Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 3-X-1925)
LA «POLÍTICA DE CAMPANARIO».— El Sr. Gozzadini, arqueólogo, tuvo, hace algunos años, la paciencia de contar el número de torres que se levantaban en Bolonia, en su periodo histórico de mayor particularismo, vida comunal e interna discordia. Este número era de ciento ochenta.
Así estaba la ciudad de anarquía, que cada patricio tuvo que hacerse de su casa una fortaleza. Y hoy, todavía, puebla las calles tanta almena y reducto, tanto muro hostil y vigilante atalaya… —Visión, dicho sea de paso, para algún español, ni siquiera anacrónica—. Ojos han podido ver, en la Barcelona de los años 1909-1923, cómo particulares e institutos mandaban construir, en sus casas de las calles más céntricas y elegantes, almenas y torres, apercibidas a una bélica defensa particularizada, cuando llegase el momento de peligro.
Por haber sido demasiado la ciudad de las torres, Bolonia fue una ciudad sin Cúpula. Que, de lo de la Madonna di San Lucca, fuera de Puerta Zaragoza y a ocho kilómetros del núcleo urbano, no vale la pena de hablar. Carlo Francesco Dotti dibujó allí un conjunto de imitación, tan grato como insignificante… Todavía, en el horizonte, el grupo de torres, el grupo de campanarios, parece vigilar, en su vertical centinela, para que la Cúpula no entre en la ciudad y se la adueñe.
La historia del campanile, en la arquitectura del Renacimiento italiano, es, naturalmente, el reverso de la historia de la Cúpula. No tenemos por qué recorrer para aquél todo el detalle de las sucesivas etapas que para ésta hemos recorrido… El nacimiento, triunfo, dominio, ambición creciente, fracaso relativo, adaptación irónica de la institución monárquica, que la Cúpula representa, unidas entrambas en una común nota de clasicismo, darían íntegramente la clave estructural de los documentos más elocuentes sobre el acatamiento, rendimiento, descabezamiento y desaparición del Campanile, si a esta última evolución no tuviera que añadírsele un apéndice curioso sobre la resurrección, en el siglo XIX, de algo que podría llamarse el Campanile adaptado a la vida moderna: es decir, del particularismo; aún mejor, del feudalismo —que ya no será guerrero, comunal o eclesiástico; pero sí financiero, ingenieril, industrial… —. Mi tesis es que la Torre Eiffel representa el Campanile de París, y que los rasca-cielos de Nueva York corresponden, mutata mutandis, a las torres de Bolonia; como, en lo sociológico, han correspondido los Singer a los Agnelli.
Pero no anticipemos sugestiones, que han de tener adecuado lugar en seguida. Contentémonos ahora con recordar la expresión corriente, «política de campanario», y con celebrar su propiedad felicísima, que reúne en una sola fórmula dos secciones de cultura, cuyas correspondencias vienen inspirando las meditaciones de estas glosas. Otro símbolo que el Campanario, hubiera podido encontrarse para la multiplicidad, la prelación, el particularismo, la anarquía; ninguno más plástico, ninguno dotado a la vez de tanta propiedad y tanta claridad. Con que se añadiera, en contraposición esencial a la fórmula «política de Campanario», esta otra: «política de Cúpula», estaríamos al cabo de la calle… Estaríamos al cabo de la calle teóricamente, porque siempre quedaría luego lo otro, lo de la práctica, lo de llevar al orden de la vida los hallazgos habidos en el orden de las ideas.

EL CAMPANILE EN ACTITUD DE ACATAMIENTO. LA «TORRE INCLINADA» DE PISA.— La «torre inclinada» de Pisa la conoce todo el mundo. No hay, en la historia del arte, monumento más popular. Pero, si generalmente hace gracia como falso problema de estabilidad, quisiéramos que adquiriera nuevo sentido como auténtico símbolo de un paso o trance en la historia de la cultura.
Esta torre había empezado a construirse derecha y altiva, genuina revelación del mundo político medieval. Pero la construcción no fue obra de un día. Empezaron a mudar los tiempos… Un día, cuando ya la fábrica andaba en lo del tercer piso, según parece, la cimentación, ignoro por qué razones, se hundió por uno de los lados en unos 15 centímetros. Puede decirse que a la torre le faltó tierra bajo los pies. Así se inclinó. Así quedó en actitud de acatamiento, de saludo humilde, si gracioso, a algo que en el horizonte iba a aparecer.
Lo que iba a aparecer en el horizonte es la Cúpula. ¿Qué significa el bello campanile pisano? Significa, sencillamente, la Edad Media vencida.

LA PARADOJA DE FERRARA O EL CAMPANILE SIN CABEZA.— El campanile de la Catedral de Ferrara —ciudad muy injustamente olvidada por los lugares comunes del turismo— es uno de los monumentos que más me han impresionado en el mundo. El desgarro interior, que más tarde había de aparecer en Miguel Ángel, está ya en él; y no por modo subjetivo, sino objetivamente, en la obra misma, en la tragedia de su propia estructura.
Pensemos en esto: las formas más esenciales, más rigurosamente clásicas, obligadas a servir a un externo designio romántico. Las formas que pesan empujadas para volar. Con decir que la obra es de León Bautista Alberti, ya está dicho todo. Alberti construyendo un campanile; el solo enunciado de este conflicto ya sobrecoge.
No podía ser. La torre quedó sin terminar. Aquellas columnas, aquellos arcos tan robustos rehusaron el faltar a la norma da su paganía y el levantar su dedo al cielo.
Se quedaron así, espléndidas e inútiles. Encima de los cuatro órdenes de ellos, la horizontalidad. Es una horizontalidad a gran altura: pero esto, ¿qué importa?
Allá a lo lejos, en el aire de Florencia, la cúpula de Brunelleschi puede triunfar. El campanile de Ferrara, feliz paradoja estructural, traidor magnífico a la causa de los Campaniles, no será el enemigo de la Cúpula, sino su aliado.

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Última actualización: 16 de julio de 2008