UN ENSAYO PARA MEJORAR LA SEGURIDAD
Y LA FECUNDIDAD DE NUESTRO RAZONAMIENTO


Charles S. Peirce (1913)

Traducción castellana de Sara Barrena (2005)


Este texto, correspondiente al MS 682, fue redactado en septiembre-octubre de 1913, unos meses antes de la muerte de Peirce y pertenece a una serie no terminada de artículos acerca del razonamiento. Ha sido publicado en EP 2, 463-476. Muestra cómo Peirce continuó juzgando el carácter completo de su lógica y el ámbito de su pragmaticismo. Aprendemos que el razonamiento implica un intercambio entre la seguridad y la fecundidad. El razonamiento deductivo proporciona la mayor seguridad, pero poca fecundidad, mientras que la abducción proporciona mucha fecundidad pero apenas ninguna seguridad. Peirce se opone con fuerza a la pesimista afirmación de Francis Bacon de que la naturaleza está más allá de la comprensión humana y repite su convicción largamente sostenida de que la psicología no puede ofrecer ninguna ayuda significativa a la lógica. El ensayo termina con un recordatorio de que la conexión entre las palabras y el pensamiento es tan íntima como la conexión entre el cuerpo y la mente.

Cuando sucede que una nueva creencia viene a uno como generada conscientemente a partir de una creencia previa —un evento que sólo puede ocurrir como consecuencia de que una tercera creencia (almacenada en algún oscuro armario de la mente como un hábito de pensamiento) esté en una relación adecuada con la segunda— llamo a ese evento una inferencia o razonamiento. Y su Señoría, el Lector, hará el favor de observar que cualquier inclinación determinada hacia una creencia es o implica una creencia completa, a saber, la creencia completa de que la esencia de la creencia hacia la que uno se inclina es probable, o prometedora, o tiene algún otro derecho al honor intelectual. Digo estas cosas de una forma todavía provisional, y como consecuencia sujeta a mejoras, siendo meramente mi propósito presente informar al lector de que este ensayo está limitado a un examen del Razonamiento sólo en un sentido bastante amplio de esa palabra, pues por supuesto será necesario en el curso de nuestro estudio escrutar crítica y atentamente qué pasa por nuestras mentes mientras se incuban y nacen las creencias.

Me dirijo al Lector como "su Señoría" simplemente porque respeto sinceramente a cualquiera que esté dispuesto a emprender un esfuerzo continuado para entrenarse en razonar de formas tales que se pierda lo menos posible de esa verdad que le corresponde saber, evitando al mismo tiempo, en tanto que las circunstancias lo permitan, los riesgos de error. Y me dirijo a él en forma directa porque pienso en él como en una persona real, con todos los instintos de los que nosotros, los seres humanos, estamos tan sublime y responsablemente dotados.

He pospuesto escribir este ensayo casi cincuenta años para prepararme para hacerlo de una forma tan digna de la atención del lector como las limitaciones de mi vida y de mi talento permitan. Asumiré que Usted, también, está deseando esforzarse por considerar aquello a lo que le animaré, y por verificar o corregir lo que afirme que es observable. Asumiré que el lector no está entrenado para hacer observaciones precisas de ninguna clase, y que tampoco tiene familiaridad con las distinciones o las leyes de ninguna ciencia, a no ser que la aritmética vulgar y la notación algebraica más elemental sean llamadas ciencias. Sin embargo, no puedo negar que alguna experiencia en analizar sus ideas facilitaría enormemente la formación de un juicio en muchos puntos1.

El poder de razonar o Raciocinio, llamado por algunos Razón Dianoética2, es el poder de realizar inferencias que conducen hacia la verdad cuando sus premisas o las afirmaciones virtuales de las que parten son verdaderas. Considero este poder como el principal de los instintos intelectuales humanos, y en esta afirmación elijo el término “instinto” para poner de manifiesto mi creencia en que el poder de razonar está tan relacionado con la naturaleza humana como los maravillosos instintos de las avispas, las hormigas, etc. están relacionados con sus respectivas naturalezas. Si se me preguntara por una afirmación más explícita de lo que entiendo por “instinto”, lo definiría, después de poner como premisa que mientras que la acción puede, en primer lugar, ser puramente física y abierta a inspección externa, puede también, en segundo lugar, ser puramente mental y cognoscible (por otros, en todo caso, diferentes al que actúa) sólo a través de síntomas externos o efectos indirectos, y en tercer lugar puede ser en parte interior y en parte exterior, como cuando una persona habla, implicando un gasto de energía potencial, tomado eso como premisa, como decía, definiría lo que entiendo por “instinto” como una forma de actuar voluntariamente que prevalece de forma casi universal entre los individuos normales de al menos un sexo o de otra parte inequívocamente natural de una raza (en alguna etapa, o durante periodos repetidos de sus vidas), cuya acción conduce a la probable perpetuación de esa raza y que, en el presente estado de la ciencia, no es inmediatamente explicable de forma satisfactoria y completa como resultado de una forma de acción mental más general.

Aquí es justo para el Lector, a menos que sea inconscientemente seducido para afirmar una doctrina disputada, que reconozca enseguida que, en mi empeño por encontrar las exigencias del pensamiento verificable en la ciencia, hace tiempo que he llegado a ser guiado por esta máxima: que en tanto que es prácticamente cierto que no podemos observar directamente, ni tampoco con mucha seguridad aunque sea indirectamente, lo que pasa en la consciencia de cualquier otra persona, y en tanto que está lejos de ser cierto que podamos hacerlo (y registrar con exactitud lo que en el mejor de los casos no podemos ver sino de forma escurridiza [glibberly]3) ni siquiera en el caso de lo que atraviesa nuestra propia mente, es mucho más seguro definir todas las características mentales, hasta donde sea posible, en términos de sus manifestaciones externas. En el caso de alguna consciencia de la naturaleza del Pensamiento, mostraré que parece haber ahí una razón incluso más imperativa que la razón metodológica o prudencial para seguir la máxima, una razón solamente dada, aunque debería ser suficiente para determinarnos.

Esa máxima, hablando en términos generales, es equivalente a la que usé en 1871 para denominar la regla del "pragmatismo"4. Ciertamente ayuda a nuestra aproximación a la seguridad del razonamiento, pero no contribuye a la fecundidad del razonamiento, que necesita mucho más de un cuidado solícito5, pues el razonamiento debe ser extrañamente perverso si habitualmente proporciona más falsedad que verdad, y sabemos demasiado bien por la historia que puede permanecer completamente estéril en cualquier campo milenio tras milenio. Sin embargo, la máxima del Pragmatismo no concede una sola sonrisa a la belleza, a la virtud moral o a la verdad abstracta: las tres únicas cosas que elevan a la Humanidad sobre la Animalidad.

El Lector puede suponer al comenzar este ensayo que, aunque pueda causar alguna mejora en la práctica de un razonador sin experiencia, no puede beneficiarle en ningún aspecto más de lo que lo haría el estudio de la ciencia moderna. Pero me propongo mostrarle que incluso el más admirable de los razonadores modernos, y en esas clases de razonamiento que mejor se le dan, obtiene en ocasiones inferencias que son completamente infundadas, pero que tiñen más o menos todas sus enseñanzas posteriores. Sin embargo, considerando la ciencia moderna como un todo, creo que sus conclusiones positivamente equivocadas son de poca importancia comparadas con su sistemático olvido para considerar posibilidades entre las que es probable que haya claves para tesoros de la verdad aún no descubiertos. Mis razones para esta opinión se someterán al juicio del lector a su debido tiempo.

Un razonador del siglo XVI (o incluso del siglo siguiente) podría muy bien haber objetado (y muy probablemente lo hizo de hecho, aunque ahora no recuerdo ningún pasaje así), "si usted se propone acusar ante el tribunal a los principios mismos del Raciocinio humano, ¿cómo podrían alguna vez ser reivindicados? ¡No puede permitirse que el razonamiento sea juzgado a favor de sí mismo!". Pero ahora que hemos aprendido que cualquier cosa que tenga vitalidad, cualquier cosa que haya de llamarse buena, ha estado sin duda en proceso de desarrollo a partir de un rudimento más antiguo que cualquier vestigio que quede ahora para nosotros, y presumiblemente ha de desarrollarse todavía más, deberíamos ver que, aunque es más que verdadero que "no puede permitirse que" ningún acto singular de razonamiento sea juzgado por sí mismo, pues no tendría el poder de hacerlo incluso aunque tuviera toda autorización concebible, ya que ha pasado y desaparecido antes de que pueda surgir alguna duda sobre él, sin embargo, no parece que haya ninguna razón por la que, dado que todo razonamiento tiende a ser verdadero en un estado de crecimiento más desarrollado del poder de razonamiento, un razonamiento anterior no debería ser puesto en juicio y declarado culpable de debilidad o de completa irracionalidad. Pero incluso la idea de algún crecimiento del conocimiento acerca de condiciones no cambiantes está casi confinada a los tiempos modernos. Cualquier esperanza inspiradora y bien fundada de esa clase floreció sólo en los pechos de unos pocos elegidos: Pedro Peregrino, Roger Bacon6 y algunos sucesores medio locos, hasta que nuestro bendito Galileo Galilei y luego el perspicaz Johannes Kepler encendieron sus antorchas y pasaron la llama, pues, incluso Copérnico, sólo tuvo valor para publicar su desconcertante teoría cuando comprendió que había sido enseñada por Pitágoras. No se han publicado tan buenas nuevas desde los Evangelios, y sin duda Francis Bacon ayudó mucho a extender las noticias, como si estuviera de alguna manera en el papel de San Pablo. Éste último, sin embargo, nunca trató de robar el mérito del mensaje.

Desde Galileo el progreso de la ciencia se ha acelerado más, y no puede suprimirse la pregunta: "¿qué tenemos que anticipar en este aspecto?" Yo mismo no creo que tengamos alguna razón tolerable para cualquier respuesta a esa cuestión. Una vez pensé que había indicaciones de que la raza humana se extinguiría antes de un gran número de siglos venideros. Pero, en primer lugar, consideraciones posteriores han contrapesado bastante esa inclinación del juicio y, en segundo lugar, me inclino a conjeturar que si fuera así otra raza más inteligente podría suplantarnos con ventaja, aunque eso sea un mero sueño. Francis Bacon, tomando sus decisiones "a la manera de un Jefe de los Lores" (como se cuenta que había señalado el gran fisiólogo Harvey7), afirmó categóricamente que “la sutileza de la Naturaleza excede con mucho la sutileza de la mente humana"8. Si esto tiene algún significado, debe ser que hay fenómenos en la naturaleza que ningún hombre será nunca capaz de describir de forma aproximada en términos generales. Suponiendo que esto sea verdad, a uno le gustaría saber cómo lo averiguó Bacon. Fue probablemente por algún proceso muy diferente del que nos explica en el Novum Organum. Hasta ahora, las dificultades de la ciencia explicativa han sido principalmente de la clase contraria, esto es, que hipótesis diferentes e inconsistentes explicarían igualmente los hechos observados. El único caso en el que ha habido alguna dificultad seria para concebir una hipótesis ha sido el del célebre experimento de Morley y Michelson que, sin embargo, ha recibido ahora una posible explicación exacta basada en una hipótesis que ya había razón para suponer que podía ser verdadera9. Y no me sorprendería si hicieran su aparición otras explicaciones del mismo carácter general. Ciertamente apenas puedo imaginar cómo la creencia desesperanzada de Bacon podría justificarse alguna vez.

De modo que cuando un hecho le pone a una persona en la mente otro hecho distinto, pero relacionado, y considerando los dos juntos se dice a sí mismo, “¡Aha! Entonces esto tercero es un hecho”, aunque yo digo que hace esa inferencia por instinto, admito sin embargo que puede estar muy equivocado, igual que animales tales como los perros y las hormigas son a veces traicionados por sus instintos. Es verdad que ni el hombre ni la bestia tienen una atracción inmediata hacia un juicio hecho por su instinto. Sin embargo, los instintos de los mamíferos más inteligentes, de los pájaros y de los insectos sufren a veces modificaciones bajo nuevas experiencias. Se dice que un enjambre de abejas, llevado a las Indias occidentales, abandonará pronto la práctica de almacenar miel. Y el profesor Evangelinos Apostolides Sophocles10 —que era un curioso observador de otras muchas cosas además de los hábitos de los infinitivos aoristos— me mostró una vez un sapo que solía salir al atardecer a cierto camino a capturar hormigas, etc. con su rápida lengua, pero que, al haber perdido un ojo, estaba aparentemente en gran peligro de morirse de hambre después de ese accidente, debido a que antes acertaba invariablemente en un cierto lado del insecto. Pero aproximadamente una semana más tarde Sophocles me mostró que el sapo tuerto estaba otra vez capturando y que parecía bastante alegre, y que estaba entonces tan seguro de su objetivo como siempre, al menos durante la hora o así que estuvimos mirándole. Alguna gente es tan poco observadora como para suponer que el entrenamiento de perros y caballos es simplemente impuesto sobre ellos desde fuera y, como consecuencia, que el entrenador debe empeñarse en una conducta muy ruda. Pero es más bien al revés. Una vez que entienden lo que se quiere de ellos, tratan de aprender hasta la fatiga. Mi esposa tiene un perro negro de lanas (llamado Zola por el defensor humano de Dreyfus11), que ha aprendido gran cantidad de "trucos" tratándolo exclusivamente con cariño, pero que no es muy aficionado a hacer aquellos que no le parece que tengan algún propósito práctico o moral a menos, por supuesto, que esté presente un extraño ante el que pueda lucirse. Parece tener un buen sentido de la elegancia genuina en las maneras de la gente, pero eso es tan frecuente en perros de pedigrí como para que no merezca la pena mencionarlo. Cuando su dueña le pone su plato con la comida diaria junto a la chimenea, dice (puesto que es una mujer francesa), "a table, Zola", y él se sienta delante y espera la siguiente palabra. A veces sucede que a ella le llaman en ese momento y, cuando vuelve después de un par de horas, lo encuentra todavía sentado solo en la habitación, con la saliva bajándole por las mandíbulas. Pero cuando dice "Zola est servi" vacía el plato casi instantáneamente.

Ahora bien, si los instintos vitales de las bestias se modifican tanto por la compañía humana, puede anticiparse seguramente que los instintos de la raza humana, debido al grandísimo alcance de nuestras ideas, así como al don de un habla más articulada y al poder de grabar, y así multiplicar, todo lo que entra en la consciencia, resultarán mucho más mutables, y esta anticipación no es meramente confirmada sino profunda y claramente burilado por los hechos en nuestra convicción. Pues aunque hay tantas razones para creer en la unidad del origen del género humano como en la de los perros, los loros o los pinzones —que cito como ejemplos por estar entre las familias cuyas constituciones mentales nos llaman la atención como más parecidas a las nuestras— sin embargo, la extraordinaria variedad de lenguas, costumbres, instituciones, religiones, así como las muchas revoluciones que éstas han experimentado en la breve media docena de milenios a los que todavía se limita nuestra familiaridad con ellos, en tanto que se comparan con las casi insignificantes variaciones anatómicas— estos hechos, decía, hacen que la vieja noción pasada de que porque no haya atracción inmediata hacia la convicción instintiva del raciocinio no pueda haber por tanto mejora o crecimiento en el proceso fundamental del raciocinio, le parezca a un moderno bastante en la línea de la actitud del colegial colocado en un taburete con un capirote de tonto en la cabeza.

Es un estado de la mente tan superado ahora que creo que ningún lector me culpará por indicar meramente, como he hecho, las clases de consideraciones que lo refutan.

Me parece bastante probable que entre mis lectores pueda haber uno o más para los que la materia de este ensayo sea casi o del todo nueva, y ya que de estos, al menos, aquellos cuya juventud les lleva a esa clase son merecedores de un honor particular por mi parte por estar posiblemente entre aquellos que están destinados a producir futuro conocimiento y entendimiento, voy a dirigir particularmente a ellos el resto del presente párrafo. He leído o examinado un número enorme de libros que me parece que han sido escritos porque sus autores pensaban o bien que se venderían, o que ayudarían a sus reputaciones, o que les harían populares dentro de ciertas clases. No hay nada moralmente incorrecto acerca de tales motivos en sí mismos, mas sin embargo siempre me han sido repugnantes, pues soy de la opinión de que los motivos no confesados de los hombres influyen en los efectos de sus acciones mucho más de lo que los agentes sospechan alguna vez, y esos libros en cuya escritura tales motivos no fueron completamente aplastados bajo el peso de otros —tales por ejemplo como el impulso de expresar aquello que casi estaba matando al hombre al contenerlo— no le merecían al lector el coste en tiempo y atención de leerlos y de ese modo eran, en efecto, engañosos, fuese cual fuese la intención de sus autores. Admito fácilmente que mis sentimientos acerca de esta materia son quizás más extremos de lo que razonablemente deberían ser. Pero, tal y como son, creo que es adecuado que no los oculte. Especialmente han tenido tres efectos principales, tal y como sigue: primero, que nunca he publicado un volumen completo propio, sino sólo artículos sueltos; segundo, que nunca he publicado nada excepto para registrar mis observaciones de los hechos o para presentar razonamientos que he considerado críticamente durante largo tiempo; y tercero, que nunca he utilizado nada en mi propio nombre a menos que fuera suficientemente nuevo, hasta donde yo supiera o, de otro modo, a menos que diera razones nuevas para creer lo que otros habían negado. Ahora bien, esto concierne al lector joven de esta manera: en tanto que mis opiniones, a pesar de lo cuidadosamente que las haya examinado, no pueden ser por supuesto infalibles y son presumiblemente negadas por algunos escritores, él no debe poner ninguna fe implícita en ellas, sino sólo en tanto que ellas mismas se recomiendan a su propio juicio, tomando debida cuenta tanto de mi falibilidad como de su propia inexperiencia para juzgar tales cuestiones. Sólo puedo decir que he retrasado esta publicación durante muchos años de constante reconsideración, hasta que mi cercana senilidad me advirtió que debo o bien publicar o bien "guardar silencio para siempre"12 ).Pero comprende por favor, Joven Lector, a quien he dirigido esta larga y última frase que, aunque me creí bajo una obligación implícita de ponerte en guardia frente a mis posibles errores, no deberías inferir de lo que he dicho que yo mismo tenga algún recelo positivo hacia alguna doctrina de este ensayo. Sería imposible, supongo, transmitir a cualquier joven pensador ingenuo ninguna idea exacta del estado de creencia de un estudioso de cabello cano que ha considerado y vuelto a considerar una cuestión difícil en su mente a través de casi dos generaciones, siempre enseñándose a sí mismo a desconfiar de sus propios razonamientos en tanto que permanece alguna parte de ellos en la que un escrutinio más profundo podría quizá detectar un punto débil; pero puede que una comparación proporcione una idea de esto que, aunque sea vaga, sin embargo quizá no resulte inútil para ti cuando pase el tiempo. Cerca de mi casa, es decir, de la casa de mi mujer, y paralelo a su parte delantera, hay un ancho paseo de grava cubierto de hierba de aproximadamente un cuarto de milla de largo y construido sólidamente sobre un cimiento de cantos rodados, con buenas zanjas a ambos lados, etc. Pero lo que principalmente me gusta es la hermosa vista desde él, pues el terreno se inclina o más bien desciende a través de tres saltos cortos y otro bastante elevado hasta el pintoresco río Delaware, más allá del cual uno ve dos cadenas de montañas paralelas al río y al paseo. Tienen gamas de verde muy diferentes, siendo la más lejana y brillante (a cinco o seis millas) la que subsiste en esta latitud de la orgullosa Blue Ridge, que en el Sur alcanza alturas de seis y siete mil pies sobre el nivel del mar pero que en este extremo final apenas sobrepasa los dos mil en su punto más alto, que es el centro del panorama que tanto me gusta. Cinco caminos van hacia la cordillera y uno tiene una rama privada que conduce a esa cima. Es un lugar encantador que da por todas partes a una comarca risueña y de apariencia civilizada; y en su misma cumbre hay un lago tan inspirador que hace que uno llore de alegría cuando lo ve. Por eso un hombre de dinero ha puesto allí una enorme casa13, y según parece ha erigido muy cerca de la casa una especie de tour d’Eiffel menos ambiciosa, que se eleva sobre mi horizonte con muy buen efecto. Nunca la he examinado con unos gemelos, pues temo divisar algún rasgo que rompa el encanto de la torre. Ahora supongan que saliera a caminar con materiales para escribir y que me sentara a anotar una descripción tan detallada, exacta y cuidadosa como me fuera posible del punto alto, de la casa y de la torre, y que luego indujera a una veintena de personas cuyos ojos fueran tan buenos como los míos a que hicieran lo mismo uno por uno de forma separada. Sé por otras experiencias que entre las veinte descripciones habría discrepancias completamente confusas. Muy probablemente encontraría algún detalle en el que la mayoría estaría en desacuerdo con mi descripción, y sin embargo después de un nuevo examen cuidadoso y repetido muchas veces yo permanecería satisfecho con que la mía describe correctamente el panorama. Sin embargo, debería reconocer para mí mismo que sería posible que me hubiese equivocado en ese punto y que los otros tuvieran razón. Ahora bien, este supuesto caso no me parece distinto al de la relación entre las afirmaciones que hago en este ensayo y las opiniones en desacuerdo de otros investigadores acerca de la misma cuestión.

Ahora me acerco un poco más a esa cuestión. Debido a que muchas veces razonamos erróneamente, de modo que requiere mucho cuidado evitar hacerlo, y es más difícil todavía razonar de modo que obtengamos toda la verdad que podríamos obtener de ese razonamiento, es muy importante que sepamos exactamente lo que pasa en nuestras mentes en el razonamiento y en qué difiere de otros estados de la mente. Y el hecho de que sea un comportamiento instintivo, es decir, tal que sólo podemos corregirlo haciendo más trabajo de la misma clase y no haciendo algo de una naturaleza completamente diferente, sin razonar, de modo que lo que el razonamiento hace por nosotros no puede en absoluto lograrse sin él, proporciona un motivo adicional para averiguar, si podemos, qué es exactamente lo que marca la diferencia entre el razonamiento genuino y otras cosas que pasan en la mente. (Puedo señalar, a propósito, que cuando era niño los profesores me decían, o eso les entendía yo, que sólo los seres humanos razonan, mientras que sólo los otros animales tienen instintos incomprensibles; pero supongo que hoy en día sólo personas ignorantes creen aún en cualquiera de estas dos afirmaciones. Ningún animal razona tanto como los hombres o acerca de cuestiones tan complejas, pero decir que un perro inteligente, o un caballo, o un loro, o una urraca o un canario no razonan en absoluto, o sólo de las formas que los humanos les hemos enseñado, no puede tener ningún significado claro. Por otra parte, decir que el hombre no tiene instintos incomprensibles sería hablar sin reflexionar o desde una experiencia sorprendentemente trivial o terriblemente sin cultivar).

Ahora hay una ciencia de lo que pasa en la mente, llamada psicología. Los filósofos ingleses del siglo XVIII, Hobbes, Locke, Hume, Berkeley, Gay, Hartley, Reid y otros hicieron un buen trabajo en ella. Pero menos de un año después de El origen de las especies, vino otra obra notable de un hombre muy singular,Elemente der Psychophysik14 de Gustav Theodor Fechner, que consistía en investigaciones experimentales acerca de las relaciones y reacciones del mundo material y del mundo mental. La obra de Fechner fue seguida al cabo de dos años por Beiträge zur Theorie der Sinneswahrnehmung15 de Wilhelm Wundt, que en mi opinión es casi el trabajo más sólido que un líder eminente jamás hiciera; y sólo un año después vino su fascinante y estimulante Vorlesungen über die Menschen-und-Thier-Seele, que engendró la raza de los devotos de la psicología moderna. Su Grundzüge der physiologischen Psychologie ha sido el compendio modelo para esa ciencia. Suplico a los lectores que no se equivoquen respecto a mi regocijo entusiasta acerca de la gran luz que esa nueva psicología ha traído. Por supuesto no pienso que sea la palabra final que ha de decirse sobre la mente, pues, tal final no se conoce todavía, gracias a Dios, en ninguna ciencia moderna: si alguna vez tomara posesión de las mentes científicas, anunciaría o bien la rápida extinción de la raza humana o bien una era de epilepsia intelectual. De modo que no está reñido en ningún grado con mi admiración por la psicología moderna que yo exprese inmediatamente mi opinión de que (al menos hasta donde llega mi conocimiento de ella) no puede proporcionar ninguna ayuda para establecer el fundamento de una filosofía sana del razonamiento, aunque ha prestado y puede prestar todavía un servicio inestimable para planificar y llevar a cabo las observaciones de las que los razonamientos dependen y de las que nacen.

El fundamento de esta opinión es el siguiente: en primer lugar, aunque la Observación, en tanto que distinta de la mera Sensación, produce ciertamente ítems de Conocimiento, ninguna cantidad de ellos puede nunca constituir lo que todos llamamos Ciencia. Incluso un "ítem de conocimiento" implica más que la sensación como pronto, confío, ayudaré a que el lector vea por sí mismo, pues implica Atención, que es algo radicalmente diferente de la Mera Sensación. Pero incluso una Sensación Atenta, aunque uno pudiera llamarla “observación” en el lenguaje ordinario —esto es, Darse cuenta—no constituiría el todo de una Observación Científica, de la que el Pensamiento es un ingrediente esencial, como pronto mostraré.Pero, más aún, ni siquiera un mero agregado de Observaciones Científicas puede constituir una Ciencia. Decir que puede constituir tan siquiera una parte de una ciencia equivaldría a una mera logomaquia, pues no sería una parte tal que, añadida a otras como ella, llegara a constituir una ciencia. La observación científica es, incuestionablemente, el fundamento completo de toda ciencia, incluso de la matemática pura. Prepararse para la observación es esencial para la tarea de un hombre de ciencia, y ha sido en gran medida la suma total de la preparación profesional de muchos naturalistas famosos, a menos que consideremos, como parte de su preparación profesional, esa preparación retórica que les permitió impresionar a otras mentes con sus ideas. Pero nos llevará a ideas más claras el ponernos de acuerdo para denominar al trabajo completo de la Observación Científica, junto con toda la labor de preparación para ella, tal como la experimentación et cetera et cetera, como un mero poner el fundamento para la Ciencia, y ponernos de acuerdo para considerar sólo a los procesos de reunir y agrupar los resultados de la Observación y del Razonamiento a partir de ellos como los que constituyen la operación de erigir la Ciencia misma. De modo que la Ciencia en sí misma, cuando esta palabra se usa en el sentido de esa clase de información que los hombres de ciencia tienen como función proporcionar a los hombres prácticos, consistirá en lo que esos hombres han concluido a partir de sus razonamientos sobre las observaciones. A mi juicio esa concepción de la Ciencia como algo erigido sobre el fundamento de la Observación, pero distinto de ese fundamento, contribuirá a la claridad de pensamiento. Pero, sea como sea en otros casos, estoy tan seguro como puedo estarlo de cualquier cosa de las que tenga que decir, de que el Lector y yo nos veremos obligados a trazar esa distinción, ya que nuestro estudio, en este ensayo, se limitará al Razonamiento. Encontraremos ocasión para preguntarnos si los razonamientos de los hombres científicos son sólidos o no, y no nos veremos conducidos en todos los casos a responder afirmativamente. Sin duda, las observaciones son malas con más frecuencia que los razonamientos, pero esa es una cuestión tan completamente diferente y alejada de la del razonamiento falaz que las dos no pueden ser tratadas convenientemente en el mismo ensayo. Si alguien aquí sacara de repente su lápiz para anotar en el margen de la página que no se atribuye ninguna incapacidad tal de unirse a las cuestiones de la fertilidad y de los razonamientos, espero que se detuviera lo suficiente para pensar que apenas puede suponerse que yo haya seleccionado la inusual palabra "fecundidad" [uberty] en lugar de "fertilidad" [fruitfulness] meramente porque contenga la mitad de letras. Las observaciones pueden ser tan fértiles como quieras, pero no puede decirse que estén preñadas de verdad joven en el sentido en que puede estarlo el razonamiento, no por la naturaleza de la cuestión que considera, sino por la manera en que es apoyado por el instinto del raciocinio.

Por tanto, estamos obligados para nuestros propósitos a considerar que el trabajo de la ciencia consiste propiamente en la operación de razonar.

Segundo, de las dos cuestiones con las que tiene que ver este ensayo la primera y, en general la más fundamental, está relacionada con el grado de confianza que deberíamos tener en las conclusiones alcanzadas por modos diferentes de razonamiento, mientras que la otra cuestión es hasta qué punto deberíamos recurrir a formas de razonamiento que, aunque son peligrosas, pueden ponernos sobre la pista de verdades importantes que otras formas más seguras de razonamiento no podrían sugerirnos nunca, y que, una vez sugeridas, pueden ser apoyadas por una multitud tal de líneas independientes de razonamiento de las que cada una sería falsa a menos que su conclusión común fuese verdadera, que la razón nos recomienda esa conclusión común como menos peligrosa de lo que sería rechazarla, o incluso actuar como si no existiera.

Tercero, aquello de lo que me doy cuenta, o, por usar una expresión diferente para el mismo hecho, de lo que soy consciente, o, como los psicólogos dicen de forma extraña los "contenidos de mi consciencia" (como si aquello de lo que soy consciente y el hecho de que soy consciente fueran dos hechos diferentes, y como si uno estuviera dentro del otro), éste mismo hecho, digo, se denomine como se denomine, es evidentemente el universo entero, hasta donde tengo que ver con él. Al menos, eso parecería. Sin embargo, hay una revelación maravillosa para mí en mi llegar a veces a ser consciente de que estoy equivocado, lo que me muestra de inmediato que, si no hubiera un universo, hasta donde tengo que ver con él, excepto el universo del que me doy cuenta, habría a pesar de todo diferencias en la consciencia. Llego a ser consciente de que, aunque "universo" y "consciencia" son una y la misma cosa, sin embargo, de alguna manera el universo continuará de una forma segura después de que yo me haya muerto y marchado, sea yo o no el menos consciente de ello.

Comprende por favor, Lector, que mi intención no es en lo más mínimo presentar esta manera como el modo en que llegamos efectivamente a esta conclusión, pues nuestro instinto natural racional (pues la Razón es una especie de instinto) nos hace muy conscientes de él con anterioridad a ninguna reflexión tal. Sólo esbozo en un bosquejo vago cómo podríamos llegar a la verdad de la cuestión, incluso aunque estuviéramos en el estado de ceguera más endurecido ante la justa autoridad del instinto. ¡Vamos! ¿He sido traicionado, en esta etapa de mi vida, al hablar de "la justa autoridad del instinto"? ¿Qué puede significar esa expresión? La palabra "Instinto" en sí misma no es sino una generalización de abstracciones —una de la familia del lenguaje o del pensamiento: no hay una gran diferencia entre las dos, como veremos. Cuando un animal responde a un estímulo de una manera bastante parecida a casi cualquier otro individuo de la misma especie o división de esa especie (como los de un sexo, por ejemplo) y no lo hace, por así decir, mecánicamente (como cuando se golpea el reflejo en la rodilla de un buen hombre), sino voluntariamente, y cuando la respuesta es de tal clase como para tener generalmente un efecto beneficioso sobre ese mismo animal o sobre su progenie aunque, sin embargo, apenas pueda suponerse que los animales que actúan así hayan adivinado ese efecto o que, en ningún caso, lo hayan averiguado por razonamiento a partir de otros hechos dentro de su conocimiento, entonces llamamos a la acción "instintiva", mientras que el hábito general de comportamiento, considerado como relacionado con la consciencia de animal lo denominamos "un instinto". De esta manera se verá que un "instinto" de un animal puede ser una determinación especial de otro "instinto" más general del mismo animal, de modo que puede decirse que el primero es en un sentido una "parte" del último, mientras que en otro sentido el último puede llamarse una "parte" del primero. El sentido en el que el especial es considerado como una parte del general se llama el sentido "extensivo", y el otro el sentido "intensivo". Por supuesto esta "intensividad" no tiene nada que ver con la intensidad de una sensación, no más de lo que esta "extensividad" tiene que ver con la extensión espacial. Para hablar de cantidad [muchness] intensiva——la cantidad mayor de características que implica una expresión frente a la que implica otra, de modo que una definición suya especificaría puntos de su significado que la definición de la otra no mencionaría—, resulta más compatible con otras expresiones que se han desarrollado de forma natural en tan pocas lenguas vernáculas intelectuales como yo conozco, llamarla, como Sir W. Hamilton, profundidad, y a la otra cantidad, por la que una expresión es aplicable a todas las clases de cosas o de estados de cosas a los que la otra es aplicable, y a más todavía, llamarla amplitud o extensión superior de la primera16. De este modo, en nuestra propia lengua, podemos decir de un hombre que tiene un amplio conocimiento de los animales o de las plantas, a pesar de lo superficial que pueda ser ese conocimiento. O podemos decir que, aunque los conocimientos lingüísticos de un hombre pueden ser algo estrechos, sin embargo esas lenguas que pretende conocer, las conoce hasta el fondo (o que está profundamente versado en ellas). O en francés, "Celui-ci possède une connaissance étendue mais peu profonde; celui-là est bien de son village, mais du peu d’affaires dont il s’est instruit el sait le fond et le tréfonds"17. Hay modismos similares en latín, y fue del griego de donde Hamilton sacó la sugerencia de llamar a las dos "cantidades" amplitud y profundidad. De Morgan, aunque era un pensador notablemente preciso, incluso entre los matemáticos (lo que está muy lejos de ser verdadero de Hamilton), metió ciertamente la pata al proponer como sustituto para amplitud [breadth] la palabra "alcance" [scope], que ni es ella misma vernácula ni tiene ninguna familia vernácula. vernácula18. Y su propuesta para sustituir profundidad [depth] por "fuerza" [force] era todavía mucho peor. J. S. Mill usó las palabras "denotar" y "connotar"19. La primera, que representa al equivalente latino notare, era precisa pero en absoluto vernácula; sin embargo, "connotar" es imperdonablemente mala, porque tiene una significación exacta bastante diferente en la ciencia del razonamiento, y la única utilidad real de que Mill la sugiriera fue que su intento de justificar que solamente estaba siguiendo el uso de Ockham sirvió para mostrar su extraordinaria capacidad de engañarse a sí mismo. Debería haber visto que el tema nota debería evitarse al hablar de Profundidad, mientras que había ya muchas maneras en inglés para expresar lo que quería decir con connotar, tales como significar, querer decir, expresar, implicar, incluir, envolver, abarcar, transmitir, etc. Quizá la mejor de éstas es significar [import], aunque es quizá demasiado psicológica. A primera vista, podría parecer impreciso hablar de Profundidad y Amplitud en estos sentidos como Cantidades, ya que no implican en lo más mínimo ninguna equivalencia en sus partes, pero no lo hacen los números ordinales, ni lo hacen tampoco los números cardinales, pues hablar de dos hombres no implica que las dos unidades sean en absoluto iguales. De modo que el más algebraico no conlleva la menor implicación de que los términos sumados sean en absoluto comparables en cuanto a igualdad o no igualdad. No hay ninguna razón válida por la que no debiéramos añadir una distancia a un intervalo de tiempo, del mismo modo que estamos acostumbrados a escribir a + b –1, pues aunque hasta ahora sólo hayamos tenido ocasión de hacerlo en casos que pueden ponerse en comparación mediante una rotación equivalente a un ángulo recto, Lorentz nos ha mostrado ya tal conveniencia al considerar un tiempo, si no exactamente como una dimensión del espacio-tiempo, sí al menos como esa cuarta unidad que Hamilton añade a las tres dimensiones del espacio para hacer un quaternion20. Y, en efecto, uno puede decir que, desde el punto de vista de las matrices, el espacio tri-dimensional no aparece del todo comprensible sin un cuarto. En consecuencia, tal y como está ahora la ciencia, me parece imprudente insistir en incluir en nuestra concepción de cantidad aquella de la comparabilidad métrica de las partes.

Ahora bien, sé que una parte considerable de mis lectores, y precisamente esa parte que más me importa, ya que son a los que puedo ser de más servicio puesto que son los que más tienen que aprender acerca del razonamiento, se estará impacientando ante tanta charla acerca de meras palabras. También me doy del todo cuenta de que en estos tiempos y mientras yo viva son aquellos que saben menos y que menos pueden continuar siendo pacientes los que decidirán qué cuestiones serán tratadas. Pero espero, también, que tenga algún lector, al menos uno, que o bien ya sepa o bien ponga a prueba, si puedo convencerle, que al ser la conexión entre las palabras y el pensamiento tan íntima como la del cuerpo y la mente, es imposible hacer que el razonamiento sea efectivamente comprendido sin decir bastante, especialmente en la parte introductoria, acerca de las palabras. Y, después de todo, el único lector al que le puedo ser de alguna utilidad es aquel que lea lo que escribo y que reflexione cuidadosa y críticamente sobre ello. Estoy seguro de que él y sólo él se beneficiará, aunque concluya que estoy equivocado de principio a fin21.

Traducción castellana de Sara Barrena (2005)





Notas

1. No sé si podría no haber sido bueno para él haber leído, tan críticamente como pudiera, los primeros ciento treinta aforismos del Novum Organum de Francis Bacon, sin permitirse a sí mismo ser intimidado por el paso largo con el que camina su lenguaje y su pensamiento. Uno puede sentir un profundo respeto y gratitud por este benefactor de todos nosotros sin perder de vista sus defectos —su tono despectivo hacia la ciencia física de su tiempo, incluyendo todo lo que Galileo, Kepler, Gilbert y Harvey habían hecho (aforismo viii); tampoco la absurda extravagancia de una parte de lo que dice y deja de decir, como en los aforismos x y xxiv, donde nos preguntamos qué puede entenderse claramente por subtilitas naturae; en el aforismo xxx, que condena el método por el que han sido sugeridos en primer lugar todos los descubrimientos de mayor dificultad; en el aforismo xlix, donde Bacon parece pensar que hay defectos irremediables en el intelecto humano que pueden, a pesar de todo, anularse mediante una estratagema artificial, algo así como un método de contabilidad y, especialmente, en el aforismo xlviii, donde dice que, de las dos "causas" aristotélicas que todavía serían llamadas causas en el lenguaje moderno, la causa final, hasta donde llega el mundo externo, es una mera ficción y sólo ha de aceptarse la eficiente, esto es, la causa antecedente. Ahora bien, ¿qué es una causa "final"? Es meramente una tendencia a producir una clase determinada de efecto que tenga alguna relación con el destino de las cosas. Pero, ¿no es tal tendencia abundantemente manifiesta durante todo el proceso de vida de las plantas? Es verdad que los biólogos asumen (mucho antes de tener algo parecido a una prueba) que ese es sólo un efecto derivado. Pero, ¿y qué si fuera así? Eso no lo hace irreal en lo más mínimo, y todas las admirables tareas de cientos de hombres especialmente adaptados a tal trabajo durante más de medio siglo no han hecho más que dejar el peso del argumento directamente sobre el fulcro de una mente bien equilibrada. Y nótese que, cuando con gran entusiasmo y sinceridad profunda llamo a sus tareas "admirables", quiero decir que son así excepto en su determinación a trabajar hacia una conclusión preconcebida, lo que es testimonio del poder de la causación final ante aquellos que están intentando probar con todas sus fuerzas que no existe tal cosa. Incluso la gravedad podría concebirse sin falsedad como una causa final, pues ciertamente destina a las cosas a acercarse al final al centro de la tierra. Pero desde el iluminador discorsi de Galileo (Vol. xiii de la edición de Alberi de Le Opere di Galileo Galilei, 1855), por no hablar de sus Sermones de motu gravium (Vol. xi)* que, aunque no se habían editado en la fecha del Novum Organum (1620), habían circulado ampliamente, se ha probado extremadamente difícil para los físicos concebir los efectos como separados de sus causas solamente por un lapso de tiempo, a menos que un movimiento de materia o un cambio de su carácter ocupe ese intervalo de tiempo, pero quizás el Lord Canciller** tenga dificultad para poner su mente en la actitud del físico. Tales constricciones dejan bastante intacta la impresionante grandeza de su liber primus y la noble peculiaridad de su expresión, así como el instructivo ejemplo que el liber secundus nos pone delante de cómo las observaciones más toscas, usadas hábilmente, pueden anticipar en dos siglos las conclusiones de la ciencia más minuciosa***. [Nota de CSP]

* Galileo Galilei (1564-1642), Le Opere di Galileo Galilei. Prima edizione completa, condotta sugli autentici manoscritti palatini, editado por Eugenio Alberi (Florencia, Italia: Societa Editrice Fiorentina, 1842-56), 15 v. en 16. [Nota de EP]

** Francis Bacon sirvió como Lord Canciller de Inglaterra desde 1618 a 1621 durante el reinado de Jaime I. [Nota de EP]

*** Este pasaje era originalmente parte del texto principal, pero más adelante Peirce dio instrucciones al tipógrafo para convertirlo en un nuevo párrafo con letra más pequeña. Dada su naturaleza de anotación ha sido transformado aquí en una nota a pie de página. [Nota de EP]

2. Un ejemplo que Peirce pudo haber tenido en mente es William Hamilton, Lectures on Metaphysics and Logic, editado por H. L. Mansel y J. Veitch (Boston: Gould and Lincoln, 1860), 2: 350, donde Hamilton usa la palabra dianoético "para designar las operaciones de la facultad discursiva, elaborativa o comparativa" (citado por Peirce en el Century Dictionary). [Nota de EP]

3. Parece que el mismo Peirce acuñó este adverbio a partir de la rara palabra dialectal "glibber", que significa o bien "suave" o bien "escurridizo", de modo que el adverbio puede leerse como "usado suavemente" o "de forma escurridiza". [Nota de EP]

4. Paráfrasis de la máxima pragmática de Peirce, que expresó en prensa por primera vez en su artículo de 1878 "How to Make Our Ideas Clear" (EP 1: 132), pero que anticipó en publicaciones anteriores, incluido el artículo de 1868 "Questions Concerning Certain Faculties Claimed for Man" (EP 1: 11ss). [Nota de EP]

5. En una carta a Frederic Adams Woods, escrita en otoño de 1913, Peirce escribió: "pienso que los lógicos deberían tener dos objetivos principales: primero, señalar la cantidad y la clase de seguridad (próxima a la certeza) de cada clase de razonamiento, y segundo, señalar la posible y esperable fecundidad, o valor de productividad, de cada clase" (CP 8.384). [Nota de EP]

6. Alrededor de 1893 Peirce intentó, sin éxito, una propuesta de traducción de una obra del estudioso francés del siglo XIII, The Treatise of Petrus Peregrinus on the Lodestone. Peirce afirma haber sido la primera persona que descifró y transcribió completamente el manuscrito (MS 1310 y HP 1:39-95). El escolástico inglés Roger Bacon (c.1220-1292) era un estudiante de Peregrino. [Nota de EP]

7. Esto es narrado por John Aubrey (1626-1697) en su capítulo acerca de William Harvey (1578-1657) en Brief Lives, chiefly of contemporaries, set down by John Aubrey, between the years 1669 & 1696, editado por Andrew Clark (Oxford: Clarendon Press, 1898, 1:299). Aubrey narra que Harvey "había sido médico de Lord Chancellor Bacon, a quien estimaba mucho por su talento y su estilo, que sin embargo no le permitiría ser un gran filósofo. Me dijo, escribe filosofía como un Lord Chancellor, hablando en broma, yo le he curado". [Nota de EP]

8. Aforismo x. Subtilitas naturae subtilitatem sensus e intellectus multis partibus superat; etc.* [Nota de CSP]

*El aforismo x de Francis Bacon dice: "la sutileza de la naturaleza excede con mucho la sutileza de los sentidos y de la comprensión; de modo que las meditaciones aparentemente verdaderas, las especulaciones y las teorías de la humanidad no son sino una clase de locura, sólo que no hay nadie que esté presente y lo observe". [Nota de EP]

9. En los experimentos que comenzaron en 1887, A. A. Michelson y E. W. Morley no fueron capaces de detectar las variaciones esperadas en la velocidad de la luz. Peirce conocía la explicación del premio nobel en física, Hendrik Antoon Lorentz (1853-1928), a saber, que la velocidad de la luz parecía ser constante en el vacío porque los instrumentos de medida se contraen en la dirección de su movimiento. Peirce parece no haber tomado nota del entonces menos conocido Albert Einstein, que postuló la constancia universal de la velocidad de la luz en el artículo de 1905 que establecía la teoría especial de la relatividad. [Nota de EP]

10. Evangelinos Apostolides Sophocles (1807-1883) era profesor de griego en Harvard. [Nota de EP]

11. En el Caso Dreyfus* el novelista francés émile Zola (1840-1902) publicó su "J’accuse" contra el grupo anti-Dreyfus en 1898. [Nota de EP]

*En 1894, el honor de Francia se puso en juego al investigarse un caso de espionaje a favor de Alemania. Dreyfus, un capitán de ascendencia judía, fue degradado y condenado a prisión. El verdadero culpable fue absuelto. Zola tomó partido desde el diario Le Figaro, convencido de la inocencia de Dreyfus. [Nota de la T.]

12. Alusión a una expresión usada con frecuencia en las bodas protestantes: "Si un hombre puede mostrar una causa justa por la que no puedan unirse legalmente, que hable ahora o que guarde silencio para siempre" (The Book of Common Prayer, "Solemnization of Matrimony", p. 300). [Nota de EP]

13. El 7 de enero de 1913 Peirce escribió a Alice H. James la siguiente descripción que podría estar relacionada:

"El otro día hicimos una pequeña salida, cuando un amigo vino en su coche y nos llevó por un famoso camino, llamado "Camino del nido del halcón", en el que nunca había estado antes, aunque Juliette había ido el primer año que vinimos a Milford. Asciende a 1000 pies sobre el río Delaware, que está verticalmente debajo del parapeto del paseo. Cuando subimos, llegamos a un lugar donde nueve millonarios tienen casas de brillante magnificiencia. Mr. Chapin, antiguamente de Springfield, Mass. es uno de ellos".

Los Peirce también visitaron frecuentemente una mansión de estilo normando, llamada "Grey Towers", de James W. Pinchot y su hijo Gifford; sus esposas eran buenas amigas de la esposa de Peirce, Juliette. El castillo, ahora un conocido edificio histórico nacional, mira hacia el río Delaware y Milford. [Nota de EP]

14. G. Fechner, Elemente der Psychophysik, Breitkopf & Härtel, Leipzig, 1860. La psicofísica es la rama de la psicología que tiene que ver con la medida de los efectos psicológicos de la estimulación sensorial. Es la rama más antigua de la psicología experimental y se dice que comenzó con la publicación de la obra de Fechner. [Nota de EP]

15. Wilhelm Max Wundt (1832-1920), Beiträge zur Theorie der sinneswahrnehmung (Leipzig: C. F. Winter, 1862); Vorlesungen über die Menschen- und Thierseele (Leipzig: W. Engelmann, 1874). [Nota de EP]

16. William Hamilton, Lectures on Logic, editado por Henry L. Mansel y John Veitch (Boston: Gould and Lincoln, 1859), Lecture viii, parágrafo 24. Véase también su Discussions on Philosophy and Literature, Education and University Reform (Nueva York: Harper & Brothers, 1853), 669. [Nota de EP]

17. "Éste posee un conocimiento extenso, aunque no muy profundo; ese otro es muy de su pueblo pero, de las pocas cosas que ha aprendido por sí mismo, conoce el fondo y el trasfondo". En francés en el original. [Nota de la T.]

18. Augustus De Morgan, Syllabus of a Proposed System of Logic (Londres: Walton y Maberly, 1860), parágrafo 212. [Nota de EP]

19. John Stuart Mill, A System of Logic, libro 1, capítulo 2, parágrafo 5.

20. Presumiblemente Peirce está dibujando el complejo número a+b –1 en la forma antigua en un sistema de coordenadas, donde a y b se representan respectivamente como las distancias a lo largo de los dos ejes perpendiculares x e y. William Rowan Hamilton (1805-1865) en su infructuoso intento de encontrar el equivalente espacial tridimensional de los números complejos (que más adelante se mostró que no existía) descubrió los quaterniones, una generalización de cuatro elementos del número complejo. Lorentz usó el tiempo, en efecto, como una cuarta dimensión en su "Electromagnetic Phenomena in a System Moving with Velocity Smaller Than That of Light", Proceedings of the Academy of Sciences of Amsterdam 6 (1904): 809-31. [Nota de EP]

21. La última frase del manuscrito, que sigue a la última frase aquí, se ha omitido, ya que alude a una continuación que Peirce nunca escribió. Esa frase dice:

"Sin embargo, considerando lo numerosos que serán los otros, a los que tengo una considerable esperanza de no resultar completamente inútil, me esforzaré, incluso en esta parte introductoria de mi ensayo, por no ser insufriblemente prolijo acerca de las palabras y quizá ellos, por su parte, puedan obtener alguna ventaja al considerar los méritos y defectos de mi método de averiguar los significados de las palabras". [Nota de EP]


Fin de: "Un ensayo para mejorar la seguridad y fecundidad de nuestro razonamiento", C. S. Peirce (1901). Fuente textual en MS 682.

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Fecha del documento: 16 de junio 2005
Ultima actualización: 27 de febrero 2011

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