Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO    
(ABC, 26-VIII-1926)
BAQUERO SE RECLUYE(1).— Según ya nos figurábamos, al ver cómo le andaba de por medio el amor propio, la comprensión del Sr. Baquero, que se abría, lenta, pero progresivamente, como la concha de un aletargado marisco, se ha vuelto a cerrar. Y ya nunca, nunca, sabremos lo que se quería decir con aquel distingo entre "la libertad política" y "la libertad interior" y con aquel dar la razón a Guillermo Tell en esta última, para regateársela en la primera…
Baquero se recluye. Este Ninon de Laclós de la superproducción literaria se ha decidido a retirarse a su tocador, nuevamente. Se retira dando un portazo, para que sepamos lo fuerte y lo terrible que es. Pero, una vez dentro, y ya renunciando a los grandes ademanes, volverá a la minuciosa tarea de sus propios restauración y repinte, por medio de las famosas "esencias liberales" disueltas y adulteradas en los colcrémes de una cosmética personal un poco apestosa.

ANDRÉS RÉVÉSZ(2).— Mientras tanto, nosotros, si felizmente desembarazados de esa turbia incidencia, contumaces en la pasión por el diálogo, buscaremos interlocutores de mayor nobleza y enjundia. Gustosos nos daremos a una libre crisis de ideas, aunque prefiriendo, entre los juicios emitidos acerca del "Guillermo Tell", aquellos donde se contenga el excitante estímulo de una objeción razonada. Con tanto más escrúpulo recogida cuanto mayor sea la generosidad del elogio que la envuelva o acompañe. Si en la opinión de un discrepante, como el Sr. Gómez Ocaña, hemos procurado y logrado encontrar puntos de coincidencia o, por lo menos, plano propicio a la discusión coherente, ¿no es justo que, en reciprocidad, recojamos los cabos sueltos de disensión, allí donde la aprobación ha colmado más liberalmente nuestra esperanza?
Resulta difícil, en un escrito de Andrés Révész, no aprender algo. Cultivado a fondo por la experiencia y el estudio de las auténticas luchas políticas contemporáneas, éste su comentador y crítico de todos los días no podía contentarse, naturalmente, con el grosero método de orientación que se reduce a distinguir y separar lo que se llama "la derecha" y lo que se llama "la izquierda"… No; esto, para un barloventeo costero, puede bastar. La navegación de altura necesita de instrumentos de más complicación, de más fineza, de más precisión. Para las rutas y tempestades de la política, Andrés Révész es de los pocos que aquí se encuentran en posesión de una buena brújula. Ella es la que le ha permitido, por ejemplo, hallar brillantemente una coherencia, a lo largo de la carrera pública de Benito Mussolini.
Gracias a ella ha podido también advertir el central sentido de las tesis sobre la libertad, contenidas en la fábula del nuevo Guillermo Tell. Antes que nadie entre nosotros, Révész ha descubierto el posible entronque con la actitud general de la filosofía hegeliana… "Concepto pesimista, ha dicho del contenido en aquéllas; pero no de un pesimismo conservador, según se le ha reprochado, sino de un pesimismo dinámico, más peligroso para el statu quo que la fe en el viejo liberalismo manchesteriano y en la democracia burguesa y parlamentaria…" Y nosotros, en lo referente al hegelianismo, no podemos menos de manifestar conformidad; por lo menos hasta el límite en que también pueda llamarse hegeliano el "Oportet haeresses esse"; y prescindiendo, por no incumbir al instante, del gran núcleo de disentimiento que separa a la joven y tímida "Filosofía del Hombre que trabaja y juega", de la madura e ilustre "Filosofía de la Identidad"(3) Pero, en lo de pesimista, nos preguntamos: —¿Tanto? ¿Tan pesimista habrá resultado el Guillermo Tell", como aquí se dice?
"En rigor —hemos declarado recientemente, y con referencia al mismo asunto, a los lectores de El Pueblo Gallego, de Vigo—, la tesis de que la libertad, lejos de consistir en la beatífica posesión de un estado de cosas, se cifra más bien en el hecho mismo de la lucha por conquistarlas, en la actualización de energía que esto supone y en la alentadora ilusión de un goce, en el momento del triunfo a que la misma brevedad otorga valor —"un momento de respiro, entre dos opresiones"—, no resulta ni más ni menos pesimista que aquellas otras, bien conocidas, donde el Bien es presentado como en lucha y victoria contra el Mal, cuya existencia supone; o la Norma como una sumisión del Desorden, como un triunfo de la. inteligencia sobre el caos… El vulgo ingenuo puede creer en la luz, como en una cosa absoluta, que contradice y excluye la noción misma de la sombra; el físico sabe, al contrario, que ambas nociones se necesitan, con necesidad lógica y real. Análogamente si, para el niño, o para el lector de folletines, decir "hombre bueno", "mujer buena", equivale a enunciar una calidad exclusivamente positiva, el varón probado por la existencia, el cristiano humilde, el filósofo ahondador de los misterios morales, saben de sobra que semejante tipo de bondad no puede encontrarse sino en los cuentos de hadas y en aquellos engendros literarios ya aludidos; que, en la vida, debe llamarse bueno a quien domina, encadena y anula a los elementos del mal, en una secreta pelea cotidiana; no a aquel a quien falta la posibilidad de ser malo… Y, con el concepto de libertad, no ocurre otra cosa: mentes de la familia del vulgo o de la elementalidad del niño la han concebido, por demasiado tiempo, como un estado; ya es hora de decir que, en la realidad social, al menos, no hay tal estado; no hay más que un esfuerzo, y el alma que no sepa encontrar, en el mismo esfuerzo, su recompensa, está destinada al desengaño, al oprobio, al retiro, como trágicamente le ocurre a mi, tanto como generoso, candoroso Guillermo Tell…"
Así entendida, la tesis en que se identifican libertad y liberación puede reducirse al enunciado de una necesidad, a una ley. Es pesimista, hasta el punto que pueden serlo las leyes que regulan la caída de los cuerpos o la degradación de la energía. Define un mal. Pero no parece que este mal haya de producir necesariamente desánimo en quien recibe la claridad de su dolorosa revelación. De temples viriles es crecerse ante la fatalidad; padecer más, en todo caso, con su aprensión que con su evidencia.
Sé que, en esta ocasión, el crítico asentirá a la restricción de su calificativo. No en vano en sus páginas sobre Mussolini ha mezclado, a las más desenfadadas anécdotas sobre el personaje, lúcidas alusiones a aquellas categorías supremas en que idealismo y realismo significan exactamente la misma cosa.

AMADOR REVILLA(4).— Era infinitamente interesante la experiencia de cotejar, sin la distracción de un intermedio, el son de esta voz —grávida, de todos modos, en admoniciones de realismo—, con el de otra a quien hubiese dado alas el viaje cotidiano a las exaltaciones de la generosa utopía. Y el azar nos ha servido a maravilla en este punto, dándonos a leer, después del comentario de nuestro autorizado crítico político, otro comentario procedente de aquellas zonas ideológicas en que el más radical idealismo obrero abomina constantemente de la política… Trabajador cotidiano en los servicios de ferrocarriles, Amador Revilla es también el bibliotecario del Ateneo Enciclopédico Popular de Barcelona. Y uno de los representantes más puros de aquel incendio espiritual que, durante algunos años, ha llevado allí a muchos humildes a la autodidascalia heroica y que conoció sus sacrificios y sus grandezas.
Revilla no busca a Hegel, tras de la tragedia del Rebelde y del Emperador, sino a Espinoza. ¡Cuán conmovedora, esta cita, con la definición espinoziana de la libertad en un artículo de El Diluvio, escrito por un hombre que ha trabajado en otro menester, todo el día! A los ojos de la imaginación se nos presentan dos escenas que no podemos menos de comparar, que no podemos menos de valorar… Aquí, un club-man engreído por su academicismo fácil, pasa por la biblioteca de su casino, tira de Larousse, le salta un Fremdembergcr cualquiera y con esto, y cuatro vaciedades, y cuatro malignidades en torno, enjareta un vago artículo acerca de un libro que acaba de salir y que no ha llegado siquiera a leer… Allí, un humilde, un oscuro, concentrándose dolorosa, ahincadamente, llega a encontrar en el fondo de una lectura nueva —tarea hurtada al recreo, fiesta a la carga del descanso—, llega a encontrar, digo, en la intimidad del propio sufrimiento, de la propia cultura, hirsuta y quebrada, de la propia sed de ideal, el vínculo que une aquélla a la lectura de otras horas, que explica el drama del cazador-libertador de los Alpes por la doctrina del óptico-filósofo de los Países Bajos… ¡Ah, en estas dos escenas que la imaginación se figura, no cuesta, no, trabajo saber cuál está verdaderamente asistida por la presencia del Espíritu!
Pero nosotros, aislando severamente, con estrecha norma de crítica, la cita doctrinal del tumulto magnífico de entusiasmo en que se sustenta, quisiéramos advertir al ejemplar bibliotecario de que hay algún peligro en alegar, en defensa de un símbolo, que conserve siempre un carácter épico, después de todo, una definición donde la libertad está presentada en función de ley autónoma del individuo que opera; es decir, bajo especie de soledad… Si "Guillermo Tell" se conformara con la definición de la libertad espinoziana, sería, tal vez —en su visión de la fatalidad de lo que suele llamarse "el mal gobierno"—, una obra anarquista… No lo es. Le salva de serlo el aludido sentido de la epicidad, de la continua asistencia colectiva, de la República —que es la república de un monasterio—, cuando ya no puede ser la república de los cantones. Le salva —por lo menos en el propósito— su emoción constante de fraternidad; mejor, de paternidad; es decir, de responsabilidad, que hasta cuando se desengaña del hombre como camarada se pone a cuidarle como herido. Le salva… la Política; el ser, precisamente, una "tragedia política", aun cuando pueda leerse, según Revilla hace, como una fábula contra los políticos.

Postdata.— Ya escritas y en prensa las notas que anteceden recibo de don R. de la M., representante de pianos, órganos y pianolas en Bilbao, una cortés y razonada carta de protesta, por haber yo equiparado a la música de pianola el estilo del Sr. Gómez de Baquero… Dice mi autorizado comunicante que ya no puede hoy decirse que, en el efecto acústico de las pianolas, la confusión y ausencia de relieve hagan difícil destacar lo que es línea discursiva de lo que es inciso. "Esto —añade— es una dificultad que, desde hace más de quince años, está insuperablemente resuelta en todo instrumento de mediana categoría".
Reconozco que el señor M. tiene razón, y que, al comparar el estilo de Baquero con la música de pianola, pequé de injusto respecto de las pianolas actuales. Debí decir, con más precisión cronológica, que Baquero escribe como las pianolas de la fabricación del 88.

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(3) Al autor es difícil curarle de la ilusión de que va a haber alguien, entre sus lectores de periódico, con deseo de apurar a fondo hasta el argumento de un inciso. Si tal se encontrase en la presente ocasión que quisiera seguirle la pista al tema de las relaciones entre ambas concepciones filosóficas, búsquelo en la Antología "La Filosofía del Hombre que trabaja y juega" (Barcelona, 1914 — Buenos Aires, 1920 — México, 1921). No soy amigo de lastrar con notas a las glosas. Lo habré hecho cosa de tres o cuatro veces en la vida. Si esta es la quinta, la sexta tardará.
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Última actualización: 4 de junio de 2008