Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 24-VIII-1929)

JUICIOS DE VALOR, EN EL JARDÍN BOTÁNICO.—…Pero la buena cosecha, que el espíritu levanta de su visita a un Jardín Botánico, no se limita, no, a recuerdos embriagadores y a nostalgias voluptuosas. También, de los obesos macizos y de las frondas castigadas, brota para el entendimiento algún juicio de valor. ¿Quién, al ver esas plantas florecer en latín, no piensa en el con-qué de la poesía y de la ciencia, y de la poesía de la ciencia y de la ciencia de la poesía? También se piensa en el sentido de la vida más contrario a aquel que tiene aquí clásico y hasta neoclásico templo: en la flora libre y salvaje Y en ella —a poco que la lección del Jardín Botánico haya sido aprovechada— con desprecio.
Así yo, a la salida de la hora meridiana vivida en el de Lisboa, me formulaba esta conclusión a mí mismo:
La locura es insípida

QUE ABURRIDOS SON LOS LOCOS.— Sí, la locura es insípida. Insípida y monótona.
El poema que compone el loco se llama su manía. Al poema del hombre lúcido se llama su arte… Ahora, comparemos —no ya en el sentido de la dignidad, no ya en el sentido de la consistencia, no ya en el sentido de la eficacia—, sino en el puro aspecto de la riqueza de manifestaciones y de la diversidad y complejidad de productos; si se quiere que lo digamos en términos más frívolos: comparemos, desde el punto de vista de la diversión, el arte con la manía. Pongamos frente a frente, de un lado, la historia universal del arte; de otro lado, la historia natural de la manía, es decir, el cuadro de la clasificación frenopática.
¡Cuán opulenta, maravillosa floración, histórica y contemporánea, en el primer campo! ¡Qué de escuelas, de ideales distintos, de técnicas contrapuestas, de originalidades, de sucesivas novedades, de invenciones! ¡Qué de variedad, que de riqueza, qué de contrastes!… De orates, en cambio, casi no conocen los especialistas experimentados más allá de media docena de tipos: el infeliz que se santigua sin parar, el que exhibe las vergüenzas, el que incesantemente maquina y oculta; el que empieza diciendo que sus sobrinos le persiguen, para acabar amenazando de muerte al director del asilo; el que empieza diciendo que él es el Sumo Pontífice, o la Santísima Trinidad, o la Bien Plantada, o Rodolfo Valentino, o Mussolini, para acabar no diciendo nada…

…Y LOS MONSTRUOS, Y LOS HEREJES.— Sí; la locura es monótona y el desorden poco inventa. Pues, ¿y lo que ocurre, en la Naturaleza, con morfología teratológica, con los monstruos? El equilibrio, la belleza, la inteligencia, el genio, admiten las más imprevistas versiones formales. He aquí un retrato de Goethe; he aquí un retrato de Kant, otro de Beethoven. No parecen del mismo país. ¡Rafael y Miguel Ángel, encarados, casi ni siquiera parecen de la misma especie! Pero ni huevo a otro huevo ni gota de agua a otra gota de agua se asemejan entre sí tanto como una «Niña Gorda» de feria a la «Niña Gorda» de la barraca de enfrente, como un «Hombre esqueleto» a otro «Hombre esqueleto»…
Y, ¿qué vemos en la vida religiosa? La piedad de Dublín, tan poética y vaga, y la piedad de Sevilla, tan concreta, plástica y luminosa, dependen estrechamente de una misma Roma, definitoria y rigurosísima, que lanza iguales consignas para todos. Y la orden de Santo Domingo, y la de San Francisco, y la de San Ignacio. Y la santidad de Simeón Estilita, santo poco cuidadoso en cuestiones de pulcritud, y la del obispo Francisco de Sales, a quien un crítico inglés llamaba «the gentleman saint». Y la del gran ingeniero y estadista Gregorio Taumaturgo, desecador de pantanos, y la del labrador madrileño Isidro, que dejaba que, por él, arasen los ángeles… Mas he aquí que el protestantismo abre la mano y suelta a cada quisque a que interprete la palabra de Dios o el dictado de la propia conciencia a su guisa. Y resulta que lo que saca de eso el pastor adventista de Bremen parece calcado — copiado al pie de la letra— de lo que de allí saca la evangelista disidente de New Yersey.
Disidente… ¡Qué más quisiera ella!

QUÉ POCA VARIEDAD EN EL FOLKLORE.— Pero dejemos a esos inspirados y giremos, señores, si a ustedes les parece, una visita a unas cuantas Escuelas de Bellas Artes. Como la hipótesis es una máquina de abolir el tiempo, empleemos la nuestra en preferir, para los fines de nuestra inspección, las Escuelas de hace medio siglo a las de ahora, en que ya han entrado y se han aclimatado, por oficiales que ellas sean, ciertos muy licenciosos morbos y han dado en volver la espalda a la Academia y a la Tradición, con el más pazguato desenfado del mundo… No nos sirven, porque lo que nosotros, en la coyuntura, buscamos, es una «clase» de dibujo, de aquellas de siempre, con sus reglas invariables, con sus modelos en escayola. He aquí, pues, una «clase» de dibujo académico en París. Luego, otra en Madrid. Luego, otra en Dresde. Unos adolescentes —unos adolescentes de hace cincuenta años— se ejercitan, en cada una de ellas, en afinar sombras, claros y penumbras a lo largo de una hoja de papel Canson. Un mozo de los de París está copiando un vaciado de la Victoria de Samotracia. Otro mozo de los de Madrid, otro vaciado de la misma. Otro mozo de los de Dresde, para variar, copia unos pliegues del ropaje de la Victoria de Samotracia. Pero resulta que el primero de aquéllos se llama Matisse; el segundo, Lizcano; el tercero, Kokoska. De este aprendizaje uniforme sacará cada uno una extraña, una infungible personalidad.
Ahora, aquí habrá un pastor de la frontera bohemia que, sin más compañía que la de sus rebaños ni más doctrina que la del viento en el paisaje, se ocupe en tallar, con tosco cuchillo, un pedazo de madera. Y aquí habrá un analfabeto de la gleba en tierra de Campos, allí donde, entre suelo y cielo, hay tal vacío, que el horizonte es circular; y también el castellano ha tirado de su navaja en designio de escultora. Y estotro rústico, montado sobre sus zancos en la marisma de las Landas, hace lo propio. De manos de cada uno sale un juguete, un objeto de folklore… Pero ocurre que esos tres juguetes son iguales. La bobería turística los adquirirá quizá, en cada país, como símbolo de una espiritualidad propia, de un carácter original y pintoresco. Pero, ¡guay, si llegasen a borrarse las letras que el agio añadió y si llegase a aparecer el rótulo Souvenir allí donde se leía «Recuerdo de Palencia»!
¿Por qué los productos del folklore son tan iguales, por qué son tan monótonos, por qué, en cuanto desaparece la convencional asociación de ciertas evocaciones, suelen resultar tan insípidos? Porque les falta el previo ejercicio normalizador —es decir, el previo ejercicio emancipador— en la unidad de la Victoria de Samotracia.

TODO SE VUELVE ACACIA.— En la coerción es donde se modela y acusa la personalidad. En la relajación se rebaja y borra.
La flora del Jardín Botánico puede reunir todavía, en el decoro del florecimiento en latín, el abeto, el laurel, la palmera.
Pero, con la libertad de esos campos y de esos caminos a la buena de Dios, todo se vuelve acacia.


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Última actualización: 23 de julio de 2008