Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 11-III-1926)

SÍGUESE EL COMENTO DEL CLASICISMO DE PABLO PICASSO.— Todas las supersticiones tienen una filosofía dentro. Una filosofía…., y una bellaquería. Dejemos al Psicoanálisis la misión de demostrar esto último. Y, acerca de lo otro, veamos cuál filosofía se oculta en la superstición del llamado «Arte nuevo»; cuál inspira sus impiedades.
La filosofía que se oculta en la superstición del «Arte nuevo» es la filosofía de la Evolución. Aquel gran apetito historicista del XIX encontró en ello la fórmula mas adecuada. Durante todo un período de la cultura —desde la hora de Giambatista Vico, hasta la hora de Ostwald Spengler— cada una de las manifestaciones del espíritu, en amor a la Historia o en flirt con ella, ha ido volviendo la espalda a lo absoluto y poniendo los ojos en el terreno de la relatividad. De una a otra de las mismas, el santo y seña iba circulando: —Nada es para siempre. Todo muda, todo substituye y es substituido… La verdad de hoy no es la de ayer. El bien de hoy no será el de mañana. La belleza de los museos no puede servir en los estudios… La cultura de América no puede parecerse a la cultura de Europa, como la cultura de Europa no se pareció a la de Atlántida…
Santo y seña de evolucionista —abracadabra de superstición—, mugido de sirena-pez o canción de sirena-ave, Picasso-Ulises, si los oyó —y los oyó entre sonrisas—, no los obedece. He aquí, con nitidez proclamadas, frente a tanto sofisma, frente a tanta turbación, las normas eternas, la creencia en lo absoluto:
«Estoy sorprendido al ver el empleo y el abuso que se hace de la palabra Evolución… Yo no evoluciono, soy».
«No hay, en arte, ni pasado ni futuro».
«El arte que no está en presente, no será jamás».
«El arte de los griegos o el de los egipcios no es el pasado».
«Está hoy más vivo que nunca».
Todavía, en otro pasaje, remacha el clavo: «No hay arte de transición. Hay, artistas más o menos buenos».
Bien. Alegrémonos. Alegrémonos por el artista que habla así; por el arte, por la Cultura toda… Cuando se ven las cosas tan claras; si no ha amanecido todavía, ya no tardará…

«L'ART NEGRE? — CONNAIS PAS».— Al lado de los griegos se alude, en lo más arriba copiado, a los egipcios; y cabe que, por un momento, experimentemos cierta inquietud. ¿Será el arte egipcio traído a honor, por méritos de una revisión justiciera, dentro del mismo espíritu clásico? ¿O bien por etnográfico latitudinarismo, por recaída, más o menos picante, en aquello mismo que se condenaba; es decir, en el criterio relativista, en las absoluciones sucesivas, que forman la trama de la Evolución? De otra manera: ¿se hablará del arte egipcio por formar, con el griego, una misma cosa, o bien por juzgarse que, diverso de este último, tiene, sin embargo, derechos iguales a los de él?
Aunque indirecta, no es menos clara la contestación que a esta pregunta da Picasso. Que ha dado, anticipadamente, en ocasión de su anterior cuestionario, también de Florent Fels… Tratábase entonces de recoger opiniones sobre el arte negro, puesto tan a la moda en París, hace algunos años, en parte por obra de Picasso mismo. Empero, su opinión manifestóse en la coyuntura tan categórica como lacónica.
—«¿Art negre?», parece que dijo. «Connais pas!»
No, no conoce Picasso ningún arte negro. Nadie lo conoce de veras. Porque esto no es arte. Es lo que le substituye, lo que hace sus veces en un plano inferior. Tan inferior, que ya escapa a todas las ampliaciones, a todas las tolerancias de categoría. Se encuentran, sí, estas manifestaciones ingenuas y bárbaras, en el rico plano de la vida. Estarán en el de la curiosidad, en el de la ciencia. En el del arte, no. Apasiónese como quiera, por ellas, el esnobismo. Para el clasicismo no existen.
Ni a ellas ni a tantos otros divertimientos de un día, ilusión tal vez —interina, siempre— de sensibilidades fatigadas o simulacro de embusteras. ¡Tantos entremeses viciosos, que han querido apartarnos de los auténticos y normales valores ante la cultura, ante la belleza, ante el bien o la verdad!… Pero nosotros emplearemos contra todos —para disipar el prestigio de todos y de cada uno —la misma fórmula, el mismo exorcismo riguroso:
¿Arte negro? —Connais pas!
¿Arte prehistórico? —Connais pas!
¿Pluralidad de culturas? ¿Paideumas equivalentes? —Connais pas!
¿Música irlandesa? ¿Música vasca? ¿Música eslovaca o sansalvadoreña?.—Connais pas!
¿Pintura persa? ¿Mentalidad oriental? ¿Estilo precolombino? —Connais pas!
¿Ciencia yogui? ¿Filosofía búdica? ¿Misticismo eslavo? —¡No las conozco, no las conozco, no las conozco!

CURIOSIDADES.— Pero el estudio de este pintor se encuentra —creo que todavía— atiborrado de máscaras negras, de idolillos polinesios, de amuletos y fetiches… ¿Qué significa todo esto? ¿Acaso arquetipos para el arte? No; juguetes para la curiosidad.
Desvanézcase el gran equívoco. Lo que nos importa es la Belleza; pero no todo lo que nos interesa es Belleza. Puede interesarnos —en la vida, no en la obra, o bien en aquella región de la obra que confina frívolamente con la vida— la más diversa, la más abigarrada multitud de objetos y de aspectos. Quién se divierte con las estampas de Epinal. Quién colecciona muñecos lúbricos. Quién se vuelve loco por los cartelones de crímenes o por las botellas que tienen un barco dentro… «Todavía me queda mucho apetito para gustar de los objetos curiosos o encantadores —dice Picasso—. He amado los muñecos de feria, los bustos de peluquero, las Sidonias de las modistas». A otros les da por las cosas de dandismo, o por el gran mundo, o por lo que hemos llamado «la Vida Breve».—Homo sum, et nihil… Y, menos que nada, lo que trae a nuestro paladar un sabor inédito, una excitación picante, un alivio de golosina… Pero esto son los caprichos de una hora. Esto se toma y se deja. Esto es la sal que sazona la vida. Lo otro… ¡Ah, lo otro es el fuego que la consume!
Bendita, alabada la Santa Curiosidad. Bendita la sirena Diversidad, en que se satisface. Pero, si a la Sirena se le puede otorgar la locura de una noche, hay que desposarse con la Razón.

PURIFICACIÓN.— No se encuentra esto en los Propos d'artistes, pero sí en un libro de crónicas de Michel-Georges Michel. Picasso está en Roma. Anda metido en el tráfago de la organización de un baile ruso. Pinta decoraciones cubistas, almuerza entre tutús, cena entre neuróticos y neuróticas… Pero una mañana puede escaparse. «Vamos a lo nuestro», dice al amigo.
Y le lleva al Vaticano, para ver, una vez más —como cumpliendo un rito de purificación religiosa—, las «Estancias» de Rafael.


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Última actualización: 17 de julio de 2008