"Sobre el estado de la ciencia en América"
(MS 1330: junio-julio 1880)



Este texto manuscrito de Charles S. Peirce parece corresponder a una conferencia impartida después de la cena del 4 de julio en París en 1880.

El original se conserva
como MS 1330 en los Charles S. Peirce Papers en la Houghton Library (MS Am 1632) de la Universidad de Harvard. La reproducción digital ha sido tomada del Digital Peirce Archive de la Humboldt Universität zu Berlin. Para la transcripción se reproduce la de W4: 152-156 (MS 363).
Transcription

 

Caballeros1 —En estas reuniones del cuatro de julio de los americanos en tierra extranjera es habitual echar cuentas y ver cómo prospera nuestra nación y qué es lo que la total libertad de una tierra rica e ilimitada ha hecho por nosotros. Es bastante frecuente caer en esas ocasiones en la auto-glorificación por nuestros éxitos, y es igualmente útil someternos a un poco de auto-humillación por nuestros defectos.

Me corresponde a mí esta noche informarles de cómo la Ciencia ha prosperado en los Estados Unidos desde la Declaración de Independencia, y no es un informe del todo

 

agradable de escuchar o de hacer. Pienso que ningún viajero observador que recorra muchas tierras dejará de percibir que los americanos son no solamente un pueblo inteligente sino también positivamente intelectual y, sin embargo, de un modo u otro América apenas ha tomado parte en esa gran obra de construir la ciencia moderna, que ha sido el más glorioso resultado de los pasados cien años —una de las más gloriosas obras del hombre, quizá la más gloriosa, gran parte de la cual ha sido desarrollada en el siglo desde la Declaración.

 

Monsieur de Candolle, que ha dedicado un grueso volumen a una consideración cuidadosamente imparcial y erudita del rango de las diferentes naciones en la ciencia, sitúa a América no solo después de Suiza, Bélgica y Holanda —después de Francia, Alemania e Inglaterra— sino incluso después de Italia, y solo un poco por delante de España y Rusia.

Cuando estalló la revolución teníamos dos científicos eminentes: Benjamin Franklin y Benjamin Thompson, después Conde Rumford. El primero, como saben, fue uno de los creadores de la ciencia de la electricidad estática. El otro fue in-

 

dudablemente el padre de la gran teoría mecánica del calor —después de la gravitación el mayor descubrimiento que se ha hecho en física. ¡Qué parte han jugado en la física del siglo XIX la teoría de la electricidad y todavía más la del calor! Y qué poco hemos hecho los americanos por ellas desde Franklin y Rumford.


De la magnífica serie de descubrimientos en electricidad, hasta hace un año solo podíamos reclamar uno como nuestro. A pesar de que el telégrafo eléctrico se inventó y fue por tanto ampliamente usado en América, las leyes de su acción fueron todas descubiertas en otros lugares. Lo mismo con el calor. Del estudio del motor de vapor ha surgido la ciencia moderna del calor. Uno esperaría que su teoría se hubiera descubierto en América, donde se hicieron tantos motores, pero no fue así. Aunque Rumford dejó un generoso fondo para la continuación de tales experimentos, ni siquiera una partícula de la gloria de esa gran teoría nos pertenece.

 

Ahora bien, caballeros, pueden pensar que esta no es la ocasión para hablar tan mal de América; pueden dudar de que sea verdad. Es verdad; tan verdad que ningún hombre cualificado por sus conocimientos y ausencia de prejuicios para dar una opinión puede decirles otra cosa. Y por mi parte, caballeros, mi fe en América y mi amor por ella no es de una clase tan superficial que tenga miedo de mirar sus faltas a la cara. ¡América! Somos ustedes y yo. Y no admiro el carácter que no desee mirar sus propias faltas a la cara.

No he llamado la atención sobre nuestros retrasos en ciencia simplemente para quejarme, sino para buscar la causa y señalar el remedio, un remedio que está en las manos del público general más que en las de los científicos.

¿Por qué, entonces, ha hecho tan pocos progresos la ciencia en América? Ciertamente uno no puede

 

atribuirlo a nuestras instituciones populares. Pues la nación más científica de la antigüedad era Grecia y la de los tiempos modernos es Suiza. Es frecuente decir que es porque somos un pueblo joven. Que tenemos que despejar los campos y comenzar la sociedad y que las cosas han de hacerse primero a grandes rasgos. Esa sería en efecto una excusa muy plausible. Pero, de hecho, a pesar de haber tenido que talar nuestros bosques y dar forma a los comienzos de la civilización, no trabajamos en absoluto a grandes rasgos. Constituye uno de nuestros mayores triunfos que en ningún lugar haya maquinaria y artesanía tan perfecta como en Estados Unidos. Ahora bien, la física no es más que la teoría de la artesanía, de la maquinaria y demás; y es sorprendente que no avance cuando la ejecución mecánica es tan perfecta.

Sin embargo, pienso que puedo decirles por qué la ciencia no ha ido mano a mano con la mecánica en nuestro país. Es porque la gente

 

ha hecho una distinción en sus mentes entre personas prácticas y teóricas; las primeras, experimentadas no en lo que se proponen hacer sino en los negocios en general, y ampliamente ignorantes de toda ciencia; y las segundas una especie de pedantes que nunca tuvieron éxito en conseguir que algo se hiciera realmente, que ni siquiera hacen avanzar la ciencia que profesan.

Esta es la distinción peculiarmente americana entre hombres prácticos y teóricos, una distinción perfectamente desconocida en Francia, por ejemplo, porque los hombres no caen realmente en esas clases, sino que, por el contrario, los más altos hombres de la ciencia teórica son los más prácticos de los hombres, su teoría y su práctica ayudándose perpetuamente una a la otra. Pero en América se hace la distinción porque existe. Existe porque los científicos están unidos a universidades y las universidades de nuestro país son instituciones tan pedantes y pedagógicas que la realización de investigaciones científicas originales, lejos de ser requeridas por un profesor o de elevar el prestigio de la universidad,

 

es positivamente mal vista como algo que tiende a interferir con su actividad pedagógica propia. Sé como es en Harvard, donde fui educado y donde recuerdo bien la lección inaugural del actual rector —un reconocido enemigo de la ciencia—, en la que exponía esas ideas de forma muy clara. También conozco Columbia y sé que la ciencia, quiero decir la investigación científica real, apenas es tolerada allí, o no tolerada donde pueden librarse de ella. En New Haven, la escuela científica fue dirigida durante años como una iniciativa privada de los profesores, y la universidad solo tomaba parte en ella cuando comenzaba a ser pecuniariamente provechosa.

 Si me preguntan por qué nuestras universidades han sido así, la respuesta es muy simple. Es porque han estado en las manos del clero, que —con su ojo único para la verdad— ha comprendido la naturaleza de la ciencia en todas las épocas y en todos los países tan poco como tiene el código de honor de este mundo.

 

Si me preguntan por qué nuestras universidades han sido así, la respuesta es muy simple. Es porque han estado en manos en parte del clero y en parte de otras personas no científicas, a quienes el espíritu de la ciencia, con su ojo único para la verdad, sin partidismos, presuposiciones ni ninguna otra pasión salvo la de la investigación, les era perfectamente extraño y desconocido.

Se dice que la excepción confirma la regla. Y se encontrará que las excepciones al bajo estado general de la ciencia en América son precisamente los casos para los que no sirve la explicación que les ofrezco. Por ejemplo, la astronomía es una ciencia en la que América ha tenido un alto nivel. Por hablar tan solo de descubrimientos que son generalmente inteligibles, más de 2/5 de todos los planetas menores de nuestro sistema descubiertos en los últimos veinte años, y todas las lunas de los planetas excepto una desde los descubrimientos de Herschel, han sido descubiertos en América.

 

La verdadera explicación de los anillos de Saturno, la descripción más exacta de la textura de la superficie del Sol y los mejores dibujos de los objetos celestes vienen todos de América. Ahora bien, la principal razón por la que hemos tenido tanto éxito en astronomía es que, aunque los observatorios están usualmente vinculados a universidades, tienen sin embargo bastante libertad. Son dirigidos principalmente por astrónomos que no están sobrecargados de docencia.

Una universidad en nuestro país, la Johns Hopkins University de Baltimore, ha sido desarrollada bajo principios directamente contrarios a aquellos que han gobernado las otras universidades. Es decir, solo allí se ha reconocido que la función de una universidad es la producción de conocimiento, y que la enseñanza es solamente un medio necesario para tal fin. En breve, los instructores y los alumnos forman allí un equipo donde todos están ocupados en estudiar juntos, algunos llevando las riendas y otros no. Soy incapaz de decirles cuánto trabajo valioso en filología y biología ha salido de esta pequeña institución, con apenas una docena de profesores y ciento cincuenta estudiantes, en sus cuatro años de existencia. Estoy seguro de que es mucho. Estoy más familiarizado con el trabajo en matemáticas y física y estoy orgulloso de decir —porque muestra la capacidad real

 

de América para ese trabajo— que en estos cuatro cortos años los miembros de esta pequeña universidad han publicado unas cien investigaciones originales, algunas de ellas de gran valor, casi igual a la suma de lo que han hecho las otras universidades en esa tierra (exceptuando en astronomía) en los últimos veinte años. Un único descubrimiento, hecho por Mr. E. H. Hall, de un efecto de la electricidad del todo nuevo es claramente el añadido más fundamental a la física que se ha hecho en cualquier lugar en muchos años.

En todas las ramas de la ciencia tocadas por el trabajo de las instituciones científicas de nuestro gobierno, tales como la Smithsonian Institution, el Coast Survey, las agencias geológicas, el Observatorio Nacional, el Signal Bureau, la Comisión de Pesca, el Army Medical Museum y la Oficina de Pesos y Medidas, etc. nuestra ciencia está a primer nivel y estamos enseñando al mundo.

Nadie ha pensado nunca que esas instituciones necesitaran una reforma de funcionarios civiles, pues la política nunca se ha mezclado con ellas en absoluto. Cuando creemos una gran universidad del gobierno que sea gobernada como esas instituciones, como uno de estos días debemos hacer, entonces la ciencia americana

 

comenzará a ocupar por primera vez en toda su extensión el lugar que deberíamos esperar que ocupase. Uno de los grandes partidos ha nominado para la presidencia a un hombre que, por la exactitud de sus estudios —aunque no sean de naturaleza física—, merece el título de hombre de ciencia. La inauguración de una gran universidad nacional, como punto culminante de la obra de un gran partido ilustrado, ¡no podría ser más apropiadamente desarrollada que bajo los auspicios del Presidente Garfield!

 



Notas

1. Este interesantísimo texto de Charles S. Peirce parece corresponder a una conferencia sobre la situación de la ciencia en América que pudo impartir en la cena con motivo del 4 de julio en París. No hay más datos sobre ese evento, si es que tuvo lugar: no se ha encontrado ninguna referencia a esa reunión en la prensa de París de esos días. Knight W. McMahan, quien catalogó por primera vez los papeles de Peirce (1941), pensó que este manuscrito podría ser el borrador de una conferencia que Peirce impartiría al final de una cena con motivo de la celebración del 4 de julio en París. Max Fisch anota que acepta esa afirmación pero que no ha encontrado ninguna evidencia en su favor. En la carta del 8 de julio de 1880 a Patterson Peirce le dirá que ha estado "muy enfermo con fiebres intermitentes". Por este motivo, Max Fisch anota que quizá Peirce no llegó a impartir ese discurso a causa de su frágil salud en esas semanas.

En todo caso, las ideas que expresa aquí Charles S. Peirce sobre la ciencia en América son reiteradas por él en muchos otros lugares, por ejemplo, en su recensión en Science en 1900 del volumen publicado con ocasión de la celebración de los diez primeros años de Clark University. Aunque la situación ha cambiado sustancialmente, las ideas aquí expresadas tienen un valor permanente. 





Traducción de Sara Barrena (2018)
Una de las ventajas de los textos en formato electrónico respecto de los textos impresos es que pueden corregirse con gran facilidad mediante la colaboración activa de los lectores que adviertan erratas, errores o simplemente mejores traducciones. En este sentido agradeceríamos que se enviaran todas las sugerencias y correcciones a sbarrena@unav.es
Proyecto de investigación "La correspondencia del tercer viaje europeo de Charles S. Peirce (septiembre-noviembre 1877)"

Fecha del documento:7 de octubre 2018
Última actualización: 21 de marzo 2022

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