Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 16-III-1929)

LA PORTADA DE SAN GREGORIO.— Como tantas veces ocurre, con objetos o instituciones donde se encierran la revelación de un momento inicial y el secreto de unos orígenes, la Portada del Colegio de San Gregorio, en Valladolid, es un monumento bastante misterioso… ¿No se diría que la Historia, como la Naturaleza, tiende a envolver los primeros pasos de cualquier proceso de génesis en cubiertas y encelamientos, que son protección y abrigo; quizá, pudor? El historiador de la cultura tiene muchas veces la impresión de penetrar en las penumbras de una alcoba.
Todo lo que en Portugal se había de llamar «manuelino»; todo lo que en España se había de llamar «plateresco»; todo lo que en el Mediodía occidental europeo iba más tarde a recibir nombres como los de «rocalla», «estilo rocalloso», «estilo rústico», «estilo rococó», «estilo jesuita»…—todo cuanto en la gran corriente de lo barroco significa la reinmersión del arte en la Naturaleza, de las formas en el caos, de la inteligencia en lo cósmico y pánico, todas las consecuencias traídas a la sensibilidad por la doble revolución del descubrimiento de las Indias y la nueva concepción copernicana— está prefigurado en este misterio de la Portada de San Gregorio… Dicen los profesores que el tal monumento carece de arquitectura. Sí, carece de arquitectura, como Shakespeare, según los antiguos retóricos, carecía de sentido teatral; o Wagner, según sus enemigos en la hora polémica, estaba falto de armonía. Carece de arquitectura, como carece de orden una revolución: porque son el orden, porque son la arquitectura de mañana… Pero el ayer está igualmente en el Portal misterioso. Está en los follajes, herencia del gusto gótico; que, al quedarse aquí sin los geométricos rodrigones de la ojival estructura, se han acordado de que procedían de vegetales troncos, y a ellos se agarran, y a jardineros mimbres. Y así reciben el agua de las fuentes. Y, temblorosos, se dejan acariciar por el viento y se bañan en los juegos de la luz.
Como el mar «de risa innumerable», que cantara Esquilo, la superficie del Portal está picada, y la piedra rompe, a cada paso, en espumas. ¡Loca mañana que restaura el Paraíso perdido, y, en el paraíso, la desnudez! Niños desnudos, barbados hombres desnudos, con el cuerpo cubierto de una especie de escamas, como pescados, y en ademanes donde es difícil no ver asociadas la majestad y la obscenidad, animan y agitan el conjunto, como otros tantos elementos decorativos. Y la fauna y la flora. Los blasones y las guirnaldas. Y las cuerdas y sus trenzados. Y las frutas y la flor de lis. Y los encajes y los bolillos. Y, en cierto modo, todo aquel sistema de tejido y escultura, que, dentro del folklore material español, ha seguido prevaleciendo, en manos de esterero o de niña, para la confección y ornato de las palmas benditas del Domingo de Ramos. Y —¿cómo decirlo, cómo probarlo?— una brisa, una aura, que se respira, que se oye cantar. Una aura náutica, algo como melodía lejana de sirena o interior bramido en el vacío cuenco de caracol, cuando se le aproxima a la oreja… Aquella emoción, aquel sentido, que, si en las cercanías del Océano alcanzaron admirable expresión en la ventana portuguesa del convento de Thomar, con su pululación profusa y maravillosa de algas, corales, madréporas, esponjas, cordajes, nudos, áncoras y esferas armilares, volvemos a encontrar —bien tierra adentro, hacia el centro mismo de la Península— en la puerta y patio del palacio del Infantado, en Guadalajara.

HIPÓTESIS.— Con todo, no es exclusivamente un secreto de estilo lo que se encierra en la Portada del Colegio de San Gregorio. Es también un secreto de emblema. Esta rara, esta compleja composición, ¿qué significa? La presencia de aquellos salvajes hombretones desnudos nos desorienta más que nada. ¿Quiénes son estos personajes? ¿Por qué están aquí en asamblea de ocho, agrupados de dos en dos, peludos, escamosos, hirsutos, uniformemente prepotentes —hoy mutilados—, a la vez adamíticos y guerreros? ¿Y, arriba, el gran árbol enigmático, el árbol que sale de una fuente?
Conocemos la fecha de edificación del Colegio de San Gregorio. Su fábrica empieza a fines de la penúltima década del siglo XV; se termina ocho o diez años después. Parece natural pensar que los trabajos de escultura han sido realizados en último término. Pueden éstos, por consiguiente, situarse hacia el último quinquenio del siglo… ¡1495! Momento en que toda España vive en la embriaguez de los Reyes Católicos. En 1492, se ha rendido el reino de Granada. El mismo año ha emprendido Cristóbal Colón su viaje. La obra de la Reconquista terminada, el sorprendente descubrimiento de las Indias… La puerta será un arco de triunfo; el símbolo traducirá figurativamente una exaltación. Si el gran árbol de arriba es un granado, ¿no entenderemos que el detalle de sus frutos alude a la rica presea recién ganada? Y si los hombretones, a parte y parte de la abertura, traen una ingenua representación del salvajismo, ¿no concluiremos que tal vez se trate de figurar aquí a los indios, a los paganos, descubiertos y vencidos, asociando así su rudeza y su esclavitud al triunfo apoteósico de Castilla? ¿No nos palpitará el corazón al pensar que estamos enfrente de la primera quizá entre las representaciones europeas del imaginario hombre americano; que todavía, es claro, no se llama así, pero cuya suscitación ya trae a las imaginaciones —quizá con más fuerza que nunca, porque aún la visión auténtica falta—, una sacudida de todas las disposiciones por lo fantástico, la febril remoción de tantos posos de sensibilidad?
En las barbas de estos primitivos, en la ambigüedad de su escamoso cuerpo, en su inocencia sucia y bestial, venía enredada la oceánica turbación de infinito, que había de informar, durante tres centurias, todas las corrientes de la cultura barroca. Estos indios proliferarán. La nostalgia del Paraíso perdido vivirá en la sangre de todas sus estirpes… ¿Qué importa que, hacia el final, las estaturas degeneren? ¿Qué importa que éstos, que han sido casi cariátides, se conviertan, tras de la multiplicación de toda su escultórica ralea, en minúsculas figurillas de Nacimiento? La gran campaña del naturalismo, la del Cosmos, la del dios Pan, ya estarán ganada a estas horas. La fauna y la flora, la luz y el paisaje, el gusto por la caricatura y el juguete, que han entrado en escena, en el flanco de un monumento de Valladolid, habrán devorado al mismo monumento y serán ellos los amos y señores. Serán los amos, y la iconografía navideña del portal nada tendrá ya de monumento, nada tendrá ya de geometría; se habrá reducido a eso: a naturalismo, a imitación, a fauna y flora, y luz y paisaje, y caricatura y juguete…


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Última actualización: 22 de julio de 2008