Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 31-I-1926)

EL PROYECTO DE LUIS PLANDIURA Y LA ACTUAL EXPOSICIÓN DE ARTE CATALÁN.— Una presentación colectiva, completa, sistemática, solemne, del arte catalán contemporáneo al público de Madrid —que todavía, en su conjunto e importancia, lo desconoce— viene preparándose desde hace tiempo por quien como nadie tiene autoridad ganada para intentarlo, materiales previamente reunidos para lograrlo: por el ejemplar coleccionista don Luis Plandiura, grande y querido amigo mío. Diversas circunstancias, a que no son del todo ajenas mis propias culpas, han demorado la ejecución del proyecto. Mientras tanto, otra iniciativa de más reducidas proporciones, de condición más improvisada, ha llegado a efectiva realización.
Con pleno derecho; nadie ha de negarlo. Pero nadie ha de sorprenderse tampoco si, ante el acontecimiento, quien, como yo, profesa verdadero culto a la amistad, cree no poder tomar otra actitud que la de un espectador simpático… Sin asumir siquiera la de vocero, a que, hace un año, en ocasión de la Exposición de Joaquín Sunyer —primer paso en el camino donde hoy se da, con merecida fortuna, el segundo—, hubo de consagrar tan impacientes ardores.

DICTAMEN.— La simpatía de que acaba de hacerse mención no estorba, me parece, a la severidad de un dictamen que pronuncie no haber otra ganancia, en la anticipación a que asistimos, sino la de un poco de tiempo.
Cuando aquí llegue a verse y apreciarse la Colección Plandiura, ha de comprenderse, desde luego, su doble valor histórico y cualitativo, de organismo y de selección. Cincuenta años abarca la unidad de cultura, perfectamente discernible en el tiempo y en el espacio, a que podemos designar con el nombre de arte catalán moderno. Cincuenta años, desde la aparición, casi prodigiosa, por el defecto de tradición y de precedente, de los Benito Mercadé, Mariano Fortuny y Marti y Alsina, hasta los más recientes nombres gloriosos, Togores o Pruna; o, si se quiere tomar en cuenta algunas auroras de feliz anuncio, hasta los Junyer y los Dalí. Estos cincuenta años tienen, en la Colección Plandiura, una íntegra representación. En cada uno de sus momentos, en cada uno de sus aspectos, en cada una de sus modalidades. Pero siempre con una depuración rigurosa. Raro es el cuadro de los hoy colgados en aquellos muros, ya demasiado angostos, del sabroso Museo, honor del barcelonísimo barrio de la Ribera, que no pueda calificarse como de primer orden, en el doble sentido de documento que tomar en cuenta y de obra que admirar.
Al lado de antología tan bien lograda, la hoy reunida en Madrid, en la sala del Círculo de Bellas Artes, adolece, a la vez, de poco exigente en algo, de incompleta en mucho.

AUSENCIAS.— Quiero prescindir de la utilidad —y de la belleza— que había en presentar, de una vez, todo el conjunto; en alcanzar, hacia atrás, a los orígenes; en no olvidar a los patriarcas de una Escuela, ¡tan próximos, después de todo…! Acepto que una Exposición de arte catalán moderno se limite a los artistas vivos, sobre limitarse casi exclusivamente —esto último, es verdad, por razones muy atendibles— a los artistas pintores…
Aun así, ¿cabía olvidar a los maestros de la promoción impresionista, vivaces combatientes aún, y en la brecha? ¿Cabía olvidar a Hermen Anglada, el pintor catalán más universalmente famoso? ¿Y a Joaquín Mir, tal vez, entre todos, el más genial? ¿Y a Ramón Casas, pecador de tantas frivolidades, cargado con tantos errores, pero de quien conservará, sin duda, por siglos y siglos nuestra antología pictórica, en obras de la primera época del artista, ciertos juegos sutiles en blanco y gris, no igualados después por los otros ni por él mismo…?
Nadie ha combatido con más decisión, y constancia, y saña, al impresionismo, que yo. Le he combatido cuando, en nuestros mejores ambientes, predominaba. No le he perdonado al declinar. Ni ahora, al considerarlo extinto, estoy con él más suave. Pero una cosa son mis preferencias, fundadas en ciertas severas obligaciones de ideólogo o en ciertas difíciles exigencias del gusto, y otra el criterio de historicidad, y, por consiguiente, de amplia comprensión, que debe presidir a una tarea antológica cualquiera. Desde este último punto de vista, hay deber de decir que una Exposición en donde no se encuentra a Mir, a Casas, a Anglada, no es una Exposición del arte catalán moderno.

MÁS AUSENCIAS.— Menos mal todavía si tales exclusiones obedecieran, en realidad, a un criterio sistemático; criterio que a mí, desde luego, nada me costaría compartir, puesto que he sido el primero en predicar. Menos mal si correspondieran a un desprecio, en arte, de las cosquillas epidérmicas de la sensación, en obsequio a los valores intelectuales de la estructura.
Pero es el caso que también encontramos impresionistas puros entre los albergados en la actual Exposición. Encontramos a Carles, encontramos a Isern y Alié. ¿En qué se diferencia la estética de Domingo Carles de la de Joaquín Mir? ¿Son más estructurales las sensaciones del turbio Isern que las del deslumbrante Anglada? Si están allí algunos impresionistas menores, ¿por qué los impresionistas mayores han de faltar?
El mismo juego de ausencias desorientadoras vemos persistir, a través de las sucesivas modalidades, a través de las generaciones y promociones del grupo. A !a de los impresionistas, sigue la de ciertos maestros, que, formados dentro del impresionismo, principiando en él, sufren más tarde una caída de Damasco, y, jóvenes aún, se aplican, con heroico esfuerzo de aprendiz, a servir a la estética de la estructura… Sunyer ha sido de ello un ejemplo típico, ya lo sabemos. Pero, al lado de Sunyer se encuentran en este grupo de artistas Xavier Nogués, Mariano Pidelaserra, dos pintores de interés enorme. Su conocimiento por el público de Madrid no importaba menos que el de Sunyer, cuya causa —y, con ello, la de todo el grupo— está ya ganada.
Luego, llegados ya los novecentistas, ¿y José de Togores, que acaso sea hoy el pintor catalán más firme y maduro? ¿Y Pruna, el problema más actual…? ¡Cuidado! Que estos huecos no los compensarán ciertos nombres de los incluidos en el catálogo, por mí —que, sin embargo, creo estar de eso algo al corriente—, completamente desconocidos hasta la fecha.

MÉRITOS, CULPAS, EXCUSAS, ESPERANZAS.— Los novecentistas de la segunda promoción aparecen en la Exposición actual con mayor fortuna. Ya he citado dos nombres, casi de adolescentes. En exhibiciones de esta índole representativa, los últimos llegados suelen encontrar la puerta cerrada. No ha acontecido así en esta ocasión. No ha acontecido así, y de ello debemos felicitarnos y felicitar también a los organizadores.
Dígase también que la doble deficiencia señalada, la del conjunto incompleto, la de una aceptación demasiado laxa en algún caso, no puede considerarse como culpa de quienes han recibido las obras en Madrid, y les han instalado tan bien y han sabido crear en torno de las mismas un desvelo de atención, un ambiente de acontecimiento. Más bien cabría, en el colector de Barcelona, el tantas otras veces meritísimo director de las Galerías Dalmau. Pero dicen, y la excusa vale, que el Sr. Dalmau ha estado enfermo, precisamente en los días críticos. Aun sin estarlo, y esta circunstancia tiene todavía más valor de eximente, ¿podía, en tan poco tiempo, y por uno solo, hacerse algo mejor? Conjuntos como el de Plandiura son obra de años y años, de amor, de estudios, de esfuerzos, de sacrificios de toda índole. Cuando esta serie llegue a los salones de la corte, entraremos en la prueba decisiva, y, así lo espero, en la victoria acabada. Victoria de que el éxito de la actual escaramuza ha sido solamente una sencilla preparación.

DESCUBRIMIENTOS.— Aun reducida a tales límites, su valor de revelación, para España entera, resulta innegable.
Me acuerdo de una historia de Venecia. Sabido es cómo allí los palacios patricios suelen ser grandes y, en parte, invadidos por misteriosas ruinas. Muchas señoras de la aristocracia adriática no han explorado jamás por completo la casa donde viven.
—¿Ve usted la escalerilla de caracol que ahí empieza? —le decía una de ellas a un visitante extranjero…—. Pues, lo cierto es que no sé adonde conduce.
Otra, una ilustre condesa, salió un día a dar un vagabundo paseo en su góndola. No teniendo prisa, dejó que el gondolero la extraviara entre la red profusa de canales y canaletos de la ciudad. Su mirada indolente acariciaba, de cuando en cuando, al pasar, un rincón poético, la novedad de una perspectiva, el secreto de una callejuela extraviada.
De pronto, un grupo de árboles delicioso apareció, coronando la severidad de una gran pared desnuda. La dama se fijó en ellos, sorprendida.
—Oye, Beppo —interpeló al gondolero—; tú, que conoces tan bien Venecia, ¿sabes de dónde son estos hermosos árboles?
El gondolero, reverente, inclinó un poco la cabeza y se destocó del sombrero negro.
—Son —dijo— del jardín de la señora condesa.
España se parece mucho a esta señora. ¡Hay en ella tantas riquezas ignoradas, y, a la vez, tanta ruina, tanta confusión!
—¿Cúyas serán —puede preguntarse, ante el descubrimiento de un grupo, para ella inédito, de valores espirituales—, tan valiosas preseas, estos tesoros de sensibilidad, de novedad, de maestría, en arte, en ciencia, en heroísmo?
En casos así, los organizadores beneméritos de manifestaciones como la presente, de pintura catalana, pueden repetir la respuesta del gondolero:
—Son, dirán con su reverente saludo, del jardín de la señora.


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Última actualización: 17 de julio de 2008