EL ASPECTO MATERIALISTA DEL RAZONAMIENTO


Charles S. Peirce (1893)

Traducción castellana de Miguel Ángel Fernández (2023)



MS 405 (1893), publicado completo en Collected Papers 6.278-286, de donde se ha tomado el texto original. En este manuscrito está contenido el Capítulo III, "El aspecto materialista del pensamiento", con el que comienza la División II, dedicada a la “Lógica Transcendental”, del Libro I de la Gran Lógica que Peirce proyectaba realizar en 1893. En el mismo expone algunas teorías sobre el funcionamiento primario del sistema nervioso, y algunas consideraciones al respecto no estrictamente materialistas.


La clase de las sustancias químicas que tienen las moléculas más complicadas es, sin duda, la de los protoplasmas1. Esta complejidad química es, en mi opinión, suficiente para dar cuenta de las extraordinarias propiedades de esas sustancias en virtud de las cuales devienen animales y plantas. En particular, las leyes de la acción nerviosa son, como pienso, rastreables hasta los caracteres químicos de los protoplasmas de los que están compuestos los contenidos de las células nerviosas.   

Es cierto que, cuando se estimula un grupo de nervios, los ganglios con los que el grupo en su conjunto está más íntimamente conectado son impelidos a un estado activo. Esto, a su vez, ocasiona habitualmente movimientos del cuerpo. Esos movimientos son, a menudo, inteligentes; es decir, lo que se va a lograr determina lo que se hace. Ahora bien, como toda acción mecánica está determinada por las condiciones en el instante, surge la pregunta de cómo se justifica la tendencia de las reacciones nerviosas hacia los fines. Supongamos, entonces, que, al principio, los movimientos reflejos no eran inteligentes. En ese caso, al continuar el estímulo, la irritación se extendería de ganglio a ganglio, a la vez que aumentaría en intensidad. Mientras tanto, los ganglios que fueron estimulados primero comenzarían a fatigarse, y su acción decaería; y así, por una doble razón, la actividad corporal sería de un tipo cambiante. Esto ocurriría una y otra vez, hasta que, finalmente, algún movimiento apartara el estímulo; y en cuanto este fuese retirado, la excitación rápidamente se aplacaría.

Ahora bien, adoptar hábitos parece ser una propiedad universal del protoplasma, íntimamente conectada con la propiedad del crecimiento. Es decir, primero, cuando se altera un pedazo de protoplasma, pongamos por un punzón, en un momento dado, se suscita el así llamado estado excitado, en el que la materia es más fluida; y esta condición se extiende. Pero, segundo, no se extiende uniformemente, sino de maneras muy diferentes en direcciones diferentes, y qué dirección tomará la extensión precisamente parce ser tan incierto como una tirada de dados. No obstante, tercero, hay una preponderancia de casos en los que la ruta de extensión es la misma que había sido la última vez que ocurrió un estímulo parecido del mismo punto, o como había sido en la mayoría de los casos.  

Los nervios están particularmente dispuestos a adoptar y a cambiar sus hábitos. En consecuencia, en el caso que hemos estado considerando, si, tras la retirada del estímulo y el consiguiente cese de la excitación, se repitiera la estimulación, será más probable que ocurra de inmediato el último modo de acción refleja, que apartó el estímulo, que ningún otro; y en el caso de que no ocurra inmediatamente, la acción seguirá como antes hasta que tenga lugar una reacción que retire el estímulo. De esta forma, es muy cierto que el hábito de reaccionar así, a partir de cualquier estimulación para apartar el estímulo, se adquiere rápidamente.

De hecho, la mayoría de las acciones inteligentes se dirigen a causar el cese de alguna irritación. Comemos para librarnos del hambre, etc. Incluso cuando el ojo de un bebé se mueve con la luz, la acción es quizás de este tipo; ya que el campo de la visión precisa en la retina es menos sensible a la luz que otras partes. Cuando nos detenemos y atendemos a un sonido, puede que haya un principio diferente; pero entonces, cualquier sensación, cuando se interpreta, se ve disminuida en intensidad en la conciencia inmediata   

Pero probablemente pueden deducirse otros principios de la acción inteligente a partir de los caracteres primitivos del protoplasma. Hay muchas circunstancias que nos llevan a creer que la adopción de hábitos está íntimamente conectada con la nutrición. El protoplasma crece: y no como crece un cristal en una solución hiper-saturada o muy concentrada, simplemente atrayendo materia parecida a él mismo. Crece al transformar químicamente otras sustancias en su propio tipo químico. Creo que esto se debe a la excesiva complejidad de su molécula. Los químicos han estimado que el número de átomos en la clara ordinaria del huevo es casi mil; y hay varias circunstancias que muestran que debe ser prácticamente eso. La más concluyente de las mismas es el hecho de que una solución de albúmina puede ser envuelta por la más fina película de coagulo, y flotará en el agua sin romper su envoltura2. Pero la albúmina no es protoplasma. La albúmina está muerta; el protoplasma está esencialmente vivo. Por lo tanto, no es mucho suponer que el protoplasma, incluso de un orden inferior, tiene varios miles de átomos en cada molécula; y cualquier orden superior de protoplasma probablemente tenga diez mil. Una molécula tal debe ser excesivamente inestable; y creo que, en la condición de excitación, un porcentaje considerable de las moléculas de protoplasma se descomponen parcialmente. El estímulo periférico altera a una o más moléculas (que deben imaginarse como pequeños sistemas solares, solo que enormemente más complejos) y un fragmento errante de una de ellas entra en otro sistema parecido y lo perturba. Pero una vez que el estímulo se retira, se estabilizan gradualmente; algunas moléculas son destruidas, pero otras se recomponen con grupos de átomos que provienen del alimento, y aún otras incorporan fragmentos que han sido expulsados de moléculas vecinas. Pienso que está muy claro que las nuevas porciones, que se han incorporado así, tardarían mucho en adoptar los lugares idealmente estables en la molécula; y hasta que lo hicieran serían expulsadas con más probabilidad que otras porciones de las mismas moléculas; y así una nueva excitación probablemente repetiría aproximadamente los fenómenos de la anterior; y la extensión de la perturbación probablemente seguiría el mismo camino que siguió antes.     

Si esta teoría es verdadera, los diferentes modos de expansión podrán diferir en gran medida respecto a la cantidad de nutrición que los acompañe; y, ya que las moléculas recompuestas serían probablemente las que más se alterasen, se formarían más probablemente aquellos hábitos que resultasen en la mayor ganancia nutritiva. Así, el animal parecería exhibir una preferencia por los modos de acción que implican la formación de nuevas moléculas de protoplasma. Si hubiera una sensación de dolor con cada ruptura de una molécula, y una de placer con cada recomposición de ese sistema, el animal tendría una preferencia por las acciones placenteras, y le parecería a él mismo como si este placer, o su anticipación, fuera la causa de su actuación en un sentido en vez de en otro.

Este es un modo en el que parecería quizás posible que una tendencia a actuar inteligentemente, es decir, como para producir un cierto resultado, surgiera en un sistema meramente mecánico. Aunque no se ha mostrado que fenómenos de inteligencia observados podrían justificarse así, sino solo que quizás pudieran justificarse, y aunque la teoría presenta en un cierto momento una absurdez monstruosa, la de suponer que un pedazo de mecanismo muerto sienta dolor y placer, sin embargo, en definitiva, esto no afecta al asunto principal, y me siento bastante seguro de que la hipótesis aporta un punto de vista instructivo desde el que contemplar la cuestión general.  

Está claro que la inteligencia no consiste en sentir de determinada manera, sino en actuar de determinada manera; solo que debemos reconocer que hay acciones internas –que pueden llamarse acciones en potencia, es decir, acciones que no tienen lugar, pero que de alguna manera influyen en la formación de hábitos. Ciertos estímulos, por lo común viscerales en su origen, llevan al cerebro a una actividad que simula el efecto de una excitación periférica de los sentidos. Las reacciones a partir de estímulos tienen el mismo carácter interno; una acción interna aparta al estímulo interno. Una conjetura imaginada nos lleva a fantasear una línea de conducta apropiada. A menudo se habla de las ensoñaciones como una mera evasión; y eso serían si no fuera por el notable hecho de que producen hábitos, en virtud de los cuales cuando surge una conjetura real parecida nos comportamos realmente de la manera que habíamos soñado.

Algunos dicen que el gentil Ideal que cortejábamos

Nos confronta fieramente, por el enemigo acosados, perseguidos,

Y aquel se lamenta con reproches, "¿Era, entonces, mi fama

Y no a mí mismo lo que se amaba? Prueba ahora tu verdad;

Te exijo la promesa de tu juventud;

Entrégame tu vida, o refúgiate en una frase vacua,

¡Víctima de tu genio, no su compañero!"3

La gente que construye castillos en el aire, en su mayoría, no logra mucho, es verdad; pero todo hombre que logra grandes cosas es dado a construir elaborados castillos en el aire y, luego, a copiarlos dolorosamente en la tierra sólida. De hecho, toda la ocupación del raciocinio, y todo lo que nos hace seres intelectuales, se realiza en la imaginación. Los hombres enérgicos se inclinan a considerar la mera imaginación con desdén. Y en eso tendrían bastante razón si hubiera tal cosa. Cómo sentimos no importa; la cuestión es qué haremos. Pero ese sentimiento que está subordinado a la acción y a la inteligencia de la acción es correspondientemente importante; y toda la vida interior está más o menos subordinada de esta manera. La mera imaginación sería, de hecho, mera futilidad; solo que ninguna imaginación es mera. "Más que todo lo que está en tu custodia, vigila tu fantasía", dijo Salomón, "porque de ella proceden los asuntos de la vida4".

      Una rana decapitada casi razona. El hábito que está en su cerebelo sirve de premisa mayor. La excitación de una gota de ácido es su premisa menor. Y su conclusión es el acto de apartársela. Todo lo que tiene algún valor en la operación del raciocinio está ahí, excepto solo una cosa. Lo que le falta es la potencia de la meditación preliminar.
Notas

1. La teoría de que no hay más que un protoplasma será considerada en nuestro capítulo sobre las falacias (Capítulo IX)

2. Asumo que la composición porcentual de la albúmina es la siguiente: Oxígeno 21,5 = 1,34 veces peso atómico; Hidrógeno: 7 = 7 veces peso atómico; Nitrógeno: 16,5 = 1,18 veces peso atómico; Carbono: 54 = 4,5 veces peso atómico; Azufre: 1 = 0,03 veces peso atómico (100/ 14,05). Asumo que teniendo la solución una presión osmótica de ½ atmósfera, esta sea de un 12,5 por ciento. Asumo que la gravedad específica de la albúmina es 1,25. Entonces, por las leyes de la presión osmótica, habría 980 átomos en cada molécula.

3. Fragmento de la Oda Conmemorativa de James Russell Lowell, recitada en la Universidad de Harvard el 21 de julio de 1865, en homenaje a los soldados sacrificados en la guerra civil estadounidense; y publicada en la revista The Atlantic Magazine que él mismo dirigía.

4. "Omni custodia serva cor tuum, quia ex ipso vita procedit". Proverbios 4.23. en la traducción de Nacar-Colunga: "Guarda tu corazón con toda cautela, porque de él brotan manantiales de vida". Sabemos que cor significa alma, inteligencia, mente.



Fin de "El aspecto materalista del pensamiento" (1893). Traducción castellana de Miguel Ángel Fernández (2023). Fuente textual en MS 405


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Fecha del documento: 14 de junio 2023
Ultima actualización: 17 de julio 2023

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