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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
GLOSARIO en La Libertad
Eugenio d'ORS, «Glosario», La Libertad, Madrid (7-I-1920—21-XII-1922)          

 
Notas al Maquiavelo (I-V) (2-VI-1921, pp. 1-2)            
I
Mil veces, como todo el mundo, habré oído o leído las mismas palabras, usadas en análoga coyuntura. Pero hoy me han exasperado, no sé por qué.
Hoy he oído decir, de un politicastro vulgar y listo: Es un Maquiavelo.
Y he pedido la palabra para defender a un ausente.
II
Si Maquiavelo hubiese sido un maquiavélico, ¿escribiera el código del maquiavelismo?
Evidentemente, no. El verdadero maquiavélico empieza por no escribir.
No evoquemos, pues, sin antes limpiarnos de prejuicios, a esta sombra ilustre y atormentada. Sepamos, olvidada su leyenda, contemplar aquélla a la luz de su propia ley.
Maquiavelo hablaba un día con su cuerpo: «Toma, le decía con repugnancia. Come, susténtate y déjame tranquilo».
He aquí señalada la «dualidad» esencial de Maquiavelo. Sustentaba el cuerpo para que éste no le importunara en su delicada espiritualidad. ¿No pudiera acontecer igualmente que «redactara» el maquiavelismo para una obra de liberación paralela?
¿No pudiera acontecer que redactara el maquiavelismo para que éste no le importunase, para que éste le dejase tranquilo, en lo alto, en la esfera rarificada de la propia delicadísima honestidad?
III
No entenderá bien a Maquiavelo y a su íntimo sentido trágico quien no sepa gustar, en una parte de su obra —en oposición, sin duda, con otra parte, licenciosa y frívola—, un sabor ácido de dignidad desdeñosa. Más precisamente: una decencia.
Cuando la desgracia y destierro, fuese a vivir el Secretario florentino a su pequeña y solitaria finca de San Casciano. Allí, alcanzado el invierno, dejaba transcurrir la ociosa jornada recorriendo un bosque donde los leñadores andaban en su trabajo, conversando con ellos —mezclado a ellos, a ellos parecido en el grosero traje, en los vernaculares mo­dismos…—. Pero llegaba la noche. Vuelto a su casa, recogíase Maquiavelo para leer, a luz de un velón, a los poetas, a los historiadores bien amados… Antes, sin embargo, de entrar en la biblioteca, en aquel «santuario antiguo de los grandes hombres antiguos», como decía él, se despojaba de los burdos vestidos, manchados de polvo y de fango, y se ataviaba con un riquísimo traje de Corte…
Aquí está todo el hombre, aquí, en este rasgo. En esta duplicidad sin síntesis, en esta ruptura y desdoblamiento. Limpio de porte; limpio de ropa; limpio de maneras; limpio —ya hemos citado— incluso del asco del propio cuerpo, el cínico se unía, no sólo por ministerio de la lectura, con las grandes sombras de los antiguos, sino, por obra del personal recuerdo, con la gran sombra ascética de Savonarola.
IV
Secretamente, los antiguos y Savonarola dialogan con el Maquiavelo en las horas nocturnas. Pero más que nadie dialogará con él y le inspirará una musa heroica, la Patria, la madre Italia.
Dante es el primer italiano. Pero Maquiavelo es el segundo. Esto no debe olvidarse.
Si Dante y Maquiavelo hubiesen sido contemporáneos, acaso la unidad de Italia se adelantara de tres siglos.
Cuando piensa en Italia este hombre desnudo y flaco, Maquivelo —este hombre seco, «amojamado», como una figura de Mantegna—, deja de ser así y arrastra a carnal, mórbido entusiasmo a su palabra. Edgardo Quinet decía de la última página de «El Prínci­pe», que era la Marsellesa del siglo XVI…
Y yo he de confesar que, por mucho tiempo, ha ocupado mi imaginación y la ha llenado de luz esta imagen anacrónica y paradójica: Maquiavelo cantando la Marsellesa.
V
Así, el Secretario, muy lejanamente al juicio vulgar, se nos figura, en cifra,  una venganza simbólica y perdurable de la Inteligencia contra la Astucia.
Por instrumento de «El Príncipe» y de los comentarios a Tito Livio, la Inteligencia le dice a la Astucia que conoce un secreto y que, cuando aquélla es engañada, no lo es más que a medias.

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Última actualización: 2 de abril de 2009