Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 1-IV-1930, p. 7)

GLOSAS DE EXTREMADURA Y DE GUADALUPE.— Extremadura, tierra de los adentros, nudo en los cables de caminos que vienen de Castilla, y de Andalucía, y de Portugal; Extremadura, tierra de pastores, sin mar y sin metrópoli, ¿qué elemento natural podía a tí prepararte a esta imperial función de verterte en las Indias, dándoles no sólo tu sangre, transfusión maternal, sino esta devoción mariana, espiritual santo y seña, que, por una especie de prodigio, transforma una advocación comarcal en místico emblema de todo un continente?
La codicia vela en las cortes, pero la pobreza desvela en los campos. Los navíos surcan el mar, pero las ensoñaciones surcan el cielo, cuando las noches estrelladas. Extremadura no tiene Corte, pero tuvo César. Extremadura no tiene Océano, pero sí Cosmos… Una tradición romana en los huesos, huesos de ruinas, piedras de Mérida, Foro y Teatro. Y, por patrona, esta imagen, inscripta que estuvo en la descabellada figuración del Sol y con una corona de doce estrellas, y otras cuarenta y dos estrellas de oro y la Luna derribada a los pies.
En las despejadas, frías noches, el pastor de rebaños contempla el cielo y, como es músico de caramillo o rabel, llega a adivinar que, en el cielo, hay una música, que responde sutilmente a la que él suena. Dirige la orquesta el Padre Sol, canta virginalmente la Luna, cada astro es voz de coro y cada planeta, ministril… Ahora, la vocación por las navegaciones pesqueras o costeras, quizá la de las navegaciones mediterráneas, con sus aventuras a lo Ulises, es la boca del mar quien la pronuncia, en bramido hueco o en suspiro voluptuoso. Pero la navegación oceánica, la travesía del misterio, no podía reclutar corajes por medio del bramido o del suspiro del mar, sino por la música de los astros… En lo profundo, los navegantes de Indias no eran geógrafos, sino astrónomos.
Ni su propiciatoria imagen podía ser una Madona, como la de tantas risueñas ermitas mediterráneas, con un barquito de vela en la mano; sino esta de Guadalupe, blasonada de Cosmos, y que durante mucho tiempo estuvo elevada sobre un arco, decorado a listas, con todos los colores del iris.

LA EMOCIÓN CÓSMICA.—Probablemente, esta representación mariana corresponde a un momento de tránsito en la historia de los símbolos plásticos de la Purísima Concepción. El Misterio era anteriormente figurado en e! abrazo de San Joaquín y Santa Ana, en la Puerta de Oro. Más tarde vino a serlo por la imagen de la Virgen sólo, como en Murillo, con la presencia del elemento astronímico —pureza; recordemos a la mitológica Diana—, en la media luna, con las puntas hacia arriba, y, en cambio, sin Niño y desprovista de cualquier otra alusión al elemento genesíaco. Imagen sublimada, intelectualizada y también —insistamos en ello— individualizada, aislada. En correspondencia con un estado de espíritu muy siglo XVII, muy segundo Renacimiento…
Pero tal estado de espíritu, el siglo XV??? ocasión es que el sentido de Guadalupe se liga idealmente con el sentido de las Indias —no tiene por qué adelantarlo. Entre los dos momentos, el de la humilde viñeta doméstica y el de la representación astronómica intelectualizada— el de la Anécdota de la Purísima Concepción y el de su categoría —, el siglo XV aisla ya la figura; pero de una parte le deja al Niño, y de otra le sumerge en un Cosmos, en una especie de baño de naturaleza —de esta Naturaleza que no es todavía una Physis; que significa una Fuerza, sin haber alcanzado todavía la significación de un Orden—; Cosmos sin Logos, barroquismo… El especial matiz de un cierto juego de emociones que la Cultura maneja en este momento, se sumerge poco después en el racionalismo para volver a aparecer en el siglo XVIII. Pensemos en lo mucho que se parece la ventana portuguesa de Tomar a los portales de Churriguera…
Si, en tan alto orden de cosas, ciertos símiles librescos no hubiesen de parecer demasiado artificiales, diríamos que el instante de evolución iconográfica a que pertenece la Concepción de Guadalupe, es el mismo que, a la historia de la filosofía, viene a provocar la breve aparición de un panteísmo italiano, entre el fin de la menuda silogística medieval y el matemático racionalismo de la hora de Descartes.

EL HUMILLADERO.— Este vago matiz de panteísmo, este sentido cósmico, traducido a jeroglíficos de astronomía, ¿no preparaba especialmente el éxito ultramarino de la imagen extremeña ? ¿No empieza, además, a entreabrirnos el secreto de la misión de Extremadura, pueblo de pastores, en la espiritual incorporación de Ultramar…? Pero cuando nos avecinamos a ciertas claridades, tanto como el anhelo de interpretar opera quizá en nosotros el miedo a comprender.
Quizá para hacernos abandonar cualquier profana tentativa de explicación, cualquier pedantesco ejercicio ideológico —que pudiese tomar, a la vista de esta flor de pureza archivada a una especia de valva de sol y ante el juego de ciertas evocaciones morfológicas y verbales ("Virgen América"…,"Selva virgen"), los caminos de una investigación acerca del símbolo del Paraíso Perdido —camino del Monasterio de Guadalupe y dándole entrada, el peregrino encuentra aquel gótico pabellón, que llaman "el Humilladero…" Buen lugar y ocasión para despojarse de vanidad. Para pronunciar —ahora llenándole de luz, si antes lo estuvo de turbaciones—, la adamantina palabra: milagro. Renunciando a saber, de la razón, que dio a Extremadura y a Guadalupe misión en las Indias, más de lo que sabemos del granillo de polen que, viajero de los vientos o de los barcos, fue a germinar y a florecer un día, allá, tan lejos, a la otra banda de la mar.


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Última actualización: 9 de junio de 2008