Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 17-X-1929)

EL CENTENARIO DE «FAUSTO».— Hace pocos días, en Weimar, y en coyuntura del centenario de la primera representación del Fausto, de Goethe, tuve la suerte de ver puesta la obra en su integridad —primera y segunda parte, prólogo en el cielo y prólogo en el teatro, epílogo místico y las dos noches de Walpurgis—, y, puesta en condiciones tales de servicio escénico, que la prodigiosa creación aparecía a mi sentir como cosa inédita, vestida hasta en los pasajes más reputados de oscuros, con nuevo relieve y nuevas luces. Debo decir que jamás en mi vida el arte dramático me proporcionó placer semejante. Placer tan intenso, de orden tan imprevisto, que incluso movía a buscarle especial, extraordinaria denominación… Cuando uno piensa que lo que entonces hice se llama «ir al teatro», y que también se llama «ir al teatro» el dejarse caer, cualquiera caliginosa noche madrileña, en un barracón fementido, para que le propinen a uno, sentado en una silla dura, cuatro timos de sobada pedagogía o astracán tedioso, no puede por menos que convenir en la penuria de las expresiones del lenguaje humano.
Importa precisar que el placer, en la noble ocasión que digo, no era logrado sin fatiga. La solemnidad desarrollábase en dos jornadas. En la primera, de cuatro a nueve de la tarde, se asistía al «primer Fausto», precedido por los prólogos. Al día siguiente, la función se daba, con el «segundo Fausto», de cuatro a diez. Salíase entusiasmado y aun edificado, pero también abrumado. Con abrumamiento no extraño, por otra parte, a aquel placer y aquella edificación. En la cocina de la emoción para los corazones, como en la del convencimiento para las mentes, entra, después de todo, un elemento cuantitativo, imposible de desconocer. La Escolástica lo supo, la Escolástica que, en su máquina silogística, se ha beneficiado siempre, no sólo del rigor, sino de la pesadez, con tendencia a dejar al adversario sobre sin argumentos, sino sin fuerza, convencido por rendido y llevado a la persuasión por el pescuezo, ob torto collo. Wagner lo ha sabido igualmente: en la impresión buscada y lograda por el Parsifal o la Tetralogía, lo místico no es sólo la inmersión en la música, sino el anonadamiento y aun la asfixia, en su inconsciente océano. Procedimientos contrarios, por ejemplo, a los de Sócrates; todos ellos suscitación, todos actividad, todos ligereza. Pero en el Fausto casi nada pertenece al orden socrático; lo demás, al místico. Cuando, de puro cansancio y cargazón, los ojos del espectador irían a cerrarse, es cuando los maullidos de mujer o de sirena, requeridos por la máquina fantástica del poema egregio, producen más sensación de cósmica orgía y de voluptuoso terror.

SONIDOS, LUCES Y COLORES.— Habría mucho que decir sobre el manejo de estos elementos de turbio inconsciente, por parte del poeta y de los intérpretes artísticos de su obra, desde el director de escena hasta los actores. Prescindamos hoy de comentar la intervención de lo acústico; limitémonos a lo óptico, es decir, a lo que se llama más corrientemente atrezzo y decoración. Ya va dicho que esto ha sido extraordinario en la solemnidad de Weimar. Las escenas metropolitanas, en el mundo germánico y el eslavo, han llegado en ello, como es sabido, a una perfección desconocida, casi insospechada en nuestro Occidente, incluida la misma Inglaterra. Quizá pasa por este mismo Weimar el meridiano simbólico que señala, en los artistas y los públicos, el comienzo del aria donde florece la pasión auténtica por la dionisíaca embriaguez del teatro. Esto es privilegio y carácter, sobre todo —como decían los organizadores del gran Teatro Mundial, de Salzburgo—, «de la tribu austrobávara»… Y, de los dos pueblos contemporáneos, cuya vida social contiene más novedades, es decir, Italia y Rusia, este último parece especialmente consagrado a una predilección por lo teatral, mientras que la vocación italiana se orienta, probablemente cada día más, hacia la arquitectura.
La modernidad, en el área que digo, el esfuerzo de renovación y hasta el lujo, se traducen, sin duda, en el juego pomposo y refinado de telones y decoración; pero todavía más capitalmente en todo lo relativo a las luces y a la luz. Es posible que, en mis representaciones de Weimar, la tarea del pintor propiamente dicho haya tenido menor entidad que la del arbitrador de proyectores y reflectores eléctricos. Lo corriente es que el campo escénico permanezca muy oscuro. En esta oscuridad, ingeniosos dispositivos concentran dramáticamente o poéticamente difunden un rayo, un matiz, un resplandor. Los vapores infernales de las dos noches de Valpurgis traían a nuestros ojos extraños y arrebatadores efectos. Muerte, juicio, infierno y gloria, en esta formidable tragedia de postrimerías, se iluminaron por manera que sumergía en el ambiente de lo sobrenatural. Mascaradas y carnavales debieron a los artilugios de fuego y fulgor su alta saturación de locura. Y cuando, hacia el término de la primera parte, Margarita pecadora es atormentada por su Mal Espíritu en el templo, templo, y fieles, y columnas, y bóvedas, y altares, desaparecían todos en la tiniebla: quedaba, en un rincón de la vasta negrura, un fantasma de mujer abatida, que salmodiaba su dolor, junto a una vaga aparición sin forma, pero con voz, que destilaba a su oído, como en un secreto crisol, los elixires de una agonía en el remordimiento.
Todo producto humano tiene su estilo. Y es difícil que el tal estilo no responda, en cada capítulo de la vida o de las artes, en cada momento de la Humanidad, a una disposición común. Con docilidad, con avance o con retraso, a una hora de arquitectura barroca, por ejemplo, se ha enlazado siempre una hora de música barroca, y de literatura, y de ciencia, y de política, y de costumbres y de filosofía barrocas. Pues si esto decimos de toda la producción espiritual y aun de las maneras del cotidiano vivir, ¿cómo no había una variedad de lo pictórico, es decir, escenográfico, responder a las tendencias generales de la pintura, en un determinado momento de la Historia…? La escenografía moderna de los países germánicos y eslavos, la escenografía cifrada, sobre todo, en los juegos de sombras y luz, tiene un estilo, y éste es, indudablemente, el impresionista. Obedeciendo, con retraso, a una inspiración estética, que fue la de la pintura corriente, en el inmediato ayer, esta escenografía —postergando y menospreciando lo que, en las realizaciones concretas, significa forma precisa, contorno, dibujo, escultura, individuación— persigue el color más que nada; el color en sus fiestas más confusas y febriles; persigue lo que, dentro de las disposiciones del espacio, mejor traduce el secreto de la emoción de las artes del tiempo, es decir, el factor musical.

LÍNEA, DIBUJO.— Cabe imaginar, y conviene que nuestro gusto se imagine que semejantes preferencia y estilo son cosas, avanzadas, sí; pero, después de todo, interinas. La pintura mejor acordada con las «palpitaciones de nuestro tiempo» no es impresionística ya: preveamos el propincuo mañana en que la escenografía lo deje de ser. La luz, el color se han hecho soberanos casi exclusivos de ese arte, en sus actuales manifestaciones más escogidas. ¿Por qué, con todo, una lógica reacción no ha de conducirnos muy pronto, por labor de algunos renovadores más a tono con más frescas corrientes de la sensibilidad, a otro tipo de producción, a otro estilo, en que lo que domine, al contrario, sea la concreción y el dibujo, el gusto por las delimitadas figuras, el sacrificio, no de los objetos al ambiente, sino del ambiente a los objetos, y para decirlo a lo teórico, esta manera más reciente, en la pintura y escultura vanguardistas, que en el centro de Europa se llama «objetividad nueva», neue Sächlichkeit…. ? No me cuesta demasiado creer en el éxito del primer director de escena que traiga a los ojos del público una figuración en formas escuetas y dos colores, como el estilo de un vaso griego. No me cuesta saborear de antemano el excelso e intelectualísimo placer de un teatro archiclásico, en que, a las «tres unidades» consabidas, se añadiese otra unidad todavía más exigente, la «unidad de luz».No me cuesta nada… Pero en arte no cuesta nunca nada el sugerir y el anunciar: lo importante es plasmar, hacer. Y Dios dé a los artistas llamados a traernos sus invenciones en el soñado estilo buena mano para lograr, dentro de él, productos tan felices como los obtenidos en el suyo por los directores de las recientes, inolvidables representaciones del Fausto en Weimar.


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Última actualización: 23 de julio de 2008