ACERCA DE LA CIENCIA Y LAS CLASES NATURALES


Charles S. Peirce (1902)


Traducción castellana de Jorge Zenón González y revisión técnica de Oscar Pablo Zelis (2002)


MS 427. [Publicado en CP I. 203-37 y en EP 2, pp. 115-132 de donde se ha tomado el texto para esta traducción. Escrito en febrero de 1902, esta selección proviene del cap. 2 del libro proyectado por Peirce llamado Minute Logic (Lógica minuciosa)]. En esta selección, extractada de una discusión más amplia acerca de la lógica y la clasificación de las ciencias, Peirce expone su teoría de las clases naturales y la clasificación, y presenta su concepción de ciencia. El Problema de las clases naturales había sido de interés para Peirce desde temprano en su carrera cuando estaba ocupado en distinguir sus puntos de vista de aquellos de los de J. S. Mill, pero aquí Peirce los afina aún más dándole a la causación final un rol predominante en su teoría. Las clases naturales son definidas por causas finales, aunque no necesariamente por propósitos. Peirce entonces caracteriza la ciencia como una "cosa viva", y "no como una colección de conocimiento sistematizado en los estantes". La ciencia es lo que hacen los científicos, y "consiste en tensar realmente el arco sobre la verdad con intención en el ojo y energía en el brazo". Peirce arguye que las divisiones de la ciencia que han crecido de su propia práctica son clases naturales.




Cuando el mejor método para hacer algo está en duda, una de las mejores ayudas para colocarse en el camino correcto es tomar en cuenta qué necesidad hay de hacer aquello1. Esto es axiomático. Dado que, puesto que la lógica nos enseña cómo alcanzar la verdad, la necesidad de una doctrina sistemática de la lógica aparecerá mejor si consideramos su relación con las diferentes ciencias, que son los diferentes compartimentos del esfuerzo por alcanzar la verdad, y también teniendo en cuenta las relaciones de estos diferentes esfuerzos entre sí, en particular con referencia a la ayuda que se brindan uno a otro. Esa es la necesidad que tiene para nosotros la investigación que propongo abordar y que es la de la clasificación natural de las ciencias.

Ha habido muchos intentos de hacer una clasificación general de las ciencias. El pequeño libro del doctor Richardson acerca del tema2 es bastante incompleto enumerando solamente 146 sistemas. Es natural que sean muchos porque no sólo son diversos sus propósitos, sino que son divergentes sus concepciones de lo que es una ciencia, y todavía lo son más sus nociones acerca de qué es una clasificación. Muchos de estos esquemas presentan ciencias de las que nadie jamás ha oído hablar, de manera que parecen apuntar a clasificar no solamente ciencias que existen en el presente sino ciencias posibles. Es una empresa un tanto presuntuosa la de clasificar las ciencias del futuro remoto. Por otra parte, si las clasificaciones deben ser restringidas a las ciencias que existen al presente en el momento de hacerlas, efectivamente las clasificaciones deberían diferir de una época a otra. Si la clasificación de Platón fue satisfactoria en su tiempo, no puede ser buena hoy; y si lo fuera, se debería inferir que no lo fue cuando él la propuso.

Este asunto de clasificar la ciencia no es algo que se deba emprender de forma precipitada o improvisada. Esto es evidente. No deberíamos comenzar a ejecutar la tarea hasta que hayamos tenido bien en cuenta, primero, qué es la clasificación y, en segundo lugar, qué es la ciencia.

La cuestión de qué modo ha de preferirse para clasificar cualquier cosa, depende enteramente del uso que tendrá la clasificación. Por ejemplo, la disposición alfabética es en verdad la mejor para el índice de un libro, y los lectores jamás cesarán de culpar al escritor -muy probablemente un alemán-, que ofrezca un elaborado índice razonado como sustituto de una disposición alfabética. Asimismo ninguna disposición puede ser peor que la alfabética para cualquier otro propósito más racional. Los 146 sistemas mencionados arriba como tratados en el libro del Dr. Richardson, no incluyen clasificaciones hechas que sirvan para referencia de una biblioteca, para lo cual él añade un catálogo separado de 173 sistemas. Los 146, como la clasificación que nosotros deseamos, fueron tomados asignándole a cada uno de ellos un valor científico, -como si fuera la única y verdadera clasificación natural. La primera cuestión entonces que parece propio considerar o tener en cuenta (recordando que la clasificación es uno de los temas de la lógica que debería ser tratado más científicamente en su lugar propio, y que yo aquí sólo puedo tocar superficialmente) es qué se entiende por una clase natural y verdadera. Una gran cantidad de lógicos dicen que no existe tal cosa y, lo que es extraño, incluso muchos estudiantes de las ciencias taxonómicas no solamente siguen esta opinión, sino que le conceden un gran rol en la determinación de las conclusiones de la botánica y la zoología. La causa por la que ellos sostienen esta opinión tiene dos factores: en primer lugar, ellos le adjuntan una significación metafísica al término natural o clase real; y en segundo lugar, han adoptado un sistema de metafísica que les impide creer en aquello que han definido como lo que debería ser una clase real o natural. Está lejos de mí el deseo de cerrar cualquier avenida por la cual se pudiera arribar a la verdad, y si los botánicos y los zoólogos llegan a la conclusión de que la botánica y la zoología deben permanecer sobre el terreno metafísico, no tengo ni una palabra que objetar. Solamente puedo decirles que la metafísica es una ciencia sumamente difícil, que presenta para la persona no informada más escollos que casi ninguna otra, de los cuales sería tonto pretender que un simple amateur en la misma pudiera escapar. Por lo tanto si la botánica y la zoología deben forzosamente permanecer en el terreno metafísico, por todos los medios debe esta metafísica ser reconocida como una rama explícita de esas ciencias y ser tratada de una manera exhaustiva y científica. Habiéndole dedicado muchos años, estoy capacitado para dar mi opinión sobre una cuestión metafísica, aunque puede ser una opinión equivocada; y mi opinión es que es una metafísica superficial e injustificadamente pretenciosa la que proclama que una "clase real" en el sentido en que esos escritores adhieren al término, es una cosa imposible. Al mismo tiempo, no veo ninguna necesidad de que las ciencias positivas consideren las clases reales en esa forma metafísica. Según mi comprensión el asunto de la clasificación no tiene nada que ver con esas clases, y solamente tiene que ver con las clases verdaderas y naturales en un sentido distinto y puramente experimental. Por ejemplo, si yo intentara clasificar las artes -que es algo que no haré-, tendría que reconocer como una de ellas el arte de la iluminación, y tendría ocasión de notar que las lámparas forman una clase verdadera, real y natural porque cada lámpara ha sido hecha y ha devenido como el resultado de un propósito común y peculiar a todas las lámparas. Una clase es, por supuesto, el total de todos los objetos que pueda haber en el universo que respondan a una cierta descripción. ¿Qué tal si tratáramos de tomar el término "natural" o "clase real" para significar una clase de la cual todos los miembros deben su existencia como miembros de la misma, a una causa final común? Esto es algo vago, pero, es mejor permitir que un término como éste permanezca vago, hasta que encontremos nuestro camino hacia la precisión racional. En el caso de las lámparas, sabemos cuál es esa causa: aquel instinto que nos permite distinguir las producciones humanas y adivinar sus propósitos, nos informa de esto con un grado de certeza que sería inútil esperar que cualquier otra ciencia sobrepasara. Pero en el caso de las clases naturales la causa final permanece oculta. Quizás, dado que las frases retienen su vibración en la mente de los hombres mucho tiempo después de que su significado se ha evaporado, puede ocurrir que algún lector, incluso en el día de hoy, permanezca imbuido con la antigua noción de que no hay causas finales en la naturaleza. En cuyo caso la selección natural y toda forma de evolución serían falsas. Por cuanto la evolución no es ni más ni menos que la ejecución de un plan definido. Una causa final puede ser concebida operando sin que haya sido el propósito de ninguna mente: ese supuesto fenómeno corre bajo el nombre de destino. La doctrina de la evolución se abstiene de pronunciarse sobre si las formas son simplemente debidas al destino, o si son providenciales; pero que las finalidades definidas son ejecutadas es algo que ninguno de nosotros niega hoy. Nuestros ojos han sido abiertos; y la evidencia es demasiado abrumadora. Con respecto a los objetos naturales, sin embargo, se puede decir en general que no sabemos precisamente cuáles son sus causas finales. ¿Pero acaso eso nos impide verificar si existe o no una causa común, por virtud de la cual aquellas cosas que tienen los caracteres esenciales de la clase son facultadas para existir? La forma de distribución del carácter de clase mostrará con un alto grado de certeza si es o no determinante de existencia. Tómese por ejemplo la clase de los animales con patas. El uso de piernas es claro para nosotros ya que nosotros mismos las tenemos. Pero, si pasamos revista al reino animal, veremos que en la mayoría de las ramas no hay tales órganos de locomoción, mientras que en otras están presentes en la totalidad de algunas clases, están ausentes en la totalidad de otras, y todavía en otras están a veces presentes, a veces ausentes. Con semejante distribución, este modo de locomoción puede estar tan conectado con la posibilidad de una forma, que dos animales del mismo orden no podrían diferir con respecto a usar patas, pero es evidente que animales con patas no conforman un grupo natural; por cuanto no están separados de todos los demás en ningún otro particular importante. De esta manera tenemos una idea tolerablemente clara de lo que es una clase natural: será ampliamente suficiente para nuestro propósito presente; aunque escasamente podamos esperar que resulte lógicamente exacta. También vemos que cuando un objeto ha sido hecho con un propósito, como es, por supuesto, el caso con las ciencias, ninguna clase puede ser más fundamental ni más amplia que aquellas que están definidas por ese propósito. Un propósito es un deseo operativo. Ahora, un deseo siempre es general, esto es, siempre es cierto tipo de cosa o evento lo que se desea; al menos hasta que el elemento de la voluntad, que siempre es ejercida sobre un objeto individual y sobre una ocasión individual, devenga tan predominante como para imponerse por encima del carácter generalizador del deseo. De esta forma los deseos crean clases, y clases en extremo amplias. Pero el deseo deviene, en la persecución de ellas, más específico. Volvamos por ejemplo al caso de las lámparas. Deseamos en primera instancia, una mera iluminación económica. Pero observamos que esa iluminación se puede producir por combustión, donde hay un proceso químico que se enciende a sí mismo; o bien proveyendo calor sin combustión como en la iluminación eléctrica, o puede ser almacenado como en la fosforescencia. Estas tres maneras de cumplir nuestro propósito principal constituyen propósitos subsidiarios3. De manera que si nos decidimos por la iluminación eléctrica, la cuestión será entre incandescencia y arco luminoso. Si nos decidimos por la combustión, la sustancia misma que se quema puede volverse incandescente o su calor puede servir para que otra cosa más adecuada se vuelva incandescente como en el caso del quemador de Welsbach4. Aquí se presenta una complicación que será de ordinario ventajosa dado que, por no hacer que una misma cosa satisfaga las dos funciones de proveer calor para producir incandescencia y volverse incandescente al ser calentada, hay más libertad para elegir cosas adecuadas a las dos funciones. Este es un buen ejemplo de esa especie de clase natural que Agassiz llamó un orden; esto es, una clase que se crea por una útil complicación de un plan general.

Íntimamente conectado al hecho de que todo deseo es general, hay otros dos hechos que deben ser tenidos en cuenta al considerar las clases propositivas [purposive classes]. El primero de estos hechos es que el deseo siempre es más o menos variable, o vago. Por ejemplo, un hombre quiere una lámpara económica. Entonces, si él quema aceite en ella, tratará de quemar el aceite que le dé suficiente luz al menor costo. Pero otro hombre que vive un poco más lejos de la fuente de provisión de ese aceite, y un poco más cerca de la fuente de un aceite distinto, encontrará que ese otro aceite es mejor para él. Lo mismo ocurre con los deseos de un individuo. El mismo hombre que prefiere carne de ternera a carne de cerdo como cosa general, puede pensar que una ocasional costilla de cerdo es mejor que tener carne de ternera hervida fría todos los días de su vida. En resumidas cuentas, la variedad es el condimento de la vida para el individuo y prácticamente todavía más para un gran número de individuos; y en la medida en que podemos comparar los modos de la Naturaleza con los nuestros, ella parece más dada a la variedad que nosotros mismos. Estos tres casos pueden ser diferentes en su aspecto subjetivo, pero para los propósitos de la clasificación son equivalentes.

Pero el deseo no solamente es general y vago o indeterminado, sino que además tiene una cierta longitud o tercera dimensión. Con esto quiero decir que mientras cierto estado ideal de cosas podría más perfectamente satisfacer un deseo, aún así una situación un poco distinta de aquella, será lejos mejor que nada; y en general cuando un estado no está demasiado alejado del estado ideal, la cercanía aproxima ese estado al mejor. Sin embargo, un estado de cosas que sea el más satisfactorio para un deseo casi nunca es la situación más satisfactoria para otro. Una lámpara más brillante de la que uso, podría quizás ser más agradable para mis ojos; pero no lo sería para mi bolsillo, mis pulmones, y mi sensación de calor. En consecuencia, se establece un compromiso; y como todos los deseos en cuestión son un poco vagos, el resultado será que los objetos en realidad se agruparán alrededor de ciertas cualidades intermedias, algunos serán quitados de una forma y otros de otra, y a medida que se extraigan más y más, cada vez quedarán menos objetos así determinados. De esta manera las distribuciones en racimos caracterizarán a las clases propositivas [purposive classes].

Una consecuencia de esto merece particular atención, dado que nos concernirá en gran medida en nuestra clasificación de las ciencias, y así y todo es generalmente pasada por alto y no tenida en cuenta como lo que es. A saber, se sigue que podría resultar imposible trazar una fina línea de demarcación entre dos clases, aunque fueran clases naturales y reales en estricta verdad. Esto ocurriría cuando la forma alrededor de la cual se agrupan los individuos de una clase no difiere demasiado de la forma alrededor de la cual se agrupan los individuos de otra clase, sino que las variaciones a partir de cada forma intermedia pudieran coincidir de forma precisa. En ese caso podemos saber con relación a cualquier forma intermedia qué proporción de objetos de esa forma tenían un propósito y qué proporción el otro. Pero a menos que tengamos cierta información suplementaria, no podremos decir cuáles tenían un propósito y cuáles el otro. El lector puede estar dispuesto a sospechar que esto es una mera fantasía de un matemático, y que un caso así no ocurriría jamás, pero puede estar seguro de que dichas cosas distan de ser raras. Para satisfacerlo en cuanto a que este estado de cosas realmente ocurre, mencionaré un caso indiscutible de ello, -indiscutible por lo menos para cualquier mente medianamente competente que trate con el problema. El profesor Flinders Petrie5, cuyos poderes de razonamiento he admirado mucho antes de que sus otras grandes cualidades científicas hayan sido probadas, cualidades entre las cuales su gran exactitud y circunspección como metrólogo nos competen aquí, exhumó en el antiguo pueblo comercial de Naucratris no menos de 158 pesas de balanza que tenían como unidad el ket egipcio6. La gran mayoría de ellas son de basalto y de sienita, un material tan inalterable que las correcciones que se necesitan para llevarlos a sus valores originales son muy pequeñas. Solamente trataré con 144 de ellas sobre las que el señor Petrie calculó de cada una el valor del ket a un décimo de un grano troy7. Dado que estos valores fluctúan entre los 137 y los 152 granos, es evidente que las pesas intentaron ser copia de diferentes patrones, probablemente 4 ó 5, porque no tendría ningún uso una balanza si uno pudiera detectar los errores de las pesas de la balanza mediante el simple expediente de sopesarlas y compararlas con el peso estándar que está en la memoria de uno. Teniendo en cuenta que esas pesas son pequeñas, y que por lo tanto fueron usadas para pesar sustancias costosas o incluso preciosas, nuestro conocimiento de la práctica del pesaje entre los antiguos nos da terreno para pensar que muy probablemente la mitad de las pesas se apartaban de sus estándares por exceso y la otra mitad por defecto, digamos en un 4 ó 5 décimos del uno por ciento, lo que referido a un ket, sería entre medio a dos tercios de grano. Ahora, la totalidad del intervalo aquí son catorce granos y medio, y entre 136,8 granos, hasta 151,3 granos, no hay un caso de un intervalo mayor de un tercio de grano que no esté representado por alguna de las 144 pesas. Para una persona que esté bien familiarizada con la teoría de los errores, esto muestra que debe haber habido 4 ó 5 patrones diferentes hacia los cuales trataron de conformarse las pesas. [… ]8.

Espero que esta larga digresión9 (a la cual nos referiremos con cierto interés cuando abordemos el estudio de la teoría de los errores) no haya hecho olvidar al lector que estábamos ocupados en descubrir algunas de las consecuencias de entender el término "clase natural" o "real" para referirse a una clase de la cual la existencia de sus miembros es debida a una causa final, común y peculiar. Es, como decía, un error muy difundido el pensar que una "causa final" es necesariamente un propósito. Un propósito es meramente esa forma de una causa final que es más familiar a nuestra experiencia. El significado de la frase "causa final" debe ser determinado por su uso en la afirmación de Aristóteles de que toda causación se divide en dos grandes ramas, la eficiente o forzosa; y la ideal, o final10. Si hemos de conservar la verdad de esa afirmación, debemos entender por causación final ese modo de producir hechos según el cual la descripción general del resultado es hecha sin tener para nada en cuenta cualquier compulsión para producirlo en esta u otra manera particular, aunque los medios pueden adaptarse al fin. El resultado general puede ser producido de una determinada manera en un momento y de otra manera en otro momento. La causación final no determina en qué modo particular haya de ser producido sino solamente que el resultado habrá de tener un cierto carácter general. La causación eficiente, por otra parte, es una compulsión determinada por la condición particular de las cosas, y es una compulsión que actúa para hacer que la situación comience a cambiar en una forma perfectamente determinada. Y cuál pueda ser el carácter general del resultado no concierne de ninguna manera a la causación eficiente. Por ejemplo, le disparo a un águila en el ala; y dado que mi propósito -un tipo especial de causa final o ideal-, es pegarle al ave, no le apunto directamente a ella sino un poco más adelante, teniendo en cuenta el cambio de lugar que tendrá el animal al momento en que la bala llegue a esa distancia. Hasta aquí es un asunto de causación final pero después que la bala deja el rifle el asunto se vuelve hacia la estúpida causación eficiente y si el águila hiciera un brusco descenso en otra dirección, la bala no se desviaría en lo más mínimo, por cuanto la causación eficiente no tiene en consideración para nada los resultados, sino simplemente obedece las órdenes ciegamente. Es verdad que la fuerza de la bala obedece a una ley y la ley es algo general. Pero por esa misma razón la ley no es una fuerza. La fuerza es compulsión, y la compulsión es hic et nunc, o bien es eso, o no es compulsión. La ley sin la fuerza para llevarla a cabo, sería como una corte sin un sheriff11, y todos sus dictámenes serían fanfarronadas. Por lo tanto la relación entre la ley como causa, a la acción de la fuerza como su efecto es causación final o ideal, no causación eficiente. La relación es semejante de alguna manera a aquella que se da al apretar la horquilla del gatillo de mi rifle; cuando el cartucho explota con su propia fuerza, parte la bala en obediencia ciega para ejecutar el comienzo especial e instantáneo de un acto que es a cada instante compelido a comenzar. Es un vehículo de compulsión hic et nunc, que lo recibe y lo transmite, mientras que yo recibo y transmito influencia ideal de la cual soy vehículo. Cuando hablamos de una "idea" o "noción" o "concepción de la mente", estamos muy generalmente pensando, -o tratando de pensar-, en una idea abstraída de toda eficiencia. Pero una corte sin un sheriff o los medios de crearlo, no sería una corte en absoluto. ¿Y alguna vez se le ocurrió, mi lector, que una idea sin eficiencia es algo igualmente absurdo e impensable? Imagínese una idea tal si puede. ¿Lo ha hecho? Bueno, ¿de dónde la obtuvo? Si le fue comunicada a usted viva voce por otra persona, debe haber tenido eficiencia suficiente para hacer que las partículas del aire vibraran. Si la leyó en un diario, ha puesto en movimiento una prensa monstruosa. Si la pensó usted mismo, causó que algo pasara en su cerebro; y nuevamente, ¿cómo sabe usted que tenía la idea cuando esta discusión comenzó unas pocas líneas más arriba, a menos que tuviera eficiencia para dejar algún registro en su cerebro? La corte no puede imaginarse sin un sheriff. La causalidad final tampoco puede imaginarse sin una causalidad eficiente. No obsta en lo más mínimo que sus modos de acción sean polaridades contrarias. El sheriff todavía tendría su puño incluso cuando no hubiera corte; pero una causa eficiente, separada de una causa final en forma de ley, no tendría siquiera eficiencia: podría esforzarse quizás y algo podría seguir post hoc, pero no propter hoc, por cuanto propter implica regularidad potencial. Ahora, sin ley no hay regularidad; y sin la influencia de ideas no hay potencialidad.

La luz de estas reflexiones nos lleva a puntos de vista nítida y distintamente caracterizados acerca de nuestra definición de una clase real que de otra manera podríamos haber pasado por alto o malinterpretado. Toda clase tiene su definición, que es una idea; pero no es en toda clase donde la existencia, que es el ocurrir en el universo, de sus miembros es originada por la causalidad activa de la idea que define la clase. Esa circunstancia hace que el epíteto natural, sea particularmente apropiado a la clase. La palabra natura, evidentemente debe haber significado originalmente nacimiento; aunque incluso en el Latín más antiguo muy pocas veces porta ese significado. Hay sin embargo una cierta memoria subconsciente de ese significado en muchas frases, de la misma manera en que en palabras derivadas de jusix existe la idea de brotar o una producción más del tipo vegetal, sin tanta referencia a un progenitor. Las cosas pueden juetai espontáneamente; pero natura es una herencia. La herencia, de la cual tanto se ha dicho desde 1860, no es una fuerza, sino una ley, aunque como otras leyes, debe indudablemente servirse de fuerzas12. Pero es esencial que la progenie tenga un parecido general con el progenitor, no que este parecido general suceda como resultado de tal o cual acción ciega y particular. No hay duda que existe cierta causación eficiente ciega pero no es ella la que constituye la herencia sino por el contrario el parecido general. Así entonces, están en lo cierto esos naturalistas que sostienen que la acción de la evolución en la reproducción produce clases reales, mientras que según la pura fuerza de las palabras produce clases naturales. Sin embargo, al considerar la clasificación de las ciencias, no tenemos necesidad de penetrar los misterios del desarrollo biológico. Por cuanto la generación aquí es de ideas por ideas, -a menos que uno diga junto con muchos lógicos, que las ideas surgen de la consideración de hechos en los cuales no existen ni esas ideas ni ninguna otra. Esa opinión es superficial, aliada partidariamente a la noción de que la única causa final es un propósito. Así, estos lógicos imaginan que una idea debe estar conectada con un cerebro, o debe ser inherente a un "alma". Esto es absurdo: la idea no pertenece al alma; es el alma que pertenece a la idea. El alma hace por la idea lo mismo que la celulosa hace por la Belleza de la rosa; es decir, le da su oportunidad. Es el sheriff de la corte, el brazo de la ley.

Temo dar la impresión de estar hablando al azar. Es que deseo que el lector "capte" mi concepción, mi punto de vista; y de la misma manera como uno no puede hacer que otro hombre vea que algo es rojo, o bello, o emocionante, mediante la descripción de lo que es rojo, bello o pathos, sino que uno solamente puede apuntar a alguna otra cosa que sea roja, bella o patética y decir, "mire también aquí por algo semejante a lo que hay allá", así entonces, si el lector no ha tenido el hábito de concebir ideas como las concibo yo, solamente puedo arrojar una especie de red en su experiencia y esperar que pueda pescar alguna instancia en la cual él haya tenido una concepción similar. ¿Piensa usted, lector, que es un hecho positivo que

"La Verdad, aplastada contra la tierra, surgirá nuevamente"13;

o piensa usted que esto siendo poesía es solo una bella ficción? ¿Piensa que a pesar de la horrible maldad de cada mortal individuo, la idea de bien y mal es sin embargo el mayor poder sobre esta tierra, ante el que cada rodilla deberá más tarde o más temprano inclinarse o romperse; o piensa que esta es otra noción ante la cual el sentido común debería sonreír? Incluso si usted es de la opinión negativa, aún así debe reconocer que la afirmación es comprensible. Aquí entonces hay dos tipos de ideas que tienen ambas, o se cree que tienen, vida, el poder de hacer que las cosas pasen, aquí abajo. Quizás usted pueda objetar que el bien y el mal son sólo poder porque hay o habrá hombres poderosos que están dispuestos a convertirlas en eso; de la misma manera que podrían tomar en sus mentes la idea de convertir en poder a una pura fantasía, o a la Libremasonería, o al Volapük14. Pero debe reconocer que esa no es la posición de quienes están del lado afirmativo. Por el contrario, ellos sostienen que es la idea la que crea sus defensores y los vuelve poderosos. Dirán que si la Libremasonería o su oponente, el Papado, alguna vez dejan de existir -como quizás cualquiera de ellos podría hacerlo-, será precisamente porque son ideas carentes de una vitalidad inherente e incorruptible, y de ninguna manera porque no hayan sido provistas con firmes defensores. De esta manera tanto sea que usted acepte la opinión o no, usted debe ver que es una opinión perfectamente inteligible que las ideas no son meras creaciones de ésta o aquella mente, sino por el contrario, tienen el poder de encontrar o crear sus vehículos, y habiéndolos encontrado, de conferirles la habilidad de transformar la faz de la tierra. Si usted pregunta qué modo de existencia se supone pertenece a una idea que no está en ninguna mente, la respuesta será que indudablemente la idea debe estar incorporada (o animada; es todo uno) para alcanzar una existencia completa, y que si en cualquier momento sucediera que una idea, -digamos por ejemplo la de la decencia física-, fuera completamente inconcebida, inconcebible para ningún ser vivo, entonces, su modo de existencia (suponiendo que no estuviera ya muerto) consistiría precisamente en esto, a saber, que estaría justamente por recibir corporeidad (o animidad) y trabajar en el mundo. Esto sería una mera existencia potencial, un ser in futuro; pero no sería la completa nada que devendría materia (o espíritu) si fuera privada del gobierno de las ideas y por lo tanto no hubiera de tener regularidad en su acción, de manera que ni por una fracción de segundo podría actuar con firmeza en ningún modo en general. Por cuanto la materia de esta manera no solamente no existiría en realidad; sino que no tendría siquiera una existencia potencial, dado que la potencialidad es una cuestión de ideas, sería la completa Nada.

Y de esta manera ocurre que yo mismo creo en la vida eterna de las ideas Verdad y Bien. No necesito sin embargo insistir sobre esto para mi presente propósito y solamente he hablado de ellas para hacerme entender más claramente. En lo que sí insisto, no es ya en la vitalidad infinita de esas ideas en particular, sino en que cada idea tiene, en alguna medida, en el mismo sentido en que aquellas se suponen que lo tienen en medida ilimitada, el poder de trabajar sobre el mundo físico y obtener resultados físicos. Tienen vida, vida generativa.

Que esto sea así es una cuestión de experiencia fáctica. Pero el que sea así o no, no es una cuestión para ser planteada por ninguna recóndita observación microscópica, telescópica, ni de ningún tipo. Su evidencia nos mira a la cara cada hora de nuestras vidas. Ni tampoco es necesario ningún razonamiento ingenioso para hacerlo evidente. Si uno no lo ve, es por la misma razón que algunos hombres carecen del sentido del pecado, y no hay nada que hacer, sino nacer de nuevo y devenir un niño pequeño. Si usted no lo ve, debe mirar el mundo con nuevos ojos.

Se me puede preguntar qué quiero decir con objetos de [una] clase que derivan su existencia de una idea. ¿Acaso significo que la idea llama a existir a materia nueva? Ciertamente no. Eso sería puro intelectualismo que niega que la fuerza ciega es un elemento de la experiencia distinto de la racionalidad o la fuerza lógica. Creo que eso es un gran error, pero no necesito detenerme a desacreditarlo ahora, porque aquellos que se adhieran a esa idea estarán de mi lado en lo que respecta a la clasificación. Pero se insistirá en que si eso no es lo que yo estoy significando, entonces la idea simplemente confiere a los miembros de la clase su carácter y dado que cada clase tiene un carácter definitorio, cualquier clase es tan "natural" o "real" como cualquier otra, si ese término se toma en el sentido que yo le doy. Yo no puedo sin embargo admitir totalmente eso. Que cada clase sea o no más o menos una clase natural es una cuestión que merece cierta consideración; pero yo no creo que la relación de una idea con los miembros de la clase natural sea simplemente que es aplicable a ellos como un predicado así como a cada clase igualmente. Lo que yo significo acerca del conferir existencia de la idea sobre los miembros individuales de la clase, es que les confiere el poder de producir resultados en este mundo, que les confiere digamos, existencia orgánica, o en una palabra, vida. La existencia de un hombre individual es algo completamente diferente de la existencia de la materia que en cualquier instante lo compone y que está incesantemente entrando y saliendo. Un hombre es una onda, no un vortex15. Incluso la existencia del vortex, aunque sucede que contiene mientras dura siempre las mismas partículas, es algo muy diferente de la existencia de esas partículas. Tampoco la existencia de la onda o del vortex consiste meramente en el hecho de que algo es verdad con independencia de las partículas que los componen, aunque esté inseparablemente unido con ese hecho. No se me interprete como proponiendo ninguna nueva definición de vortex u onda. Lo que significo es esto. Tómese un cadáver: hágase la disección más perfecta que jamás se ha hecho. Quítese el sistema de vasos sanguíneos en su totalidad, tal como lo vemos dibujado en los libros. Trátese de la misma manera todo el sistema de nervios espinales y simpáticos, el canal alimentario con sus ayudantes, el sistema muscular, el sistema óseo. Cuélguense todos ellos en un gabinete de tal forma que desde cierto punto de vista cada uno aparezca superpuesto a los demás en su lugar correcto. Eso sería un espécimen singularmente instructivo. Pero, llamarlo un hombre sería algo que nadie haría o soñaría hacer ni por un instante. Ahora, la mejor definición que se haya fraguado jamás es, en el mejor de los casos, una disección similar. No trabajará realmente en el mundo como el objeto que define. Nos permitirá ver cómo trabaja la cosa, en la medida en que nos muestre la causación eficiente. La causación final, que es lo que caracteriza el definitum, queda fuera de cuenta. Hacemos anillos de humo. Hacemos pasar uno adentro de otro, y ejecutamos varios experimentos que nos dan una idea imperfecta y aún así una cierta idea de qué es lo que es realmente un vortex. El cómo ocurren todas estas cosas puede ser descubierto a partir de la definición. Pero el rol que los vortex realmente desempeñan en el universo, -y que no es ninguno insignificante, si toda la materia está compuesta de ellos-, la verdadera vida de ellos depende de la idea de ellos, que simplemente encuentra su oportunidad en esas circunstancias enumeradas en la definición16. La causación eficiente es ese tipo de causación por la cual las partes componen el total; la causación final es ese tipo de causación por la cual la totalidad llama a sus partes. Causación final sin causación eficiente es inútil: un mero llamar a sus partes es lo que Hotspur17, o cualquier hombre puede hacer; pero no aparecerán sin causación eficiente. Causación eficiente sin causación final, sin embargo, es peor que inútil, por mucho; es mero caos; y el caos no es tanto como el caos sin la causación final: es la nada "en blanco".

El escritor de un libro lo único que puede hacer es poner por escrito los ítems de su pensamiento. Para el pensamiento vivo en sí mismo y en su totalidad, el lector deberá cavar en su propia alma. Creo que he hecho mi parte tan bien como puedo. Lamento haber dejado ante el lector una tarea ingrata. Pero él encontrará cómo hacerlo.

Así pues, siendo una clase natural una familia cuyos miembros son los únicos descendientes y vehículos de una idea de la cual ellos derivan su peculiar facultad, clasificar mediante definiciones abstractas es simplemente una manera segura de evitar la clasificación natural. No estoy despreciando las definiciones. Tengo un vívido sentido de su gran valor en la ciencia. Solamente digo que no debería ser a través de definiciones que uno trate de encontrar las clases naturales. Cuando las clases han sido encontradas, entonces es propio tratar de definirlas; y uno puede incluso con gran cuidado y reserva, permitir que las definiciones nos conduzcan hacia atrás y ver si nuestras clases deberían o no tener sus límites trazados en forma diferente. Después de todo, las líneas de límites en algunos casos solamente pueden ser artificiales, aunque las clases sean naturales, como vimos en el caso de los kets. Cuando uno puede apuntar su dedo sobre el propósito al cual una clase de cosas debe su origen, entonces verdaderamente la definición abstracta puede formular ese propósito. Pero cuando uno no puede hacerlo, sino solamente trazar la génesis de una clase y averiguar cómo varios se han derivado a través de diferentes líneas de descendientes a partir de una forma menos especializada, esta es la mejor ruta para una comprensión de qué son las clases naturales. Esto es verdad incluso en biología: y es tanto más claramente así cuando los objetos generados son, como en el caso de las ciencias, ellos mismos de la naturaleza de las ideas.

Hay casos en los que estamos bien a oscuras, como en lo concerniente al propósito creativo y a la génesis de las cosas, pero encontramos en ellos que hay un sistema de clases conectado con un sistema de ideas abstractas, -muy frecuentemente números-, y eso en tal manera como para darnos razón en presumir que esas ideas determinan, de alguna manera generalmente oscura, las posibilidades de las cosas. Por ejemplo, los compuestos químicos, generalmente, -o al menos los más decididamente caracterizados entre ellos, incluyendo al parecer los así llamados elementos-, parecerían pertenecer a tipos, de tal manera que, para tomar un solo ejemplo, cloratos KclO3, manganatos KmnO3, bromatos KbrO3, ruteniatos KruO3, iodatos KIO3, se comportan químicamente en maneras llamativamente análogas18. Que este tipo de argumentos a favor de la existencia de clases naturales, -me refiero al argumento que se extrae de tipos, esto es, de una conexión entre las cosas y un sistema de ideas formales -, puede ser mucho más fuerte y más directo de lo que uno podría esperar que fuera, es mostrado por la circunstancia de que las ideas mismas,- ¿y que no son en modo alguno las cosas más fáciles de clasificar naturalmente, con aseverada verdad?- solamente pueden ser clasificadas sobre estas premisas, salvo en unos pocos casos excepcionales. Incluso en esos pocos casos, este método parecería el más seguro. Por ejemplo, en matemática pura, casi toda la clasificación reposa en las relaciones de las formas clasificadas con números u otras multitudes. De esta manera en la geometría de tópicos [topical geometry] o local, las figuras son clasificadas de acuerdo a la totalidad de los números adjudicados a sus choresis, cyclosis, periphraxis, apeiresis, etc19. En cuanto a las excepciones tales como las clases de hesianos, jacobianos, invariantes, vectores, etc., todas dependen también de tipos, aunque tipos diferentes. Es evidente que así debe ser. Y en todas las clases naturales de lógica se encontrará el mismo carácter.

Hay dos observaciones más acerca de la clasificación natural que aunque son un lugar común, suficientemente conocido, no pueden ser decentemente pasadas por alto sin recibir reconocimiento. Ambas han sido virtualmente mencionadas recién, pero sería mejor expresarlas más explícitamente y ponerlas bajo una luz en la cual su relación con la práctica de la clasificación sea evidente. La definición descriptiva de una clase natural de acuerdo a lo que he venido diciendo, no es la esencia de ella, es sólo una enumeración de las pruebas por las cuales la clase puede ser reconocida en cualquiera de sus miembros. Una descripción de una clase natural debe estar fundada sobre muestras de ella o ejemplos típicos. Posiblemente un zoólogo o un botánico tengan una concepción tan definida de lo que es una especie, que un único tipo-espécimen le permitiría decir si una forma de la cual encuentra un espécimen, pertenece o no a la misma especie. Pero será mucho más seguro si tiene ante él un gran número de especímenes individuales, de los cuales él puede tener una idea de la cantidad y calidad de las variaciones individuales o geográficas a las cuales dicha especie está sujeta. A medida que la categoría de la clase sea más alta, mayor será la necesidad de una multiplicidad de ejemplos. En verdad, un naturalista puede estar tan familiarizado con lo que es un Género, una Familia, un Orden, una Clase, que si usted le mostrara un nuevo espécimen de una Clase hasta ahora desconocida, él con ese único espécimen enfrente, se sentaría y escribiría definiciones, no solamente de su Clase sino de su Orden, su Familia, su Género y también su Especie. Semejante hazaña revelaría una familiaridad maravillosa con lo que aquellas Categorías [significan] en botánica y en zoología; pero intelectualmente, sería una actuación de un orden no elevado, tanto menor cuanto mayor fuera la certeza de la conclusión. Generalización amplia, luminosa y sólida debe entrar en una actuación intelectual para suscitar mucha admiración. Una generalización tal, que enseña una nueva y clara lección sobre cuya verdad puede depositarse confianza requiere ser extraída de muchos especímenes. Intentaremos en ese sentido definir cada clase, esto es, enumerar los caracteres que son absolutamente decisivos en cuanto a que determinado individuo pertenezca o no pertenezca a la clase. Pero puede ser, como muestran nuestros kets, que esto esté completamente fuera de la cuestión; y el hecho de que dos clases se fusionen, no es prueba de que no sean clases naturales verdaderamente distintas.

Por cuanto pueden ser, sin embargo, genealógicamente distintas, de la misma manera en que ningún grado de parecido entre dos hombres es prueba positiva de que sean hermanos. Ahora, la clasificación genealógica entre objetos cuya génesis es genealógica, es la clasificación en la que con mayor certeza podemos confiar como siendo natural. No se hará ningún daño si en esos casos definimos la clasificación natural como la clasificación genealógica; o si al menos hacemos que el carácter genealógico sea uno de los caracteres esenciales de una clasificación natural. No puede ser más; porque si tuviéramos frente a nosotros, alineadas en orden ancestral todas las formas intermedias a través de las cuales el acervo humano ha pasado al desarrollarse desde el no-hombre hacia el hombre, es evidente que otras consideraciones serían necesarias para determinar (si admitiera determinación) en qué punto de la serie las formas comenzaron a merecer el nombre de humano. Las ciencias son, en parte, producidas unas a partir de otras. De esta manera, la astronomía espectroscópica tiene por padres a la astronomía, la química, y la óptica. Pero ésta no es la totalidad del génesis, ni la principal parte del génesis de ninguna ciencia definida y amplia. Tiene su propio problema peculiar surgiendo de una idea. Que la geometría deriva su nacimiento de la observación del terreno es la tradición que ha nacido a su vez de la tradición que se originó en Egipto donde las crecidas anuales deben haber proporcionado observaciones precisas de especial importancia. Además, la magnífica precisión de las dimensiones de la gran pirámide exhibe un grado de habilidad en el despliegue sobre el terreno que solamente pudo haber sido alcanzado por una gran actividad intelectual. Y esta actividad muy difícilmente podría haber dejado de conducir a los principios de la geometría. Podemos por lo tanto aceptar con considerable confianza la tradición envuelta en el mismo nombre de geometría. Hablando de una manera general y tosca, puede decirse que las ciencias han crecido a partir de las artes utilitarias o de artes que se suponían que eran útiles. La astronomía de la astrología; la fisiología, tomando la medicina como punto medio, de la magia; la química de la alquimia; la termodinámica del motor a vapor, etc. Entre las ciencias teóricas, mientras algunas de las más abstractas se han desprendido directamente de las artes más concretas, hay no obstante una bien marcada tendencia para una ciencia a ser primero descriptiva, después clasificatoria y finalmente para abrazar a todas las clases en una ley. La etapa de la clasificación puede ser salteada. Sin embargo, en un orden más veraz de desarrollo la generación procede mas bien en la otra dirección.. Los hombres pueden, y de hecho comienzan a estudiar las diferentes clases de animales y plantas antes de saber nada de las leyes generales de la fisiología. Pero no pueden alcanzar ninguna comprensión verdadera de la biología taxonómica hasta que puedan ser guiados por los descubrimientos de los fisiólogos. Hasta entonces el estudio de los moluscos no será nada sino conquiliología20. Por otra parte, el fisiólogo puede ser ayudado por un hecho o dos aquí y allá, extraídos de la biología taxonómica; pero no demandará sino muy poco, y ese poco sin demasiada urgencia, de nada que el taxonomista pueda decirle y que él mismo no pudiera hallar. Toda clasificación natural es luego en esencia, podríamos casi decir, un intento de encontrar la génesis verdadera de los objetos clasificados. Pero por génesis debe entenderse no la acción eficiente que produce el total al producir las partes, sino la acción final que produce las partes porque son necesarias para hacer el todo. Génesis es producción a partir de ideas. Puede ser difícil entender cómo esto es verdad en el mundo biológico, aunque hay suficientes pruebas de que es así. Pero en lo que respecta a la ciencia es una proposición suficientemente fácil de entender. Una ciencia es definida por su problema y su problema es claramente formulado sobre la base de una ciencia abstracta.

Esto es todo lo que intento decir aquí acerca de la clasificación, en general.

Habiendo encontrado las clases naturales de los objetos que deben ser clasificados, usaremos entonces los mismos métodos, -probablemente en la mayoría de los casos el tercero-, para descubrir las clases naturales de entre aquellas clases que hemos encontrado. ¿Es esto todo el asunto de la clasificación? Ningún estudiante serio puede sostener que sea así. Las clases encontradas tienen que ser definidas y en lo posible naturalmente, pero si no, por lo menos en forma conveniente para los propósitos de la ciencia. No solamente deben ser definidas, sino descritas, una historia sin final. Esto se aplica, por supuesto, no meramente a las especies y clases inmediatas de los objetos descritos, sino a los órdenes más elevados de clases. También puede haber relaciones entre las diferentes clases, cada una de las cuales se atiene tanto a la descripción de cualquiera de los grupos de clases al que pertenece como a cualquier otro.

En lo que respecta a los órdenes más elevados de clases, tanto como concierne a los animales, Louis Agassiz pensó que él podía caracterizar en términos generales las diferentes categorías de clases de las que hablan los zoólogos. Esto es, el se encargó de decir qué tipos de caracteres distinguen a unas ramas de otras ramas, clases de clases, órdenes de órdenes, familias de familias, géneros de géneros, y especies de especies. Su clasificación general de animales ya pasó, y pocos naturalistas conceden mucha importancia a sus caracterizaciones de las categorías. Y sin embargo son el producto de un estudio profundo, y es su mérito que no envuelven ningún intento de hacer una afirmación de una dura precisión abstracta. ¿Cómo pudo él haber estado tanto tiempo inmerso en el estudio de la naturaleza sin que se le adhiriera alguna verdad? Solamente voy a exponer sus vagas definiciones y me permitiré a mí mismo ser vagamente influenciado por ellas, mientras pueda encontrar en los hechos algo que responda a sus descripciones. Aunque soy un ignoramus en biología, a esta altura debería reconocer la metafísica cuando la encuentro; y es mi parecer que aquellos biólogos cuyos puntos de vista de clasificación son los más opuestos a los de Agassiz, están saturados con metafísica en su forma más peligrosa, -es decir, la forma inconsciente-, en tal grado que lo que dicen al respecto es más bien la expresión de una metafísica del siglo catorce absorbida en forma tradicional que de una observación científica.

Sería inútil para nuestro propósito copiar las definiciones de Agassiz21 si él mismo no las hubiera expresado en los términos más breves, como sigue22: Ramas son caracterizadas por el plan de estructura; Clases, por la manera en que ese plan es ejecutado, en lo que concierne a modos y medios ("Estructura es la palabra clave para el reconocimiento de las clases"); órdenes, por los grados de complicación de esa estructura ("la idea determinante … es la de un ordenamiento definido entre ellos"); Familias, por su forma, tal como es determinada por la estructura ("cuando vemos nuevos animales, acaso ese primer vistazo, esto es, la primera impresión que recibimos a través de su forma, ¿no nos confiere una muy correcta idea de su relación más cercana?…Así, la forma es característica de las familias; … No me refiero solamente a su mero perfil, sino la forma como determinada por la estructura."); Géneros, por los detalles de la ejecución en partes especiales; Especies, por las relaciones de individuos entre sí y con el mundo en el que viven, así como por las proporciones de sus partes, su ornamentación, etc.

Toda clasificación, ya sea artificial o natural, es la disposición de objetos de acuerdo a ideas. Una clasificación natural es la disposición de ellos de acuerdo a esas ideas de las cuales resulta su existencia. Un taxonomista no puede tener mayor mérito que aquel de tener sus ojos abiertos a las ideas que hay en la naturaleza; ni peor ceguera puede afligirlo que aquella de no ver que son ideas en la naturaleza las que determinan la existencia de los objetos. Las definiciones de Agassiz nos harán al menos el servicio de dirigir nuestra atención a la suprema importancia de tener en mente la causa final de los objetos al buscar sus propias clasificaciones naturales.

Hasta aquí todo lo referido a la clasificación. Ahora, si hemos de clasificar las ciencias, sería altamente deseable que comenzáramos con una noción definida de lo que queremos significar por ciencia; y a la vista de lo que ha sido dicho acerca de la clasificación natural, es claramente importante que nuestra noción de ciencia debería ser una noción de ciencia en cuanto viviente y no una mera definición abstracta. Recordemos que la ciencia es la búsqueda de hombres vivos, y que su más importante característica es que, cuando es genuina, es un estado incesante de metabolismo y crecimiento. Si acudimos a un diccionario, se nos dirá que es conocimiento sistematizado. La mayoría de las clasificaciones de las ciencias han sido clasificaciones de conocimiento sistematizado y establecido, -lo que es nada más que la exudación de la ciencia viviente-; como si las plantas fueran a ser clasificadas de acuerdo a los caracteres de sus exudaciones gomosas. Algunas de las clasificaciones hacen aún algo peor que eso, al tomar la ciencia en el sentido que los antiguos griegos, especialmente Aristóteles, le adjudicaban la palabra episthmh. Una persona no puede tener un punto de vista correcto de la relación entre la ciencia moderna y la antigua a menos que haya aprendido claramente la diferencia entre lo que los griegos querían significar por episthmh y por lo que nosotros significamos por conocimiento. La mejor traducción de episthmh es "comprehensión". Es la habilidad de definir una cosa de tal manera que todas sus propiedades sean corolarios de su definición. Ahora, podríamos en última instancia llegar a hacerlo, digamos para la luz o la electricidad. Por otra parte, también podría suceder que permaneciera por siempre tan imposible como lo es ciertamente el definir número de una manera tal que los teoremas de Fermat y Wilson23 sean siempre corolarios de la definición24. Pero en cualquier caso, la concepción griega de conocimiento estaba totalmente equivocada en cuanto ellos pensaban que se debe avanzar en ataque directo sobre este episthmh; y le daban muy poco valor a cualquier conocimiento que no tendiera manifiestamente hacia ello. Mirar a la ciencia desde ese punto de vista en la clasificación que uno está haciendo, es arrojar a la ciencia moderna dentro de la confusión.

Otro error de muchas clasificaciones, -y si no es una falta es al menos un propósito muy distinto del que yo debería intentar a fuer de ser lo suficientemente audaz-, es que son clasificaciones no de la ciencia tal como existe, sino de un conocimiento sistematizado tal como el clasificador espera que pueda algún día existir. Yo no creo posible tener una familiaridad tan íntima con la ciencia del indefinido futuro como la que requeriría el descubrimiento de la clasificación real y natural. De cualquier modo, no haré tal intento excepto en un departamento, y allí solamente en forma parcial y tímida.

Miremos la ciencia, -la ciencia de hoy-, como una cosa viviente. Lo que generalmente la caracteriza, desde este punto de vista, es que las verdades fehacientemente establecidas son etiquetadas y puestas en los estantes de la mente de cada científico, allí donde estén a mano cuando surja la ocasión de usarlas, - arregladas por lo tanto para satisfacer su especial conveniencia-, mientras que la ciencia misma, -el proceso viviente-, está principalmente ocupada con conjeturas, que están siendo o bien fraguadas o bien puestas a prueba. Cuando ese conocimiento sistematizado en los estantes es usado, es usado casi exactamente como un fabricante o un médico practicante lo usaría; es decir, es meramente aplicado. Si alguna vez deviene el objeto de ciencia, será porque en el avance científico ha llegado el momento en que deba pasar por un proceso de purificación o de transformación.

En el curso de una larga vida un hombre de ciencia muy probablemente adquirirá una muy extensa familiaridad con los resultados de la ciencia; pero en muchas ramas esto es tan poco necesariamente así, que uno se encontrará con hombres del más merecido renombre en la ciencia que le dirán a usted que, más allá de sus pequeños rincones, no saben casi nada de lo que otros han hecho. Sylvester25 siempre sabía decir que él conocía muy poca matemática: en verdad, parece que conocía más de lo que él pensaba. En varias ramas de la ciencia algunos de los más eminentes hombres primero tomaron esos temas como meros pasatiempos, sabiendo poco o nada de las acumulaciones de conocimiento. Así fue con el astrónomo Lockyer26; y así ha sido con muchos naturalistas. Ahora, esos hombres, ¿es que se convirtieron en hombres de ciencia gradualmente, a medida que aumentaban sus reservas de conocimiento, o es que hubo una época en sus vidas antes de la cual eran amateurs y después de la cual fueron científicos? Creo que la respuesta es que, tal como en cualquier otra regeneración, la metamorfosis es por lo común repentina, aunque a veces lenta. Cuando es repentina, ¿qué es lo que constituye la transformación? Es el ser capturados por un gran deseo de aprender la verdad y ponerse a trabajar con todas sus energías a través de un método bien pensado para gratificar ese deseo. El hombre que está trabajando de la manera correcta para aprender algo que todavía no es sabido, es reconocido por todos los hombres de ciencia como uno de ellos, no importa cuán poco esté informado. Sería monstruoso decir que Ptolomeo, Arquímedes, Eratóstenes y Posidonio no eran hombres de ciencia porque su conocimiento era comparativamente pequeño. La vida de la ciencia radica en el deseo de aprender. Si este deseo no es puro sino que está mezclado con un deseo de probar la verdad de una opinión determinada, o de un modo general de concebir las cosas, casi inevitablemente caerá en la adopción de un método fallido, y en ese caso, esos hombres, entre quienes muchos han sido considerados en sus días como grandes luminarias, no son genuinos hombres de ciencia; aunque sería una tonta injusticia excluirlos en forma absoluta de esa clase. De manera que si un hombre persigue un método inútil debido a que ha descuidado el informarse a sí mismo acerca de métodos efectivos, no es un hombre científico; no lo ha movido un deseo de aprender inteligentemente sincero y efectivo. Pero si un hombre simplemente falla en informarse a sí mismo del trabajo previo que le habría facilitado el suyo propio, aunque es culpable, sería muy duro decir que ha violado los principios esenciales de la ciencia. Si un hombre persiste en un método que aunque muy malo, es el mejor que el estado de desarrollo intelectual de ese momento o el estado de la ciencia en particular que él persigue le permitiría tomar, -me refiero por ejemplo, a hombres tales como Lavater, Paracelsus y los primeros alquimistas, el autor del primer capítulo del Génesis y los viejos metafísicos-, posiblemente no podríamos llamarlos hombres de ciencia, aunque quizás deberíamos. Las opiniones diferirán sobre esto. En cualquier caso, tienen derecho a un lugar honorable en el vestíbulo de la ciencia. Un bonito juego salvaje de la imaginación es sin duda un preludio inevitable y probablemente útil para la ciencia propiamente dicha. De mi parte, si estos hombres realmente tenían un efectivo afán de aprender la pura verdad, e hicieron lo mejor que pudieron de la manera en que sabían, o podían saber, para encontrarla, yo personalmente no les negaría el título. La dificultad es que una de las cosas inherentes a ese estado subdesarrollado de la inteligencia es precisamente una muy imperfecta e impura sed por la verdad. Paracelsus y los alquimistas eran unos puros charlatanes que buscaban el oro más que la verdad. Los metafísicos no eran solamente pedantes y simuladores, sino que estaban además tratando de establecer conclusiones forjadas de antemano. Estos son los rasgos que privan a esos hombres del título de científicos, aunque deberíamos guardar por ellos un alto respeto en cuanto mortales; por cuanto no podían escapar mejor de la corrupción de sus metas que de las deficiencias de su conocimiento. La ciencia consiste en tensar realmente el arco sobre la verdad, con intención en el ojo, con energía en el brazo.

Siendo tal la esencia de la ciencia, es obvio que su primera progenie serán hombres, -hombres cuyas vidas enteras le serán dedicadas en devoción. Mediante tal devoción cada uno de ellos adquiere un entrenamiento en hacer un tipo particular de observaciones y experimentos27. él por lo tanto vivirá en un mundo completamente diferente, -un agregado de experiencia completamente diferente-, de los hombres no científicos, e incluso de hombres científicos que persiguen otras líneas de trabajo distintas de la suya. él conversa naturalmente con, y lee los escritos de, aquellos que, teniendo la misma experiencia, tienen ideas que son interpretables según las suyas propias. Esta sociedad desarrolla concepciones propias. Juntad dos hombres de dos departamentos ampliamente diferentes -digamos un bacteriólogo y un astrónomo-, y difícilmente sabrán qué decirse el uno al otro; por cuanto ninguno ha visto el mundo en el que el otro vive. En verdad, ambos usan instrumentos ópticos; pero las cualidades que se buscan en un objetivo telescópico no tienen ninguna consecuencia en un objetivo microscópico; y todas las partes subsidiarias del telescopio y del microscopio están construidas sobre principios completamente extraños uno a otro, -excepto en su rigidez.

Aquí, entonces, hay clases naturales de ciencias todas diferenciadas por nosotros en la naturaleza misma, siempre y cuando limitemos nuestra clasificación a las ciencias de hecho reconocidas. Solamente tenemos que echar una mirada sobre la lista de los periódicos científicos y la de las sociedades científicas para encontrar las Familias de la ciencia ya denominadas. Llamo a esas clases Familias porque Agassiz nos dice que es la Familia lo que golpea al observador en una primera mirada. Para saber los géneros y especialmente las especies se necesita un examen más de cerca; mientras el conocimiento de órdenes, clases, y ramas requiere una mayor intimidad con la ciencia28.



Traducción de Jorge Zenón y Oscar Zelis (2002)




Notas

1. Este primer parágrafo es el segundo en el manuscrito; el parágrafo introductorio ha sido omitido en este volumen porque se refiere a un material no impreso aquí. [Nota de EP]

2. Classification; Ernest Cushing Richardson, 1901. [Nota de CSP]

Ernest Cushing Richardson, Classification, Theoretical and Practical (New York: Charles Scribner's Sons, 1901).La parte 1 del libro se titula "El Orden de las Ciencias", y la parte 2 "La Clasificación de los Libros". Peirce revisó el libro para The Nation, 27 febrero 1902 (CN 3: 61-62). [Nota de EP]

3. Aquí estoy influido por el Essay on Classification de L. Agassiz, de quien fui alumno durante unos pocos meses. [Nota de CSP]

Louis Agassiz (1807-1873), An Essay on Classification (London: Longman, Brown, Green, Longmans, & Roberts, 1859). El ensayo apareció por primera vez en 1857 como una introducción a un trabajo más amplio, Contributions to the Natural History of the United Satates. [Nota de EP]

4. Carl Auer, Freiherr von Welsbach (1858-1929), químico austríaco e ingeniero que inventó la camisa de gas, un dispositivo consistente en una tela impregnada con una mezcla de nitrato de torio y nitrato de cerio que brillaba luminosamente al ser calentada por una llama de gas. [Nota de EP]

5. William Matthew Flinders Petrie (1853-1942), egiptólogo inglés. El título del trabajo de Petrie es Naukratis, parte 1, 1884-85, Third Memoir of the Egypt Exploration Fund (London: Trubner & Co., 1886). El capítulo 9 se titula "The Weights of Naukratis". [Nota de EP]

6. Egypctian Exploration Fund. Third Memoir, pp. 75-76. . [Nota de CSP]

7. Troy es un sistema de unidades de masas usado en los países anglosajones para las piedras y metales preciosos. La unidad de masa es la onza troy, que vale 1/12 de la libra troy y equivale a 31,10348 gramos. [Nota del T.]

8. Aquí no está impresa una larga discusión estadística e histórica sobre la distribución de las pesas entre los kets (o kats) que apoyaba la última afirmación de Peirce. [Nota de EP]

La "larga discusión" a la que se refieren los editores de EP se encuentra en los parágrafos 209 y 210 de los CP y está incluida en la traducción castellana de Vevia: "Una clasificación detallada de las ciencias". [Nota del E.]

9. La "larga digresión" se refiere al texto omitido. Aparentemente, Peirce no cumplió su intención de estudiar la teoría de los errores, por cuanto no se ha encontrado esa discusión ni en éste ni en otros documentos. Era sin embargo una cuestión de importancia para Peirce, especialmente en su trabajo para el U.S. Coast Survey; hizo una descripción general haciendo uso de su lógica de las relaciones en su periódico "On the Theory of Errors of Observations", Report of the Superintendent of the United States Coast Survey, 1870 (Washington, D.C.: Government Printing Office, 1873), 200-24; W 3: 114-60. [Nota de EP]

10. De partibus animalium, 639b12-15. [Nota de EP]

11. Un tribunal judicial sin poder policial. [Nota del T.]

12. El año 1860 probablemente indique el año siguiente a la publicación de El Origen de las Especies de Darwin. August Weismann y Francis Galton son otros dos científicos mencionados por Peirce en este volumen que dieron forma a la noción de herencia. Peirce evidentemente no estaba familiarizado con la teoría genética que Gregor Mendel desarrollara anteriormente, en el siglo XIX, y que no fue conocida hasta 1900. Se puede encontrar una crítica del tratamiento que Peirce le da a la teoría de la evolución en el trabajo de Arthur W. Burks, "Logic, Learning, and Creativitly in Evolution", Studies in the Logic of Charles Sanders Peirce, ed. Nathan Houser et al. (Bloomington: Indiana University Press, 1997), 497-534. [Nota de EP]

13. William Cullen Bryant (1794-1878), The Battle-Field (1839), stanza 9. [Nota de EP]

14. Volapük es un lenguaje artificial internacional construido en 1880 por Johann Martin Schleyer, un clérigo alemán. Fue popular hasta que el Esperanto lo suplantó. [Nota de EP]

15. En el Century Dictionary Peirce definió un "vortex" como "la porción de un fluido en movimiento de rotación encerrado en una superficie anular que es el locus de las líneas del vortex…En un fluido perfecto que no puede sostener ninguna fuerza distorsionante siquiera por un instante, la velocidad de una partícula en rotación no puede ser retardada más de lo que sería en una esfera libre de fricción; y de la misma manera tampoco puede incrementar su velocidad. Consecuentemente, un vortex, a diferencia de una onda, se continúa comportando de la misma idéntica manera". Peirce definió una "onda" como "la forma asumida por las partes de un cuerpo que están fuera de equilibrio de tal manera que tan pronto como las partículas regresan, son reemplazadas por otras que se mueven hacia las posiciones vecinas de fuerza, de tal manera que el desequilibrio total es continuamente propagado hacia nuevas partes del cuerpo mientras que mantiene más o menos perfectamente la misma forma y otras características". [Nota de EP]

Vortex, voz latina; puede traducirse como "vórtice". [Nota del T.]

16. La concepción de los vórtices como un componente fundamental del mundo puede encontrarse más predominantemente en René Descartes. Peirce, en la definición de su Century Dictionary, hace una distinción entre la desacreditada teoría cartesiana y la moderna teoría física de los vórtices-anillos que fueron depositados como base para una nueva teoría atómica. [Nota de EP]

17. La caracterización de Shakespeare del rebelde "Hotspur" Henry Perry (1366-1403) en Henry IV, parte 1, líneas 1597-98, permanece como el epítome de un hombre violento, impetuoso, y "cabeza-caliente". [Nota de EP]

18. El manganato debería ser K2MnO4: obtenido cuando un compuesto manganésico es fundido con nitrato de potasio (KNO3). El ruteniato debería ser K2RuO4. [Nota de EP]

19. Estos son los nombres que Peirce dio a los números de Listing. Johann Benedikt Listing (1808-1882). Era un geómetra naturalista, fundador de la topología (nombre que él acuñó, aunque después su trabajo en este campo ha sido suplantado por otras aproximaciones), y autor de Vorstudien zur Topologie (Göttingen, 1848; reimpreso a partir de Göttingen Studien, 1847) y de la memoria "Der Census raümlicher Complexe", (Abhandlungen der K. Gesellschaft der Wissenschaft zu Göttingen, vols. 9-10, parte II (1861): 97-180), que tuvieron gran influencia en Peirce. El teorema de Listing, formulado en 1847 da, para una configuración geométrica, una relación entre los números de sus puntos, líneas, superficies y espacios. Peirce inventó unos "números de Listing" más generales que aplicó a un rango mayor de configuraciones, incluyendo aquellas que no estaban confinadas a tres dimensiones como las de Listing. Véase capítulo 9 en Murray Murphey, The Development of Peirce’s Philosophy (1961) y el comentario de Hilary Putnam en RLT 99-101 y 279n.70-271n.75. [Nota de EP]

20. Conquiliología: Parte de la zoología que trata de las conchas de los moluscos. [Nota del T.]

21. Essay on Classification, 4th, 1857, p.170. El lector se dará cuenta a través de la fecha, de que estas ideas fueron expuestas en un momento de alguna manera poco propicio. [Nota de CSP]

22. Peirce adjuntó los siguientes números de páginas a las frases citadas del libro de Agassiz (referenciadas en la nota 3): p.145 para la cita después de Clases; p. 151 después de órdenes; y pp. 159 y 160 después de Familias. [Nota de EP]

23. Pierre de Fermat (1601-1665), matemático francés, cuyo famoso último teorema (el que la ecuación Xn + Yn = Zn, donde X y Z son enteros positivos, no tiene solución si n es un entero mayor que 2) solamente fue probado en 1996. John Wilson (1741-1793), matemático inglés. El teorema de Wilson es que, si p es un número primo, entonces 1 + (p - 1)! Es divisible por p. [Nota de EP]

24. Yo no pretendo negar que esos teoremas sean deducibles de la definición. Sobre lo que se quiere insistir aquí es solamente en la falsedad de la antigua noción de que toda deducción es una deducción corolarial. [Nota de CSP]

25. James Joseph Sylvester (1814-1897), enseñaba en la Johns Hopkins mientras Peirce enseñaba lógica. Peirce tenía en alta estima a Sylvester, el primer editor del American Journal of Mathematics, aunque Peirce afirmaba que Sylvester no supo reconocer apropiadamente la prioridad de Peirce a ciertos resultados algebraicos. [Nota de EP]

26. Sir Joseph Norman Lockyer (1836-1920), astrónomo inglés, cuyo libro The Dawn of Astronomy Peirce revisó en The Nation en 1894 (CN 2: 48-53). [Nota de EP]

27. Desafortunadamente, su adquisición de libros, instrumentos, laboratorio, etc., depende de requisitos de los cuales el hombre de ciencia está usualmente bastante carente, -tales como riqueza, diplomacia, popularidad como maestro-, de manera que él tiene menos probabilidad de ser provisto con esas cosas de la que tienen hombres menos calificados para usarlas en provecho del avance de la ciencia. [Nota de CSP]

28. El texto de Peirce continúa en el manuscrito durante 120 páginas (dos-tercios del documento) y brinda una muy detallada clasificación de las ciencias. [Nota de EP]


Fin de "Acerca de la ciencia y las clases naturales", C. S. Peirce (1902). Traducción castellana de Jorge Zenón González y Oscar Pablo Zelis (2002). "On Science and Natural Classes" corresponde a EP 2.115-132.

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Fecha del documento: 4 de marzo 2002
Ultima actualización: 27 de febrero 2011

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