LA TEORÍA DE LAS TEORÍAS DEL COLOR


Christine Ladd-Franklin (1910)

Traducción castellana de Paloma Pérez-Ilzarbe (2022)



 



Colour and Colour Theories (1929)
Este trabajo fue presentado en el VI Congreso Internacional de Psicología celebrado en Ginebra en agosto de 1909. Se publicó por primera vez en las Actas del congreso (Genève, 1910, pp. 698-705), y más tarde fue republicado (con ligeras modificaciones actualizadoras, pero añadiendo además una nota final y dos diagramas) en el libro Colour and Colour Theories (New York/ London, 1929, pp. 114-125).

El interés de este texto es que en él Ladd-Franklin presenta de modo sistemático unas ideas que había ido lanzando en distintas ocasiones desde 1893, con la intención de defender frente a otras rivales su hipótesis sobre la percepción del color (formulada en 1892). Lo peculiar de esta defensa es que no pretende convencer a la comunidad científica de que su hipótesis ha capturado los procesos fisiológicos "reales" que dan cuenta de las sensaciones de color, sino simplemente de que su hipótesis es, en el estado del conocimiento del momento, la más "satisfactoria desde el punto de vista lógico".

Esta “teoría de las teorías del color” es una meta-teoría en la que Ladd-Franklin expone los requisitos lógicos de las buenas teorías científicas en general y de las teorías del color en particular. Más adelante llegará a decir que el valor de su teoría evolutiva de la sensación de color es el de ser un modelo (un diagrama) del tipo de teoría que habría que buscar: lejos de pensar que está ofreciendo “la teoría definitiva” sobre la percepción de los colores (de hecho, no lo fue), lo que pretende es dar una especie de esquema al que debería ajustarse cualquier futura teoría que se quisiera proponer.

 



por Christine Ladd-Franklin
Johns Hopkins University, Baltimore
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No tengo ninguna duda de que se podría escribir una teoría muy profunda y original sobre la teoría de las teorías en general: el tema no ha sido todavía adecuadamente tratado y en un mundo científico en el que se están construyendo teorías constantemente es de gran importancia que se entiendan cuidadosamente los principios generales que gobiernan su eficacia (si la hubiera). Y así también respecto al tema más limitado de la teoría de las teorías del color, no dudo de que haya fundamento para una discusión que profundice en el principio fundamental del conocimiento. Pero no intentaré hoy una discusión de esta naturaleza, no solamente por la razón obvia de que ello estaría seguro bien fuera de mi alcance, sino también porque en este caso no hay ocasión para una discusión de tipo esotérico. Los crímenes que las actuales teorías del color cometen contra principios fundamentales son tan patentes, tan flagrantes, tan abiertos a la comprensión de la inteligencia más simple, en cuanto le presta atención al tema, que una discusión de cualquier profundidad en relación con esos principios sería un completo desperdicio.


Christine Ladd-Franklin, c. 1904

 

 



Hermann Helmholtz (1821-1894)

Así, solamente ofreceré algunas consideraciones muy simples que serán sin embargo suficientes para mostrar que ni la teoría de Helmholtz, ni la de Hering, ni ninguna de las ligeras modificaciones que han experimentado recientemente, tiene ningún derecho a ser considerada en absoluto una teoría del color. Cada una de estas principales teorías parece estar, de hecho, tan irremediablemente fuera de los límites de la razón para cualquier persona que no esté ya comprometida ciegamente con ella, que no parece posible ninguna discusión fructífera entre los rivales partidarios de cada una (y prácticamente no ha tenido lugar, de hecho, ninguna discusión en los últimos años). Cada lado se ha acomodado en el simple plan de usar la fraseología de la teoría que haya elegido adoptar, satisfecho de que sus textos sigan sin ser siquiera comprensibles para los partidarios del otro lado.

Voy, por tanto, simplemente a enumerar en pocas palabras los principios básicos relacionados con las teorías, en la medida en que son aplicables al color, y después procederé a mostrar, si tengo tiempo, con más detalle, cómo están siendo violados en las teorías existentes. Si estos principios son excesivamente simples no es culpa mía, sino de la ingenuidad de quienes mantienen esas teorías.

 

I. En primer lugar, no es deseable que ninguna teoría ignore decididamente una gran proporción de los simples hechos que se dan en el dominio que pretende cubrir. Por ejemplo, quien sigue a Hering debe cerrar los ojos fielmente al hecho de que rojo y verde (como cualquier artista y cualquier colegial sabe) no son colores complementarios. Del mismo modo, la teoría de Helmholtz no tiene nada que decir sobre el hecho de que mientras el azul y el verde dan lugar a los verdes azulados, y el rojo y el azul dan lugar a los azules rojizos, el rojo y el verde, que tienen un papel exactamente correspondiente en la teoría, no dan lugar a los verdes rojizos ni a los rojos verdosos  (que no existen cosas tales como esos colores, ni son siquiera concebibles para la mente humana), sino que producen una sensación sui generis perfectamente nueva, el amarillo. Quienes siguen a Helmholtz, de hecho, pueden describirse como teniendo una ceguera psíquica respecto al color, como siendo incapaces de comprender el amarillo.

II. El primer objetivo de cualquier buena teoría debería ser proveerse de una terminología adecuada para los hechos que caen dentro de su dominio. Esta terminología no sería, en general, por supuesto, la misma para distintas teorías, cuando está involucrada la interpretación, pero al menos hay que proporcionar un lenguaje común para los hechos patentes, admitidos, acerca del tema: debe ser posible para dos rivales al menos empezar una discusión comprensible de los hechos que les conciernen.



Ewald Hering (1834-1918)

 



Johannes von Kries (1853-1928)

 

III. Para cualquier teoría acerca de la conexión entre una serie de hechos psíquicos y una serie de hechos físicos, debe cumplirse el principio de paralelismo psicofísico. Cualquier teoría de la sensación de color es, por supuesto, una teoría de este tipo. Por extraño que pueda parecer, es realmente oportuno establecer este principio explícitamente. Por ejemplo, von Kries dice (en el Handbuch de Nagel) que estamos "justificados para establecer un cierto paralelismo" [en alemán en el original: "einen gewissen Parallelismus anzunehmen berechtigt"]. ¡Como si un simple y rotundo paralelismo no fuera la base de todas nuestras tentativas de teorías psicofisiológicas! No se puede, por supuesto, dar comienzo a ninguna teoría del color sin él. Pero, además, tampoco basta su aplicación a medias: debe mantenerse religiosamente en todo el dominio.

 

IV. En particular (lo que simplemente es el principio de paralelismo psicofísico en términos más precisos) (1) no se debe usar una y la misma concepción para explicar dos conjuntos de fenómenos totalmente distintos; y, al revés, (2) no se debe conectar una y la misma experiencia consciente, en ninguna teoría, con dos hipótesis fisiológicas distintas. Esta pareja de preceptos se violan, por ejemplo, cuando, por una parte, Hering explica mediante una sola hipótesis (una mezcla de procesos químicos asimilatorios y desasimilatorios) dos fenómenos tan distintos como una serie blanco-negro (en la que ambos constituyentes aparecen siempre en la conciencia) y una serie amarillo-azul (o rojo-verde), en la que ambos constituyentes nunca aparecen juntos, sino que siempre son sustituidos, uno o el otro, por una mezcla de blancos (o de amarillos). Fenómenos de un tipo tan completamente diferente como estos requieren una concepción química diferente, no una concepción química idéntica. Por otro lado, la otra mitad del principio es violada por von Kries y su seguidores, cuando uno y el mismo fenómeno consciente, la sensación de blanco, lo conectan con cierto proceso químico unitario en los bastones, y una combinación, por la conciencia, de los resultados de tres procesos de color distintos en los conos.  Un poco de reflexión sobre la naturaleza de los fundamentos que tenemos para cualquier teorización debería haber obviado la posibilidad de cualquiera de estos dos errores opuestos.

V. Un principio menor, pero uno que creo que necesita urgentemente entrar en la lista, es este: Ningún elemento constituyente de una teoría tiene gran valor positivo a menos que explique más de un fenómeno a la vez; puede todavía tener valor negativo, en la medida en que un fenómeno que no puede ser explicado coherentemente con una teoría dada, por supuesto, es incómodo para esa teoría. Pero para ser capaz de reclamar mucha consideración, debe ser capaz de explicar al menos dos cosas de un golpe; si (como el sastrecillo de Grimm) puede matar hasta siete dificultades de un golpe, eso incrementa por supuesto enormemente su prestigio. Pero debe hacerse, al estimar el valor de las teorías, una distinción clara entre las que encajan en un gran esquema de concepciones, todas trabajando conjuntamente, y las que son meramente (tenemos ya la frase) ad hoc. Schenck, con su hipótesis del receptor de estímulos [Reizempfänger], da un ejemplo de una debilidad de este tipo. Las concepciones de esta clase son tan intrascendentes, de un modo o de otro, que siempre deben ser distinguidas de la teoría coherente, y deben ser cuidadosamente designadas como "hipótesis ad hoc".

No tengo tiempo, en quince minutos, de mostrar con detalle de qué manera tan triste violan entre las dos teorías cada uno de esos principios elementales. Pero añadiré unas pocas palabras acerca de la terminología del color en particular, y luego llamaré la atención sobre mi propia teoría, que no está, creo, abierta a objeciones tan fatales.

Hay algo inherente a los pétalos de la rosa que, cuando se examina espectroscópicamente y se mide mecánicamente, nos da lo que interpretamos como un cierto período de vibración del éter, pero que, cuando nos afecta a través del ojo, llamamos la sensación-de-color rojo. Ahora bien, nuestros antepasados primitivos, al construir sus distintos lenguajes, no tenían ningún conocimiento sobre longitudes de onda en el éter, por una parte, ni sobre la cadena fisiológica eficiente (lente, retina, fibra nerviosa, corteza), por otra. Les parecía que la sensación de rojo residía en la rosa también como rojez. Así que nosotros, aunque hemos aprendido más, seguimos, por pereza, hablando de la porción roja del espectro cuando deberíamos hablar de las radiaciones de longitud de onda 850 (y de azul cuando deberíamos decir radiaciones de longitud 430).

La misma cosa se da en el caso del sonido. Hay algo en un hipotético mundo externo que es a la vez la causa, a través de un conjunto de órganos sensoriales (el sentido espacial de nuestro ojo y nuestra piel), de nuestra experiencia de un período concreto de vibración del aire, y mediante un órgano sensorial distinto (el oído), de nuestro adquirir conciencia de una cosa concreta que llamamos tono. Llamar a las dos experiencias distintas con uno y el mismo nombre, sonido, muestra una irremediable pobreza de lenguaje. En el sonido, esta ambigüedad no da lugar a ningún problema serio; pero en el domino del color la confusión correspondiente de términos es constantemente la fuente de una lamentable confusión de pensamiento. No hay absolutamente nada que hacer salvo abandonar completamente (cuando se habla científicamente) la palabra color y la palabra luz. Deberíamos decir, por una parte, cuando nos referimos a esas cosas en su significación objetiva, vibraciones o (mejor) radiaciones de luz (o de color), y por otra parte, cuando nos referimos a ellas en su sentido inmediatamente subjetivo (el otro es también subjetivo, por supuesto, en definitiva) debemos decir sensaciones de luz o sensaciones de color. En alemán, afortunadamente, ya se usan estos dos últimos términos constantemente; otros idiomas deberían seguir su ejemplo.

Pero es igualmente necesario quitar por completo del vocabulario científico las palabras totalmente ambiguas luz y color (usadas sin modificadores) y poner en su lugar vibraciones o radiaciones. Entonces las luces objetivas (radiaciones) que dan lugar a una sensación de azul-verde se llamarían, invariablemente, radiaciones azul-verde. Cuando queramos particularizar más, o bien podemos describirlas como homogéneas, o (si son alguna de los cientos de combinaciones de rayo-de-luz, ya sean duales o muy complejas, en las que la sensación azul-verde es dominante, por usar la acertada palabra de Abney), entonces debemos llamarlas un grupo de radiación azul-verde. Pero nunca debemos (como científicos) hablar de la luz azul-verde.

Todavía se facilitaría más la claridad si dijéramos, en lugar de radiaciones rojas, radiaciones eritrogénicas, y para los otros colores radiaciones clorogénicas, xantogénicas y cianogénicas. Para una combinación de luz-blanca, la palabra correcta sería leucogénica y para las ondas de luz en general, fotogénica. Estos nombres pueden parecer algo rebuscados para el uso constante, pero es solamente con la ayuda de terminología exacta como se puede alcanzar el pensamiento exacto; no son nada comparados con los términos que hay que usar en química, y es cierto que la química nunca habría alcanzado su estado actual de desarrollo si los químicos se hubieran resistido a los nombres difíciles. Esta distinción, aunque podría parecer superflua, es realmente de una grandísima importancia; por ejemplo, nos permite hacer a la vez estos dos importantes enunciados: No hay ninguna teoría de Helmholtz sobre las sensaciones-de-color, pero hay una importante teoría de Helmholtz acerca de las radiaciones-de-color (a saber, la de la equivalencia, como causas de sensación, de una gran cantidad de mezclas-de-radiación diferentes: todos los hechos, ciertamente, que están encarnados en el triángulo de colores, los hechos que Hering y su escuela ignoran por completo). Por otro lado, no hay ninguna teoría de Hering de las radiaciones-de-color, sino solamente una teoría acerca de las sensaciones-de-color: una teoría que sería de gran importancia si no fuera porque está en completa contradicción con los hechos de las radiaciones-de-color (el hecho, para empezar, de que las radiaciones roja y verde no dan lugar, al mezclarse, a una sensación-de-color blanca, sino amarilla).

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El hecho de que haya dos teorías del color, diametralmente opuestas entre sí, que dividen el mundo científico no es tan extraño, porque los hechos de la visión del color son extremadamente singulares. Si la gama de colores hubiera sido como la gama de tonos (si un color se hubiera distinguido siempre de otro por una diferencia del mismo tipo, como una sonoridad se distingue de otra siempre respecto al tono: una variación subjetiva que procediera exactamente en paralelo con la variación objetiva de rapidez de la vibración), entonces esta lucha sin fin de las teorías del color (al menos en su inútil forma actual) no habría surgido. Pero en lugar de una serie de sensaciones rectilínea, usando el término indispensable de G. E. Müller, en correspondencia uno-a-uno con una serie física rectilínea, tenemos, para las sensaciones de color, una serie que cambia completamente de naturaleza en cuatro puntos concretos de la escala (podríamos llamarlos puntos de inflexión, tomando prestado el término de la matemática). En correspondencia con un cambio simple de velocidad en las radiaciones del éter, tenemos, para la sensación, lo que solamente se puede describir como hacerse cada vez más amarillo, luego de pronto cada vez más verde, etc. (cuatro series rectilíneas distintas, separadas por puntos de homogeneidad). La diferencia de naturaleza entre un color de un tipo y uno de otro es extrema y debe ser marcada con claridad en el lenguaje; el término mezcla para los tonos de color intermedios produce una irremediable confusión con las mezclas-de-radiación; el término fundamental para los otros te compromete inmediatamente con una de las teorías del color. Son absolutamente necesarios aquí dos nuevos términos que caractericen directamente los fenómenos en cuestión. He propuesto mezcla-de-colores para los colores intermedios de las cuatro series rectilíneas y color unitario para los colores de los cuatro puntos de inflexión. El uso de algún término como mezcla-de-colores, por lo menos, es indispensable, con el fin de evitar (si esto fuera posible ya tan tarde) la irremediable confusión que existe entre los aspectos objetivos y subjetivos del color.



Georg Elias Müller (1850-1934)

 

Deberíamos entonces decir que una mezcla de radiaciones azul y verde da lugar a una mezcla-de-color azul-verde; de radiaciones roja y azul, una mezcla-de-color rojo-azul. (La palabra violeta debería ser eliminada completamente, y también naranja; los nombres de color simples deberían reservarse para las sensaciones de color unitarias; los esquimales, con su palabra inmensamente larga (veintisiete sílabas) para el rojo azulado (o azul rojizo) han sido absolutamente científicos a este respecto, cosa que no han sido otras razas). Pero una mezcla de radiaciones roja y verde no da lugar a una mezcla-de-color en absoluto, sino a un color unitario, el amarillo. Tomo el término mezcla-de-color del domino específico de los tés; lo que a la gente corriente le parece un té sin más será detectado por la persona experta, que tenga el hábito de analizar agudamente sus sensaciones, como una mezcla de un cierto número de constituyentes concretos; del mismo modo, para el psicólogo introspectivo (la frase no es exactamente redundante) un violeta será visto (a pesar de su nombre unitario) como una mezcla-de-color, a saber, de rojo y azul, tanto como se ve así lo nombrado explícitamente verdiazul o amarillo-verdoso.

 



Willibald Nagel (1870-1911)

Hay muchos otros defectos en la actual nomenclatura que no puedo mencionar aquí. En conclusión, describir la visión normal del color como tricromática es un absurdo: realmente es tetracromática. Lo que sí es verdad (y se está haciendo ver de modo cada vez más concluyente por Nagel y su escuela, con gran turbación de los seguidores de Hering) es que tres limitados grupos-de-radiación son un estímulo suficiente para producir las cuatro sensaciones-de-color. Hace falta una teoría adecuada para explicar este hecho. Por otra parte, llamar monocromática a la visión de quien es completamente ciego-para-el-color (como hacen todavía quienes escriben en el último número del Zeitschrift für Psychologie) es igualmente absurdo y solo podrían insistir en ello las mentes en las que no está vigente el principio de no-contradicción.

 

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Las dos teorías existentes son teorías que hacen comprensible, cada una, algunos de los hechos acerca de la visión del color, pero a costa de hacer oídos sordos a los otros hechos. La que yo he propuesto, y que Schenck me ha hecho recientemente el honor de apropiarse de ella (tal como ha señalado von Brücke), sostiene que hace justicia a los dos conjuntos de hechos que ha parecido tan difícil reconciliar. Los puntos principales de esta teoría son:

Que la visión de los bastones es una visión sin color (o, para darle su quale-de-sensación adecuado, visión-de-blancura) yo lo mantenía ya cuando adelanté mi teoría en 1892 (un año antes del primer artículo de von Kries sobre el tema, aunque esta postura se le suele atribuir a él); es un importante elemento constitutivo de mi teoría del color. Asumo, de hecho, que los bastones dan lugar a una forma de visión primitiva, la visión sin color, y que la sustancia fotoquímica contenida en ellos es capaz solamente de una forma de descomposición, cuyo producto es el excitante de la sensación de blanco, o gris. En el curso de la evolución del sentido de la vista, la sustancia fotoquímica de los conos se va haciendo más altamente desarrollada y se hace capaz de una disociación selectiva por la luz, de modo que el producto de la disociación llevada a cabo por las radiaciones luminosas rápidas da lugar a la sensación de azul, el de las radiaciones lentas da lugar a la sensación de amarillo. Esta concepción no es inverosímil, porque Ramón y Cajal ha demostrado, después de aparecer mi teoría, que los conos son exactamente, en estructura, bastones más altamente desarrollados. Pero cuando los dos tipos de radiaciones caen sobre la retina a la vez, resulta el producto de la descomposición original; de ahí que el azul y el amarillo cuando se ven juntos dan la sensación de blanco, o gris. Esto representa la etapa de desarrollo visual de quienes tienen ceguera parcial respecto al color (o de quienes tienen visión de amarillo-azul, como prefiero llamarlos) y también la de las zonas medias de la retina normal.



Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)

Con la siguiente etapa de diferenciación, la porción de la sustancia fotoquímica que produce el amarillo se hace capaz de dos disociaciones parciales, es decir, se sincroniza, en sus vibraciones internas, con porciones separadas del espectro y da lugar entonces a dos colores distintos, rojo y verde. Pero cuando los dos tipos de radiaciones impactan en la retina a la vez, tiene lugar la sensación original, amarillo. Cuando este último desarrollo no ha tenido lugar todavía, tenemos la visión defectuosa de quienes tienen ceguera parcial respecto al color. La disociación selectiva por la radiación luminosa solamente puede concebirse como ocurriendo por medio de este sincronismo entre sus distintos ritmos de vibración y los de las vibraciones moleculares internas de las sustancias afectadas (como Ostwald ha mantenido bien recientemente). Es para dar cuenta de estas disociaciones selectivas para lo que Schenck introduce sus elementos visuales separados, los Reizempfänger, o receptores-de-excitación. Pero la sustancia visual final debe ella misma ajustarse para recibir las vibraciones de los Reizempfänger, y si esto es así, bien podría simplemente ser receptiva selectivamente de las vibraciones de la luz misma. Estos Reizempfänger pueden no ser más que una manera de hablar [façon de parler] y de hecho es igual de fácil hablar sin ellos. Esta es la única adición que  Schenck hace a mi teoría, y esta ganancia es una pérdida, porque las teorías no deben ser sobrecargadas sin necesidad. Por otra parte, ha pasado por alto mi modo de dar cuenta del carácter unitario del amarillo y el blanco; de hecho, no siente ninguna necesidad psicológica para hacerlo (está, en una palabra, todavía en la etapa prepsicológica y poco ilustrada de von Kries y sus seguidores.

Con mi teoría, el contraste, las imágenes residuales y todos los otros fenómenos de la visión reciben una fácil explicación, en la que no necesito entrar ahora.

La teoría de la sustancia (o molécula) fotoquímica visual diferenciada, sostengo, resuelve todas las dificultades que por separado hacen imposibles las teorías de Helmholtz y de Hering. Ha sido ya ampliamente aceptada por los americanos; espero que los europeos muestren pronto una mentalidad igualmente lógica.

VI Congreso Internacional de Psicología, 1909.



Fin de "La teoría de las teorías del color" (1910). Fuente textual en Actas del VI Congreso Internacional de Psicología, Genève, 1910, pp. 698-705; posteriormente publicado en Colour and Colour Theories, New York-London, 1929, pp. 114-125.


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Fecha del documento: 16 de agosto 2022
Ultima actualización: 18 de agosto 2022

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