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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
GLOSARIO en La Libertad
Eugenio d'ORS, «Glosario», La Libertad, Madrid (7-I-1920—21-XII-1922)          

 
De asamblea a asamblea (Se pide una superación / Manresa, 1892 / Hoy / Un superviviente) (15-VIII-1920, pp. 1-2)
Se pide una superación
Ignoro si es la libertad la mejor tribuna para proclamar una admiración por la primera Asamblea catalanista celebrada en Manresa el año 1892, y matriz de las famosas «Bases»… Pero sé que pocos públicos como el español se encontrarán hoy en el mundo dotados todavía de la agilidad y generosidad de juicio suficientes para emancipar, de una reprobación doctrinal posible, una valoración intelectual justiciera.
Otros, con superiores tradiciones, sin duda, han caído tan bajo a este respecto que ya parece haberse vuelto en ellos imposible semejante actitud de superación. Este es el caso en los países trabajados directamente por la gran guerra, con su característica subordinación de cualquier interés espiritual a la razón de Estado. «Todos se han vuelto radical, grosera y cruelmente pragmaticistas —nos decía Bertrand Russell, cuando su curso en nuestro Seminario , la primavera pasada—; en su ambiente, ya no se puede respirar».
¿Será necesario añadir que, para quien esto decía, como para quien esto oía, la respiración normal de la mente se llama pensamiento libre?
Manresa, 1892
A él invoco y de aquella superación imparcial me fío al esperar de cualquier informado la confesión de que la Asamblea de Manresa constituyó en su día un acto de gran belleza civil; la tónica de sus deliberaciones, algo noble y elegantemente idealista, y su asistencia, una auténtica representación del país, íntegra y selecta a la vez.
Aquella Mesa, que Domenech y Montaner presidió, entre Joaquín Vayreda, el Corot catalán, patriarca de nuestros paisajistas —una de las sensibilidades más despiertas del siglo—, y Font de Rubinet, el bibliófilo de Reus, con Prat de la Riba por secretario; aquella Comisión de Barcelona —veintisiete nombres, de los cuales «uno solo» se ha vuelto os­curo, treinta años después, ante la revisión de las generaciones nuevas—, verdadero pa­triciado moral de la ciudad, con Ángel Guimerá, y D. Juan Permanyer y D. Eusebio Güell y Bacigalupi, al lado del historiador Aulestia, del físico Fernando Alsina, de Enrique Batlló, edificador de la Universidad Industrial; de Torras y Bages, de Francisco Romaní, el jurista, y del poeta Picó y Campaner, y del novelista Narciso Oller, y del pintor Llimona, y de veinte más de aristocracia parecida; aquella representación rural también, múltiple, rica, inteligente, genuina, con épica genuinidad (Alberto Grané, notario, representaba el Valle de Arán; Pin y Soler, escritor cosmopolita y antiguo cónsul, Tarragona; Esteban Suñol, piloto, el Masnou; Aldavert, impresor, el «plá de Barcelona»); todas aquellas figuras gloriosas, al lado de otras cuya integérrima exquisitez moral ha dejado llegar únicamente hasta nosotros el perfume de un estoicismo: Sans y Guitart, santo y mártir del deber profesional; Saderra, de Olot, que creyó en Dios y tradujo al Dante, y el grupo severo de los notarios, cuya palabra valía por cien juramentos… reviven hoy, cuando se habla de la Asamblea de Manresa, en nuestro recuerdo, a nuestra nostalgia, para nuestra lección.
Y en un volumen quedan consignados, para lección también, los debates lúcidos, pausados, serenísimos. Mucha doctrina, mucha idealidad, mucha utopía también, sin duda. Angel Guimerá habló allí líricamente de las esencias sentimentales de Cataluña; valientemente combatió Antonio Suñol al militarismo y al vigente sistema de quintas, «engendrador de odios de clase»; Fernando Alsina, sabio y socializante, propuso el im­puesto progresivo, y, en cierto sentido, el gravamen sobre los beneficios extraordinarios: el discurso de Prat de la Riba constituyó un verdadero Tratado de Derecho Político.
Hoy
¿Qué ha pasado aquí? En lugar de las Asambleas de la Unión catalanista tenemos hoy las Asambleas de la Mancomunidad. Y es difícil imaginar nada más bajo, nada más triste que estas reuniones, en que en manos de unos hombres grises, entre gregarias votaciones alalas, sólo interrumpidas por la propuesta de la carreterita de interés caciquil, o la insinuación del negociete, o la exigencia de mejora de sueldo para el paniaguado, o los técnico-agrícolas entre un Bouvard del Campo de Tarragona y un Pecuchet de las Borjas Blancas, se extingue miserablemente, so color de continuar la tradición empezada hace poco más de cuarto de siglo, en una hora de exaltación ideal.
—¿Dónde están los hombres de Manresa? —se pregunta ahora la pasiva Cataluña—. Han muerto unos. ¿Y los otros? ¿A qué se debe que los otros, los que ayer batallaron en la buena batalla, no se sienten ahora, según parecía presumible, en la lógica de los movimientos políticos, entre la que pretende ser una representación parlamentaria completa y auténtica del país? ¿Será, por ventura, que una oleada de gente joven haya barrido a los viejos? Pero, entonces, volvemos a preguntar: ¿dónde están los jóvenes, dónde está la selección de la juventud que teníamos derecho a esperar, con que tal vez contábamos? Entre esta masa de cabezas adormecidas, de cuerpos semitumbados sobre los asientos, de caras encendidas por el banquete o palidecidas por la insignificancia, ¿quién es el sucesor de Vayreda, quién es sucesor de Fernando Alsina, quién puede ostentar, siquiera en familiaridad rebajada, la herencia de Torras y Bages o de Güell y Bacigalupi?
A veces, isla sonriente en un océano de vulgaridad, se forma un pequeño grupo inteligente; su arma habitual es la ironía entre bastidores; su comentario, el escepticismo. Otras veces, alguna nueva personalidad vigorosa, extraviada entre el rebaño confuso, inicia un conato de intervención, mientras debe de preguntarse por dentro, a la manera de Molière, «qué diablo ha ido él a hacer en aquella galera». El esfuerzo se pierde siempre en el vacío. Para asegurar esa esterilidad, la marcha de la Asamblea ya está sabiamente —digamos cucamente— reglamentada. Se la convoca para tres únicas sesiones, la tercera de las cuales ya se tiene buena cuenta de que sea en sábado; el primer día se reparte entre los asistentes un escenográfico volumen, bien repleto de estadísticas, planos y otros jeroglíficos, «única fuente de información sobre los acuerdos del Consejo» —por otra parte ya consumado—; no pueden discutirse sino las interpelaciones y objeciones anunciadas por escrito, ya desde este primer día, cuando los diputados sólo han tenido tiempo de hojear aquel volumen, mejor dicho, de sopesarlo; y la discusión es aplazada siempre para la tar­de de la postrera jornada, cuando ya corren los trenes de vuelta, retornando los congresis­tas a sus viñedos… En estas condiciones ha abortado en la última reunión, las treceava, que acaba de cerrarse, una moción sustanciosa, proponiendo la autonomía de la enseñan­za. En estas condiciones ha de abortar necesariamente cuanto aluda a la idealidad, cuanto contenga un poco de doctrina…
Ante esto, forzosa o voluntariamente arrinconados, desengañados algunos, otros rendidos, asqueados todos, los hombres de la Manresa de ayer, los del catalanismo elevado y sincero, se han recogido en el hogar, mientras que los de la Manresa de mañana se reunen todavía en la catacumba…
Un superviviente
Hay, sin embargo, una excepción entre los primeros. Del idealismo, del utopismo general en la Asamblea de 1892, se separó, dentro de la misma, alguien para proclamar: «Ha pasado la hora de los idealismos». De la información científica que a ella trajeron los Alsina y los Prat de la Riba, vino a desentonar una voz que dijo —¡en los mismos días de las lecciones de Boutroux y de Poincaré!—: «Sólo los locos se han atrevido a declarar contingentes las verdades de la geometría y del análisis matemático». Contra el perfecto sentido liberal que allí representaban el mismo Alsina y Antonio Suñol, una blasfemia se levantó, con la fórmula: «¡Hay que borrar el paso a la enciclopedia!».
El adversario del idealismo, del criticismo y del pensamiento liberal, comisionado de Mataró, en la primera Asamblea catalanista, ha sido el presidente del Consejo en la treceava Asamblea de la Mancomunidad de Cataluña.

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Última actualización: 1 de abril de 2009