Pennsylvania) sin llegar a publicar —ni siquiera a sistematizar — el grueso de su producción escrita. Recién entre 1931 y 1932 comienzan a compilarse sus escritos, los que se publicaron bajo el nombre de Collected Papers.

Si hacemos un seguimiento de su teoría a lo largo de los años, podremos observar cómo su pensamiento se torna más sustentable a medida en que va retomando escritos anteriores para generar nuevos. De hecho, en su producción no se da un progreso en el sentido de una evolución lineal sino proceso espiralado donde lo nuevo es el resultado de una paciente reelaboración de lo anterior. Peirce demuestra así, su teoría con su propia práctica: argumentamos para conocer y todo conocimiento parte de un conocimiento previo, que será, a su vez, interpretado por otro, provocando un continuum ilimitado y al parecer, cualitativamente, más desarrollado3.

Para contextualizar la teoría de Peirce en el marco filosófico y cultural de su época, hay que decir que toda la primera parte del siglo XIX estuvo signada por el idealismo alemán y el romanticismo, en ríspida convivencia con el realismo y el positivismo. Peirce discutió a las teorías que postulaban que el sujeto imprime su forma al objeto y mantuvo una franca oposición a la filosofía de Hegel y a toda forma de idealismo. También se opuso a las aproximaciones que erigían a la Razón como única fuente válida para el conocimiento, así como a las que postulaban una relación entre el sujeto y el objeto sin mediación. En plena exaltación de las ciencias experimentales, su mirada retrospectiva hacia Leibniz y Kant se constituyó como una réplica al racionalismo y al empirismo, y se orientó hacia el pragmaticismo, del cual fue precursor.

La teoría peirceana no tuvo una relación apacible con la Lógica vigente en su época sino, antes bien, perturbadora. En efecto, la Lógica se había afirmado históricamente como la base de toda ciencia, ya que su materia prima eran los símbolos y su objetivo, los principios que conducen a los razonamientos correctos. Aunque hubo en los siglos XVII y XVIII, sistemas filosóficos que intentaron asociarla a la epistemología (como los de Leibniz y Kant), el salto desde las formas del razonamiento válido a la pregunta "¿cómo conocemos?" se da con Peirce, en el marco de una aproximación semiótica a la vez cognoscitiva y social. Por otra parte, su tenaz afirmación de la importancia de los índices es una severa crítica a la concepción del lenguaje como representación, que permite problematizar en qué consiste la relación entre lenguaje y experiencia.

Entre sus mayores aportes pueden considerarse los siguientes:

1) En primer lugar, la construcción de una teoría cuya arquitectura se sostiene sobre los ejes estructurantes de tres categorías: la primeridad, la secundidad y la terceridad. Luego, la concomitante concepción del conocimiento de estas categorías, que se sigue de la necesaria mediación de un signo que compromete la cualidad, el hecho y su codificación. Este encuadre da lugar a tres tipos de signo. De manera que, mientras la lógica tradicional se ceñía únicamente a los símbolos, Peirce advierte la necesidad de expandir el campo a los íconos y a los índices, ante la perplejidad de la comunidad científica de su época. Esto tuvo enormes implicaciones en las distintas áreas de la cultura que fueron llamadas a replantear sus tranquilizadoras explicaciones fundamentadas en la analogía o el orden simbólico.

2) El desarrollo del universo de la lógica entendida como parte fundamental de la semiótica. Esto tiene varias consecuencias teóricas, en primer término, en lo que hace a la re-definición de la noción de verdad, que será entendida no como una mera propiedad de la proposición, sino como el destino de todo pensamiento basado en la experiencia colectiva. En segundo lugar, en lo que respecta a la ampliación de los tipos de razonamiento, que en virtud de lo expuesto, incluirán, además de la deducción y la inducción, la abducción.

3) La consideración de aspectos tanto lógicos como pragmáticos en la semiosis, con la postulación de un signo que no se reduce a un contenido y una expresión sino que implica, además de su dimensión simbólica, la dimensión pasional y la acción o experiencia. A propósito de esto, Peirce propone que la regla para esclarecer nuestro pensamiento, principio al que denomina "máxima pragmática", consiste en postular que el modo de hacer claras nuestras ideas sobre la realidad descansa sobre dos pilares: la experiencia y la comunidad. Esto le permite formular no sólo las condiciones formales para la indagación científica sino además, una dimensión social de la realidad orientada por los hábitos interpretativos. Este encuadre lógico-pragmático de Peirce deriva en una ética: la relación entre acción y verdad, culmina en el planteo de una intervención orientada a la transformación del mundo.

La consideración de estas cuestiones fue lo que le permitió a la semiótica realizar el giro que corrió el eje del lenguaje4. En lo que sigue voy a desarrollar en qué consisten y cuáles son las ventajas de estos aportes de Peirce al campo.

(...)

Consideraciones finales

"... lo verdadero o falso de un mundo de objetos no tiene "en" el lenguaje
otra propiedad que la de ser "puesto en palabras". Así planteado, lo
extralingüístico se define en relación con el funcionamiento del lenguaje:
se trata de descubrir en el enunciado las huellas de esta relación" (Fisher, 1999, p. 21)

Entonces, retomando lo que comencé a plantear en la introducción de este capítulo, se pueden distinguir dos modelos: uno riguroso, general, que produce objetivaciones y segmentación y el otro social, conjetural, indicial, que produce relaciones. Los paradigmas que, como la lógica tradicional o la lingüística, sostienen una concepción del mundo tendiente a la preservación de verdades inmutables y recurren al respaldo de la Razón, alcanzan la solidez teórica sacrificando al sujeto y a fuerza de toda clase de exclusiones, reduciendo la diversidad a lo típico, a la norma o dejando elegantemente lo "extra-lingüístico" a cargo de otras disciplinas.

Los aportes de Peirce al análisis del discurso —y a la construcción misma de dicha noción— resultan inestimables. Se puede mencionar sólo como un ejemplo, a Emile Benveniste, creador de la Teoría de la Enunciación, a partir de la cual, los índices específicos del discurso (deícticos), cobran un valor primordial: estos índices, "vacíos" de contenido, no descriptivos, remiten nada menos que a la realidad del discurso y al sujeto.

Sea de una manera u otra, las corrientes inscriptas en el giro semiótico (la filosofía del lenguaje de Wittgenstein, el grupo Bajtín, la teoría de la enunciación de Benveniste, la teoría generativa-transformacional de Chomsky, las aproximaciones post-estructuralistas, la lógica natural de la escuela de Neuchatel, las perspectivas no lineales de la comunicación aportadas por la Universidad Invisible, la semiótica de las pasiones5, la socio-semiótica de Eco, Verón y otros), y sus derivaciones teóricas, producen un cambio de escala en el análisis del discurso a partir de la oposición a la voluntad cientificista de modelos como la lógica tradicional, la lingüística y el estructuralismo, responsables de la implantación de métodos clasificatorios consagrados gracias a la expulsión de la dimensión social. Se comprende entonces la necesidad de adoptar modelos que proporcionen las herramientas teórico-metodológicas necesarias para incorporar la complejidad del sujeto y su mundo y que permitan problematizar la relación entre pensamiento, lenguaje y experiencia.

Los modelos indiciarios restituyen al análisis la posibilidad de pensar un sujeto que se define en relación con la experiencia de un universo que él mismo construye. Y por su capacidad de interpretarlo. Ya hace tiempo el sujeto ha dejado de hablar desde el pedestal de la Razón. Habla su lenguaje denso desde la aceptación de los límites de su racionalidad. Desde la contundente materialidad de su cuerpo. En esta escena no es ya un pasivo contemplador de la esencia de las cosas sino un activo fabricador de mediaciones. Navega en un flujo de relaciones que lo conectan con otros signos. Asume la verdad como una experiencia comunitaria. Como un proyecto público basado en la realidad. Asume también que la realidad está hecha con los lazos trenzados del afecto, la acción y el pensamiento. Que esa espesa membrana que recubre la experiencia, tejida por la acción colectiva, sólo puede ser atravesada por una fina aguja: un índice.

Quiero enfatizar lo importante que es tanto para los estudiantes como para los docentes e investigadores, reflexionar acerca de cuáles son los paradigmas de los que parten las teorías que empleamos en la práctica académica. Porque por un lado, cada paradigma es un punto de vista que se sostiene sobre la base de determinadas elecciones explícitas o implícitas, las que dependen de toda clase de constricciones históricas, sociales, institucionales, políticas e ideológicas. Y por otro lado, cada paradigma es como una matriz capaz de producir innumerables discursos o modelos (Verón, 1986). Este es un detalle digno de ser tenido en cuenta, no sólo por los que se dedican a los estudios semióticos sino por todo intelectual que haga de su práctica, un ejercicio crítico.

 

 


Notas

* En El signo en Peirce, publicado por el Programa de Semiótica y Epistemología de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

1. El artículo de Ginzburg, publicado originalmente en 1979, con el nombre de "Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales" fue reeditado por Eco y Sebeok en el capítulo IV de El signo de los tres. La edición que manejo es la de 1989.

2. Warburg, desde su perspectiva a la vez estética y entográfica, propone que aun los detalles más pequeños pueden desplegar un enorme poder significante. Por ejemplo, la proliferación de pliegues y repliegues en las vestiduras y las cabelleras de las figuras de Botticelli supone un desvío respecto de la serenidad del arte renacentista (Rafael, Leonardo). Asimismo, considera que la magia es un elemento constitutivo del universo simbólico. Por su parte, Flaubert, anticipa con su meticuloso trabajo sobre la palabra escrita, el imperio del significante, tal como observa Barthes (1973), otro detallista excéntrico, que analiza su producción a partir de las marcas marginales de sus manuscritos y correspondencia personal (tachaduras, retoques, vacilaciones, sustituciones o agregados).

3. Curiosamente, ciertas improntas del evolucionismo dejaron su huella en la producción de Peirce: el conocimiento, inagotable, siempre aumenta.

4. Tal como lo advierte Paolo Fabbri (1999) el giro semiótico tuvo tres condiciones principales: la incorporación, en el aparato teórico-metodológico, de la teoría de la enunciación, la reflexión sobre las problemáticas de la manipulación y el conflicto en la enunciación y el replanteo de la eficacia simbólica de los signos.

5. Aunque marcada desde su inicio por la matriz estructuralista y francamente anti-peirceana de Greimas y Fontanille, cuenta hoy con proyecciones teóricas que incluyen los aportes de Peirce, como Paolo Fabbri, entre otros.

 


Bibliografía

APEL, Karl-Otto, 1997, El pensamiento de Charles S. Peirce, Madrid, Visor.

BARTHES, Roland, 1973, "El grado cero de la escritura" en El grado cero de la escritura, Buenos Aires, Siglo XXI.

CIAPUCIO, Guiomar, 1994, Tipos textuales, Buenos Aires, Oficina de Publicaciones CBC, UBA.

DELADALLE, Gerard, 1996, Leer a Peirce hoy, Barcelona, Gedisa.

ECO, Umberto, 1999, Lector in fabula, Barcelona, Lumen.

ECO, Umberto y SEBEOCK, Thomas, 1989, El signo de los tres. Dupin, Holmes y Peirce, Barcelona, Lumen.

FABBRI, Paolo, 2000, El giro semiótico, Barcelona, Gedisa.

FERRATER MORA, José, 1976, Diccionario de filosofía, Buenos Aires, Sudamericana.

FISHER, Sophie, 1999, Énonciation. Manières et territoires, Paris, Ophris.

GINZBURG, Carlo, 1988, "Morelli, Freud y Sherlock Holmes: indicios y método científico" en Eco y Sebeok, 1989.

KUHN, Thomas, 1971, La estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de cultura Económica.

—— 1978, Segundos pensamientos sobre paradigmas, Madrid, Tecnos.

MAGARIÑOS DE MORENTIN, Juan, 1983, El Signo. Buenos Aires, Hachette.

MARAFIOTI, Roberto, 2004, Charles S. Peirce. El Éxtasis de los Signos. Buenos Aires, Biblos.

PEIRCE, Charles Sanders, Collected Papers Membra Ficte Disjecta (A Disordered Array of Severed Limbs) Editorial Introduction by John Deely to the electronic edition of The Collected Papers of Charles Sanders Peirce, Charles Hartshorne and Paul Weiss (eds.). vol. I: Principles of Philosophy, Cambridge Harvard University Press, 1931.

—— 1987, Obra lógico-semiótica, Madrid, Taurus.

——1867, "Sobre la clasificación natural de los argumentos", Trad. Cast. de Pilar Castrillo (1988)

—— 1868a, "Cuestiones acerca de ciertas facultades atribuidas al hombre", Trad.cast.de Carmen Ruiz (2001).

——1868b, "Algunas consecuencias de cuatro incapacidades", Trad. y notas de José Vericat (1988).

—— 1877, "La fijación de la creencia", Trad. y notas de José Vericat. En: Charles S. Peirce. El hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce), J. Vericat (tr., intr. y notas), Crítica, Barcelona, 1988, pp. 175-99. "The Fixation of Belief", W3, pp. 242-257.

—— 1878, "Cómo esclarecer nuestras ideas”, Trad.. y notas de José Vericat (1988).

SERRANO, Sebastián, La semiótica, una introducción a la teoría de los signos, Barcelona, Montesinos, 1992.

VERÓN, Eliseo, 1993, La semiosis social, Barcelona, Gedisa.


Una de las ventajas de los textos en formato electrónico respecto de los textos impresos es que pueden corregirse con gran facilidad mediante la colaboración activa de los lectores que adviertan erratas, errores o simplemente mejores traducciones. En este sentido agradeceríamos que se enviaran todas las sugerencias y correcciones a webmastergep@unav.es


Fecha del documento: 10 de diciembre 2008
Ultima actualización: 15 de septiembre 2011

[Página Principal] [Sugerencias]


Universidad de Navarra