¿PARA QUÉ SIRVE LA CONCIENCIA


Charles S. Peirce (1893)

Traducción castellana de Miguel Ángel Fernández (2023)



MS 406 (1893), publicado completo en Collected Papers 7.559-564, de donde se ha tomado el texto original. En este manuscrito está contenido el Capítulo IV, "¿Para qué sirve la conciencia?", con el que continua la División II, dedicada a la “Lógica Transcendental”, del Libro I de la Gran Lógica que Peirce proyectaba realizar en 1893. En él expone su concepción de la conciencia transcendental de forma sucinta y concentrada. Este es uno de los capítulos que pensaba desarrollar más extensamente.



En el capítulo anterior1 asumía que el lector adoptaría la postura del Sentido Común, que hace de las cosas reales de este mundo ciegos objetos inconscientes que funcionan según leyes mecánicas, junto a una conciencia que es un espectador ocioso. Señalaba que este espectador no tenía arte ni parte en la inteligencia y el propósito del asunto; porque la inteligencia no consiste en sentir inteligentemente sino en actuar de forma que las acciones propias se concentren en un resultado.

Esto hace del universo un embrollo. Según lo cual la conciencia es perfectamente impotente y no es la versión original del mundo material; ni, por otro lado, pueden las fuerzas materiales haber dado nunca origen a la sensación, puesto que todo lo que hacen es acelerar los movimientos de las partículas. Siquiera que den lugar a sensaciones en esa conciencia es más que incomprensible, es manifiestamente imposible. No hay espacio para la reacción entre mente y materia. La única postura consistente para esa filosofía es la de negar de plano que haya una cosa tal como la conciencia. Incluso si se negara esto, la cuestión de cómo llegaron a ser todas las leyes de la mecánica, o por qué tendrían las curiosas relaciones que muestran, sería insoluble —no meramente para nosotros, sino en su propia naturaleza—. Entonces, si se descartara esa imposibilidad, simplemente mira por tu ventana, lector, y observa este mundo en toda su multiplicidad infinita, y di si te contentas con aceptarlo sin ninguna explicación, como algo que siempre ha sido, y que siempre ha sido tan complejo como lo es ahora. Porque las fuerzas mecánicas nunca producen ninguna diversidad nueva, sino que solo transforman una diversidad en otra.     

Todo este suicidio del Sentido Común es el resultado de la incauta suposición de que una cosa es parecer rojo o verde y otra cosa es ver rojo o verde. Ahora bien, los metafísicos nunca se han puesto de acuerdo, o al menos nunca han percibido que se pusieran de acuerdo, respecto a nada; pero creo que todo hombre que alguna vez haya reflexionado profundamente sobre el conocimiento ha llegado a la conclusión de que hay algo equivocado en esa suposición2.

Asumamos que esa suposición está equivocada de alguna manera, aunque puede que, al principio, no veamos exactamente cómo, y el embrollo empieza a aclararse. El espectador ya no está a un lado de las candilejas y el mundo al otro lado. Él está, en la medida en que ve, a una con el autor de la obra. Actuar inteligentemente y ver inteligentemente resultan en el fondo uno. Y en el asunto de auditar la cuenta del universo, su riqueza y su gobierno, ganamos la libertad de extraer fondos del banco del pensamiento.  

Este método promete hacer pensables la totalidad de las cosas; y es claro que no hay otra forma de explicar nada que la de mostrar cómo se rastrea su linaje hasta la matriz del pensamiento.

Esto es lo que se llama Idealismo. Sin embargo, en cuanto buscamos una expresión más precisa, surgen las dificultades, —de ninguna manera insuperables, pero que piden un estudio paciente basado en un concienzudo entendimiento de la lógica. Todo esto debe posponerse. Sin embargo, puede observarse una objeción obvia y fácil de responder. Se dirá que la identificación de conocimiento y ser amenaza con privarnos de la Ignorancia y el Error. Me apresuro a jurar que ninguno de mis actos pondrá las manos sobre esos sacramentos.


Notas

1. El aspecto materialista del razonamiento, MS 405 (1893) (CP 6.278-286)

2. Tomemos, por ejemplo, la superlativamente ingeniosa defensa del sentido común, la doctrina de la percepción inmediata, —una doctrina tan sutil que ha eludido la comprensión de muchos lógicos excelentes—, y qué es, después de todo, sino la confesión de que ver y ser visto son una y la misma cosa.



Fin de "Para qué sirve la conciencia" (1893). Traducción castellana de Miguel Ángel Fernández (2023). Fuente textual en MS 406


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Fecha del documento: 3 de agosto 2023
Ultima actualización: 3 de agosto 2023

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