LA EXPOSICIÓN DE ARTISTAS IBÉRICOS.— De que este nuevo ensayo de antología sobre las modalidades artísticas de avanzada no alcance, ni por lo completo ni por lo escogido, al otro de hace un año —aquel imaginario «Salón de Otoño», de minerva mía y linotipos de la Revista de Occidente—, no se colegirá rebaja alguna en el mérito de los organizadores. Nadie como los amigos de la pintura para comprender «cuánto va de lo vivo a lo pintado», según dice el vulgo, de la ficción a la verdad. En la utopía despachábase a placer la imaginación; en la realidad, se habrán encontrado muchos obstáculos que salvar, no pocas dificultades que reducir. Allí, en puro campo de papel, consumaban el gusto y la posibilidad sus libres nupcias; aquí habrán debido de aceptarse sindaco e curato; es decir, con todas las limitaciones de la práctica, alguna de las transigencias de la colaboración.
Incompleto ha de resultar por mucho tiempo, entre nosotros, un conjunto de esta índole, si en él faltan, de una parte, Pablo Picasso; de otra, el nutrido y bien orientado grupo de los pintores jóvenes de Cataluña. Sin el primero, la Exposición está como decapitada. Sin los segundos, mutilada en algún órgano esencial. También, puesto que la amplitud del título parecía, a la vez, llamar a Portugal y a nuestra América, se podrá lamentar la delgadez de la aportación de estos sectores. De la de Portugal, sobre todo; en donde han aparecido recientemente, según nuestra información, ciertos artistas de tanto atrevimiento como fuerza, cuyas obras esperamos encontrar el año que viene entre las reunidas por los Artistas Ibéricos.
Esto, en cuanto a la complejidad. En cuanto a la selección, ¿quién dudará, después de una visita al pabellón del Retiro, de que allí perjudican a la unidad significativa del conjunto algunas obras, tal cual nombre? A su unidad significativa, digo; no a su valor. Ni he de ocultar que en la ocasión presente, y dadas las circunstancias, podían temerse más latitudinarismo, mayor promiscuidad todavía. Sin la comodidad del que escoge libremente y a propia guisa, los organizadores de la Exposición han sabido mantener, de todos modos, cierta exigencia que evita lo ya relajado e incoherente. No ha de ser ésta una de las menores razones para que se les conceda un aplauso.
PRESENCIA DE PICHOT, AUSENCIA DE ITURRINO.— Si hablo de ciertas aportaciones menos adecuadas, no me refiero a la de algunos artistas cuyo punto de vista ha sido posteriormente superado por tendencias más actuales; pero que conservan todavía —sobre todo ante ojos curiosos de orígenes y ante conciencias justicieras de méritos— la virtualidad casi intacta de su lección. Es evidente que hoy, ante nuestras exigencias constructivas tan imperiosas, el punto de vista del momento de Ramón Pichot o de Juan de Echevarría, ya ha de parecer algo lejano. Pero en modo alguno esta lejanía debe traducirse a términos de invalidación. Y menos en un lugar donde pueden ostentar, en lo que respecta a España, la honrosa calificación de adelantados y precursores.
Es más; si algo se deplora es que, en la Exposición de Artistas Ibéricos, no haya venido a dar simétrica compañía a la sala dedicada a Ramón Pichot, una segunda, que lo fuera al vasco Iturrino, otro ilustre desaparecido reciente, con significación estética paralela. Más valiente el uno en el temperamento, más dotado el otro en el buen gusto, Iturrino y Pichot corresponden exactamente al mismo instante dentro de la evolución de nuestro arte moderno. Empiezan a andar por un camino, a cuyo término los encuentran, en movimiento todavía, los últimos llegados que han podido tener un paso más rápido y seguro. Los Benjamín Palencia, los Salvador Dalí…
BENJAMÍN PALENCIA.— Todavía hubiera parecido menos plausible el apartamiento de estos epígonos impresionistas, de estas figuras de tránsito, teniendo en cuenta que, ni siquiera entre los más jóvenes, la pureza teórica y la seguridad de orientación pueden considerarse alcanzadas. Ninguno entre ellos con la serenidad terminal de Joaquín Sunyer, ni menos con la fijeza, ya casi inicial, de José de Togores. He citado a Benjamín Palencia y a Salvador Dalí entre los más destacados. Los dos son algo así como unos convalecientes. Convalece el Palencia pintor, del impresionismo de Palencia dibujante. Convalece el actual Dalí, novoclásico de los cubismos, en que, tan severa como juguetonamente —los términos no se excluyen—, pudo adiestrarse ayer. Impresionismo, cubismo…, diríanse ya dos sombras a igual lejanía.
«Benjamín Palencia ve —que es siempre la mejor ciencia—», se dijo aquí mismo, en presencia de la colección de croquis de niños, publicada en uno de los cuadernos de la biblioteca Índice… Veía entonces y se veía que veía. Pero todavía no estaba en posesión de doctrinas bastante sanas para resistir a la embriaguez de la visión. Del momento de Índice al momento de los Artistas Ibéricos hay un salto en la sensibilidad de este nuevo pintor como en la del mundo. Véase cómo, vuelto ya de espaldas a las blanduras del balbuceo, afirma los vigores de la articulación y logra que la vértebra substituya, finalmente, a la gelatina, en este admirable bodegón de flores que se destaca entre sus óleos, en la Sala III bis.
SALVADOR DALÍ.— Éste, sea como quiera, no ha tenido que renegar de nada. No ha conocido la hora de los balbuceos y de las blanduras. Siempre parecen haberle atraído la articulación, la arquitectura, la construcción. Sólo que antes, en la hora —o mejor, en el cuarto de hora— del cubismo, se figuraba que había que construir como hacen los relojeros, y ahora ya ha aprendido que era mucho mejor construir como hacen las madres.
Me gusta, sobre todo, entre lo que presenta, el retrato marcado con el número 81. No es su ensayo mejor. Pero es el más serio y tranquilo. Para el buen escolar, para el buen aprendiz, esto representa lo que una matrícula de honor. De aquí ya se pasa —el cubismo era el primer curso; el presente puede figurar el segundo— a aquella asignatura que debe llamarse «práctica de los valores de eternidad».
He recogido particularmente estos dos nombres por la nitidez de su calidad ejemplar. Pero en cada una de las paredes del pabellón del Retiro vamos ahora a descifrar lección idéntica.