GLOSA DE L'ACCIÓN FRANCESA.— Tras de tan dilatado batallar, desde mis comienzos literarios, por el ideal católico de la cultura; tras de enemiga tanta contra el nacionalismo —contra todos los nacionalismos—, ¿tendré, frente al conflicto suscitado en L'Action Française por la condena del Vaticano, necesidad de precisar mi posición y mi juicio?
Reconozco, no obstante, que, en esta ocasión (otras vendrán más claras: para mí, la formulación expresa de la censura católica contra cualquier nacionalismo es sólo cuestión de tiempo), el sentido de la pugna no se ha presentado con suficiente nitidez ideológica. Ha podido parecer que lo anatematizado en la coyuntura no era una teoría pagana y sacrílega acerca de la Patria, sino un celo indiscreto en la preferencia por la forma monárquica para la gobernación de un país. Y yo no digo que esto último no pueda resultar dañoso; pero lo primero me parece infinitamente más grave.
Por otro lado, me desplace el tono de inverecundia con que, en algunos órganos de la Prensa española, veo comentado el asunto… Después de todo, se trata de una ruptura en que muy finas conciencias se están desgarrando. Después de todo, hay aquí una crisis, no sólo para un partido, sino para toda la tradición francesa.
GLOSA DEL «MAIS NON».— París vuelve a estar ahora muy bien. El franc parler ha recobrado todo su fuero.
La xenofobia de hace un año no alcanzó sino a los niveles del elemento más basto en la población. Sus manifestaciones fueron, sobre todo, comerciales y callejeras. Aun dentro de este límite, tienden a desaparecer.
La nueva posición francesa ante el huésped extranjero es hoy —en los mejores—, un poco —¿cómo lo diré?—, un poco masoquista. Un ensayo como el Mais non, de André Harlaire, aparecido recientemente en Le roseau d'or, se me antoja profundamente significativo en este respecto. Harlaire piensa sobre Francia de un modo bastante parecido al que aplicaba un joven español, a principios de este siglo, a pensar sobre España. Después a este modo se le ha llamado «derrotista». El mote es tan frívolo como injusto.
André Harlaire tiene veinte años. Me interesa mucho como escritor. Pero no me interesa menos como síntoma.
GLOSA DEL DESQUITE FRANCÉS.— De esta «compunción» francesa saldrá el verdadero desquite francés, como ya ha empezado a salir el desquite español, hijo de la compunción española de hace un cuarto de siglo.
Porque lo curioso es pensar que, ahora, después de ganar una guerra, es cuando los franceses necesitan, auténticamente, una revanche.
La necesitan. La tendrán. Dios les dé, mientras llega, el menor número de Deroulèdes posible.
GLOSA DE LA CAVERNA Y DEL INSTITUTO.— Tal vez el error de André Harlaire (también tuvo algo de eso el error de los «regeneradores» de 1898 en España), consista en buscar a Francia a través de campos y de arrabales, en vez de buscarla en París; y, de París, en el centro; y, del centro de París, en aquello en que el centro de París es el centro del mundo; es Roma.
(Como los nuestros, que buscaron a España en el Sacro Monte, y no en el Observatorio de San Fernando; en la Caverna, y no en el Instituto).
GLOSA DE LA RASURA.— Demasiado lo sabemos, que siempre se vuelve a caer en lo natural. Demasiado lo sabemos que las victorias del Espíritu han de ser precarias…
Chassez le nature, il revient au galop.
¿Quién lo ignora, entre cuantos, por ejemplo, se afeitan cada día?
Lo cual no quiere decir que no convenga andar cada día bien afeitado.
GLOSA DE LA PAGANÍA Y DEL BARROQUISMO.— Si bien se mira, no hay más que Catolicismo y Paganismo, no hay más que «la Ciudad» y «las Sierras», no hay más que «Roma» o el «Desierto».
Y, en cuanto al mundo de las formas, lo clásico y lo barroco. Llamo clásico al estilo de Roma; barroco, al estilo del Desierto.
Podría escribirse una «Historia del Paganismo», en toda su generalidad. Comprendería tal historia, en guisa episodios o capítulos, las referencias a todo lo protestante —que es el paganismo de Lutero—, como las referencias a todo lo nacionalista — que es el paganismo de Juliano el Apóstata.
Sí, una «Historia del Paganismo» podría escribirse. Pero unos «Últimos días del Paganismo», no. Porque el Paganismo es una fuerza histórica permanente, y no ha conocido últimos días. Ni los conocerá, hasta que se consume la Historia. O, para decirlo de otra manera, mientras existan ángeles malos.
También, dentro del mundo de las formas, el barroquismo es una fuerza constante. Y, con paralelismo perfecto a lo antes dicho, cabe imaginar una historia del barroquismo, donde se incluya, como episodios o capítulos, a todo lo gótico, a todo lo llamado árabe, al estilo del «Fin de Siglo», que entonces se llamó «modernismo», etc. Una historia de cuanto en la cultura han traducido a formas las rebeliones del espíritu naturalista, pagano y rural.
Tenía, sin duda, presentes todas estas verdades Octavio de Romeu cuando aseguraba que el primer barroco portugués había sido Viriato, pastor lusitano.
GLOSA DE ENTRAMBAS MANOS.— Al mismo Octavio de Romeu objetaban un día:
—Pero usted, preconizador de un ideal clásico en todo orden de cosas, bien ha manifestado su conformidad con la celebración del centenario del romanticismo y no recata su gusto y hasta su deliquio ante ciertos productos del arte barroco.
—Es que todo eso me encanta.
—¿Y no teme usted XXXXXXXXXX de su ideal, verse privado de esta fuente de delicias, en un mundo XXXX de muchas de sus gracias?
—Siempre habrá bastante barroquismo en el mundo. Empiece usted por tener en cuenta que, en rigor, todo lo femenino es barroco.
Y, sin dejar de percutir en el aire el índice de su mano derecha, su cadencia vertical y pedagógica, la concavidad de la otra mano insinuó y describió, un momento, muelle, acariciadora parábola.