Publicado en en T. Blesa (ed.), Mitos. Actas del VII Congreso Internacional de la Asociación Española de Semiótica,
Zaragoza, 1999, II, 274-277

VII CONGRESO INTERNACIONAL ASOCIACION ESPAÑOLA DE SEMIOTICA
Zaragoza, 4-9 noviembre 1996



PREJUICIOS E 'IDEAS HECHAS' EN PEIRCE*



Jaime Nubiola
Universidad de Navarra
jnubiola@unav.es





Las severas críticas de Charles S. Peirce (1839-1914) al "espíritu literario", expuestas reciente y brillantemente por Susan Haack (Haack 1997), tenían su raíz en la renuncia a la pretensión de verdad que el filósofo americano advertía en sus contemporáneos dedicados al estudio de la literatura. Cien años después aquellas críticas de Peirce revisten una indudable actualidad. El pensamiento postmoderno, ampliamente difundido en el ámbito académico y quizá sobre todo en los medios de comunicación, oscila entre una presentación de la ciencia como mera estructura de poder (Foucault) o como una forma más de literatura (Rorty). Esta actitud escéptica, bastante generalizada, puede ser entendida quizá como una forma escarmentada del dogmatismo cientista, heredero del Círculo de Viena, que ha llegado a constituir la cultura dominante en la segunda mitad de nuestro siglo. Esta misma herencia puede advertirse también con claridad en amplios estratos de nuestra cultura, que presentan una curiosa amalgama de pragmatismo vulgar, fundacionalismo cientista y escepticismo literario.

Frente a las dicotomías todavía en boga entre ciencia y humanidades, o entre estilo científico y estilo literario, el objetivo de mi comunicación es sugerir que el pensamiento de C. S. Peirce ofrece un marco más rico, capaz de articular los elementos más valiosos de ambas tradiciones, la científica y la humanística. Concretamente, centraré mi atención en la actitud metodológica de examen de los prejuicios e ideas preconcebidas, que desde la Antigüedad clásica caracteriza a la genuina búsqueda de la verdad y que es común a ambas tradiciones. Para ello, dividiré mi exposición en dos partes: 1º) la actitud metodológica de examen de los prejuicios e 'ideas hechas' en Peirce; y 2º) la articulación experiencial de ciencia y literatura, para concluir con una defensa —casi más bien, una encendida proclama— de la dimensión comunicativa de la verdad.

1. La actitud metodológica de examen de los prejuicios e 'ideas hechas'

La primera regla de la razón —insiste Peirce una y otra vez— es que para aprender se ha de desear aprender, y por tanto no hay que estar satisfecho ni con lo que uno ya sabe ni con aquello a lo que se siente inclinado naturalmente a pensar (CP 1.135, 1899)1. "La vida de la ciencia está en el deseo de aprender" (CP 1.235, 1902). La piedra de toque de la genuina actitud científica se encuentra efectivamente en el examen atento y decidido de las ideas preconcebidas, de los prejuicios culturales y personales, que tan a menudo dominan o distorsionan la investigación. Estas preconcepciones, que pueden llegar a bloquear por completo la genuina búsqueda científica, vienen a ser una forma contemporánea de los mitos que corresponde a la metodología detectar y, en la medida de lo posible, enseñar a sortear.

El científico, sea en las ciencias naturales, sea en el variado ámbito de las humanidades, no busca la confirmación de sus opiniones preconcebidas (CP 1.2, c.1898), sino que busca la verdad esté donde esté, la diga quien la diga. Si está movido por una actitud realmente científica (Haack, 1992), lo primero que hará —incluso antes de cualquier observación efectiva— es someter a examen crítico sus propias convicciones, las ideas preconcebidas que tenga sobre el objeto de su investigación para intentar así ponerlas a un lado (CP 1.290, c.1908; 7.265, c.1900). Si no se hace así, las hipótesis que parecerán más probables o verosímiles serán simplemente aquellas que mejor cuadren con nuestras ideas previas (CP 1.120, 1896; 2.101, 1902; 6.534, 1901; 7.177, c.1901). Si no se examinan críticamente los prejuicios e ideas preconcebidas, éstos llenan de forma precipitada e inadvertida la inteligencia, haciendo imposible la apertura de ésta a la verdad y realidad de las cosas (Weil 1993: 70-71). En estos casos, cuando el entendimiento de quien investiga se satura prematuramente con las concepciones previas que de antemano ya tenía, su mirada se nubla, hasta tornarse ciego para la realidad de las cosas (CP 1.323, c.1903; 1.617, 1898).

Además de los prejuicios personales, en cada tradición de investigación y en cada cultura hay pautas, teorías o principios que jamás se someten a discusión. Suele tratarse de normas de procedimiento o de marcos teóricos que, de tan familiares que son, resultan de ordinario transparentes. Por esta razón, la forma mejor de iniciar una investigación en un campo concreto del saber es la de estudiar con atención la historia de la investigación en ese campo, la sucesión de los intentos, de los aciertos y los fracasos, si es posible esclareciendo las causas de los unos y los otros: "Uno de los principales objetivos del estudio de la historia —escribe Peirce— habría de ser el liberarnos de la tiranía de nuestras nociones preconcebidas" (CP 7.227, 1901). Después de estudiar la historia del campo de investigación, lo más fértil será entonces tratar de comprender cómo se estudia el objeto de nuestra misma investigación en otras tradiciones o culturas, o desde otras áreas de saber, para conocer qué resultados se han obtenido en ellas. Una aproximación efectivamente multilateral —como la que aquí se propugna— requiere mucho más esfuerzo, es mucho más lenta, pero permite una mayor profundización y, por supuesto, abre la posibilidad de llegar mucho más lejos en los resultados que se obtengan. Este es el modo genuino en que crece el saber: como viene repitiéndose incansablemente desde el siglo XII "somos enanos a hombros de gigantes" (Merton, 1990: 57-60; CP 5.413, 1905), pero rectificando el dicho medieval, ha de recordarse con Juan Luis Vives que "todos tenemos la misma estatura" (Vives, 1782-1890: VI, 39).

A menudo las 'ideas hechas' —quizá no exista esta expresión en castellano, pero sí es común en catalán y en francés la expresión semejante "ideas fetas", "idées faites"— son las que más dificultan la comunicación y la comprensión entre los seres humanos. Se trata de ideas que, por así decir, están clausuradas, cristalizadas, tan cerradas que no admiten ya revisiones ni reinterpretaciones. Quien tiene una 'idea hecha' rechaza de plano, sin reflexión alguna, cualquier idea que no se ajuste bien a la suya. Más aún se siente legitimado para descartar esa otra idea, porque la suya —afirmará de ordinario— es "de sentido común". Las 'ideas hechas' caracterizan típicamente al 'sentido común', pero lo que llama quizá más la atención es comprobar que las tradiciones de investigación científica albergan en su seno otras ideas igualmente inamovibles que jamás se discuten y que determinan —en muchas ocasiones como un pesado lastre— el curso y muchas de las pautas de la actividad científica. El cientismo reduccionista dominante en nuestro siglo ha sido —y lo es todavía— un buen símbolo de lo que quiero decir (Percy, 1997).

En las últimas décadas de su vida, el científico y filósofo norteamericano desarrolló un commonsensismo, vinculado a la tradición escocesa del common sense, pero se trata —como destaca el propio Peirce— de un commonsensismo crítico. Las creencias originales básicas de las que realmente no se duda (como la de que el fuego quema) sólo son indudables en su aplicación a los ámbitos más elementales y básicos de la vida (CP 5.445, 1905). El 'sentido común' es muy 'práctico' para resolver las cuestiones vitalmente más importantes (Peirce, 1992: 112). Las creencias del 'sentido común' son hábitos asimilables a los instintos, indispensables en nuestra vida práctica, pero no pueden dirigir la investigación racional. "Las nociones preconcebidas —escribirá— son una base apta sólo para las aplicaciones de la ciencia, pero no para la ciencia misma" (CP 7.177, c.1901). En la búsqueda científica la pretensión de hallar aplicaciones prácticas limita de modo tan empobrecedor la indagación creativa que puede llegar a obstruirla por completo (Peirce, 1992: 107). La investigación científica no se desarrolla mediante la aplicación mecánica de prejuicios e ideas preconcebidas, sino mediante el ejercicio libre e ilustrado de la reflexión imaginativa sobre los ámbitos de experiencia.

La investigación comienza por el hecho que sorprende porque choca con los hábitos o ideas preconcebidas. A partir de ahí se desarrolla en tres etapas: en la primera ("abducción") se propone una explicación hipotética; en la segunda ("deducción") se deducen las consecuencias experimentables que se derivarían necesariamente de la hipótesis si fuera verdadera, y en la tercera ("inducción") se acude a la experiencia para contrastar las predicciones efectuadas (Genova 1996: 91). Para seleccionar la hipótesis de entre las muchas posibles el investigador se vale de su 'instinto racional', de su innata tendencia a conjeturar correctamente (CP 5.172, 1903), pero somete tanto su hipótesis como la interpretación de sus experimentos a la discusión de sus iguales (d'Ors, 1994: 127-128).

2. La articulación experiencial de ciencia y literatura

Frente a la sima que existe muchas veces entre saberes experimentales y humanidades, para Peirce la actitud científica genuina ha de ser la misma, sea cual sea su objeto: tanto los productos de la creatividad literaria humana como las regularidades de la naturaleza física han de ser estudiados con una actitud y metodología básica similar. Cambian los métodos específicos, pero no son distintos en un caso y en otro el afán de buscar la verdad por la verdad misma. Además la búsqueda de la verdad en las diversas tradiciones de investigación está enraizada por igual en la experiencia. Lo que cambian son los métodos específicos para obtener experiencias especializadas en cada rama del saber, pero no la metodología misma de investigación, la lógica de la investigación. Lo que "constituye una ciencia no son tanto las conclusiones correctas como el método correcto. Y el método de la ciencia es en sí mismo un resultado científico. No brotó del cerebro de un principiante: fue un avance histórico y un logro científico" (CP 6.428, 1893).

Aunque la experiencia humana sea mucho más amplia y rica que la observación en un laboratorio, esto no significa en modo alguno que pueda prescindirse de los resultados que la investigación en los laboratorios experimentales ha proporcionado (Putnam, 1988). Hoy día sabemos bien que la racionalidad humana no es una maquinaria computacional, sino que la matriz de su capacidad creativa es la imaginación. La imaginación se nutre de la experiencia personal y de la interacción con los demás. Con una hermosa metáfora puede decirse que el corazón de la racionalidad es la imaginación, y es un corazón porque es capaz de entrar en sintonía con otros latidos, con la imaginación de otras personas, con otros saberes.

La imagen renacentista del árbol de la ciencia expresa bien la ramificación de los diversos saberes y el sentido de su crecimiento vital. "La ciencia no avanza mediante revoluciones, guerras, y cataclismos, sino mediante la cooperación, mediante el aprovechamiento por parte de cada investigador de los resultados logrados por sus predecesores, y mediante la articulación en una sola pieza del trabajo propio con el que se ha llevado a cabo previamente" (CP 2.157, 1902). En este sentido, Peirce afirmará no sólo que "los puestos más destacados en la ciencia en los años venideros serán para quienes logren adaptar los métodos de una ciencia a la investigación de otra", sino también que donde se favorece la comunicación entre las ramas se genera nuevo conocimiento (Peirce, 1985: 942 y 805-809).

En la medida en que el objeto de la indagación científica es la verdad por la verdad misma, la búsqueda tiene un carácter ilimitadamente abierto, capaz de superar los prejuicios personales, las ideas preconcebidas de cada cultura, los marcos estrechos de cada tradición de investigación. En este sentido, el crecimiento del saber, la generación de nuevas ideas se asemeja mucho más a la creación literaria que a la imagen convencional del científico encerrado en su laboratorio o quizá en su torre de marfil (Anderson, 1987: 54-84; Sheriff, 1989: 122-142). A título de ejemplo, traigo a colación un sugestivo pasaje de Evolutionary Love:

Tengo una idea que me interesa. Es una creación mía. Es mi criatura; [...] es una personita. La quiero y perecería por perfeccionarla. No es tratándolas con fría justicia como puedo hacer crecer el círculo de mis ideas, sino atendiéndolas y cuidándolas como a las flores de mi jardín (CP 6.289, 1893).

Esto que hace el científico con sus ideas es lo mismo que hace el literato con las suyas, con los personajes de su creación capaces de articular unos argumentos y tejer así sus relatos. Llegan a ser clásicos aquellos textos cuyos autores han sido capaces de liberar sus creaciones literarias de los prejuicios, de las constricciones de espacio y tiempo, para decir así la verdad sobre el ser humano. En este sentido, la actividad creativa de quien se dedica a la filosofía o a la teoría de la literatura viene a ser algo muy parecido. Estos saberes no son simplemente especulativos, sino que el germen de su productividad radica en la creatividad imaginativa de sus autores, alimentada de la experiencia personal de cada uno y de la experiencia de la humanidad entera.

De modo análogo, la actividad científica no es simple experimentación, recolección de datos, sino que sobre todo es interpretación de esos datos y de esas experiencias. El progreso científico estriba en el hallazgo de interpretaciones nuevas que amplíen nuestra comprensión. Tanto en las ciencias naturales como en las humanidades, la selección de qué interpretación en un campo de trabajo específico es mejor no depende ni del capricho personal, ni de la voluntad de los poderosos, ni siquiera del consenso de la comunidad de investigación, sino que, a la larga, depende esencialmente de la intrínseca verdad de tal interpretación y por tanto de su capacidad, intrínseca también, de persuadir a la humana razón. "La esencia de la verdad —indicará Peirce— se encuentra en su resistencia a ser ignorada" (CP 2.139, 1902). Frente al escepticismo postmoderno del fin de siglo, esta defensa de la capacidad de la razón humana para progresar en la investigación de la verdad —ciertamente con titubeos y rodeos— está anclada en la experiencia histórica del efectivo crecimiento del árbol del saber a lo largo de sus diversas ramas.

3. Conclusión

El desarrollo tecnológico, los libros, las ciencias, las artes, la semiótica y la filosofía, este congreso mismo o las discusiones que impregnan de modo generalizado nuestro vivir, no dejan lugar al escepticismo. Las verdades se descubren en el seno de nuestras prácticas comunicativas; la verdad —como dejó escrito Platón (Fedón, 99d)— se busca en comunidad; o —en expresión de Debrock— "no hay verdad fuera de la búsqueda, aunque no sea la búsqueda la que cause la verdad". Destacar la dimensión comunitaria de la búsqueda de la verdad acentúa su carácter social y público, esto es, la objetividad de la verdad que trasciende las perspectivas subjetivas, localistas y particularizadas.

El reconocimiento de que las divisiones entre los seres humanos singulares y entre los pueblos son consecuencia en gran medida de que cada uno está convencido de poseer en exclusiva la verdad, ayuda a entrever las vías para regenerar los espacios comunicativos, rescatándolos del pragmatismo vulgar y del escepticismo relativista, pero sin arrojarlos al fundacionalismo cientista. La actitud científica que el nuevo siglo necesita es modesta, porque es bien consciente de sus limitaciones, pero es al mismo tiempo ambiciosa, pues trata de articular enriquecedoramente lo nuevo con lo antiguo, aspira a aunar unas generaciones con otras, a tender puentes nuevos entre las tradiciones, las culturas y los saberes (Rorty, 1995: 203). Para ello es preciso llegar a forjar nuevas relaciones de comunicación entre las personas basadas en el amor a la verdad, en el respeto a la pluralidad y en la aceptación de las limitaciones personales, las de cada uno y las de la propia tradición colectiva de investigación. A quienes se dedican a la semiótica corresponde quizá en particular el llegar a concebir con su imaginación los nuevos cauces que requiere el desarrollo de esas relaciones comunicativas: el primer paso será siempre el examen de los propios prejuicios, de las ideas preconcebidas y de los demás elementos que dificulten el reconocimiento de la verdad de las cosas y de las personas.






Referencias Bibliográficas


ANDERSON, Douglas A. (1987). Creativity and the Philosophy of C. S. Peirce, Dordrecht: Nijhoff.

GENOVA, Gonzalo. (1996). Charles S. Peirce: La lógica del descubrimiento. Tesis de Licenciatura, Pamplona: Universidad de Navarra.

HAACK, Susan. (1992). "The First Rule of Reason". New Topics in the Philosophy of C. S. Peirce, Toronto, (en prensa).

HAACK, Susan. (1997). "As For That Phrase 'Studying in a Literary Spirit' ". Proceedings and Addresses of the American Philosophical Association, 70 (en prensa).

MERTON, Robert K. (1990). A hombros de gigantes. Barcelona: Península.

ORS, Eugenio d'. (1994). La filosofía del hombre que trabaja y que juega. Madrid: Libertarias/Prodhufi.

PEIRCE, Charles S. (1936-58). Collected Papers of Charles Sanders Peirce. C. Hartshorne, P. Weiss y A. Burks (eds.). Cambridge, MA: Harvard University Press. [CP]

PEIRCE, Charles S. (1985). Historical Perspectives on Peirce's Logic of Science: A History of Science. C. Eisele (ed.). Berlín: Mouton.

PEIRCE, Charles S. (1992). Reasoning and the Logic of Things. The Cambridge Conferences Lectures of 1898. K. L. Ketner (ed.). Cambridge, MA: Harvard University Press.

PERCY, Walker. (1997). "La criatura dividida". Anuario Filosófico, XXX/1, (en prensa).

PUTNAM, Hilary. (1988). Representation and Reality. Cambridge, MA: MIT Press.

RORTY, Richard. (1995). "Philosophy & the Future". En Rorty and Pragmatism. H. J. Saatkamp (ed.). Nashville, TN: Vanderbilt University Press.

SHERIFF, John K. (1989). The Fate of Meaning. Charles Peirce, Structuralism, and Literature, Princeton, NJ: Princeton University Press.

VIVES, Juan Luis. (1782-1790). Opera omnia. G. Mayans (ed.). Benedicto Monfort: Valencia.

WEIL, Simone (1993). A la espera de Dios. Madrid: Trotta.


Notas

1. Como es habitual la referencia a los Collected Papers de C. S. Peirce se hace mediante la indicación del volumen y parágrafo, separados por un punto, y la indicación del año a que corresponde el texto.

* Debo gratitud a Itziar Aragüés, Mª José Baños, Sara Barrena, Gonzalo Génova, Maria Uxía Rivas y Marta Torregrosa por sus sugerencias y observaciones. También a la hospitalidad del Center for the Study of Language and Information de la Universidad de Stanford donde escribí estas páginas en el verano de 1996 y a la ayuda del Gobierno de Navarra 59/96 para el proyecto "Claves del pensamiento de C. S. Peirce para la filosofía, ciencia y cultura del siglo XXI" en el que se encuadra el presente trabajo.



Última actualización: 27 de agosto 2009

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