Eugenio d'Ors
ENTREVISTAS Y DECLARACIONES   
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EUGENIO d'ORS, 'XENIUS'
(Plus Ultra, Buenos Aires, enero 1918)
En el Instituto de Estudios Catalanes he conocido al fuerte pensador catalán Eugenio d’Ors, que ha hecho célebre su seudónimo de Xenius, al pie del glosario que inició hace diez años en La Veu de Catalunya y que ha continuado, sin interrupción hasta la fecha, día por día, ya estuviese en Holanda o en Suiza, en Bélgica o en Francia.

Nuestra presencia parece despertarlo de la meditación y a ello contribuye su voz apagada, que, cuando el diálogo se inicia, es agradable y sonora. Su cabeza salva de la vulgaridad a su tipo, alto y robusto; sobre el casquete negro de su cabellera -que se prolonga hacia adelante en pequeñas patillas románticas- hay ya incrustaciones de plata, que ennoblecen sus treinta y cinco años.

Las cejas, pobladas y salientes, le restan claridad a su semblante, velando sus ojos, color de tabaco, que, la costumbre de mirar hacia dentro, se dijera que intenta darlos vuelta y le quita expresión, siendo su mirada de una inmovilidad inquietante.

A pocas palabras, me dice su gran interés por la América del Sur y su propósito de ir a ella, quizás pronto. De ahí nos llega -exclama- la gota de sangre preciosa que fortalece y renueva nuestra raza; que viene a ser la que en otros tiempos llevó Italia a Francia... ¡Gota de sangre preciosa!... Yo también tengo algo de allí: mi madre era cubana.

Hablamos de la Argentina -y me sorprende con sus conocimientos de ella, pues aquí se sabe muy poco de sus hombres y cosas-: del doctor José Ingenieros, a quien conoce de antiguo; del viaje de don José Ortega y Gasset y el éxito de sus conferencias; de diarios y revistas bonaerenses; de Alberto Ghiraldo, y se detiene ante un nombre: Leopoldo Lugones.

—Me parece una de las personalidades más interesantes de la República Argentina. Es un gran barroco... Aquella Historia de Sarmiento, donde pasa de la exaltación lírica a la nota de diccionario... Debe ser un hombre ansioso de libertad, pero como los grandes barrocos del siglo XVIII, que luchaban por deshacerse de los viejos clásicos sin haber encontrado los nuevos... Porque hay clásicos nuevos... que los encuentra la generación siguiente. Los románticos de principio de siglo XIX.

Parece que los escritores jóvenes están afanados por la creación del alma nacional, muy noble propósito.

Sí. Hubo una época en que nuestra literatura se estaba formando a base de elementos nacionales; pero llegó la continua y poderosa inmigración -desde el italiano al japonés- y entonces la psiquis del pueblo quedó abolida. Hemos pasado un período de silenciosa expectativa, en la que ha estado y está gestando una grande y nueva literatura...

Lugones es entonces el hombre representativo de este momento.

Después de una digresión filosófica, como que en el pensamiento moderno destila su sangre, aparece la guerra:

—...Y en Buenos Aires, ¿siguen con interés sus acontecimientos?

—Con interés y muchos con apasionamiento.

—¿La opinión general?

—De parte de Francia y sus aliados. Pero se ven muy poco estas aberraciones intransigentes de francófilos y germanófilos.

—Es una suerte. Los pueblos en lucha y aquellos que, como el nuestro, están próximos a ellos, sufren una ofuscación momentánea, que les hace rechazar todo lo que pertenece al pensamiento de los enemigos. Sería deplorable que esto mismo ocurriese en América. Aunque es muy difícil adelantar nada sobre las consecuencias de esta guerra, pues la acción dificulta la idea, podemos estar seguros, así sobrevengan tiranías militares o gobiernos democráticos, del triunfo del internacionalismo, o sea, el conocimiento y el amor de todos los pueblos. En dos años se realizará una labor para la cual se hubiesen necesitado cincuenta.

—La actitud de Romain Rolland debe ser para usted muy interesante, en ese sentido.

—Me parece muy noble y acertada. Aquí fundamos un "Comité de amigos de la unidad moral de Europa" y con ese motivo tuve correspondencia con él. Se trata de salvar ciertos valores espirituales que nada tienen que ver con los ejércitos a los que se quiere mezclar.

Yo recuerdo el libro de Rolland Au dessus de la melée, donde deja consignado todo esto, tan significativo y bueno.

—Donde ha culminado el espíritu latino es en Italia -dice Xenius-. Francia ha ido a la guerra obligada por la agresión brutal, pero Italia ha meditado su actitud y en el pueblo hay cierta alegría al marchar al combate. Es algo que sugiere a las grandes guerras antiguas... Tienen un gran poeta, d' Annunzio, que los impulsa a la acción, y un filósofo, Croce, superior a Rolland. Literatos y periodistas escriben allí con más libertad; no se nota en ellos la presión inglesa... Son los que tienen una visión más clara de estos hechos, y sin embargo, aquí nadie se interesa por ellos y los periódicos italianos se leen muy poco.

—¿Cree usted que España debe tomar parte en esta guerra?

—No... Ninguna nación...

Para Eugenio d'Ors tiene poca importancia el regionalismo que agitó hace poco la conciencia española; le parece detestable que cualquier región de España pretenda gobernarse por sí misma, y...

—¿Por qué escribe en catalán?

—Es el único idioma en que nosotros podemos crear, poner alma. Las ideas son las palabras y de ellas nacen... Prueba de ello es que una palabra que para nuestros abuelos significaba una cosa, para nosotros es otra. Debemos aplicar la inteligencia y el pensamiento universal sobre el espíritu local. Así, procuramos hacer a este Instituto de Estudios Catalanes, de Estudios Generales.

Hablamos de la vida artística de Cataluña que es intensa; de poetas, pintores y escultores, en éstos es en lo que estamos mejor, me dice; y en pintura hay cosas muy interesantes y buenas. Tiene un gran aprecio para José Pijoan, el autor de la Historia del Arte, el poeta que sabe tañer la lira de Maragall y cuya existencia misteriosa se oculta en Canadá.

Al hablar de escritores castellanos, comenta a Azorín como un maravilloso prosista; de don Ramón del Valle Inclán dice que es el más grande poeta dramático castellano y me refiere la impresión que le produjo el estreno de Voces de Gesta; tiene palabras de cariño para Pío Baroja, su opositor en estética, y para la obra poética de Ramón Pérez de Ayala. Y sobre todos los poetas castellanos, en la cumbre más alta, pone al maravilloso, al único: Rubén Darío. Y entre otras palabras, llenas de admiración y cariño, dice:

—Tenía la intuición suprema del lenguaje; sabía escoger la palabra justa; esa que sabemos es la que corresponde para la expresión de una cosa y que, sin embargo, nos causa tanta sorpresa y alegría encontrar... A Octavio de Romeu, mi personaje irreal, que a veces me acompaña y con el que suelo dialogar, le hacía yo decir a Rubén Darío: "Eres un trompo divino, de música; aunque la cuerda del dolor apriete tu cuello, no llores: es que el Señor te da cuerda"...

—Usted, que ha dicho que el nuevo siglo será el de la filosofía, ¿cree que la poesía futura tendrá ese carácter?

—En todo estará la filosofía; pero debemos tener en cuenta que su mayor triunfo consiste en que ella no estorbe a las otras manifestaciones...

Así terminó nuestro diálogo aquel día, quedando citados para otro, en la Escuela de Bellos Oficios, después de una de sus conferencias. La obra de Xenius, el colaborador más extraordinario que tuvo diario alguno en el mundo, según el Mercure de France, o el Sócrates de la moderna España, que dijo la revista de Munich, Allgemeine Rundschau, debe estudiarse con serenidad. La Escuela de Bellos Oficios, donde se promete desarrollar su tipo humano de Aprendizaje y Heroísmo, merece capítulo aparte.
VALENTÍN DE PEDRO, BARCELONA, 1917

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Última actualización: 1 de febrero de 2006