Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES
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"¿POR QUÉ NO ESCRIBE USTED PARA EL TEATRO? DON EUGENIO D'ORS"
(ABC, Madrid, 28-VII-1927, pp. 10-11)

Nuestro insigne colaborador, autor de Guillermo Tell, nos dice:

—Conoce usted, sin duda, la historia de aquel bravo lobo de mar, que, invitado a una copita de ron: "No —contestaba—; lo primero, que no me gusta; lo segundo, que me hace daño; lo tercero… lo tercero, que ya me he bebido esta noche cuatro copas".

Le diré que mi actitud respecto de la producción teatral es por el orden.

Lo primero, que me aleja de ella precisamente mi constante anhelo de totalidad, mi terror a dejarme encasillar en cualquiera de los estrechos sectores de una sola actividad del espíritu. Resulta que -en España por lo menos- cualquiera de los oficios que se relacionan con el teatro es entendido como tarea y preocupación tan avasalladoras que al pobre que los sirve no le dejan libertad -ni siquiera gusto- para nada más... Hoy, hacer teatro, a poco de entrar en ello, se parece mucho a lo de entrar en órdenes. Mire usted, yo, con mucho gusto, me ocuparía también en cuestiones de teología. Pero entre católicos, la teología se encuentra prácticamente reservada a los sacerdotes, y para la limitación vital que el sacerdocio presupone no me encuentro con vocación. Pues con la de escribir para el teatro me ocurre tres cuartos de lo mismo. Hay quien de buena gana escribiría una comedia; pero no se resignaría al aburrimiento, al empobrecimiento biológico que significa el pasarse la vida escribiendo comedias, y como parece que esto es indispensable para aquello... En fin, sobre el tema de la asfixia que hoy trae consigo, entre nosotros, cualquier oficio de teatro, ya me extenderé con mayor sosiego, en ulterior conversación con usted, quizá en artículo.

He aquí su primer punto. Hay -como en la historia del marino abstemio- una segunda razón. Se la diré a usted sin ambages: Quien, por haberse avezado a emplear el modo oratorio, por instrumento de discursos o conferencias, sirve ya al instinto -que puede ser pasión- de comunicación directa, de contacto inmediato con los auditorios, no es fácil que busque otra satisfacción al mismo impulso escribiendo para el teatro. Tal impulso, tal instinto existen en casi todos los corazones. Las ideas, los ensueños, para un temperamento un poco activo, son como las armas. Cuesta mucho, cuando se ha adquirido una, no ceder a la tentación de probar en seguida su mecanismo y su alcance. Ahora bien, para una prueba experimental así, en lo que se refiere a ideas y ensueños, los libros no sirven. Viene la impaciencia de ver cómo responde el hombre al hombre. Hay algo aquí como la fuerza que le lleva a mirarse al espejo, no ya para ver si está guapo, sino -más hondamente- para comprobar si vive aún... Pues bien, esta respuesta a la pregunta, este reflejo inmediato en el espejo de la Humanidad, se lo da al productor espiritual la oratoria, como el teatro. Por eso es corriente que a componer para el teatro acudan poetas, novelistas, hasta hombres de ciencia; aun los más reacios no es raro que sucumban a la tentación. Pero oradores, profesores, no. Estos ya están servidos. Ya saben cómo, a una palabra suya, una llama puede encenderse en miles de ojos. También (no lo callemos) ya saben a qué sabe el aplauso...

Bien; pero queda en mi caso, siempre como en el del ron y el nauta, su lo tercero, una tercera razón. Queda el que mi Guillermo Tell, para no buscar más lejos, es, háyalo yo pretendido o no, quiéranlo o no quienes se han ocupado en su crítica, una obra de teatro. ¿Difícil de representar? Ni más ni menos que el Don Álvaro, por ejemplo. Ni más ni menos que el tipo medio de las fábulas que constituyen el repertorio todavía vigente -y por muchos años- de la escena romántica, de la escena anterior a los expedientes económicos, -no lo dudo- de sacar durante tres actos a dos caballeros y a una señora y media, que dialogan sobre una decoración de gabinetito decente... Desde luego, mucho menos difícil de representar este nuevo Guillermo Tell -mucho más teatral, para hablar la jerga convenida- que el otro, el del padre Schiller, a quien, en su día, no faltó feliz suceso.

Por cierto que, vea usted lo que son las cosas. Cuando salió el nuevo Guillermo Tell no faltó quien considerara la existencia del antiguo como un inconveniente al calor emocional del mismo, diciendo que en el teatro "no podía hacerse esto de volver dos veces sobre una misma fábula", etc. Sin atinar en el recuerdo de lo que se había hecho repetidamente en el transcurso de los siglos, con la fábula de Don Juan. Ni siquiera, para no alejarnos de la sombra de Schiller, a tener en cuenta que este poeta, además de adelantarse a escribir su Guillermo Tell, se había igualmente adelantado a escribir una Santa Juana...


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Última actualización: 3 de abril de 2006