Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 4-X-1929)

NUEVOS ENSAYOS.— El campo de Omen, con su Buda viviente y versátil; el pueblo de Dornacht, velando, en el Goetheanum, el cadáver del fundador de la Antroposofía; la ciudad de Darmstadt, donde el conde báltico soñó en resucitar un Weimar, con apoyos financieros ultramarinos, son, dentro de Europa, campos de profecía, más o menos tocados de las maneras del Oriente… Dejando ahora Holanda, Alemania, Suiza, regresemos a Francia; y atendamos a tomar en cuenta otros dos ensayos de comunicación extrauniversitaria, pero personal —quiere decirse, practicada sin intermedio de letra impresa—, del pensamiento superior
Uno de estos ensayos está localmente situado en !a Borgoña, y su organización es exclusivamente francesa, aunque también invite y acoja a algún claro extranjero. Hállase el otro ensayo en tierras de Languedoc, pero su empresa reclámase del nombre de Escocia. Entramos con eso, sin abandonar la gran experiencia, el anhelo común, hoy sentido por la Humanidad toda, en variedades de inspiración más Occidental. Su matiz, menos religioso, acentúa, en desquite, lo social y lo científico. Si en Pontigny hay algo así como un «club» o «lonja», para la cotización de valores espirituales, en Montpellier, lo del Colegio de los Escoceses guarda reminiscencias del camping de un explorador. Y si, bajo el techo de M. Desjardins, puede a veces el estudioso creerse en un salón, entre los andamios de Mr. Geddés, la instalación del huésped recuerda lo del astrónomo profesional que ha acudido a establecer, en la colina de algún lejano país, un observatorio improvisado, para recoger datos en ocasión de un eclipse.
Digo «el estudioso» y coloco mi último parangón en el campo normal de la ciencia, porque, en efecto, esta nota de saber, de estudio, preside las tentativas occidentales a que aludimos, al revés de las otras, cuyo sentido es más bien místico y esotérico, requiriendo, no precisamente el estudio, sino la iniciación… Keyserling en la «Escuela le la Sabiduría»; Krisnamurtri, en su «Campo»; Rudolf Steiner —y hoy quizá su viuda—, en el Goetheanum, tienden principalmente a sumir a su clientela en un determinado estado, no a enseñarle una determinada doctrina. En Desjardins y en el mismo Geddes, al contrario —a pesar, en este último, de la desviación que vamos a advertir en seguida—, la apelación a las funciones de conocimiento es constante; y se atiende a su canalización, bien bajo la especie, eminentemente social, del diálogo —en Pontigny—, bien —en Montpellier— por instrumento, radicalmente lúcido e intelectual, del «esquema». ¡Diálogo, esquema, cosa socrática, cosa pitagórica, cosa de Occidente! La comparación de Pontigny con un jardín de Academo resulta manida. Pero quizá nadie ha atinado todavía a comparar el Scots College de Mr. Geddes con el Miramar de Ramón Lull.

PONTIGNY.— Todavía otra particularidad, en estas nuevas tentativas de tipo más «laico». Omen, Dornacht, Darmstadt,. son monarquías. Una sola cabeza en cada una, dos quizá —como en el caso del Buda viviente, en su complicidad con Annie Benarat—; pero nunca el plural magisterio. Pero en lo de Pontigny, el magisterio se ejercita pluralmente, por definición. Y, en Montpellier, no hay, en realidad, tal magisterio: lo que la fundación proporciona, no es docencia, sino hospitalidad. El director —que es el propietario, y estoy por escribir, con tanta franqueza como nobleza, el hostelero— tira, de cuando en cuando, de sus esquemas, los desarrolla y los explica; pero pica quien quiere.
Los Entretiens estivales de Pontigny vienen celebrándose desde hace veinte años. Empezaron con bastante anterioridad a la guerra; y si ésta los interrumpió, y si la antigua abadía de M. Desjardins hubo de convertirse en hospital de sangre, la paz llevó allí pronto de nuevo sus enjambres de intelectuales abejas. Su actividad se ejercita, sobre todo, en meses de agosto y septiembre. Con regla, muy libre cada cual, entre los huéspedes de la casa, vive, trabaja, se reposa a su guisa; una vez por día, durante las primeras horas de la tarde, una reunión general en el salón invita a meditadora y a disertantes a examinar, en forma y proceso de diálogo, algún tema común fijado previamente. Alguien autorizado establece la posición teórica; alguien dirige la discusión. Discusión que no exige, por otra parte, la llegada a unas conclusiones. Lo más frecuente es que la solución del problema quede en el aire. Pero ya sabemos que justamente en el aire la flora ideal gusta a veces de hincar raíces.
No poco del aire y tono de nuestra madrileña Institución, y algo de la Residencia de Estudiantes se reproduce en el Pontigny… Yo lo deseara quizá con mayor plasticidad concreta, con menos sumisión al espontáneo impulso, con más fijeza y precisión de contornos; en otros términos, con menos empirismo británico y más estructura regular, a lo católico o a lo francés… La flora ideal se enraiza en el aire, y el espíritu sopla donde quiere. Pero sólo saca esta buena música cuando sopla en un tubo de flauta, en un bien dispuesto cilindro horadado por agujeros oportunos. Y, en verdad, se dirá que únicamente pueden llegar a tener alma las criaturas de Dios que ya empiezan teniendo vértebras.
Pero ello significa ventaja, que acaso no pueda exigirse más que a partir del momento en que haya varios Pontigny en el mundo. En tanto que uno solo posee una riqueza de orden determinado, el primer deber de quien posee es, evidentemente, no el mejor rendimiento, sino la más amplia generosidad. Quede para mañana, si acaso, la fecundidad de unos principios, de una doctrina, de unas normas, de un estilo siquiera, que pueda llevar el nombre de estilo, normas, doctrina, principios de Pontigny.
Hoy consignemos con el mejor elogio que las más autorizadas voces francesas del tiempo, y más de una extranjera, han podido ser oídas en estas décadas de Pontigny, con su libre conversación. Y que este verano mismo han estado allí y departido amistosamente con un grupo ávido de conocimiento, Langevin y Brunschwig, Mauriac y André Gide, Weils y creo que también, últimamente, Einstein; agitando cuestiones como la estética de «la esencia de lo clásico» y la científica y filosófica del «Universo sin figura».

MONTPELLIER.— Lo de Montpellier está mucho menos maduro. No monarquía tampoco, por falta de régimen, resulta, a pesar de todo, institución, no ya personal, sino personalísima, pues en este «Colegio de los Escoceses», todavía en gran parte en el aire, una sola figura lo absorbe todo, aunque, según parece, no enseñe nada, ni mucho menos imponga nada.
Es una figura «muy singular», y algo de ella conviene traer aquí, a estas glosas, donde se recoge cierto aspecto exterior del pensamiento contemporáneo. Cierto aspecto, donde se me antoja encontrar una de las actualidades más vivaces —y, hasta cierto punto, más imprevistas— que hoy se presten al comentario.


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Última actualización: 23 de julio de 2008