El eclipse solar mediterráneo

Zina Fay Peirce

("The Mediterranean Solar Eclipse", The Galaxy, vol. 12/2, agosto 1871, 179-194)
 
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Harper's Weekly, del 28 de agosto de 1869, p. 1.

Cuando los astrónomos regresaron de Kentucky a Cambridge después del eclipse solar total de 1869, tan llenos del gran fenómeno y de sus tentadores pero llamativos misterios, que estaban determinados, si fuera una cosa posible, a ver el que iba a tener lugar en España y en Sicilia al año del siguiente diciembre, pensé para mis adentros que realizar tal viaje por la posibilidad de un momento era verdaderamente la típica extravagancia del entusiasmo científico.

 

Sicilia, en particular, siempre me pareció una "última Thule": uno de los sitios de  punto de partida del mundo, en el que, de haber brillado el sol mañanero de la civilización, se había desvanecido hacía tanto que era todo uno solo, como si la isla nunca hubiera emergido de la medianoche de la barbarie. Es verdad que yo era levemente consciente de que en los prósperos días de Grecia, Atenas había empezado su propia ruina por el asedio de Siracusa en Sicilia; además de que en la época dorada de Roma, Sicilia era su granero, y de que sus esclavos blancos que desarrollaron las espléndidas cosechas fueron tratados tan espantosamente que se levantaron en contra de sus amos en la más desesperada insurrección, que en las épocas feudales tanto los normandos como los emperadores alemanes habían tenido algo que ver con Sicilia, y que una vez hubo una masacre llamada "Las vísperas sicilianas". Pero la historia para mí es completa y absolutamente vaga y brumosa, y en cuanto a su geografía si alguien me hubiese preguntado sobre si sus habitantes deambulaban por el Monte Etna con un hombro envuelto en pieles, o  si caminaban por las calles pavimentadas con ropa del siglo diecinueve, yo probablemente habría respondido "Estoy segura de que no lo sé"; y aun así, querido lector, ¡yo asistí a la "escuela pública" en mi juventud, y con frecuencia estuve entre las primeras de mi clase!


Mapa de Sicilia 1870 de Heinrich Kiepert

 


Zina en Berlín, 1876.
[Fuente: J. Brent, Charles S. Peirce. A Life.
Bloomington: Indiana University Press, 1998, 63]

Cuando, por lo tanto, los destinos de las cosas de hecho habían traído a colación que los Estados Unidos le concedieron al Coast Survey $29.000 para ir y observar el eclipse, y de repente me encontré siendo miembro de la propia división de expedición del profesor Peirce, siendo lo último en mis pensamientos que encontraría algún placer en visitar Sicilia. Lo que debería ver en mi viaje allí y a la vuelta era una gran expectativa para mí, y clasifiqué a Sicilia junto con el viaje a través del Atlántico, como el inevitable aburrimiento que de cierta forma u otra persigue todo disfrute humano y es soportado por su bien. Supuse que el bello Nápoles sería nuestro último estadio de civilización, y ahí me preparé a mí misma para infinitas suciedades, pulgas y malas cenas, hasta que viéramos una vez más su celestial bahía y escucháramos de nuevo el deleitable alboroto de sus calles.

 

Es un hecho verdaderamente italiano que no hay todavía una tren desde Nápoles hasta el final de la península —la punta de la bota— de modo que, en vez de poder cruzar desde Italia a Sicilia con un ferry en una hora, tienes que tomar un vaporcito en Nápoles y costear la orilla italiana durante un día y una noche, más o menos, como sucede, hasta que llegas a Mesina. Y es igualmente un hecho peculiar italiano que no hay embarcadero en la bahía de Nápoles en el que pueda atracar el mencionado vapor, sino que tu equipaje y tú han de ser llevados a remo en un bote en la oscuridad y hay que subir al vapor por una estrecha escalera; si esto sucede durante una lluvia torrencial, como era el caso con nosotros, uno se acuerda de su tierra natal en la que los muelles están cubiertos y amplias pasarelas son un derecho natural tanto como el voto. Desafortunadamente habíamos tomado la línea Peirano en lugar de la línea Florio y nos encontramos a la mañana siguiente, después de una noche no mala, a bordo de un barco cuya cubierta era mugrienta más allá de lo imaginable, y llena de soldados italianos y de bravos de ópera: no sé de cuáles de los dos. Sin embargo, probablemente con el vapor se había adquirido una hermosa y pequeña biblioteca en inglés, y como el Mediterráneo estaba suave y cristalino, preferí recluirme en un sofá en el camarote y permanecer durante el día con las Reminiscencias del Dr. Johnson de Mrs. Piozzi, a pasarlo arriba mirando a los Apeninos que se alinean en la orilla, pues son las montañas más repelentes que he visto, grises, calvas y desnudas, sin nada grande que las redima: muy parecido al esqueleto del carácter del italiano moderno.


Fotografía estereoscópica del puerto de Napóles, c. 1870, hecha por Giorgio Sommer

 


Marina de Mesina, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

Llegamos a Mesina sobre las 9 de la noche —una noche dulce, exquisita y estrellada— y fuimos llevados a remo a la orilla de la misma primitiva manera en la que habíamos embarcado. Las ventanas de atrás de nuestro hotel miraban sobre el puerto, de modo que pronto llegamos a él; y, con su puerta de entrada de almacén, en el Hotel Victoria, construido en torno a un patio interior redondo con sus pilares de piedra, galerías y escalera; si no era "siciliano", era ciertamente diferente de cualquier otro que hubiera visto.

Fui conducida hasta el tercer piso, hasta precisamente la habitación para una estancia de verano: grande, oscura, con suelo de piedra y una amplia ventana enrejada colocada en una gruesa pared, y mirando hacia la bahía con sus luces, y al cielo con sus estrellas, de una manera tan romántica que conforme me reclinaba en la vieja ventana para soñar, no podía menos que pensar que muchos tiernos amantes se habían declarado su amor el uno al otro en una noche como esta en aquel mismo lugar.

 

La mañana siguiente estábamos levantados muy temprano para tomar el primer tren a Catania, nuestra ciudad de destino que, en América, yo había imaginado como un pueblo de casas desperdigadas en el que no había nada adecuado para comer. El vagón del tren era nuevo y muy elegante, con sus cojines de un soso brocado, y el viaje de cuatro horas a lo largo de la orilla del mar, fue ciertamente uno de los más bellos que he hecho en mi vida.

Por un lado, el Mediterráneo brillaba como plata a la salida del sol entre una orilla llamativa y las montañas azules italianas a lo largo de los estrechos; y en el otro lado, estaba el paisaje siciliano, con sus agrestes colinas cubiertas de gruesos y salvajes cactus, coronadas, aquí y allá, por un castillo, un monasterio, una ruina, y cortadas por los amplios lechos de inmensos torrentes a cuyas agrestes orillas las mujeres quizás estuvieran allí lavando; con sus huertos de limoneros y naranjos cargados de frutos, y sus viñas podadas para el invierno; con las calles de sus pueblos, cuyos habitantes y trabajadores gustan de sentarse al sol, algunos de ellos tan oscuros que recuerdan a uno de África, en verdad, no está lejos; y en ningún lugar hay árboles: la guía dice que, como hace doscientos años o así, los habitantes pensaban que los pájaros dañaban su espléndido cultivo de grano, cortaron los grandes bosques que, hasta entonces, habían caracterizado a Sicilia; y ahora toda la isla sufre cada año más por falta de agua.


Mapa de Sicilia [Fuente: Conociendo Italia]

Así es la sabiduría "popular" y juzgando por la pasión sin sentido de tender vallas que está devorando este país [Estados Unidos], de secar la tierra antes de su tiempo y dividirla en parcelas con líneas rectas como una falda escocesa, es también un muy buen ejemplo.

Mirando hacia afuera del tren, a los recursos de esta maravillosa isla comparada con su desarrollo, uno de nuestro grupo dijo, en lenguaje americano coloquial, "si los italianos pudieran ser echados de Italia, qué espléndido país sería". Otro sugirió, "qué espléndido país sería si los italianos pudieran ser limpiados en Italia" y en medio de una risa general, esta corrección fue aprobada.

 


Vista del Etna desde el Giardino Bellini, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

Me parece que estábamos a medio camino de Catania cuando tuvimos nuestra primera vista del Etna, y una muy desagradable, como supongo ocurre generalmente, en particular si uno acaba de abandonar Nápoles.

Es casi tres veces más alto que el Vesubio, pero el Vesubio tiene la ventaja de elevarse abruptamente desde el llano, cerca de ti, sin colinas de por medio, de modo que la altura total es llamativa; mientras que la base del Etna es de alrededor de unas ciento veinte millas, y la ladera es tan gradual que, aunque supere a muchos Vesubios, como pigmeos en su poderoso seno, su cima nevada es demasiado distante y demasiado enana en sus otras proporciones para afectarle a uno, a primera vista, con su verdadera grandeza.

¡Aquí estábamos nosotros, sin embargo, en la tierra de la historia clásica, y contemplando realmente aquel Etna en el que los cíclopes fueron prisioneros de Zeus, mientras que poco después estábamos rodeados por las mismas rocas que Polifemo, con un solo ojo, había arrojado al mar tras Ulises!

 

Sicilia es, sin duda, una tierra encantada. Yo no pensaba lo mismo cuando a las diez de la noche llegamos a Catania y fuimos recibidos en la estación por la vanguardia de la expedición, que informó al profesor Peirce de que las autoridades de la ciudad habían puesto el monasterio vacío de los Benedictinos al servicio de las expediciones americana e inglesa del eclipse, y que el hotel era "excelente".

Pronto llegamos a él y lo encontramos grande y nuevo, rodeado de un jardín y cuidado por un generoso alemán de cara honrada [Herr Werdenberg], que nos daba el máximo del confort que uno puede obtener en el continente. Todo estaba fresco, limpio y aireado; y aunque no había chimeneas, las alfombras en los suelos (cosa casi desconocida en Sicilia) proporcionaban el calor extra que requería la época.

Era el 12 de diciembre, pero mi gran ventana estaba completamente abierta, las cortinas revoloteaban en una brisa suave, y desde mi balcón podía o bien mirar abajo a un rosal floreciente en el jardín, o por encima de los tejados a la cima nevada del Etna, que con toda su majestad llenaba el horizonte norte y parecía dominar toda la región alrededor de ella. La copa de nuestro contento se desbordó completamente cuando, habiendo encontrado Sicilia, Catania, nuestro hotel, y nuestras habitaciones todo encantador, fuimos llamados abajo para un "desayuno de tenedor" [fork-breakfast], como libremente lo tradujimos, y nos sirvieron un pescado delicioso un hermoso bistec, patatas fritas, café y vin ordinaire tanto como uno pudiera querer.


Monasterio de los Benedictinos de Catania en la actualidad 
[Fuente: Monastero dei Benedittini Catania]

 


Naufragio del Psyche
[Fuente: The Graphic, 21 de enero 1871, p. 61]

Pero el día que había comenzado tan auspiciosamente estaba destinado a terminar en tristeza. Justo antes de cenar llegaron las conmovedoras noticias de que la expedición inglesa, que había de llegar a Sicilia desde Nápoles, mediante el barco del gobierno Psyche, había naufragado fuera del puerto de Catania, y que todos ellos estaban en el hotel. Al anochecer conocimos los detalles, y fueron, en verdad, una descripción muy dolorosa. Parecía que este barco era el barco de despachos del propio Almirante, el mensajero mimado de la Armada Británica, amueblado por completo de caoba y terminado de la manera más hermosa; de hecho, fue el mismo barco que llevó al príncipe y la princesa de Gales a Egipto.

Había sido puesto al servicio de la expedición del eclipse, y tenía que llevar a varios observadores a diversos puntos, de acuerdo a cómo se decidiera una vez que todos llegaran a Catania. Habían casi llegado al puerto aquella mañana y navegaban un poco más cerca de la orilla que la ruta habitual, para dar a la expedición una mejor vista de la hermosa costa, cuando el capitán fue alejado del timón por un momento y mientras él estaba ausente, el teniente cambió la ruta del barco. ¡Desgraciadamente! Bajo un sol brillante, en un mar como el cristal, el barco chocó contra una roca no identificada en el mapa y fue completamente perforado en un momento. Solo hubo tiempo para poner a salvo a los observadores con sus instrumentos y su equipaje, pero los oficiales y la tripulación lo perdieron todo.

El joven capitán que estaba al mando llevaba solo tres meses a su cargo y era su primer barco, mientras que la terrible regla de la Armada Británica es que a un capitán que pierde una vez un barco nunca se le dará otro, sino que permanecerá con media paga de por vida. Más aún, la propia expedición del eclipse, entendimos, no era popular en Inglaterra. Cuando el profesor Peirce llegó a Londres encontró una casi completa apatía sobre este asunto y estaba temeroso de que los ingleses no fueran a enviar ninguna expedición, de tal modo que no dudó en apelar, de la manera más enérgica, a los científicos, incluso al Gobierno, de no dejar que los americanos y los italianos fueran las únicas naciones interesadas en aquel gran fenómeno. Su entusiasmo era comunicativo; los científicos hicieron sus preparativos para ir y el Gobierno les aseguró 2.000 libras y el uso del Psyche. Pero todavía, como uno de ellos nos dijo, habían dejado detrás mucha oposición y acaloramiento en Inglaterra, y haber sufrido este terrible infortunio como primera cosa, y que recayera sobre el joven capitán, que se había ganado todos sus corazones, era estremecedor. Robó el júbilo de ambas expediciones desde el principio1.

 

Catania fue fundada por los griegos hace dos mil seiscientos años, pero ha sido destruida tantas veces por guerras y terremotos que no queda rastro de la ciudad antigua, y los restos griegos y romanos que quedan, están mayoritariamente bajo tierra. Es una alegre ciudad de 64000 habitantes, construida sobre la costa, y tiene un paseo marítimo público, un jardín público, una universidad, una catedral, y otras iglesias. Yo diría que son alrededor de cientos (pues me pareció que pasábamos por una con tan solo dar unos pasos), y todas ellas están en esa base y arquitectura invertida que parece que se desarrolló en la Iglesia Romana desde la Reforma. La fachada de la iglesia italiana moderna está completamente vacía de belleza y, sin importar su coste, tiene la expresión más degradada como cualquier cosa que mis ojos han visto hasta ahora. En Roma, me parece que las fachadas son por lo regular peculiarmente inquietantes; pero en Catania muchas de ellas tienen un toque de grandeza que las redime un poco. Para cuando había llegado a Nápoles, estaba muy cansada de caballos de bronce y leones de mármol, y empecé a pensar acerca de por qué no han sido escogidos otros animales para adornar los espacios públicos, cuando, lo primero que vi en Catania, en medio de la plaza de la catedral, fue un elefante en pie con un obelisco sobre su espalda, con un aspecto tan viejo, que tuve miedo de indagar sobre su edad y luego descubrir que era moderno. El elefante es el emblema de Catania, y pensé que era tan original el hecho de haber ido hasta el este, a lo mejor, hasta Pirro y Aníbal como inspiración, que ya por eso me hizo tener cariño a la ciudad. Y, en efecto, tengo un gran respeto a su gente por su industriosidad. Muévete por cualquiera de sus calles y, en contraste con cualquier otra ciudad italiana que recuerde, verás a los hombres, mujeres y niños, incluso los muy pequeños, dentro de sus casas tan ocupados como sea posible. Tampoco hay ni de cerca tantos objetos degradados y miserables abandonados como en otros lugares.


Fuente del elefante, Catania [Fuente: Wikipedia]

 


Claustro de los Benedictinos, Catania, foto de Giorgio Sommer, c. 1870

Pero la gloria de Catania es el monasterio benedictino, ahora vacío, del cual se pude decir sin excepción alguna que es el más imponente de Europa. La iglesia que le pertenece es tan amplia como una catedral, y contiene un órgano inmenso no superado en el mundo. El monasterio en sí está construido alrededor de dos jardines y tiene un bellísimo pasillo para su biblioteca, con piso embaldosado y un techo con frescos, y uno similar para su refectorio. En la parte trasera hay un amplio jardín compuesto de tierra que llegó allí producto de las rocas negras de lava, y tan bello como un sueño, con sus caminos entre limones y naranjas y rosas, y al fondo, una gran terraza de piedra que tiene la vista más espectacular del majestuoso Etna que se pueda imaginar. Los monjes eran en su tiempo los "expertos", y el monasterio en cualquier ciudad muy probablemente está en el mejor lugar. Había espacio suficiente para alojar a mil monjes, todos nobles. Habían reducido el número a unos cuarenta, y hace cuatro años, junto con todos los otros monjes de Italia, fueron "suprimidos". Ahora su ancho y en efecto magnífico hogar va a decaer; los grandes corredores y escaleras están sucios; el recibidor esculpido de mármol con polvo y telarañas; su iglesia desolada, su biblioteca desierta; su comedor con frescos profanado y arruinado por los escenógrafos del teatro; sus exquisitos jardines descuidados y rápidamente llenos de hierbas; incluso el rico órgano está en silencio, pues el monje que lo toca no exhibirá su amado instrumento por dinero, y ahora solo hay unas pocas celebraciones en la iglesia al año. ¡Es un desperdicio terrible! Estos monasterios serían las más espléndidas escuelas y universidades del mundo, si tan solo los italianos los usaran para estos propósitos; pero se dice que hay tantos por toda Italia, que las autoridades no saben qué hacer con ellos, por lo que los dejan decaer, del mismo modo que los ingleses hicieron con los suyos durante los tiempos de la Reforma; y algún día, como ellos, se arrepentirán de no haber gastado unos cuantos cientos en reparar lo que costó decenas de miles en construir, y una vez perdido, jamás será reemplazado.

 

No fue nada menos que este gran lugar que la ciudad había cortésmente puesto al servicio de los observadores, y ese mismo día después de nuestra llegada todos decidieron desempacar sus instrumentos. Nuestro grupo experimentó un revés lo primero. Al organizar la expedición, el profesor Winlock del Observatorio de Cambridge había inventado para los espectroscopios que él y su asistente, el señor C. S. Peirce, habían utilizado en el eclipse el año anterior, un ajuste que él llamaba "grabador acromático", para el cual durante el eclipse, el observador podía contar él mismo las líneas del espectro que veía, en lugar de que otra persona lo hiciera por él. El señor Peirce tenía gran interés de utilizarlo, pero fueron abriendo caja por caja y no apareció. ¡No estaba allí! Hubo mucha consternación y mucho enviar telegramas; pero el instrumento se había ido a España, por algún malentendido en el cual se creía que el señor C. S. Peirce se uniría al equipo del profesor Winlock allí en vez de en Sicilia con su padre. Afortunadamente, los ingleses tenían más periscopios de los que necesitaban, y muy amablemente le dieron uno, de no ser así, se habría quedado sin ningún instrumento. En cuanto a mí, había esperado que me colocaran en "observadores generales", pero para mi consternación me fue dicho que debía hacer un boceto de la corona. Yo considero que puedo hacer un dibujo muy fiel de un objeto si tengo tiempo suficiente, pero no soy muy rápida con el lápiz, y no me atrevo a fiarme de mi memoria de objetos, igual como algunas personas no pueden confiar en su memoria musical sin las notas. Decidí que el único dibujo por el cual podría avalar sería solamente lo que consiguiese hacer en el momento del eclipse. Así que seguí el consejo del señor Lockyer e hice un dibujo rápido de una antigua corona de Secchi —lleno de rayos y largas corrientes, pero era el único que tenía— y colgándolo del tapiz de mi cama, practiqué diligentemente durante toda la semana, hasta que pude dibujarlo varias veces en un minuto. También usualmente hice bocetos de las nubes de vapor que rodaban fuera del Etna, cambiando de momento a momento, y cualquier otro objeto que mi ojo viera repentinamente. Mientras tanto, los otros observadores estaban en el monasterio, instalando sus instrumentos y practicando con ellos. Y así, los diez días pasaron y el memorable día 22 se acercaba.


[Fuente: Appendix No. 16. Reports of Observations 
upon the Total Solar Eclipse of December 22, 1870
]

 

Todo el interés del eclipse solar de 1870 se centraba en la corona. Hasta este eclipse, otros y menores fenómenos habían dividido la atención de los astrónomos. Los cambios de color en el cielo, nubes y paisaje; el acercamiento y retroceso de la oscura sombra al ritmo de una milla por segundo; las perlas en las que el creciente del sol se separaba justo antes de la totalidad; el grado de oscuridad durante la totalidad; el resplandor proveniente de las estrellas; las rojas llamas o "prominencias" alrededor del disco lunar —todos estos habían sido tan interesantes para el observador, como el tamaño, forma, color, y estructura de la corona. Pero todos estos estaban ya resueltos y comprendidos, mientras que la corona, aun siendo ciertamente la característica más impactante de un eclipse a la vista, era todavía un misterio, y por tanto había pasado a ser el problema más absorbente atrayendo la atención de la ciencia solar.

"Imagine, en la partida del último rayo de sol en su retirada detrás de la luna, una terrible tiniebla difundida sobre la faz de la Naturaleza; y alrededor un oscuro círculo cerca del cénit, una inmensa gloria radiada como una nueva creación en un momento estallando en la mirada, y por varios minutos fijando la mirada del hombre en silencioso asombro". El eclipse solar aquí tan bellamente descrito es el visto en Albania en 1806, y la "gloria" de la que se habla es esa corona para cuya investigación tanto tiempo, dinero y reflexión se ha invertido desde entonces.

La astronomía ha sido extrañamente afortunada en tener seguidos tres eclipses solares en tres años consecutivos en lugares accesibles. El primero fue en la India en 1868, donde por primera vez en un eclipse solar los maravillosos poderes del espectroscopio se pusieron en juego. Con esta ayuda, los observadores ingleses esperaban descubrir de qué elementos tanto las prominencias rojas como la corona estaban compuestas. Con esta última no tuvieron éxito, solo un observador, el Major Tennant, obteniendo un resultado indefinido de "un débil [o sutil] espectro continuo, sin líneas oscuras o claras" —esto es, con nada que mostrara si la corona brillaba por su propia luz o por luz reflejada del sol. Pero descubrieron que las prominencias eran inmensas lenguas de luz o espiras de hidrógeno intensamente calentado, que estallaban hacia arriba desde el sol hasta una altura de 50.000 a 150.000 millas, o jugaban a su alrededor en bajas oleadas de llamas. Además, Jannsen descubrió que con el espectroscopio podía continuar observando la prominencia a la que había estado mirando durante la totalidad mucho después de que se acabara; y simultáneamente Lockyer en Inglaterra descubrió que las prominencias podían ser estudiadas en cualquier día despejado, y que pertenecían a una atmósfera llena de hidrógeno que envolvía al sol y que él llamó la "cromosfera".

 


William Harkness [Fuente: Wikipedia]

Los observadores, de todos modos, no encontraron todas las líneas que habían sido vistas durante el eclipse, y sí vieron otras que no se habían notado durante el mismo en absoluto. Gran parte del precioso tiempo de nuestro propio —magníficamente claro— eclipse de 1869, por consiguiente, tuvo que ser dedicado a verificar estas observaciones en conflicto. El profesor Winlock puso su atención en contar las líneas espectrales de las prominencias, y su asistente, Mr. C. S. Peirce, en determinar si las prominencias eran idénticas en constitución observando las diferencias en la intensidad relativa de las mismas líneas en esas formas distintas. Los profesores Young, Harkness, y Pickering, sin embargo, observaron la corona, y dieron a la astronomía el primer conocimiento definido de su constitución. A juzgar por la incredulidad con que sus observaciones eran recibidas en Inglaterra, el triunfo para la ciencia americana era muy valioso. "A partir del débil, continuo, espectro tintado de arcoíris visto por el [Major] Tennant en la India, el profesor Harkness vio una línea verde brillante; el profesor Young reconoció la misma línea y sospechó de la existencia de otras dos; y el profesor Pickering vio tres líneas brillantes". Estas observaciones dijeron al mundo científico en inconfundible lenguaje espectroscópico que la corona contiene alguna sustancia que brilla por su propia luz. ¿Qué es esa sustancia? Su lugar en el espectro es o casi corresponde con la de una línea verde (1474 de la escala de Kirchhoff), que pertenece al espectro del brillante vapor de hierro. La conclusión del profesor Harkness por tanto fue, que "la corona es una muy enrarecida auto luminosa atmósfera rodeando el sol, y quizá principalmente compuesta por el incandescente vapor de hierro".

 

Pero en la aurora boreal hay una línea verde que también corresponde al 1474 de Kirchhoff. De aquí surgió la muy natural teoría de que la corona es una perpetua aurora solar, y esta es la adoptada por el profesor Young. El profesor Winlock fue inicialmente sorprendido por esta postura, pero al regresar a Cambridge tras el eclipse y revisar las observaciones, formó una hipótesis distinta. Porque las fotografías tomadas en esta ocasión tenían también algo que decir. Hasta ahora, las fotografías de eclipses totales habían sido tomadas a través de un telescopio, primero pequeñas y después aumentadas. El profesor Winlock dispuso para tomar fotografías a través de un telescopio del tamaño deseado directamente, y esto resultó mucho más exitoso en proporcionar las verdaderas dimensiones de la corona. Pero no tomaba de la corona todo lo que es visible a simple vista. Solo las porciones interiores y más brillantes aparecían en el negativo, las largas "radiaciones" exteriores, como algunos las llaman, estaban enteramente ausentes. ¿Qué significaba esto? Como lo interpretaba el profesor Winlock, significaba que la corona es doble, y consiste primero en una capa interior luminosa de gas, marcadamente cuadrilateral en forma, la cual es la verdadera atmósfera solar2; y segundo en serpentinas o radiaciones exteriores formadas de los vapores o gases de nuestra propia atmósfera superior, y variando con sus propias condiciones variables. El profesor Winlock afirmó estas como sus conclusiones en una carta a Mr. Lockyer tras el eclipse de 1869, pero la carta no se publicó en Nature, y ni ella ni las comunicaciones de los otros astrónomos americanos hizo ninguna impresión en el gran espectroscopista solar, siendo su teoría que el sol no tenía cubierta fuera de la cromosfera o cubierta de hidrógeno, y que por tanto la corona era simplemente "un fenómeno terrestre debido al paso de los rayos del sol a través de nuestra atmósfera".

En 1870 entonces el problema de la corona estaba así: El gran orbe luminoso del sol se llama "fotosfera"; su cubierta de hidrógeno se llama "cromosfera". Ahora ¿había todavía otra cubierta del sol más allá de esta (sea un vapor brillante o una aurora), que en un eclipse aparece como toda la corona, como el profesor Young suponía? ¿O era la corona nada más que un efecto de nuestra propia atmósfera, como Mr. Lockyer mantenía? ¿O era, de acuerdo con la posición del profesor Winlock, en parte solar y en parte terrestre?


Norman Lockyer (c.1897) [Fuente: Wikiwand]

 


Grupo de observadores británicos en una terraza del patio 
del Monasterio de Benedictinos, Catania, diciembre 1870.
Fuente: Royal Astronomical Society. Sciencephotolibrary
[RAS Archives, ADD. 94, n. 40, Syracuse 1870]

Puede imaginarse fácilmente cuan ansiosamente, durante los diez días previos al eclipse, los astrónomos observaron el tiempo que tan fácilmente podría obstaculizar una respuesta a estas preguntas. Los observadores del profesor Peirce en Sicilia eran unos doce, pero la expedición inglesa era mucho más numerosa. A su cabeza estaba el mismo Mr. Lockyer, el más eminente espectroscopista solar en Inglaterra, y con él iban el distinguido químico profesor Roscoe del Owens College, Manchester, el profesor Adams de King's College, Mr. Vignolles, un famoso ingeniero y contemporáneo de Robert Stephenson, y una multitud de inteligentes y educados jóvenes, completamente armados y equipados con instrumentos, instrucciones, y entusiasmo.

Mr. Lockyer desde el inicio le impacta a uno como un hombre genial. Es muy pequeño y compacto, con una placentera y casi vivaz cara y maneras francas e impulsivas, y con tanta energía nerviosa que parece el típico americano en vez de sus propios más calmados compatriotas. Estaba evidentemente tan impaciente por ver con sus propios ojos si ciertamente la corona sería algo más que la continuación de su "cromosfera", y por su dominio de la materia tenía tal derecho de verlo (por hablar à l’Américaine), que confieso que yo esperaba que estando cualquier otro decepcionado él no lo estaría. Él estaba acompañado por Mrs. Lockyer como su propio asistente, una mujer tan tranquila como su esposo es excitable, pero que persigue su ciencia, y ha escrito varios libros sobre esta, de modo que juntos parecen llevar esa doble vida dedicada a un fin de la cual oímos no infrecuentemente en Inglaterra, pero de la cual en este país, hasta donde yo sé, el profesor y la señora Agassiz son los únicos ejemplos. El profesor Roscoe me pareció no solo el típico, sino el ideal Englishman; el vikingo de cabello hermoso traducido en hombre moderno, caballero, y savant, y con una cierta dulzura, una serena y amplia y graciosa amabilidad de porte, que yo nunca vi en un americano; pues en nuestra marcha y agitación de vida es imposible.

 

El gran día comenzó por fin con esplendor, después de viento y nubes la tarde anterior, y una lluvia en la noche que hizo a nuestros corazones estremecerse por miedo a que durara. Simplemente lavó la atmósfera hasta una perfecta claridad; sin embargo, estábamos todos exultantes, aunque algo inseguros sobre los observadores que habían subido al monte Etna, pues la montaña completa estaba envuelta en un blanco manto de nieve. El marqués de San Giuliano, un líder noble de Catania y miembro del senado italiano, había ofrecido a los observadores el uso de dos villas como diferentes puestos de observación. Mr. Lockyer, sin embargo, decidió permanecer en el monasterio con una división de sus observadores. El profesor Peirce estacionó allí también a nuestros fotógrafos y al observador del tiempo, Mr. Schott. El profesor Roscoe y su expedición tomaron el monte Etna, donde nosotros estábamos representados por el Dr. Peters de Hamilton College, Nueva York (quien en años pasados había estudiado todo el Etna), y por el general Abbot de los U.S. Engineers, quien dibujaría la corona desde el punto más alto posible. El profesor Adams llevó a una gran expedición, principalmente polariscopistas, a Agosta y Villamonda, y dos fotógrafos ingleses fueron a Siracusa, donde también el profesor Harkness, Newcomb, Hall e Eastman estaban estacionados por parte de la U.S. Navy. El profesor Watson de Ann Arbor, Michigan, puso su estación en Carlentini para dibujar la corona, mientras el profesor Peirce aceptó la invitación del marqués para su propia expedición, y con su hijo, yo, y algunos amigos americanos marchó a la Villa San Giuliano, que está a dos o tres millas al norte de Catania, en el camino hacia el Etna y cuesta arriba casi todo el camino.

Llegamos unas dos horas antes de la totalidad, que tendría lugar a las dos en punto, y encontramos la villa como una especie de paraíso terrenal. La primera cosa que vimos al llegar fue un manto de geranios escarlata en totalmente en flor, y una pared cercana estaba cubierta de una gran enredadera llena de flores moradas. El marqués y su hijo nos recibieron cortésmente en los escalones de la villa, y nos presentaron a un grupo de amigos que habían subido también a presenciar el gran evento. La terraza frente a la casa dominaba la más encantadora vista del valle abajo, con Catania y su puerto en el centro, y el Mediterráneo extendiéndose ampliamente más allá, mientras sobre todo ello colgaba el brillante sol, todavía inconsciente del oscuro enemigo que estaba acechando sus rayos para pronto cubrir su "gloriosa faz" del mundo. Todos elegimos nuestros puestos de observación: el profesor Peirce en una elevación detrás de la casa, Mr. C. S. Peirce en el jardín con su polariscopio, el Marqués y sus invitados en la terraza, y yo y otra dama en una habitación de la villa justo encima de esta. Una mesa había sido preparada para mí ante una ventana dominando el paisaje antes mencionado, y a la una y cuarto, con mis materiales de dibujo frente a mí, me senté para esperar la totalidad con el corazón palpitante. Había estado copiando rayos toda la semana, y si había algún rayo en la corona, rayos estaba determinada a ver; pues no podía aguantar la idea de aceptar tanto placer de los Estados Unidos y no devolver nada. Un fuerte viento sopló sobre mí y me enfrió los dedos, pero en la emoción ni lo sentí mucho ni me enfrié. Por algún tiempo el sol reinó supremo, y hasta alrededor de media hora antes de la totalidad mantuvo todas las nubes a distancia a pesar del enemigo que ahora se estaba acercando a él. Pero entonces de repente saltaron sobre su disminuido creciente y lo rodearon, ahora acercándose, ahora separándose, hasta que, cuando no era más que un disminuyente anillo plateado, se unieron en una densa pared de tormenta, sólida desde el mismo horizonte, y lo ocultaron completamente de nuestra vista. No tenía reloj conmigo. Los caballeros caminaban en casi completo silencio de arriba a abajo de la terraza, y mientras yo estaba sentada observando ese incesante velo gris la lluvia empezó a caer. El paisaje estaba muy oscuro (aunque no más, ni más peculiar en su tono, que los que he observado frecuentemente justo antes de súbitas tormentas), y mientras largos segundos pasaban me sentí segura de que la totalidad estaba ocurriendo tras ese intolerable manto, y de que toda esperanza se había acabado.      

 

Fotografías del grupo de observadores norteamericanos el 23 de diciembre de 1870, jardín del monasterio de los Benedictinos, Catania, Sicilia. Para la identificación de las personas que en ellas aparecen puede verse: "Grupo de observadores americanos del eclipse solar 23 diciembre 1870, Catania, Sicilia" (A) y "Grupo de observadores americanos del eclipse solar 23 diciembre 1870, Catania, Sicilia" (B).

Querido lector, si tienes una debilidad, y alguna vez emprendes el observar un eclipse total, donde la frialdad y la presencia de mente son los primeros requisitos, ten por seguro que esa debilidad te descubrirá. Yo tengo nada menos que dos —dos pequeños pero intensos impulsos, restos del pecado original, supongo, de los que no perdonarme es para mí siempre un esfuerzo, y que frecuentemente me han causado seria molestia, y supongo que frecuentemente lo harán de nuevo. Uno de ellos es, tan pronto como toda aparente utilidad se termina para una cosa, deshacerme de ella. Tan pronto como he leído una carta anhelo ponerla en el fuego. Siempre que mi marido ha usado lo suficiente un abrigo (como yo creo), yo deseo regalarlo, etc. El otro es, que cuando estoy en una tremenda urgencia con cualquier cosa y muy agitada con el pensamiento de que no tengo suficiente tiempo en el que hacerlo, en vez de simplemente ir al punto principal, soy muy propensa a intentar conseguir algo no esencial conectado con ello, lo cual por supuesto me da toda oportunidad para estar atrasada del todo, y a veces de hecho me hace estarlo. Ahora, ¿por qué de todos los momentos en mi vida deberían estos dos impulsos combinarse contra mí como lo hicieron? Pues, por miedo a que fuera demasiado oscuro para que yo viera el bosquejo durante la totalidad, como a veces es el caso, se me había proporcionado una linterna oscura. La había encendido con dificultad en el fuerte viento, la había tenido encendida por un tiempo. No era más que un pequeño trozo de vela lo que había en ella. No debería usarla nunca de nuevo. ¿Por qué, entonces, no podría haberla dejado encendida incluso suponiendo que la totalidad había terminado? Pero no. Si la totalidad estaba terminada, como yo estaba segura de que estaba, el cometido de la vela quemándose se habría ido; ciertamente su llama era una burla si no un insulto. De cualquier manera, el impulso No. 1 vino fuertemente sobre mí, y en mi dolor de corazón ¡la apagué! Unos cientos de segundos después de que un caballero subiera las escaleras con un reloj, de quien supe la hora. Faltaban todavía cinco minutos para la totalidad, y la nube había empezado a parecer más delgada, Escandalizada por mi propio atolondramiento, intenté encender mi linterna de nuevo, pero el viento y mi agitación ambos unidos eran demasiado para mí. Me rendí y miré hacia el sol. Él estaba allí. Las nubes se habían roto y la totalidad no había empezado todavía, pues había un hilo de él, solamente un hilo, restante. Por supuesto debería haber dejado ir todos los pensamientos de la linterna, y prestado toda mi atención al gran espectáculo y sus accesorios. Pero mi demonio de lo imposible, o impulso No. 2, me incitó una vez más a intentar encender la mezquina sosa, e hice otro esfuerzo, que fue pronto cortado por una brillante luz roja como de fuego cayendo sobre mi papel, u miré hacia arriba justo  a tiempo para ver las nubes del horizonte que bordeaban el mar transformadas por él en brujas danzantes, y para alcanzar a ver las perlas en los que el creciente del sol se divide mientras desaparece. En otro segundo, en un pequeño lago de despejado cielo, casi como por milagro, estaba la totalidad que tan lejos habíamos venido a ver – el negro disco lunar, la blanca corona a su alrededor, una brillante estrella cerca de ella; y simultáneamente los sicilianos en la terraza estallaron en la más tremenda agitación, gritando y celebrando y cantando "Stel-la! Stel-la!" (La estrella! La estrella!) y manteniéndolo durante todos los cientos de segundos de la totalidad, ¡Pero qué diferente era la corona de lo que yo había esperado!


Todos los dibujos que había visto daban la idea de rayos brillantes saliendo por todos los lados del disco de la luna, como parece que lo hacen del mismo sol si uno intenta verlo con el ojo desnudo; mientras que a mí me parecía suave, con un halo o áurea amarillento, brillante y bien definida por una estrecha distancia alrededor de la luna, y luego cambiando en tan indefinido contorno que pensé que había una nube encima; y en efecto toda la corona se veía pálida y acuosa a lo que mi imaginación había forjado.  Comencé a esbozar el brillante borde interno, que estaba atravesado por líneas oscuras, y entonces me dije a mí misma: "No me vendrá bien intentar conseguir el contorno de la corona, pues evidentemente hay una nube encima. Mejor veo primero mis rayos y pongo esos en sus lugares exactos". No encontré ningún rayo en la mitad superior de la corona, solamente las líneas oscuras que había anotado primero, y después viendo la mitad inferior, en lugar de encontrar líneas brillantes, para mi gran sorpresa encontré espacios o canales de un gris pálido o con apariencia de acero, tres de ellos, donde la luz de la corona se veía interrumpida como si le cayera una sombra a través de ella, y que puse en su lugar  y proporciones exactas tal y como me pareció, comenzando con el número 1, y luego la totalidad se había acabado, y no me había dado tiempo de regresar a hacer un contorno de todo. Por lo tanto, solamente digo que mi esbozo completo es la idea general o la impresión que me dio en el primer vistazo momentáneo antes de comenzar a dibujar, pero de los tres espacios inferiores sí puedo certificarlos positivamente pues son todo lo que me permití mirar durante el eclipse.  Son todo lo que puedo recordar vívidamente, y dicho en pocas palabras definitivamente los vi, y con un ojo no desacostumbrado a realizar cuidadosas y minuciosas observaciones de cosas en general —gracias al primer libro de Mr. Ruskin y a las lecturas posteriores de Mr. Agassiz—. De todos modos, creo o que bien había una nube sobre ellos o que había una luz brillando a través de ellos, pues estaban tan pálidos y fáciles de perder de vista para el observador casual en el brillo general del halo. (ver ilustración fig. 2 a la izquierda)         

Después del eclipse no tenía ninguna prisa en ir abajo, pues mi papel no tenía nada que mostrar más que esos rayos y algunas otras marcas y sentí que me había absuelto a mí misma incluso peor de lo que había temido que debiera. Sin embargo, alguien vino a llamarme a una colación que el Marqués había preparado de modo hospitalario para nosotros; así que escondí mi esbozo y bajé a la sala de estar para ser servida por criados con libreas por única vez en mi vida. Los sicilianos y los americanos habían formado un muy triunfante y feliz equipo, bebiendo el maravilloso vino viejo del Etna del Marqués, intercambiando felicitaciones en un francés chapurrado, y aparte de eso haciéndose el amistoso el uno con el otro. Después de la colación caminamos alrededor de los hermosos jardines; alguien me recogió un bello ramo, y después fue hora de decir adiós a la encantadora villa y al cortés Marqués, y de bajar a Catania a descubrir la suerte de los otros observadores.

¡Qué pena! La nube que casi había arruinado nuestras expectativas había arruinado las suyas por completo. Un segundo y medio fue toda la vista de la totalidad que se les concedió en el monasterio; nuestros fotógrafos no habían capturado nada, ¡y Mr. Lockyer no había visto la corona! Fue terrible, y al anochecer el grupo de Etna vino a casa con la misma triste historia. A pesar de la tormenta de nieve de la noche anterior, habían conseguido colocar sus instrumentos, incluso el del profesor Roscoe, el muy delicado y complicado, sobre el cual yo había visto a su asistente, Mr. Bowen, sacudir la cabeza sombría y ominosamente más de una vez mientras lo ajustaba en el monasterio. Nuestro general Abott de hecho había escalado 8400 pies del Monte Etna, y se jactó de que él al menos tendría una vista perfectamente clara, cuando él, al igual que los observadores debajo suyo, se vio envuelto en una granizada, que duró toda la totalidad. De todos los observadores de Catania, entonces, nosotros habíamos sido los únicos afortunados; y aunque por supuesto que nos tendríamos que haber sentido muy mal, como el Tío Sam nos había dado el dinero para salir adelante, el tener que volver a casa sin ningún reporte que darle, incluso cuando las observaciones del espectroscopio fueron de tan alta importancia, y cuando hombres tan eminentes con instrumentos espléndidos estuvieron ahí para hacerlos, me sentí como si en esta ocasión hubiera sido mejor haber tenido la carrera contra el veloz y la batalla contra el fuerte [Eclesiastés 9:11], al ver que en la villa solo teníamos un polariscopio prestado entre nosotros.


[Fuente: Henry E. Roscoe,  The Life & Experiences
of Sir Henry Enfield Roscoe Written by Himself
, Londres, MacMillan, 1906, 161].

 

De todos modos, los observadores ingleses en las otras estaciones sicilianas fueron más afortunados; su polariscopista en Villamonda tuvo buen tiempo; su espectroscopista, el señor Burton, en Agosta, detectó la línea verde de la corona observada por los americanos en 1869; mientras que su fotógrafo en Siracusa, el señor Brothers, obtuvo con una cámara común un negativo, que mostraba no solo la corona interior, sino también la totalidad de la corona exterior; un logro brillante y novedoso, y uno del cual un entusiasta en el Spectator lo declaró como "merecedor por sí solo del costo de todas las expediciones juntas".

En Carlentini, el profesor Watson de nuestra expedición tuvo un tiempo espléndido, y a partir de sus observaciones hizo dos dibujos valiosos, a los cuales se hará referencia más adelante en este artículo. En el monasterio, el señor Schott, a quien se le confió el registro de los momentos de los cuatro contactos, grabó un gran triunfo para la ciencia americana en cuanto a que el primero contacto de los discos de la luna con los del sol según el tiempo del americano, tal y como fue computado por las Tablas de la Luna del Profesor Peirce, fueron correctos en un margen de cinco segundos; mientras que la computación inglesa del mismo contacto, hecha según las famosas tablas de Hannsen, estuvo errada por cincuenta segundos. El propio Profesor Peirce, en la villa, había percibido la corona visible antes de que la totalidad comenzara, y sobre la corona exterior vio reflejos rosas de las protuberancias rojas, lo cual sería una prueba de que la corona exterior es terrestre.  El señor C. S. Peirce, observando con un polariscopio, encontró "polarización radial al sol, demostrando que la luz estaba siendo reflejada del sol"; tal observación estaba de acuerdo con la del señor Ranyard, el polariscopista inglés en Villamonda, y con las del Profesor Pickering en España; sin embargo, otros instrumentos dieron un resultado diferente, y el Profesor Pickering está trabajando en reconciliarlos con la esperanza de conseguir un resultado uniforme.  En Siracusa, el Profesor Harkness de la Marina de Estados Unidos observó la línea de la corona verde que había visto en el año anterior, y la siguió hasta 10 minutos (300.000 millas) desde el sol.

 

En España, los observadores en general tuvieron un tiempo despejado. Los profesores Winlock y Young siguieron la línea verde hasta por 20 minutos (600.000 millas) desde el sol, observando otras líneas más cerca al sol que pertenecen a la cromosfera. Dos jóvenes ingleses, el señor Abbay y el señor Pye, que observaron bajo su dirección, obtuvieron resultados similares. El profesor Young y el señor Pye también obtuvieron una observación que se dice que "cierra satisfactoriamente una discusión sobre la existencia de una delgada capa de vapores dividiendo la fotósfera de la cromosfera, lo cual ha ocupado muchas páginas de las publicaciones científicas durante el último año"3. Dos fotografías fueron tomadas por el fotógrafo del profesor Winlock, las cuales, si bien muestran menos de la corona externa que las del señor Brothers (por haber sido tomadas con telescopio), son perfectamente precisas en los detalles de la interior, y por ende tiene una importancia científica igual. Uno de los grupos ingleses que observaron a cargo del padre S. J. Perry, en San Antonio, encontraron que en la corona "no hay serpentinas ni curvas, solo un brillo luminoso uniforme, que se fue apagando conforme retrocedía del sol, y que fue rota por cuatro o cinco brechas más oscuras". El capitán McClear de la Marina británica vio brillantes líneas espectrales en el cuerpo oscuro de la luna, el cual, como observó el padre Perry: "demuestra que debemos recibir con gran cautela cualquier observación de líneas brillantes en la corona, las cuales coinciden con las de la cromosfera, especialmente cuando las líneas de las prominencias se dispersan por la intervención de las nubes y la atmósfera". En la estación del Lord Lindsay las "serpentinas" fueron vistas en la corona externa.

 

Esto, me parece, es un resumen de todas las observaciones en relación con la corona. No supe de ellas durante mi tiempo en Catania, sino a partir de las publicaciones científicas; y me he visto sorprendida al descubrir que a pesar de que los ingleses hayan escrito más artículos, el clima favorable le otorgó a los americanos la mayor parte de las observaciones. Inmediatamente después del eclipse los grupos de Catania se separaron y siguieron cada quien su camino, tal vez debería decir que se esforzaron en seguirlos, pues Sicilia es una sirena, que una vez que te tiene, no te dejará ir por más que se lo pidas. Hubo una tormenta de cinco días en el Mediterráneo, que nos mantuvo a todos en Mesina esperando un barco, desde la noche del domingo hasta el viernes por la tarde; y cuando por fin nos fuimos, fue pagando el precio de una noche mucho más agonizante de lo que ninguno había vivido en el Atlántico. Así que no es de extrañar que, tal como son los modos de transporte, los viajeros rara vez penetren en Sicilia. ¡Pero qué bella, qué cautivadora es! Y nosotros solamente vimos una pequeña parte de sus fascinaciones. Ojalá pudiera detenerme para contar más incluso de ese poco, pero debo terminar tratando de explicar cómo se encuentra ahora el problema de la corona.

El primer resultado fue, tal y como el Señor Lockyer telegrafió inmediatamente desde Londres después del eclipse, que "las observaciones de los americanos de 1869 fueron confirmadas". Todos los astrónomos ahora coinciden en que verdaderamente hay "una masa de materia gaseosa auto-iluminante envolviendo al sol, cuyo espectro se caracteriza por la línea verde de 1474"4.

Los problemas que persisten son, ¿cuán lejos se extiende esta envoltura solar, y de qué está compuesta? El sol o la "fotósfera" como nosotros lo vemos, tiene un diámetro de 850.000 millas. Fuera de esto, como demostró el profesor Young en el eclipse, hay una capa fina de muchos vapores brillantes mezclándose, con un espesor de 1.000 millas. Aparte de esto nuevamente, está el estrecho anillo rojo de hidrógeno con un espesor de menos de 7.000 millas, pero que rápidamente sube a prominencias de 150.000 millas. Finalmente, aparte de todas estas, está la corona tal y como se ve en el eclipse, de color blanco perla y muy brillante cerca del sol, y gradualmente se va desvaneciendo a una distancia igual o mayor que su diámetro; eso significa que aparentemente se extiende por un millón de millas más o menos alrededor suyo! Ahora en 1869, cuando el profesor Young vio esto en un clima perfectamente despejado, pensó que era todo solar, y posiblemente una aurora solar perpetua.

 

 

El profesor Winlock pensó que solo la porción interna que mostraba su fotografía, que iba de las 90.000 a las 250.000 millas de ancho, era solar, y que la porción exterior se debía al "resplandor atmosférico" como lo llaman los astrónomos. Todavía no ha publicado nada del eclipse de 1870, pero cuento con su permiso para decir que su opinión de 1869 no ha cambiado. Sus fotografías de 1870 tienen un margen mayor que aquellas de 1869 (aunque no tan anchas como las del Señor Brothers), y entre darle los negativos a un artista que nunca ha visto un eclipse y una foto de uno, y pidiéndole que copie solamente las partes más brillantes de la corona, el artista produjo un esbozo casi idéntico al esbozo de la corona de la fotografía de 1869, excepto que tiene una grieta donde esta última solamente tiene una abolladura. El profesor Winlock considera que esta coincidencia tiende a confirmar su punto de vista original, que la corona solar debería estar limitada al brillante anillo interior, cuyo ancho promedio es un cuarto del de la corona visible.

El grupo de observación del eclipse, situado en las cercanías de Jerez de la Frontera, bajo la dirección del profesor Joseph Winlock, que aparece en el centro. [Fuente: Harvard Archives, UAV 630.369.10, "Photographs of Eclipse Expedition, 1870"

 

El señor Lockyer empezó con la teoría de que no había una corona fuera de la cromosfera, y me temo que no puedo seguir su opinión sin errar, pues esta parece cambiar mientras que el término no. Por "cromosfera" me parece que originalmente se refería a lo mismo que el señor Airy previamente se había referido como "sierra", el anillo rojo de hidrógeno desde el que las prominencias surgen, que tiene un ancho de 7.000 millas. Pero las partes más altas de las prominencias a veces tienen una altura de 150.000 millas; e influenciada quizás por las observaciones americanas de 1869, aunque no las aceptó, el señor Lockyer decidió alargar la cromosfera teórica antes del eclipse al menos a la altura de las prominencias, ya que sus últimas capas podrían consistir en hidrógeno frío, lo que daría un espectro distinto al del hidrógeno caliente alrededor del sol, y por tanto posiblemente responsable de la línea verde que los americanos habían visto en 1869. Desde el eclipse, él había expresado su buena voluntad de añadir a los elementos constituyentes de la cromosfera (hidrógeno con un poco de hierro, sodio, etc.) un nuevo elemento que creara la línea verde, que además fuera lo suficientemente más ligero que el hidrógeno como para flotar sobre él, y así mover el límite de la cromosfera "a seis, ocho, diez minutos" (de 200.000 a 300.000 millas) —a él no le importa cuánto— más allá del disco del sol; solo el doble, esto es, esto es lo que al principio admitió. La corona exterior la sigue considerando como terrestre, como nada más que un halo; y a decir verdad, para usar su propia expresión cómica después del eclipse, ha "aniquilado la corona" —no queda nada de ella— es todo cromosfera y halo atmosférico. Varios astrónomos eminentes coinciden con el señor Lockyer en esta extensión de la cromosfera a toda la región que genera líneas brillantes del espectro. El profesor Young y otros, sin embargo, si bien están dispuestos a aceptar que una porción de la parte más externa de la corona visible se debe con seguridad en un clima nublado, y probablemente siempre, a causa del resplandor atmosférico, todavía piensa que el estrato que genera la ancha línea verde podría ser una aurora solar sin límite externo definido, pero muy distinto del estrato angosto de prominencia roja debajo de ella. Por ello, él está a favor (si lo entendí bien) de limitar la palabra cromosfera a la última como originalmente se pretendió, y de darle a la anterior el nuevo término "leucosfera" que recientemente se propuso para ello en Inglaterra.

Hasta donde yo entiendo, entonces, el profesor Winlock y el Sr. Lockyer están prácticamente en lo mismo en cuanto a que la "cromosfera" ampliada del Sr. Lockyer tiene aproximadamente el límite de la "atmósfera solar" o "verdadera corona" del profesor Winlock, y de todo lo demás están dispuestos a pensar que es terrestre. Por lo tanto, la próxima batalla del eclipse quizá se librará entre ellos y sus seguidores por un lado, y el Profesor Young y los suyos por el otro; pues él le da a la verdadera corona o "leucosfera" una extensión promedio de 250.000 o 500.000 millas, "con cuernos ocasionales del doble de esa altura, y quizás incluso sin límite superior en absoluto"5.

Llegamos entonces a nuestra última pregunta, a saber, si hay alguna base para esta teoría; y yo estoy segura de que el querido lector se alegrará de saber que aquí mi pobre y pequeña observación tal vez pueda alzar su tímida voz, porque las "grietas" en la corona son de un emocionante interés como posible prueba de que hay algo más que el brillante anillo interior solar.

 

Las fotografías españolas del profesor Winlock muestran una grieta muy pronunciada que comienza en el disco y yendo más allá de la corona interna, e indicaciones certeras de varias otras. El grabado publicado en Nature (9 de marzo) de la fotografía del Sr. Brothers tomada en Siracusa, muestra cuatro grietas o huecos muy anchos en la corona exterior, pero ninguno en el interior. La acuarela del profesor Watson, tomada a través de un telescopio en Carlentini, muestra cuatro grietas en la corona interior, dos de las cuales concuerdan bien con otras dos del señor Brothers en la corona exterior, pero las otras no tanto. La fotografía del profesor Winlock sobre vidrio es casi exactamente del mismo tamaño que mi dibujo, y cuando la primera se superpone a esta última, su clara hendidura coincide precisamente con mi N° 1, y dos de sus muescas con mis N° 2 y 3. Aquí están todos los testimonios bosquejados

El lector percibirá por sí mismo las correspondencias que se muestran arriba, y también que en la posición de la número 1 todas parecen estar de acuerdo, y que la más importante de las grietas parece pertenecer de igual manera a la corona interna y externa6. De las otras, algunas pertenecen a una corona y otras a la otra, y los diferentes observadores las han colocado en posiciones ligeramente diferentes, de modo que sólo se puede decir que las correspondencias son generales. Los puntos negros indican las prominencias.

 

El Sr. Lockyer dice en Nature, 23 de febrero, "que si en las dos fotografías tomadas en estaciones tan separadas como España y Sicilia (1.100 millas), la grieta hubiera estado en las mismas posiciones, la evidencia presuntiva a favor de la naturaleza solar de la corona para una distancia fuera del sol igual a su diámetro habría sido abrumadora". Sin embargo, concluyó que "las dos cámaras no habían fotografiado el mismo fenómeno", y afirma que "los dibujos en Sicilia no habían registrado una sola grieta", y que en el dibujo del profesor Watson "no hay ninguna indicación de ellos". Ahora, en cuanto a mi dibujo, nadie en Catania pensó que valía la pena preguntar qué había visto yo (siendo una mujer, supongo), y el profesor Watson hablará por sí mismo, ya que acabo de tener el honor de recibir de su parte (2 de mayo) fotografías de sus dibujos, con una recapitulación de su informe al Coast Survey de los Estados Unidos. Dice: "Donde el ojo desnudo ve muescas en la corona, la vista telescópica exhibe cúspides bien definidas (es decir, grietas), cuyas puntas alcanzan casi el limbo de la luna. Estas cúspides estaban delimitadas por contornos curvos regulares, como se muestra en el dibujo, y estaban delicadamente sombreadas con respecto a la luz, habiendo sido más oscuras en el vértice y gradualmente volviéndose más y más brillantes, hasta que en el límite de la corona interior o solar eran considerablemente más brillantes que el halo exterior".

 

Ahora bien, ¿puede explicarse alguna de las discrepancias entre estos bocetos fotográficos para que sea probable que las fisuras o cúspides, cuando se muestran en todas nuestras fotografías, sean las mismas? Nadie negará que todos vimos la misma corona interior, pero nuestras representaciones de eso difieren aún más que las de las grietas. El profesor Young dice que "incluso los observadores expertos, de pie uno al lado del otro, describen fenómenos que difieren en puntos muy esenciales". La última opinión científica dada por el venerable difunto Sir John Herschel en respuesta a una carta que le escribió el Sr. Brothers sobre el tema de las grietas, estaba a favor de que las grietas fueran idénticas en las dos fotografías, y si en esas lo son, probablemente lo sean también en los dibujos. En cualquier caso, varios científicos de Cambridge han comparado las cuatro imágenes y su veredicto es que el balance de la evidencia parece estar a favor de que las tres hendiduras o hendiduras inferiores son idénticas y comunes a ambas coronas, en cuyo caso son solares; la verdadera corona puede llegar a ser tan extensa como piensa el profesor Young, y el Sr. Lockyer tendrá que fortalecer su teoría de la "cromosfera" de nuevo7.


Sir John Herschel ( 1792-1871)
[Fuente: Wikipedia]

 

Terminaré citando las palabras del profesor Watson sobre una observación nueva y muy importante, que puede convertir el estudio de la corona en un asunto de todos los días, como el Sr. Lockyer y el Sr. Jannsen cambiaron el de las prominencias. "Vi la corona maravillosamente", escribe, "muchos segundos antes de que el eclipse se volviera total; y habiéndome convencido de que era un apéndice directo del sol, posiblemente una extensión de lo que se ha llamado cromosfera, concluí que observaría cuidadosamente si podría no ser visible durante un eclipse parcial, y pude verlo claramente por la visibilidad del limbo de la luna más allá del limbo del sol, hasta solo unos minutos antes del fin del eclipse. He aventurado la predicción de que un escrutinio cuidadoso mostrará la corona durante cualquier eclipse parcial de sol, y que incluso es posible observarla en el espectro tal como se observan ahora las prominencias".

Si se realizara esta posibilidad, las "expediciones del eclipse", con todos sus dolores y placeres, sus triunfos y decepciones, serán cosas del pasado; pero si no, dado que la ciencia estadounidense se ha distinguido tan honorablemente en esta difícil cuestión, es mi consejo privado para nuestro amado y liberal Tío [Sam], que organice un grupo permanente de eclipses de unos pocos observadores hábiles —si quieren ir— a seguir los eclipses por todo el mundo hasta que hayan sacado a la luz todos sus secretos. Porque aunque sabemos, por este último, que la corona es en gran parte, y quizás totalmente solar, la pregunta de qué está hecha, qué elemento es el que da la línea verde del espectro, aún permanece. En fin, la ciencia hasta ahora no ha hecho más que recoger una masa de hechos; aún no se ha encontrado la hipótesis para encajar y dar cuenta de todos ellos; y por lo tanto este artículo no puede concluir con una conclusión.

Z. F. P.

 


Notas

1. "El capitán fue absuelto; sin embargo, el teniente no". Puede verse la crónica del juicio en Nautical Magazine 40 (1871), 123.

2. Véase Silliman's Journal (The American Journal of Science and Arts), noviembre 1870.

3. Rev. S. J. Perry, "Solar Eclipse, December 22, 1870, observed at San Antonio, near Puerto de Sta. Maria", Monthly Notices, Royal Astronomical Society, 31/3 (10 de marzo 1871), 62-63.

4. Professor Young, "Spectroscopic Observations of the American Eclipse Party in Spain", Nature III/66 (2 de febrero 1871), 261-262.

5. "The Mediterranean Eclipse, 1870", Nature, III/69 (23 de febrero 1871), 321-322. Hay incluso la opinión de que la luz zodiacal puede ser una extensión de  la corona también la de que la corona puede ser un anillo de polvo meteórico girando alrededor del sol.

6. El dibujo del señor Gordon en España muestra también la gran grieta, pero no otras.

7. No hay una teoría todavía acerca de lo que puedan ser las grietas oscuras o cúspides, pero el señor C. S. Peirce ha sugerido que si las manchas solares están causadas por ráfagas bajas de corrientes más frías, la grieta podría ser el vórtice de tal corriente descendente a través de las capas solares. Dice que no puede recordar sin embargo si él o alguien en Catania pensó primero en esta explicación; pero si tiene algún peso, sería interesante ver si había alguna relación entre la posición de la gran grieta y alguna de las manchas solares del 22 de diciembre.

 


Traducción de Maris Stella F. Barquero (2022)
Una de las ventajas de los textos en formato electrónico respecto de los textos impresos es que pueden corregirse con gran facilidad mediante la colaboración activa de los lectores que adviertan erratas, errores o simplemente mejores traducciones. En este sentido agradeceríamos que se enviaran todas las sugerencias y correcciones a sbarrena@unav.es
Proyecto de investigación "La correspondencia europea de C. S. Peirce: creatividad y cooperación científica (Universidad de Navarra 2007-09)

Fecha del documento: 13 de septiembre 2022
Última actualización: 27 de octubre 2022
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