Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 30-IV-1927)

SOBRE LA TÉCNICA DEL PERIODISMO RUSO.— De don Ángel Herrera, autoridad incontestada en saberes de periodismo, acabo de escuchar una conferencia, sobre formación doctrinal del periodista. Con gran placer, con no menos provecho. Placer, como el que no puede faltarle al gustoso —y hasta vicioso— de la Inteligencia, ante cualquier producto espiritual sencillo y perfecto en la estructura. Provecho, como el que trae siempre, al ganoso de aprender, una información precisa y concreta sobre un asunto interesante… «Voici des détails exacts», decía Stendhal, en San Pedro de Roma; y Octavio de Romeu ha convertido la frase en fórmula habitual de encarecimiento y elogio. En la disertación que he oído, los detalles exactos se enracimaban; sin perjuicio de que dorase cada grano un baño común de claridad.
Claridad donde se ha disipado pronto la forma de una nubecilla, que, en mi alarma de oyente, empezaba a formarse, cuando el disertador exaltaba el precio de una de las especialidades más típicas en la organización dada a la prensa por las autoridades y las costumbres de la nueva Rusia. Se hacen hoy lenguas muchos de allí, o admiradores de lo de allí, del valor que, para los fines de propaganda y difusión del periódico, representan los llamados «corresponsales de campesinos y obreros», que, desde el seno de cada grupo social, siguen paso a paso su vida íntima y la traducen cotidianamente a noticia, comentario o reclamación. El fruto de la actividad de estos informadores llena, en Rusia, las hojas de las gacetas; las orienta, las caracteriza; las convierte en fiel expresión de ciertos intereses prácticos, de ciertas preocupaciones auténticas, de ciertos inmediatos deseos. Nada, en tales periódicos, de «problemas académicos»; nada de «literatura», de «frivolidad». El hombre del pueblo, hablando al hombre del pueblo de los temas ordinarios y habituales en la vida del pueblo…
Y el disertador se nos manifestaba corno rendido al deber de justicia de reconocer la eficacia y valor técnico de tal novedad. Y como tentado a recomendar su imitación, aun para el servicio de causas muy diferentes a aquella que hoy da valor de milicia a la casi totalidad del periodismo ruso.

UN INSTRUMENTO DE BARBARIE.— Pues bien, a mí se me antoja, al contrario, que ha de haber aquí otro instrumento de barbarie, entre tantos como laboran por la retrogradación y degradación de la sociedad moderna. Porque barbarie, en lo esencial, es cuanto se opone a la cultura. Y sólo puede hablarse de cultura cuando las instituciones intelectuales vienen a satisfacer, con la posible largueza, aquella ambición de plenitud de vida, aquella «sed de totalidad», blasón y orgullo de la naturaleza humana. Pero, ¿cuál otra institución más apta que la del periódico, en lo de despertar y nutrir la pluralidad de los intereses, la universalidad de las luces; en lo de sacar la existencia de cada lector de su mezquino cuadro de localización, de vecindad, de domesticidad, de profesión, de especialidad, de egoísmo, para elevarle a una conciencia de solidaridad, no sólo con cuanto hacen o sueñan los hombres, sino con cuanto han hecho o soñado, con cuanto harán o soñarán? «Nada humano ajeno a mi reputo», declaró el antiguo. Así puede ser el periódico. Así el lector del periódico. Así, en verdad, todo hombre…  Al cual la lectura debe dar, no precisamente la reproducción de lo que ya le da la vida, sino la noción, al revés, de aquello que no puede darle la vida. La noción y la emoción. La de lo selecto, al vulgar; la de lo aventurado, al casero; la del poder, al débil; la del amor, al sedentario; la del amor, al solitario; la del heroísmo, al poltrón.
Tal conviene a la dignidad humana; tal, por otra parte, apetece el instinto de los públicos. Ni es otra la última razón del éxito obtenido por alguna de las manifestaciones más características del mundo contemporáneo; por el cinematógrafo, entre otras. ¿Qué busca, en la pantalla del cinematógrafo, el hombre de la calle, el hombre de la pena y de la fatiga, el de la estrecha limitación en el vivir? Busca, como es natural, lo que no tiene. La satisfacción de aquellos impulsos de simpatía y de curiosidad, que en la existencia real le está vedada. Quiere saber cómo es el palacio del magnate y cómo es la pagoda del exótico; y hasta dónde salta el acróbata y hasta dónde se escota la duquesa; y lo que ve el buzo en el fondo del mar, y lo que ve el criminal en la pesadilla y el insomnio; y la elegancia de los hombres más gallardos, y la gracia de las mujeres más bonitas… ¡Ah, la fábrica y el taller, el campo y la oficina, cuán lejos caen de la pantalla del cinematógrafo! Una barraca de proyecciones es un palacio de la ilusión, donde descansar, donde olvidar la triste pobreza y el áspero deber, la fealdad cotidiana, la exasperante monotonía. Pero este complemento de sí mismo, esta compensación, que las gentes buscan en los films, también, más o menos conscientemente, le buscan en el periódico, como le buscan en el teatro. Un teatro, un periódico que, en vez de superar las condiciones de la vida usual, se limite a prolongarlas y remacharlas, se le condena, a la corta o a la larga, al fracaso, como en definitiva ocurre con cuanto rebaja la intensidad vital.

REACCIONES.— En cierta ocasión, Romain Rolland quiso levantar una escena para la representación de ciertas grandes obras de ambiente revolucionario, concebidas bajo el signo del que se llamaba, por entonces, «arte social». Acudió en el proyecto, pidiendo concurso a las sociedades obreras del Faubourg Saint Antoine, ilustre, sobre todo, por el trabajo de la madera, en los fastos de la artesanía. «Os ofreceremos este teatro, les dijo a los obreros el escritor, y lo bautizaremos con el nombre de "Teatro del Pueblo"». «Peuple, vous mème!», le contestaron los obreros, amoscados. Ellos, de trabajo y de jornales, de temas de reclamación y de huelgas, de dolor social y de blusas y máquinas, ya habían quedado bien ahítos, asqueados tal vez, al llegar las seis de la tarde. Después de comer, lo que les gustaba es irse, si podían, a pasar la velada en l'Opera Comique.
Pues bien, cuando, en el curso de su conferencia, el Sr. Herrera nos hablaba de la antipatía que provocaban los «corresponsales» de nuevo cuño en ciertos ambientes populares de Rusia, yo no podía menos de acordarme de la desventura de Romain Rolland y me daba a la sospecha de que acaso, en ciertas manifestaciones de hostilidad sorda no debía de jugar tanto papel la repugnancia hacia el espionaje como el malquerer hacia la especializada pedantería; la protesta contra el posible denunciante de algún escondrijo de grano o de rublos, como la dirigida contra el seguro privador de aquellas ventanas antes abiertas al ojeo de la curiosidad, a las escapadas de la fantasía. Fácil le será al psicólogo adivinar aquí una rebeldía muy humana de aquella inextinguible «sed de totalidad» sometida por el periódico sovietista a dieta demasiado rigurosa. Y tal vez pienso que en cierta reacción contra ello hay que buscar la razón de las preferencias que en Rusia se manifiestan por otro lado hacia las formas más locas, más lujosas, más frías del estetismo expresionista o abstracto…
Tal pensará el psicólogo; y el empeñado en una obra de propaganda por medio del periódico hará bien en escuchar el dictamen de aquél y en desconfiar del valor pragmático de instituciones plasmadas en el molde de los «corresponsales de campesinos y obreros»…
En cuanto a don Ángel Herrera, si en algún momento la apariencia de la institución le ha tentado, pronto ha venido a defenderle en la tentación su propia preferencia por el humanismo. Y aquella vocación, elogiada por él, con fórmula de Menéndez y Pelayo a «alcanzar una vida íntegramente humana».


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Última actualización: 18 de julio de 2008