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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
GLOSARIO en La Libertad
Eugenio d'ORS, «Glosario», La Libertad, Madrid (7-I-1920—21-XII-1922)          

 
Pi y Margall (Supervivencia, profecía, eternidad / El pensamiento irónico / Una nación y siete ermitas / Tradición / Aclaración) (7-IX-1920, p. 1)
Supervivencias, profecía, eternidad
¿Por qué el nombre de Pi y Margall ha sido olvidado en el ciclo de estudios que sobre personajes políticos de la Regencia organiza el Ateneo de Madrid? Tal vez porque, ideológicamente, no es Pi y Margall un personaje político de la Regencia. Su pensamiento corresponde, en parte —supervivencia romántica—, a una época anterior; en parte —adivinación profética—, a una época posterior… También corresponde, en parte, a lo eterno. Y esto es en él lo que principalmente nos importa.
Como epígono romántico, Pi y Margall no significa un valor constante: su «Sturm und Drang» ha recibido muy desiguales impulsos; con más sinceridad que el viento que ha pasado por las ruinas de catedrales, el que ha barrido las ruinas de falansterios. Tampoco como precursor socialista es siempre seguro; lo que tiene de prudhoniano parece más lúcido y perspicaz que lo que tiene de platónico. Pero el valor eterno en Pi y Margall no está en su romanticismo ni en su socialismo; está en su federalismo, concretamente. Y mejor aún en el «sentido federal» que en la «doctrina federalista»… Ahí el político no envejece, porque ahí el pensador oscuramente se ha amamantado a pechos de lo inmemorial.
El pensamiento irónico
Inmemorial es en las orillas del Mediterráneo la tendencia al pensamiento irónico. Siempre en estos parajes la vida espiritual fue duplicidad. Ni «ironía» designa aquí, naturalmente, una modalidad de lenguaje o de literatura, ni la palabra «duplicidad» quiere traer calificación ética que envuelva alusión peyorativa a una nota cualquiera de hipocresía o deslealtad. No. «Duplicidad», «ironía», nos sirven para caracterizar una actitud dialéctica que supera las oposiciones entre contrarios sin destruir lo concreto de éstos. Cuando se dice que la belleza consiste en la reunión de la variedad con la unidad, se viene a decir que toda belleza es ironía.
Un Olimpo como el griego significa la creación irónica por excelencia. La divinidad se declina dialécticamente en plural, y ninguna última instancia hipostática viene aquí a resolver lo múltiple en uno. A pesar de ello, este Olimpo es, hasta cierto punto, monárquico. Una jerarquía unitaria, posible por haberse salvado irónicamente la oposición entre «Dios» y «dioses», le mantiene en orden y conexión armoniosos y le dota de esa belleza inmarcesible, que seducirá y edificará a la vez a tantos siglos y culturas.
Grecia en sí misma, Grecia en su identidad política es otra obra maestra del espíritu irónico. Las ciudades distintas, independientes, prácticamente lejanas por la intercomunicación montarazmente difícil o marineramente azarosa; los pueblos, celosos, envidiosos, hostiles, rivales; el idioma, roto en dialectos recíprocamente incómodos; en la misma religión, la persistencia terca de los cultos locales… Ninguna fusión viene a resolver en unidad tamaña complejidad y entrecruzamiento de oposiciones, ni siquiera ante la amenaza angustiosa del común enemigo asiático. Afortunadamente, un pensamiento, no hipostático, sino jerárquico, ha entrado en juego. Una fusión no se produce; pero sí la federa­ción, concretada en el espíritu anficciónico y lúdico, que tiene por órganos las alianzas hegemonizadas y la consuetudinaria reglamentación deportiva, con su rotación regular de concursos entre las fiestas de los grandes santuarios.
Una nación y siete ermitas
El inmemorial federalismo mediterráneo habla otra vez en el pensamiento de la Edad Media y habla en latín y en catalán, en la boca mallorquina de Ramón Lull. Lo importante es que hable en latín y en catalán, precisamente. Lo importante es que en ello se resuelve en un bilingüismo expresivo la autonomía de cultura entre localidad y universalidad.
Dar a una filosofía una lengua vernácula es crear una nación. El Dante iba a adquirir conciencia de ello, y a revelarlo en «De vulgari eloquentia». Pero Lull lo hizo prácticamente y un poco antes. La prioridad del mallorquín sobre el toscano en esta gloria, creo haberla establecido suficientemente contra Karl Vossler en alguna ocasión. Aunque convenga abandonar, por lo que el viaje del Dante a París tiene de legendario, la sospecha de un posible encuentro suyo con Lull por los senderos de la colina de Santa Genoveva.
Pero la mente de Miramar fue también la mente de la Sorbona. El creador para los siglos de una nación «separada» era el mismo que pedía, para lo eterno, una cristiandad más ancha y más generosamente dialéctica. El verbo de una cultura local «separada» qui­so hacerse carne en una organización universal de la cultura —precursor de Leibniz en lo del «Universale Collegium»— en una república internacional de sabios, reunidos «en sie­te ermitas junto a la mar».
Para Ramón Lull, alma federal, mente mediterránea e irónica, la Cristiandad fue una manera de Olimpo, plural y jerárquico a la vez.
Tradición
Ésta es la leche que bebió Pi y Margall en lo oscuro. Ésta es la que le salva de caducidad a nuestros ojos. Ésta la que le priva —la que le libra— de ser considerado como una figura política de la Regencia…
Aclaración
Con referencia a un artículo sobre «El Jurado», publicado en estas mismas columnas, me hace observar Gabriel Allomar, mi ilustre amigo, que él, en 1908, con anterioridad incluso al veredicto del proceso Rull, sostuvo un criterio jurídico y no exclusivamente sentimental, sobre el pavoroso problema de conciencia civil que se planteaba; y que si, a raíz de la sentencia, dirigió su campaña hacia el indulto más que hacia la revisión del proceso, fue, no por infidelidad al desnudo radicalismo que tantas veces ha embellecido clásicamente su pensamiento de escritor, sino por juzgar poco oportuno el momento para una agitación en este último sentido.
Es de justicia recordarlo.

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Última actualización: 1 de abril de 2009