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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
GLOSARIO en La Libertad
Eugenio d'ORS, «Glosario», La Libertad, Madrid (7-I-1920—21-XII-1922)          

 
Glosas (El fuego del Mantegna / La conversación / El hombre que conoce los precios) (27-VII-1921, p. 4)           
El fuego del Mantegna
Cuando el Mantegna alcanzó a la edad de setenta años, retiróse a un convento en el territorio de Mantua. Hizo que le concediesen una pequeña celda abierta sobre un pequeño jardín cerrado. Y en el pequeño jardín cerrado, él, cada día, ascéticamente, labraba la propia sepultura.
Pero vino el invierno. Aquel año, los primeros fríos mordieron mucho. Mantegna exigió de la comunidad que fuese colocado en su pequeña celda «un gran lar de fuego»… Quería él trabajar en su propia tumba, bien cierto; pero también quería encontrarse caliente mientras trabajaba. Estaba por entero consagrado a la salud del alma; pero esto había de ser sin perjuicio de la temperatura del cuerpo.
Este fuego encendido en la celda del Mantegna es un símbolo de la causa y razón que hace que, después de todo, resulten tan poco idealistas, tan prácticos, pueblos dados a la constante contemplación de la muerte, como los rusos, los ingleses y los españoles.
La conversación
Una conversación es como un incendio. Sólo los conversadores de profesión —que es como decir incendiarios de profesión— podrían asegurar, al iniciarse aquélla, si prosperará.
Los demás asistimos llenos de dudas al inicio de una conversación, ya distraídos, ya inquietos. ¿Crecerá el fuego que ahora chispea? ¿Se extinguirá en seguida? ¿Aparecerá la decisiva llama? He aquí una chispa. He aquí otra chispa… Una ligera crepitación… ¡Ay, si el fuego se habrá ya muerto!… No… He aquí nuevamente la llama; he aquí la llama gemela; he aquí ahora una corona magnífica de llamas…
Cuando esto acontece, podéis estar tranquilos. El fuego y la conversación arderán indefinidamente.
El hombre que conoce los precios
Aquel desgraciado tenía un ojo tan experimentado y lúcido, que iba dando precio a cada cosa que contemplaba.
Infaliblemente, os valoraba en seguida una casa, un palacio, una tierra, un bosque, un automóvil, una joya, una tiple, un retablo del Cuatrocientos. Sea la propina el tanto por ciento del total de la cuenta; al que encuentra y entrega un objeto de tal valor, debe dársele tanto. La familia de la víctima de un atropello de un automóvil, tiene derecho a tal indemnización.
Un día, al hombre que sabía el precio de todas las cosas, como transitara, ya oscurecido, por un camino solitario, saliéronle al paso unos bandidos. Él, inmediatamente, ofreció una cantidad en dinero. Había tarifado con rapidez la parte discreta que le corresponde al ladrón.
Pero los asaltadores no quisieron acceder, por el momento. Amarráronle y se lo llevaron a una cueva, en alto de una soledad abrupta.
Mientras tanto, se enteraban. En el tercer día dijéronle que iban a escribir a su familia proponiendo el rescate. Que éste debía de alcanzar a una fuerte suma, y que, si en el día fijado no llegaba ésta, ya podía el prisionero encomendarse a Dios.
Prometió el cautivo firmar la carta. Y como pasaran a convenir la cifra, propusiéronle los bandidos:
—Tú mismo, presenta una propuesta.
El hombre que sabía el precio de las cosas quedó entonces por mucho rato con gran turbación.
La única cosa cuyo precio ignoraba él, era la propia vida.

(1) Publicada originalmente en catalán, con el título «El foc del Mantegna», en La Veu de Catalunya, 1-II-1917, p. 1.
(2) Publicada originalmente en catalán, con el título «La conversa», en La Veu de Catalunya, 30-VIII-1917, p. 4.
(3) Publicada originalmente en catalán, con el título «L'home qui sap els preus», en La Veu de Catalunya, 7-IX-1917, p. 4.

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Última actualización: 2 de abril de 2009