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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
GLOSARIO en La Libertad
Eugenio d'ORS, «Glosario», La Libertad, Madrid (7-I-1920—21-XII-1922)          

 
Tragedias de hoy (La belleza de la tragedia / Gabriel d'Annunzio / Mac Sweney / Eugenio Debs / Síntesis) (17-IX-1920, p. 4) 
La belleza de la tragedia
No hay pensamiento filosófico profundo que no una afirmativa con negativa en una dialéctica corriente. No hay página de historia realmente importante ante la cual simpatía y antagonismo no se nos entrecrucen en la conciencia, con tupida trama, de apretada indiscernibilidad… Bueno para el melodrama, el reparto mecánico de virtud y vicio entre el héroe y el traidor; en la tragedia del poeta verdadero, el traidor será también un héroe. ¿Quién dijo próximos a agotarse en la Historia los grandes ejemplos individuales de belleza trágica? Una sola mirada al panorama político en el mundo, y os saltarán a los ojos tres cumbres enhiestas, en dibujo extraño y violento: D'Annunzio en Fiume, el alcalde de Cork, y, en mayor lejanía —cumbre más pálida, más fría de color, pero más elevada tal vez—, Eugenio Debs, siempre en la celda de su cárcel…
Curioso: mientras hoy los personajes de la literatura, los del teatro sobre todo, parecen tender a achatarse y aburguesarse, las figuras reales se agigantan a veces tanto, que ya tientan más que a la Historia a la Mitología. Gabriel D'Annunzio se hombrea, aun en lo estrictamente aventurero, con Rodrigo Díaz de Vivar. MacSweney es más grande que Guillermo Tell. El proceso de Debs se empareja, no lejanamente, con el proceso de Só­crates en la «Flos Sophorum» universal.
Gabriel d'Annunzio
El valor moral de cada uno de estos ejemplos contemporáneos de tensión heroica es distinto. Coinciden todos por la obligación en que su complejidad trágica nos coloca de emancipar nuestro dictamen de los rigores del principio de contradicción y de conciliar en nuestro entusiasmo la ley violada y el violador de la ley. Difieren por la manera cómo en cada uno de ellos se dispone nuestra jerárquica preferencia. Probablemente, lo que D'Annunzio desobedece vale más que D'Annunzio. Con ser, sin duda, respetable, lo que a Debs condena vale menos que Debs.
En el caso del poeta italiano hay menos pureza. Pudo un día comprometer la paz, y hoy mismo vulnera principios de civilidad superiores, sin los cuales la normalidad jurídica de las naciones se hace imposible. Apenas sí su desorden empieza ahora a engendrar un orden. Y hay que reconocer que en el orden nuevo que hoy con él empieza han contribuído, más que el héroe mismo, sus antagonistas iniciales, con el empleo de las virtudes de templanza y de moderación. Si Fiume no ha traído una catástrofe para el mundo, el mérito principal corresponde, hay que reconocerlo, a la política internacional inglesa y a los Gobiernos de Italia.
No importa. ¡Qué lección magnífica, después de todo, a quienes no quisieron ver, en el comienzo de la aventura, sino un paso de opereta y una anécdota caricatural de vida literaria, de propaganda editorial tal vez! ¡Qué lección, más que a nadie, a los dogmáticos del parlamentarismo y de la diplomacia profesionales, empeñados en manetener cerrado el coto de la eficacia política, al imprescriptible «derecho divino» de la inteligencia! Meses, años ya, lleva D'Annunzio irreductible allí de donde la vulgaridad predijo que saldría bufamente en término de una semana. Legales conminaciones, escaramuzas marciales, nada han podido contra él. Ha logrado desmentir, con la claridad del hecho extraordinario, co­ronado por el éxito, y con su resonancia simpática en un ambiente nacional, la legitimidad de una representación, habilidosamente elaborada en urnas, y Comités, y partidos. Ha vencido, ha creado. Se ha engrandecido prodigiosamente en los horizontes del mundo. Las manos viciosas que en éxtasis desfallecido conocieron el rodapelo del velludo en la falda de las artistas, ahora han plasmado enérgicamente barro de historia, como las manos de los grandes legisladores y de los grandes capitanes.
¡La paz, la santa paz sobre todo! Pero ya empiezan las gentes a comprender que res­petar la gesta del poeta en Fiume es trabajar por la paz. — Grande es la ley; santa la nor­malidad jurídica de los pueblos. Desconocerlo significa barbarie. Pero siempre será barbarie también —esta verdad parece definitivamente adquirida— desconocer el derecho divino de los poetas, para el gobierno de las naciones, a cuyo sentir han dado verbo y alas.
Mac Sweney
Este ángel, a la derecha del lecho de agonía del lord alcalde de Cork, se llama la Ley heroica. Este otro ángel, a la izquierda, se llama la Rebeldía heroica. La belleza trágica del trance admirable viene de éste… Sí; pero también de aquél.
¡Ah, pronto está dicho, que sobre la razón debe predominar el sentimiento; sobre la cabeza, el corazón, y que así, en obediencia al dictado del corazón no había que hacer otra cosa que excarcelar!… ¿Pero qué? ¿Por ventura el respeto a la ley, el deber de generalidad de la ley, el sentido insobornable de lo jurídico, no son también sentimientos? ¿No se funda en ellos la libertad, no nace precisamente de ellos toda la normalidad de la vida civil? ¡Desgraciado el pueblo, desgraciado el hombre que estas cosas las tenga únicamente en la cabeza y no también en el corazón!
El heroísmo del suicidio sublime, resistiendo a las insinuaciones del instinto vital, nos exalta. Pero la conciencia lúcida debe exaltarse también ante el heroísmo de la Norma inquebrantable, resistiendo a las insinuaciones pragmáticas de la política de oportunidad. ¡Es tan fácil ceder al impulso simpático! ¡Tan difícil, al revés, arrostrar impávidamente una aversión universal y consagrar el sacrificio utilitario que eso representa, en aras de la santidad de los principios!… Estamos en las alturas, no se olvide. Alto el patriotismo de los irlandeses, pero alta también la conciencia jurídica de Inglaterra.
Tragedia, tragedia, no melodrama. Trama tupida, indiscernible de simpatía y antagonismo. Héroe contra héroe, a la manera estética, no héroe contra héroe, a la manera mecánica.
Eugenio Debs
Estamos en la otra vertiente. Ahora el rebelado vale más que la ley, porque la ley es exclusivamente parcial y circunstancial: ley burguesa y de defensa.
Esta parcialidad y circunstancialidad invocaba precisamente Debs en su serenísimo y memorable discurso de defensa. «El orden que defendéis vosotros —venía a decir a sus jueces— fue el desorden ayer, cuando el liberalismo combatió al viejo régimen. Mi aparente desorden es el orden de mañana, en lucha contra la abusiva intangibilidad de vuestro liberalismo». Puede dudarse de si una sociedad en que se excarcelase al encarcelado, exclusivamente en atención a su valor personal y desprecio de la muerte, conocería el orden; pero creemos indudable que una sociedad en que se propague libremente cualquier doctri­na sobre la patria —y la propiedad—, puede conocer el orden todavía, mejor dicho, puede comenzar a conocer el verdadero orden.
Pero también significaría un criterio estrecho ver un «traidor» aquí. En la tragedia americana, el gran socialista es un caso de pureza heroica. Pero tampoco de la defensa del pasado, cuando esta defensa es jurídica, está ausente el sentido del heroísmo.
Síntesis
Ahora que conocemos la belleza noble de estas gloriosas tragedias de hoy, creemos conocer también su lección profunda, la lección que permite superar la contradicción aparente en el juego de los grandes valores en pugna.
Esta lección en otras ocasiones ya nos la habían dictado las palpitaciones de los tiempos.
Esta lección: «Sólo tiene derecho a violar la ley aquel que es capaz de producir un acto tan fuerte que con el mismo cree una ley nueva. Sólo debe romper un orden el que pueda crear el Orden».

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Última actualización: 1 de abril de 2007