Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 11-I-1927)

HISTORICIDAD Y GACETILLA.— Recordemos nuestra atribución de regiones: la del azar, la contingencia, la libertad, al Reportaje, a la Gacetilla. La de la determinación, de la necesidad de la ley, a la estadística. En lo intermedio, la Historia… Pero este esquema es grueso en demasía. Hay que afinar.
Afinemos, respecto del primer dominio. En un periódico —incluso cuando se trata de un cotidiano—, no todo es reportaje. En un extremo, hay la gacetilla local; lo que se transmite por correspondencia o telegrama o teléfono, material ya más escogido, ofrece menor abundancia en detalles, contiene menor número de ellos: ha ascendido un poco hacia los dominios de la Historia. De carácter más histórico ya, que la Gacetilla y la Corresponsalía, es la crónica, la crónica firmada por el cronista. El cual intenta en un conjunto de hechos, establecer, con el comentario, una relación intelectual.
Y, todavía, más allá que la crónica, hay el artículo de colaboración, entrado, por abarcar vastos conjuntos, en el dominio de la historia, por no decir de la filosofía. Y, todavía, más acá del Reportaje, hay «el anuncio», que responde concretamente a los intereses particulares y señala el límite extremo de lejanía respecto a lo histórico, en el camino de la concreción.

LO HISTÓRICO Y LO ESTADÍSTICO.— Análogamente, en el camino opuesto —el de la generalidad y la abstracción— cabe observar un proceso de intelectualismo creciente, a medida que el ámbito se dilata. Una estadística local puede ser más «descriptiva», está situada en mayor proximidad de lo contingente que una estadística universal. La de un período corto es más contingente que la de un período largo. Cuando se toman grandes épocas, el elemento racional y legal, y, por consiguiente, previsible en la repetición de los hechos humanos, acentúa su influencia, mientras disminuye la del elemento imprevisible y casual. Sabido es que el negocio de las Compañías de Seguros no se funda en otra cosa. Las fallas de cálculo, susceptibles de producirse en cada caso particular concreto, son superadas y compensadas al tomar conjuntos muy vastos, cuyo desarrollo ulterior puede producirse, con creciente, con sorprendente precisión.
Estas últimas consideraciones nos permiten fijar todavía con más rigor los límites del campo de la Historia. La Historia está situada entre la más sintética de las crónicas y la más descriptiva de las estadísticas. Se encuentra en el justo meridiano en que los elementos de Libertad y de Necesidad se equilibran, en el operar de los hombres. Y esto, tanto si nos referimos a la Historia universal, como a la de un individuo aislado a una biografía. Individuo o humanidad, siempre en su pasado, hay una parte que se consume, añadida a otra parte que persevera. Éste es análisis que importa esté muy presente, en los exámenes de conciencia del Año Nuevo, para evitar el doble peligro de tratarse a sí mismo o de tratar a los otros con latitudinaria blandura o con demasía en el arrepentimiento y superfluo rigor.

LA «GRANDEZA».— No todos los actos del hombre y de las sociedades pueden ser históricos, es decir, presentes. Por otra parte, la medida para tomarlos como tales depende en mucho del criterio o capricho del historiador. Tal gustará más de generalizar. Tal otro, de entrar en las minucias… Mas, por encima de esas subjetivas diferencias, todavía hay algo de carácter objetivo, que decide de la presencia o ausencia de un acto determinado, en la categoría de historicidad. Existen acontecimientos históricos, quiera el contemplador considerarlos como tales, o no quiera. Existen otros que, el mayor esfuerzo de simpatía, o en el detallismo no lograra convertir en materia para este orden de rememoración.
Dicho en otros términos: la historicidad constituye para los hechos una forma de jerarquía, de excelencia. Jerarquía, excelencia, distintas de las que pueden establecerse por efecto de una valoración moral. Calificará la moral, a algunos entre aquellos actos, de buenos; a otros, de malos. Ello, indudablemente, establece una escala de dignidad en los mismos; pero esta escala no es única. Al lado de ésta, hay que admitir otra escala, establecida desde el punto de vista de la utilidad; según ella, unos actos serán útiles, otros inútiles o perniciosos; pero tampoco acaban, aquí, todavía las posibilidades de valoración. Porque la historicidad es, en sí misma, un valor, una dignidad, también. Una dignidad, un valor, no sólo heterogéneo, sino inconmensurable ante las medidas de la utilidad o del bien.
Cuando, en nuestros juicios sobre los individuos o sobre los pueblos, hablamos de «grandeza», aludimos inconscientemente a este valor nuevo y distinto. Y llamamos «grande» a un Napoleón, por ejemplo, en consideración a su grado en la jerarquía de la historicidad. No a su ética, que puede haber sido muy baja. No al beneficio traído a Francia o al mundo, que puede haber sido nulo o vano.

VOCACIÓN. MONTESQUIEU.— En tono —inusitado en su obra— de confidencia, nos ha contado que se despertó una vez con un gran deseo de conciencia. Que tuvo, decididamente, resueltamente, ganas de ser un hombre honrado.
Ideas que uno tiene. En otras ocasiones, un Año Nuevo ha podido traer a las honduras de un espíritu la resolución suprema de ser grande.
Ser grande. Centrarse en la categoría de historicidad. Alejarse, a un tiempo y a distancia igual, al de la Gacetilla y de la Estadística.
De la Estadística, que no nombra, y de la Gacetilla, que nombra demasiado.
Repetimos que ésta puede ser la vocación de un hombre o de la Humanidad, de un país o de una época. Que puede ser, amigo mío, la tuya. Que puede ser, Patria mía, la tuya. Que puede ser, siglo mío, la tuya…
Amén.


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Última actualización: 18 de julio de 2008