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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
GLOSARIO en La Libertad
Eugenio d'ORS, «Glosario», La Libertad, Madrid (7-I-1920—21-XII-1922)          

 
Jenofonte en Hacienda II (21-XII-1922, pp. 1-2)     
Ya sabe el nuevo ministro de Hacienda que muchos de los medios que propone necesitan del adelanto de grandes sumas. No rehuye su agudo ingenio el examen sel asunto, y, entrando en el mismo, precisa su opinión, favorable a los empréstitos. Las siguientes palabras del tercer capítulo de «Los recursos de Ática» tienen un sabor particular:
«En cuanto a las otras medidas que propongo para aumentar nuestros ingresos, estoy convencido de que necesiten de sumas adelantadas; pero todo el mundo se apresuraría a contribuir a su reunión. Por lo menos, confío en lo que la república ha hecho, y hasta ha reiterado, cuando volaba a la defensa de los arcadios, primero bajo la capitanía de Lisístrato, luego, bajo la de Hegesilao.
Frecuentemente se ha gastado cantidades enormes en echar galeras a la mar; se les ha equipado, sin saber si la empresa tendría buen o mal éxito; con probabilidades, al contrario, de no recobrar nunca el gasto que se había hecho… Ninguna ganancia, en cambio, más segura y más honesta que la que puede resultar de mi proyecto; el ciudadano que habrá entregado cinco minas, podrá sacar de ellas, aproximadamente, una quinta parte al año, cobrando un rédito de cinco óbolos por día… Aquel que dé cinco minas, cobrará más de un tercio de su capital. En cuanto a la clase de ciudadanos, más numerosa, quiero que saque al año el doble de su préstamo, porque, según mis combinaciones, aquel que haya entregado una mina, sacará casi dos de rédito; y esto, sin salir de la ciudad; género de renta que es, en verdad, el más sólido y duradero».
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Una de las cosas que preocupan a Jenofonte es la falta de buenos hoteles en Atenas. También para esto reclama una decidida intervención por parte del Estado, aprovechando los grandes empréstitos.
«Deberían construirse buenos hoteles —dice—, ya para los comerciantes, en los barrios más mercantiles, ya para los extranjeros que vinieran a vivir entre nosotros». (Capítulo III).

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Pero no todo puede hacerse en un día, y el adelanto es más seguro cuando se realiza pasito a paso. Jenofonte insiste en que sus hermosos proyectos han de realizarse en varias etapas.
«No nos encontramos reducidos al extremo de tenerlo que ejecutar todo de una vez. El retardo de algunos proyectos no ha de sumirnos necesariamente en la inactividad. Un edificio dará fruto al Estado cuando estará ya construído; un bajel, cuando navegará; un esclavo, cuando sea comprado. Hay infinita ventaja en escalonar los gastos y no en emprenderlo todo a la vez, en conjunto. Si se levantan a la vez muchos edificios, la mano de obra será más cara, el trabajo menos bello, que si van construyéndose sucesivamente. Si se solicita de pronto una gran partida de esclavos, tendrán que pagarse a peso de oro, y, así y todo, serán peores. Si, por el contrario, se atiende cuerdamente a los medios, puede proseguirse cada empresa, o abandonarla, según aconseje la experiencia. Por otro lado, para ejecutarlo todo a la vez, es indispensable procurarse gran capital en un momento; en cambio, si una viene tras otra, los ingresos de lo ya hecho ayudarán a los gastos de lo por hacer».
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La espera, sin embargo, no puede ser indefinida. «¿Por qué retrasar ni un momento sólo la ejecución de mi hermoso proyecto? ¡Antes de bajar a la tumba, pueda ver yo a mi patria tranquila, floreciente!».
No se olvide que, al escribir esto, Jenofonte es ya octogenario… Y el viejo dandy, al cual se le escapa este grito de fervorosa sentimentalidad patriótica, abandona, a partir de este instante, toda ironía, todo ingenio, y cierra su librillo con unas palabras gravemente religiosas:
«Si mis ideas son adoptadas, un consejo quédame por dar: Enviad mensajes a Delfos y a Dodona, para saber de los dioses mismos si estas instituciones son las mejores posibles, si aseguran la felicidad de la generación presente y de las generaciones por venir».
«Si el oráculo es favorable, preguntémosle cuáles divinidades conviene especialmente invocar para el éxito de la ejecución. Enrojézcanse los altares con la sangre de las víctimas, y póngase inmediatamente manos a la obra. Una empresa averada por los dioses debe de conducir a nuestra ciudad a la plenitud de su dicha»…
*
La visita va a terminarse.
Jenofonte nos ha leído con voz conmovida estas palabras, antes de entregarnos el ejemplar de su tratado.
Y nosotros, al dejar al condiscípulo insigne, al historiador de Ciro, al biógrafo de Sócrates, al humorista de «El banquete», al nuevo ministro de Hacienda, íbamos pensando que, tal vez, muchas veces puedan quedar entre sus colegas los proyectos más acertados, las más hábiles medidas, sin el fruto esperado, por no haber sido imploradas, para llenar unos y otras de calor y de claridad las llamas vivas del puro patriotismo y de la religiosidad verdadera.

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Última actualización: 6 de abril de 2009