Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 7-XII-1927)

DEDICATORIAS.— Prosigan los trabajos de empadronamiento para el Censo que ya empezábamos, el censo de las miradas en la obra goyesca. Para que se acabe de ver cómo, aquí, las miradas son, generalmente, señoras; y los ojos —los ojos, en su materialidad— sólo escuderos o palafreneros.
Porque en la lista de hoy predominan las miradas de mujer, he pensado en dedicar estas Glosas, que las aluden, a sendos jóvenes poetas. Doña Juana mirará así a don Ramón de Basterra, hombre, en las dedicatorias, insolvente; doña Isabel, a Adriano del Valle, de nombre imperial y campesino, y que ejercita, por esas Béticas, el mejor oficio que puede un poeta tener; doña Manuela se dedicará a Federico García Lorca, que, según me dicen, ya se va a dejar de cositas breves; y las Doce Niñas de Osuna, a Gerardo Diego, que un día advirtió una distracción de mi pluma y no me lo dijo más que a mí.

DOÑA JUANA.— Goya pintó a doña Juana Galarza de Goicochea en familia, porque eran consuegros. La pintó a lo consuegro y de potencia a potencia.
Le puso en los ojos mucha y muy consistente negrura. Y, en el mirar, un imperio muy grande y una naturalidad mayor aún. Mirada de esas que van diciendo: "Llaneza, muchacho, no te encumbres, etcétera, etc." Y a obedecer.
La propietaria de estos ojos debía de ser como una pólvora. Pero me figuro que se le pasaba en seguida.

DOÑA ISABEL.— Doña Isabel Cobos de Porcel, la de la National Gallery, se desoja en ojazos, ligeramente desgreñada, debajo del pompón de la negra mantilla. Y esta mantilla negra, por cierto, ¡cómo le corta en diagonal el cuello mórbido, a doña Luisa Cobos de Porcel!
No contradicen aquéllos nuestra afirmación general, sobre el mayor valor de las miradas que las pupilas, dentro de la iconografía de Goya. Sólo que, en el presente caso de excepción, cabe decir que, mirada y pupilas, tal para cual. Estas son muy grandes, muy redondas, muy netamente dibujadas y con el punto blanco muy en su punto. ¡Cuánto brillo, pero, a la vez, cuánta y cuán dura turgencia en el volumen! La real moza se llevará todos los sufragios. El de los que tienen la vista en los dedos y el de los que gustan de perder el mundo de vista. Ojazos para beberle el alma a la interfecta, abriendo los nuestros desesperadamente a una pulgada de los suyos; o, al revés, para cerrárselos con dulzura, dejando descansar, encima de la convexidad del párpado, la pulpeja de nuestro dedo del corazón.
El ojo izquierdo, sobre todo, es soberanamente limpio. El contorno de la pupila da la vuelta casi por entero. Al Sur y al Sudoeste, un poco de blanco la festonea. Al Este, mucho más blanco. Al Norte y Noroeste, el puro arco de una brida negra… Así da gusto.
Tomarás una reproducción de este retrato. Correrás encima de él, y hacia arriba el filo de una alba cuartilla de papel. Cuando éste sube hasta la mitad de la barba, todo el hermoso rostro sonríe y se ve triunfar al labio inferior, con su pulpa entre paralelas, como una morcilla delicada. Que el papel asciende más y ha llegado al borde inferior de la nariz: pues toda la cara se entristece y se diría que ahora pasa por ella la nube de una melancolía. Que sube más aún y ya la nariz no se ve: pues ocurre que ha vuelto la jovialidad, y ya los ojos ríen, solitos.
Ríen. Ríen a los siglos, a la eternidad. Ríen a Inglaterra. Ríen a las Naciones de parte de España. Ole con ole.

DOÑA MANUELA.— No se puede negar, no, que doña Manuela de Alvarez Coiñas bizquea un poco. También, más abajo, la boca se le tuerce otro poco. Pero esto último no es de nuestra incumbencia. Ni lo del busto estilo obús. Ni la manera zurda e inepta de sostener el abanico.
Las cejas, sí. Las cejas, que son un 40 por 100 de ceja, han sido pintadas, esto se adivina, a la vez que las niñas de los ojos y aprovechando el mismo unto en el mismo pincel. Y la curva límite de la nariz se ha hundido hacia adentro, un poco, para dar paso a la convergencia estrábica del ojo derecho.
No es de las que miren más, esta doña Manuela. Pero, si no mira mucho, mira bien, en cambio. De su poquedad, de su burguesía de alma, parece consolarse, diciendo "Quien más mira, menos ve".

LAS DOCE NIÑAS DE OSUNA.— Canudas era un grabador español que hará cuarenta años andaba viviendo, entre los molinos de Montmartre, una bohemia muy apretada. Pero las salidas de su agridulce humor se hicieron famosas. "He tropezado —contó una mañana a sus amigos, restregándose las manos de satisfacción— con un gran negocio. ¿Sabéis ese puntito negro que tienen, en su repliegue, ciertas alubias? Pues bien, desde mañana, el encargado de pintárselo, ¡voy a ser yo!"
El negocio del grabador Canudas ya lo previó Goya en su retrato del duque de Osuna, con su familia. Y distribuyó doce puntitos grises, para figurar doce niñas, del ojo, en la siguiente disposición: dos, en lo alto, para la cara del señor duque (el puntito de la derecha del espectador salió ligeramente más bajo), una pausa, otros dos puntitos, para la cara de la señora duquesa; otra pausa; seis puntitos más para los tres nenes de pie, dos más abajo, para el rico de su mamá, que está sentado en el almohadón (y no pesa en él).
Aplicándole un sistema de connotación musical, esto daría: "re, re, —sol, sol, —do, do, —mi, mi, —do, si, mi, mi… "
¡Y cómo se huelgan de estar así, juntitas y en buena compañía, las niñas de Osuna! ¡Cómo se entienden entre sí, y, de lo mucho que saben —o entresaben—, cuán mínima porción nos dejan entender a nosotros!


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