IDEALES DE CONDUCTA1


Charles S. Peirce (1903)

Traducción castellana y notas de Fernando C. Vevia (1997)*







591. Todo hombre tiene ciertos ideales de la descripción general de la conducta que cuadra a un animal racional en su particular situación en la vida, la que más está de acuerdo con su naturaleza y sus relaciones totales. Si piensa usted que esta afirmación es demasiado vaga, yo le diré, más específicamente, que hay tres caminos por los cuales esos ideales usualmente se recomiendan a sí mismos y lo hacen justamente. En primer lugar, ciertos tipos de conducta, cuando el hombre los considera, tienen una cualidad estética. Piensa que tal conducta es hermosa, y aunque su noción pueda ser vulgar o sentimental, todavía si es así, cambiará con el tiempo y tenderá a ponerse en armonía con su naturaleza. Sea como fuere, su sabor es su sabor por ahora; eso es todo. En segundo lugar, el hombre se esfuerza por dar forma a sus ideales, en coherencia unos con otros, pues odian la incoherencia. En tercer lugar, imagina cuáles serían las consecuencias de llevar a cabo su ideal, y se pregunta a sí mismo cuál sería la cualidad estética de sus consecuencias.

592. Esos ideales, sin embargo, principalmente han sido imbuidos en la niñez. Con todo, han sido gradualmente moldeados a su naturaleza personal y a las ideas de su círculo social, más bien por un proceso continuo de crecimiento, que por actos distintos del pensamiento. Reflexionando sobre esos ideales, es conducido a intentar hacer su propia conducta conforma, al menos, a una parte, de ellos -a aquella parte en la que se cree plenamente. Además, usualmente formula, aunque en forma vaga, ciertas reglas de conducta. Difícilmente puede ayudar actuando así. Por lo demás, tales reglas son convenientes y sirven para minimizar los efectos de futura inadvertencia, y las que son bien llamadas, los ardides del diablo en el interior de él. La reflexión sobre esas reglas, así como sobre los ideales generales que hay tras ellas, tiene un cierto sobre su disposición, de tal manera que aquello a lo que naturalmente se inclina, se modifica. Siendo tal su condición, a menudo prevé que va a surgir una ocasión especial; luego, empezará a trabajar un cierto agrupamiento de sus fuerzas y esta actuación de su ser le hará considerar cómo va a actuar, y de acuerdo con esta disposición, tal como él la conoce, es llevado a formular una resolución en cuanto a cómo va a actuar en esa ocasión. Esta resolución es de la naturaleza de un plan; o, como se podría decir, un diagrama. Es una fórmula mental, más o menos general. No siendo nada más que una idea, esa resolución no necesariamente influye en su conducta. Pero ahora se sienta y pasa por un proceso similar al de imprimir una lección en la memoria, cuyo resultado es que la resolución, o fórmula mental, se convierte en una determinación, por la cual entiendo una operación realmente eficiente, tal que si uno conoce cuál es su carácter especial, se puede prever la conducta de ese hombre en esa ocasión especial. Uno no puede hacer previsiones que sean verdaderas en la mayoría de los experimentos por medio de cualquier ficción. Ha de ser por medio de algo verdadero y real.

593. No conocemos el tipo de mecanismo que pone en movimiento la conversión de una resolución en una determinación. Se han propuesto algunas hipótesis; pero no nos interesan mucho ahora. Basta con decir que la determinación, u operación eficiente, es algo oculto en las profundidades de nuestra naturaleza. Una cualidad esencial acompaña los primeros pasos del proceso de formación de esa impresión; pero más tarde no tenemos conciencia directa de ello. Podemos llegar a tener conocimiento de la disposición, especialmente si está acorralada. En ese caso, lo reconoceremos por una sensación de necesidad, de deseo. Tengo que hacer notar que un hombre no siempre tiene oportunidad de formar una resolución definida de antemano. Pero en tales casos hay determinaciones, menos definidas pero siempre bien marcadas, de su naturaleza que brotan de las reglas generales de conducta que él tiene formuladas; o en el caso de que no se hayan formulado tales reglas apropiadas, su ideal de una conducta digna producirá tal disposición. Al fin, la ocasión anticipada surge actualmente.

594. Para fijar nuestras ideas, supongamos un caso. En el curso de mis reflexiones, he sido llevado a pensar que sería bueno para mí hablar a una persona determinada de una cierta manera. Resolví que haría eso cuando la encontrara. Pero considerando cómo, en el calor de la conversación, podía ser conducido a tomar un tono diferente, procedí a imprimir la resolución en mi alma; con el resultado de que cuando la entrevista tuvo lugar, aunque mis pensamientos estaban ocupados con la materia de la conversación, y nunca pude retroceder a mi resolución, sin embargo la determinación de mi ser tuvo influencia en mi conducta. Toda acción que está de acuerdo con una determinación es acompañada por una sensación que es agradable; pero si la sensación en cualquier instante es experimentada como placentera en ese preciso instante, o si el reconocimiento de ella como placentera llega un poco más tarde, es una cuestión de hecho difícil de saber con seguridad.

595. La prueba depende de la sensación de placer, y por consiguiente es necesario, para juzgar sobre ella, acercarnos a los hechos relativos a esa sensación, con tanta precisión como podamos. Para comenzar, para realizar una serie de actos que han sido determinados de antemano, hay una cierta sensación de alegría, una anticipación y el comienzo de un relajamiento de la tensión de lo necesario, que ahora recibimos más conscientemente de lo que estuvimos antes. En el acto mismo, que tiene lugar en cualquier instante, puede ser que seamos conscientes del placer; aunque es dudoso. Antes de que la serie de actos se haya realizado, ya comenzamos a revisarla. Y en esa revisión reconocemos el carácter agradable de las sensaciones que acompañan a esos actos.

596. Para regresar a mi entrevista, tan pronto como acabó comencé a revisarla más cuidadosamente y me pregunté entonces si mi conducta estuvo de acuerdo con mi resolución. Esa resolución, como ya establecimos, era una fórmula mental. La memoria de mi acción puede ser descrita toscamente como una imagen. Contemplo esa imagen y me planteo la cuestión de mi mismo. ¿Debo decir que esa imagen satisface las condiciones de mi resolución, o no? La respuesta a esta cuestión, como la respuesta a cualquier cuestión interna, es necesariamente de la naturaleza de una fórmula mental. Es acompañada, sin embargo, por una cierta cualidad de la sensación, que se relaciona con la fórmula misma, como el color de la tinta con la que algo es impreso se relaciona con el sentido de lo que es impreso. Y tal como primero tenemos conocimiento del color peculiar de la tinta y después nos preguntamos a nosotros mismos si es agradable o no, así al formular el juicio de que la imagen de nuestra conducta satisface nuestra resolución anterior, tenemos conocimiento, en el acto mismo de la formulación, de una cierta cualidad de sensación, la sensación de satisfacción -y directamente después de eso reconocemos que esa sensación era agradable.

597. Pero ahora puedo experimentar más profundamente en mi conducta, y puedo preguntarme a mí mismo si estaba de acuerdo con mis intenciones generales. Una vez más aquí habrá un juicio y una sensación que lo acompaña e inmediatamente después el reconocimiento de que esa sensación era placentera o penosa. Ese juicio, si es favorable, probablemente producirá placer menos intenso que el otro; pero la sensación de satisfacción que es placentera será diferente y, como decimos, una sensación más profunda.

598. Puedo ahora ir más lejos y preguntar cómo concuerda la imagen de mi conducta con mis ideales de conducta dignos de un hombre como yo. Aquí se seguiría un nuevo juicio con su sensación acompañante, seguida por un reconocimiento del carácter agradable o penoso de esa sensación. En uno o en todos esos modos puede un hombre criticar su propia conducta, y es esencial hacer notar que no es mera alabanza ociosa o reprobación, tal como los escritores, que no son de los más sabios, distribuyen a menudo entre los personajes de una novela. ¡No ciertamente! Es sólo aprobación o desaprobación del único tipo respetable, aquel que llevará fruto en el futuro. Ya sea que el hombre esté satisfecho consigo mismo o no satisfecho, su naturaleza absorberá la lección como una esponja, y la próxima vez tenderá a hacerlo mejor que lo hizo antes.

599. Además de estas tres autocríticas de series simples de acciones, un hombre revisará de vez en cuando sus ideales. Este proceso no es un trabajo que un hombre se siente a hacer y lo termine así como así. La experiencia de la vida está contribuyendo continuamente con instancias más o menos iluminadoras. Estas son digeridas primero, no en la conciencia del hombre, sino en las profundidades de su ser racional. El resultado llega a la conciencia más tarde. Pero la meditación parece agitar una masa de tendencias y les permite asentarse más rápidamente y así ser realmente más conformadas con lo que es propio para el hombre.

600. Finalmente, además de esa meditación personal de la idoneidad de los propios ideales, la cual es de naturaleza práctica, existen los estudios puramente teóricos del estudioso de la ética, quienes tratan de averiguar, como materia de curiosidad, en qué consiste la idoneidad de un ideal de conducta y de deducir de tal definición de idoneidad cuál conducta es la que debe ser. Las opiniones difieren en cuanto a la sanidad de ese estudio. Solamente atañe a nuestro propósito presente el hacer notar que es en sí mismo una investigación puramente teórica, enteramente distinta del asunto de dar forma a la propia conducta. Dando por supuesto que los rasgos distintivos de ésta no se pierdan de vista, personalmente no dudo de que el estudio es más o menos favorable a un vivir correctamente.

601. He intentado así describir plenamente los fenómenos típicos de una acción controlada. No está cada uno de ellos presente en cada caso. Así, ya mencionado, no siempre hay oportunidad de formar una resolución. Especialmente, he enfatizado el hecho de que la conducta está determinada por lo que precede en el tiempo, mientras que el reconocimiento del placer que trae, sigue después de la acción. Algunos pueden opinar que esto no es verdad de lo que es llamado la búsqueda del placer; y yo admito que hay ahí lugar para su opinión, mientras que me inclino a pensar, por ejemplo, que la satisfacción de comer una buena comida nunca es una satisfacción en el presente estado instantáneo, sino que siempre sigue después. Insisto, de todos modos, que una sensación, en cuanto un mero "presentarse algo de mí", no puede tener poder real en sí misma para producir ningún efecto, aunque sea indirectamente.

602. Mi presentación de los hechos, como habrán ustedes observado, deja al hombre en plena libertad, no importando si garantizamos todo lo que exigen los necesaristas. Es decir, el hombre puede, o si usted prefiere, es impelido, a hacer su vida más razonable. ¿Qué otra idea distinta a esa (yo estaría muy contento de conocerla) puede ser unida a la palabra libertad?

603. Comparemos ahora los hechos que he establecido con el argumento que estoy oponiendo. Ese argumento descansa sobre dos premisas principales: primera, que es impensable que un hombre actúe por un motivo que no sea el placer; si su acto es deliberado; segunda, que la acción con referencia al placer no deja espacio para ninguna distinción entre lo correcto y lo erróneo.

604. Consideremos si esta segunda premisa es realmente verdadera. ¿Cuál sería el requisito para destruir la diferencia entre conducta inocente y culpable? La única cosa que podría hacerlo sería el destruir la facultad de una autocrítica efectiva. Mientras que ésta permanezca, mientras un hombre compare su conducta con una norma preconcebida y eso lo haga efectivamente, no necesita hacer mucha diferencia si su único motivo real fuera el placer, pues llegaría a ser desagradable para él sentir el aguijón de la conciencia. Pero los que se engañan a sí mismos con esa falacia prestan tan poca atención a los fenómenos, que confunden el juicio, después del acto (que ese acto satisfaga o no los requerimientos de una norma), con el placer o la pena que acompañan al acto mismo.

605. Consideremos ahora si la otra premisa es verdadera, la de que es impensable que un hombre actuara deliberadamente, excepto por causa del placer. ¿Cuál es el elemento que es impensable en verdad que le faltara a una acción deliberada? Es simple y únicamente la determinación. Dejemos que esta determinación permanezca, en cuanto que ciertamente es concebible que debe permanecer, aunque el verdadero nervio del placer sería cortarla de tal manera que el hombre fuera perfectamente insensible al dolor y al placer, y él sin duda seguiría la línea de conducta que intenta. El único efecto sería hacer las intenciones del hombre más inflexibles -efecto, dicho sea entre paréntesis, que tenemos ocasión de ver en hombres cuyas sensaciones están casi siempre amortecidas por la edad o algún desarreglo del cerebro. Pero los que han razonado de este modo falaz, han confundido y juntado la determinación de la naturaleza del hombre, que es una operación eficiente preparada previamente al acto, con la comparación de la conducta con una norma; la comparación es una fórmula mental general subsecuente al acto y, habiendo identificado esas dos cosas tan diferentes, las colocan en el acto mismo como una mera cualidad de la sensación.

606. Ahora bien, si recurrimos al argumento defensivo, acerca del razonar, encontraremos que implica el mismo tipo de enredo de ideas. Los fenómenos del razonamiento son, en sus rasgos generales, paralelos a los de la conducta moral. Pues el razonamiento es esencialmente pensamiento que está bajo autocontrol, exactamente igual que la conducta moral es conducta bajo autocontrol. En verdad, el razonamiento es una especie de conducta controlada y en cuanto tal necesariamente participa de los rasgos esenciales de la conducta controlada. Si usted presta atención a los fenómenos del razonamiento, aunque no sean tan familiares para usted como los de la moral, porque no hay clérigos, cuyo negocio sea mantenerlos en sus mentes, sin embargo notará usted sin dificultad que una persona que saca una conclusión racional, no solamente piensa que es verdadera, sino que piensa que semejante razonamiento sería justo en todo caso análogo. Si no piensa en eso, la inferencia no se ha de llamar razonamiento. Es meramente una idea sugerida a la mente de esa persona y que ella no puede resistir que el pensamiento no sea verdadero. Pero no habiendo sido sometida a ninguna prueba o control, no ha sido aprobada deliberadamente y no ha de ser llamada razonamiento. Llamarla así sería ignorar que no es propio de un ser racional pasarla por alto. Podemos estar seguros que toda inferencia nos compele irresistiblemente. Es decir, es irresistible en el instante en que ella por primera vez se sugestiona a sí misma. Con todo, todos nosotros tenemos en nuestras mentes ciertas normas, o esquemas generales de razonamiento correcto, y podemos comparar la inferencia con una de ellas y preguntarnos a nosotros mismos si satisface a esa regla. La llamo una regla, aunque la formulación sea algo vaga; porque tiene el carácter esencial de una regla de ser una fórmula general aplicable a casos particulares. Si juzgamos que nuestra norma de la recta razón ha sido satisfecha, tenemos una sensación de aprobación, y entonces la inferencia aparece no solamente tan irresistible como la era antes, sino que probará que es más intocable sin duda alguna.

607. Ustedes ven que tenemos aquí todos los elementos principales de la conducta moral; la norma general concebida mentalmente de antemano, la operación eficiente en la naturaleza interior, el acto, la comparación subsecuente del acto con la norma. Examinando los fenómenos más de cerca encontraremos que ningún elemento simple de la conducta moral está ausente del razonamiento. Al mismo tiempo, el caso especial tiene naturalmente sus peculiaridades.

608. Así, tenemos un ideal general de la lógica sana. Pero no la describiremos naturalmente como nuestra idea del tipo de razonamiento que conviene a los hombres en nuestra situación. ¿Cómo la describiremos? Como si dijéramos que el razonamiento sano es el razonamiento que en cualquier estado concebible del universo en el que los hechos establecidos en las premisas son verdaderos, el hecho establecido en la conclusión será verdadero. La objeción a esa aseveración es que solamente cubre el razonamiento necesario, incluyendo el razonamiento acerca de las casualidades. Hay otro razonamiento que se puede defender como probable en el sentido de que mientras la conclusión pueda ser más o menos errónea, todavía el mismo procedimiento cuidadosamente continuado, tiene que (en cualquier universo concebible en el que lleve a algún resultado) llevar a un resultado que se aproxima indefinidamente a la verdad. Cuando tal es el caso, haremos bien en seguir ese método, con tal que reconozcamos su carácter verdadero, dado que nuestra relación con el universo no nos permite tener un conocimiento necesario de hechos positivos. Ustedes observarán que en tal caso nuestro ideal está formado por la consideración de nuestra situación con relación al universo de las existencias. Hay, además, otras operaciones de la mente a las que el nombre "razonamiento" les es especialmente apropiado, aunque los hábitos predominantes de habla no los llamen así. Hay conjeturas, pero conjeturas racionales, y su justificación es que, a menos que un hombre tenga tendencia a conjeturar correctamente, aunque sus conjeturas sean mejores que echar a cara o cruz un penique, ninguna verdad que no posea ya virtualmente podrá serle desvelada, de tal manera que él puede renunciar a todo intento a la razón; mientras que si él tiene una tendencia decidida a conjeturar correctamente, como puede tenerla, entonces no importa cuán a menudo conjeture erróneamente, logrará la verdad al fin. Estas consideraciones ciertamente deben tener en cuenta tanto la naturaleza interior del hombre como sus relaciones exteriores; de tal manera que los ideales de la buena lógica son verdaderamente de la misma naturaleza general que los de la buena conducta. Eran, en primer lugar, que cierta conducta parece hermosa en sí misma. Precisamente así, ciertas conjeturas parecen idóneas y fáciles en sí mismas. Segundo, deseamos que nuestra conducta sea coherente. Precisamente así, el ideal del razonamiento necesario es coherencia simplemente. En tercer lugar, consideramos que el efecto general sería un llevar a cabo por completo nuestros ideales. Precisamente así, ciertas vías de razonamiento se recomiendan a sí mismas, porque si son realizadas de modo persistente, tienen que conducir a la verdad. El paralelismo, como ustedes pueden percibir, es casi exacto.

609. Hay también algo así como una intención lógica general. Pero no es enfatizada, por la razón de que la voluntad no entra tan violentamente en el razonamiento como lo hace en la conducta moral. Ya he mencionado las normas lógicas, que corresponden a leyes morales. Al tomar cualquier problema difícil del razonamiento nos formulamos a nosotros mismos una solución lógica; pero una vez más aquí, porque la voluntad no está en la misma alta tensión en el razonamiento que como lo está con frecuencia en la conducta autocontrolada, esas resoluciones no son fenómenos muy importantes. Debido a esta circunstancia, la determinación eficiente de nuestra naturaleza, que nos induce a razonar en cada caso como lo hacemos, tiene menos relación con las resoluciones que las normas lógicas. El acto mismo es, en el instante, irresistible en ambos casos. Pero inmediatamente después, es sometido a autocrítica por comparación con un estándar previo, que siempre es la norma, o regla, en el caso del razonamiento, aunque en el de la conducta externa estamos a menudo demasiado contentos de comparar el acto con la resolución. En el caso de conducta general, la lección de la satisfacción o la falta de ella frecuentemente no es tomada muy en serio e influye poco en la conducta futura. Pero en el caso de razonar una inferencia que la autocrítica desaprueba, siempre es instantáneamente anulada, porque no hay dificultad en hacerlo. Finalmente, todas las diferentes sensaciones que, como ha sido anotado, acompañan a las distintas operaciones de la conducta autocontrolada acompañan igualmente las del razonamiento, aunque no son tan vivas.

610. El paralelismo es pues perfecto. No, repito, podía dejar de ser así, si nuestra descripción de los fenómenos de la conducta controlada fue verdadera, dado que el razonar es solamente un tipo especial de conducta controlada.

611. ¿En qué consiste el razonar correctamente? Consiste en un razonar tal cual sea conducente a nuestro propósito último. ¿Cuál, pues, es nuestro fin último? Quizá no sea necesario que el lógico responda a esta cuestión. Tal vez sea posible deducir las reglas correctas del razonar a partir de la mera presunción de que tenemos un fin último. Pero no puedo ver cómo pueda hacerse esto. Si por ejemplo no tuviéramos otro fin que el placer del momento, volveríamos a caer en la misma ausencia de toda lógica a que el argumento falaz introduciría. No tendríamos un ideal del razonar y, por consecuencia, no tendríamos una norma. Me parece a mí que el lógico debe reconocer cuál es nuestro fin último. Parecería ser asunto del moralista encontrarlo, y que el lógico aceptara las enseñanzas de la ética a este respecto, pero el moralista, en la medida en que yo puedo formularlo, meramente nos dice que tenemos un poder de autocontrol, que ningún fin estrecho y egoísta resulta satisfactorio, que el único fin satisfactorio es el más amplio, el más alto y más general posible, y para una información más definida, como yo concibo el asunto, tiene que enviarnos al esteta cuyo tema es decir cuál es el estado de cosas que es más admirable en sí mismo, sin atender a otra razón ulterior.

612. Así pues, apelamos al esteta, para que nos diga qué es lo que es admirable sin ninguna razón para ser admirable, más allá de su carácter inmanente. Porque eso, nos replica, es lo hermoso. Si urgimos nosotros, ese es el nombre que usted le da, pero ¿qué es? ¿Qué es su carácter? Si replica que consiste en una cierta cualidad de la sensación, un cierto arrobamiento, yo rechazo el aceptar esa respuesta como suficiente. Habría de decirle: mi querido señor, si usted puede probarme que esa cualidad de la sensación que usted dice, se adhiere, como un hecho, a lo que usted llama hermoso, o lo que sería admirable sin ninguna razón para ser así, yo estoy suficientemente dispuesto a creerle; pero no puede admitir, sin una prueba fuerte, que cualquier cualidad particular de la sensación sea admirable sin una razón. Pues es demasiado odioso ser creído, a no ser que uno sea forzado a creerlo.

613. Una cuestión fundamental como ésta, por muy prácticos que puedan ser los productos, difiere de cualquier otra cuestión práctica en que lo que aceptado como bueno en ello mismo, tiene que ser aceptado sin compromiso. Al decidir cualquier cuestión especial de conducta, a menudo es perfectamente correcto dejar espacio para pensar las diferentes consideraciones que luchan entre sí, y calcular su resultado. Pero es totalmente diferente con respecto a lo que ha de ser el fin o finalidad de todo esfuerzo. El objeto admirable, que es admirable per se, tiene que ser general, sin lugar a dudas. Todo ideal es más o menos general. Puede ser un estado complicado de cosas. Pero tiene que ser un ideal único; tiene que tener unidad, porque es una idea, y la unidad es esencial a toda idea y todo ideal. Objetos de los tipos más dispares pueden, sin duda, ser admirables, porque alguna razón especial puede hacer a cada uno que sea así. Pero cuando se llega al ideal de lo admirable en sí mismo, la verdadera naturaleza de su ser es ser una idea precisa, y si alguien me dice que ésta, o esa, o aquella otra, le digo a esa persona, es claro que usted no tiene idea de qué es con precisión. Pero un ideal tiene que ser capaz de ser abarcado por una idea unitaria, o no es ideal en absoluto. Por consiguiente, no puede haber compromisos entre diferentes consideraciones en este caso. El ideal admirable no puede ser demasiado admirable. Cuanto más plenamente tenga lo que es su carácter esencial, tanto más admirable será.

614. Ahora bien, ¿en qué pararía la doctrina de que lo que es admirable en sí mismo es una cualidad de la sensación, si fuera tomada en toda su pureza y llevada a su último extremo, que sería el extremo de la admirabilidad? Llegaría a decir que el único objeto admirable en último término es la gratificación ilimitada de un deseo, sin atender a cuál sea la naturaleza de ese deseo. Ahora bien, esto es demasiado chocante. Sería la doctrina de que todos los modos más elevados de conciencia con los que estamos familiarizados en nosotros mismos, tales como el amor y la razón, son buenos solamente en la medida en que sirven como subordinados a los más bajos de todos los modos de conciencia. Sería la doctrina de que este vasto universo de la naturaleza, que contemplamos con tal temor reverente, es bueno sólo para producir una cierta cualidad de la sensación. Ciertamente, debo excusarme por no admitir esa doctrina a menos que sea probada con la mayor evidencia. Así pues, ¿qué prueba hay ahí que sea verdadera? La única razón acerca de eso que he sido capaz de aprender es que la gratificación, el placer, es el único resultado concebible que se satisface consigo mismo, y por consiguiente, dado que estamos buscando lo que es hermoso y admirable sin ninguna razón más allá de ella misma, el placer, el deleite es el único objeto que puede satisfacer las condiciones. Es un argumento respetable. Merece consideración. Su premisa de que l placer es el único resultado concebible que es perfectamente autosatisfecho, tiene que ser garantizada. Sólo que en estos días de ideas evolucionistas, que se pueden rastrear hasta la Revolución Francesa, como su instigadora, y todavía más atrás, al experimento de Galileo en la torre inclinada de Pisa, y todavía más atrás a todas las afirmaciones hechas por Lutero e incluso por Robert of Lincoln, contra los intentos de amarrar la razón humana a prescripciones fijadas de antemano, en esos días, digo, cuando las ideas de progreso y crecimiento han crecido hasta ocupar nuestras mentes como lo hacen ahora, ¿cómo puede esperarse admitir el supuesto de aprobar que lo admirable en sí mismo es un resultado estacionario? La explicación de la circunstancia de que el único resultado, que es satisfecho consigo mismo, es una cualidad de la sensación, es que la razón siempre mira hacia adelante, hacia un futuro sin final, y espera perpetuamente perfeccionar sus resultados.

615. Consideremos por un momento qué es realmente la razón, tal como hoy la podemos concebir. No me refiero a la facultad del hombre, llamada así por incorporar, dar cuerpo, en alguna medida, a la razón o nous, como un algo que se manifiesta sí mismo en la mente, en la historia del desarrollo de la mente y en la naturaleza. ¿Qué es esta razón? En primer lugar, es algo que nunca puede ser completamente "encorporeizado". La más insignificante de las ideas generales implica siempre predicciones condicionales o requiere para su cumplimiento que los acontecimientos sucedan, y todo lo que en alguna ocasión pueda llegar a suceder tiene que fallar en el cumplimiento pleno de sus requerimientos. Un pequeño ejemplo servirá para mostrar lo que estoy diciendo. Tomemos un término general cualquiera. Digo de una piedra que es dura. Esto significa que todo el tiempo que la piedra permanezca dura, todo ensayo que rayara con la presión moderada de un cuchillo seguramente fallará. Llamar a la piedra dura es predecir que, sin importar cuán a menudo haga usted el experimento, fallará todas las veces. Esa serie innumerable de predicciones condicionales está implicada en el significado de ese humilde adjetivo. Cualquier cosa que pudiera ser hecha, no comenzará a agotar su significado. Al mismo tiempo, el verdadero ser de lo general, de la razón, es de tal modo que su ser consiste en que la razón esté realmente gobernando acontecimientos. Supongamos que un pedazo de carborundo (carburo de sicilio) ha sido hecho y a continuación disuelto en "agua regia" sin que nadie en cualquier tiempo, en lo que yo conozco, hay intentado jamás rayarlo con un cuchillo. Indudablemente, puede tener buenas razones, sin embargo, para llamarlo duro; porque algún hecho actual ha ocurrido de tal tipo, que la razón me impele a llamarlo así, y una idea general de todos los hechos del caso puede ser formada solamente si lo llamo así. En este caso, mi llamarlo duro es un acontecimiento actual que es gobernado por la ley de la dureza de la pieza de carborundo. Pero si no hubiera un hecho actual cualquiera, al que se estuviera haciendo alusión, cuando se dice que la pieza de carborundo es dura, no habría el menor significado en la palabra duro en cuanto aplicada a él. El verdadero ser de lo general, de la razón, consiste en su gobernar los acontecimientos individuales. Así pues, la esencia de la Razón es tal que su ser nunca puede ser completamente perfeccionado. Tiene que haber siempre un estado de inicio, de crecimiento, es como el carácter de un hombre que consiste en las ideas que él quiera concebir y en los esfuerzos que quiera hacer, y que solamente desarrolla cuando las ocasiones surgen actualmente. Con todo, a lo largo de su vida ningún hijo de Adán ha manifestado plenamente lo que hay en él. Así pues, el desarrollo de la razón requiere, como una parte de él, que ocurran más acontecimientos individuales de los que jamás pueden ocurrir. Requiere, también, todo el colorearse de todas las cualidades de la sensación, incluyendo el placer en su propio lugar entre el resto. Ese desarrollo de la razón consiste, como habrá usted observado, en la manifestación. La creación del universo, que no tuvo lugar durante una semana muy ocupada, el año 4004 a. C., sino que está en marcha hoy día y nunca estará terminada, es el verdadero desarrollo de la razón. Yo no veo cómo uno puede tener un ideal más satisfactorio de lo admirable, que el desarrollo de la Razón, así entendido. La única cosa cuya admirabilidad no se debe a una razón es la Razón misma, comprendida en toda su plenitud, en la medida en que podemos comprenderla. Dentro de esta concepción, el ideal de conducta será ejecutar nuestra pequeña función en la operación de la creación dando una mano, para que el mundo sea más razonable, en cualquier tiempo que sea, como se dice en jerga, "es bueno para nosotros" hacerlo así. En lógica será observado que el conocimiento es racionabilidad, y el ideal del razonar para seguir los métodos que desarrollen el conocimiento rápidamente...


Traducción de Fernando C. Vevia



Notas

* (N. del E.) Reproducido con el permiso de Fernando C. Vevia. Esta traducción está publicada en Charles S. Peirce. Escritos filosóficos, El Colegio de Michoacán, México 1997, pp. 343-354.

1. De "Lowell Lectures of 1903", Lecture I, vol. 1, Apunte 3; 611-615 del vol. 2, Apunte, que es continuación del vol. 1, Apunte 3.




Fin de "Ideales de conducta", C. S. Peirce (1903). Traducción castellana y notas de Fernando C. Vevia. En: Charles S. Peirce. Escritos filosóficos, F. Vevia (tr., intr. y notas), El Colegio de Michoacán, México 1997, pp. 293-302. "What Makes a Reasoning Sound?" corresponde a CP 1. 591-615.

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Fecha del documento: 24 de mayo 2001
Ultima actualización: 27 de febrero 2011

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