Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 16-X-1925)
¿UN RASCACIELOS EN ROMA?(1).— Hoy se habla mucho en Roma de la construcción de un gran rascacielos. Parece que se trata de convertirle en el edificio más alto del mundo. Me han enseñado la reproducción de un diseño, donde la mole proyectada se ofrece en contraste con otras fábricas famosas. La misma torre Eiffel se queda chica a su lado. San Pedro le llega apenas a la cintura: la cruz de su cúpula está a los(2) ciento cuarenta metros de elevación, mientras que la torre del rascacielos ha de alcanzar, si no me equivoco, a los ciento treinta(3) y cinco.
Este proyecto, la verdad, me entristece. Indica bien a las claras cuán difícil es que cada pueblo se percate de dónde reside su verdadera grandeza. Roma, queriendo eclipsar a Nueva York en aquel capítulo, me devuelve el mal sabor de boca de Salzburgo, inspirándose en Babel para la construcción de su teatro, por Hans Poelzig. Parece imposible que en esta última ciudad no se comprenda hasta qué punto son incompatibles el culto a lo colosal y el culto a Mozart. Y quien dice Mozart en Salzburgo, dice, en Roma, Rafael… Sin contar con lo debido a otras cosas, todavía más importantes que Rafael.
Sin contar con lo debido al alma misma, unitaria y autoritaria, de la Ciudad Eterna. En una Cúpula, aun siendo impura, aun resultando, en lo íntimo, fracasada, ha encontrado esta alma su expresión. ¿Por qué, para qué, traicionarla ahora? ¿Por qué, para qué, erigir una verticalidad desmesurada y orgullosa, una torre, un campanario —y, lo que es peor, un campanario sin campanas, una aguja sin canción— en esta ciudad, donde Stendhal decía que, desde la llegada, le acompañaba a uno, como un consuelo, la seguridad —falsa, desde luego, pero esto, en rigor, no importa nada— de que allí no hay ninguna iglesia gótica?
Roma no es Nueva York. Siglos y siglos ha costado el que las mentes llegasen a tolerar allí a la idea de otro Rey, aparte del Papa o del Emperador. ¡Cómo pensar que se resignen(4) a la veneración estúpida del Rey del Aceite o del Rey del Celuloide, de estos caciques, de estos señores feudales a la manera del Ochocientos(5), con cuyo poderío rima tan bien una insolente multiplicación de rascacielos!

EPÍLOGO(6).— Ahora, volvamos la vista atrás. Hemos traído a nuestro Glosario una serie de notas de sistemática explicación acerca de alguna de las creaciones formales más significativas de la arquitectura moderna. A aquél han venido, además, en esta ocasión, alguno de los nombres más claros entre los maestros del Renacimiento de Italia. Nicolás de Puglia, llamado Nicolás Pisano y Brunelleschi; Alberti y Michelozzo, Bramante y Miguel Ángel, Sansovino y Paladio, Vignola y Baltasar Longhena… Un mundo un poco hermético, que ha abierto, por fin, sus puertas a la crítica profana, acaso por primera vez. Y con este abrir las puertas, ha podido orearse en el aire vivo de relativa popularidad, habitual a otros temas y a otros nombres de la historia del arte; a la cuestión del paisaje y a la del retrato; a la figura de Rembrandt o a la del Greco. Que si la pintura y la música se han vuelto ya laicas y lanzan sus valores y sus secretos a la discusión de las gentes, no hay razón para que la arquitectura siga cerrada, como sacerdotal privilegio de Asclepiadas o de iniciados.
De tal ventilación, pues, y laicismo, ha salido para nosotros la evidencia de una profunda lógica, que decide, en relación con las direcciones de la cultura, con estas o estotras ideas sociales y aun políticas, de la aparición y desarrollo de ciertas formas arquitectónicas concretas. La convicción, en otras palabras, de que la arquitectura no es arte lírico, sino épico. No creación individual, sino colectiva siempre, inclusive aun cuando en la hora, como esta del Renacimiento, las grandes figuras magistrales, saliendo del humilde anonimato de la artesanía medieval y antes de entrar en el anonimato del financierismo moderno, alcanzan un personal relieve, sin parangón en otros períodos de la historia.
El mal de los arquitectos más recientes consiste en olvidar este principio y, tocados de robinsonismo romántico, querer inventar individualmente, con desorbitada ambición de originalidad. Pero, que la aparición y desarrollo de las formas de este arte obedezcan a una lógica, no quiere decir solamente que su aportación es colectiva, sino que su número es limitado. El prurito de originalidad, pues, no ha podido ejercitarse sino en desobediencia a las leyes de la razón o en desobediencia al sentido del tiempo. En uno como en otro caso, con condena inexcusable a las tristezas de una rápida caducidad.
Si la Cúpula, el Campanile y la Voluta nos han revelado un secreto, y si este secreto consiste en la soberanía que ejerce sobre su existencia y configuración el número y ritmo de otras tantas instituciones, ¿no pensaremos que, acaso, entre aquellas formas puede escogerse —y ya acabamos de ver con qué limitación—, pero no buscar y encontrar otras distintas, hijas del capricho singular, que ya nacerían sin significar nada? ¡Guay de las tentaciones de vagabundería ideológica, en región del espíritu como ésta, donde toda invención fantástica tiene la sanción histórica de la vanidad; donde toda invención vana tiene la sanción pragmática de la caída!
¡Guay del que, intoxicado por el abuso de las geometrías no euclidianas y de otros no euclidianismos —de otros estupefacientes—, pensase que era posible también la existencia de arquitecturas no euclidianas!

ADIÓS, ITALIA.— Adiós, Italia. Te dejo y no te dejo… Si la ausencia me impide ser tu escolar, jamás el olvido ni la ingratitud me impedirán seguir llamándome tu discípulo
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(1) recogido en Las ideas y las formas (1928), pp. 94-96. ad. Apéndice Las ideas y las formas.
(2) los] om. Las ideas y las formas.
(3) treinta] setenta Las ideas y las formas.
(4) resignen] resigne Las ideas y las formas.
(5) a la manera del Ochocientos] ochocentistas Las ideas y las formas.
(6) recogido en Las ideas y las formas (1928), pp. 90-93.

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Última actualización: 4 de junio de 2008