Eugenio d'Ors
DOCUMENTOS
Libertad y liberación según la filosofía del nuevo Guillermo Tell
(El Pueblo Gallego, 25-VII-1926, p. 13)

Mucho me importa que mis amigos de Galicia no se dejen influir por ciertas interpretaciones tendenciosas que ya corren acerca de la significación dada por mí, en libro reciente, al viejo mito de Guillermo Tell. Que la nueva lección ahora sacada del símbolo eterno sea más pesimista que lo habitual, no he de negarlo. Pero ni pesimismo es desánimo, ni ha de producir necesariamente desánimo en quien reciba la claridad de su dolorosa revelación. De temples viriles es crecerse ante el mal; padecer más, en todo caso, con su aprensión que con su evidencia.

En rigor, la tesis de que la libertad, lejos de consistir en la beatífica posesión de un estado de cosas, se cifra más bien en el hecho mismo de la lucha por conquistarlas, en la actualización de energía que esto supone y en la alentadora ilusión de un goce, en el momento del triunfo, a que su misma brevedad otorga valor —haciendo que aquella se reduzca precisamente (según dice uno de los personajes de la tragedia), a «un momento de respiro entre dos opresiones»—, no me parece ni más ni menos pesimista que aquellas otras tesis, bien conocidas, donde el Bien es presentado como una lucha y victoria contra el Mal, cuya existencia supone; o la Norma, como una sumisión del Desorden, como un triunfo de la inteligencia sobre el caos…

El vulgo ingenuo, puede creer en la luz como una cosa absoluta, donde se contradice y excluye la noción misma de la sombra; el físico sabe, al contrario, que la noción de luz sólo puede entenderse en función de la noción de sombra; y que aquélla necesita de ésta, con necesidad lógica, incluyéndola en la propia realidad. Análogamente, si, para un niño, decir «hombre bueno» equivale a enunciar en alguien una calidad exclusivamente positiva, el varón probado por la existencia, el cristiano humilde, el filósofo ahondador de los misterios morales, saben de sobra que semejante tipo de bondad no puede encontrarse sino en los cuentos de hadas; que en la vida, debe llamarse bueno, no a quien los domina, encadena y anuda, en una secreta pelea cotidiana; no aquel a quien falta la posibilidad de ser malo, sino a quien obstinadamente triunfa del plano inclinado de esta posibilidad. Y con el concepto de libertad, no ocurre otra cosa: mentes de la familia del vulgo o de la elementalidad del niño, la han concebido, por demasiado tiempo, como un estado; ya es hora de decirles que, en la realidad social, al menos, no hay tal estado; no hay más que un esfuerzo. Y el alma que no sepa encontrar en el mismo esfuerzo su recompensa, está destinada al desengaño, al oprobio, al retiro, como trágicamente le ocurre a mi, tanto como generoso, candoroso Guillermo Tell.

Así entendida, como categoría dinámica —es decir, identificando la Libertad con la Liberación—, la idea de libertad incluye necesariamente en sí misma la de tiranía u opresión, sin las cuales aquélla es sólo un pseudo-concepto, un fantasma sin consistencia. La incluye, como el bien al mal, como la luz a la sombra; como Dios mismo, en la plenitud de su existir, la contradicción de su sentido y designio que significan la existencia del diablo y la del mundo, tocado por él y en parte sometido, gracias el pecado original, a su negra soberanía. Tal vez a alguien una tesis así, superadora de la oposición entre contrarios, convertidora de lo que pareció problema de exclusión en problema de jerarquía, pueda parecer de sabor hegeliano; y en realidad hay que confesar que todo drama filosófico y aun todo diálogo hegelianizan un poco; pues el hecho de que dos o más ideas se desarrollen juntas, durante uno o más actos, y contemporicen, si vale la expresión, en lugar de devorarse desde el primer encuentro, es ya dialéctica pura y dialéctica entendida en el sentido que Hegel… Pero, en el caso particular de mi tesis, el espíritu que ella traduce tiene abolengo más ilustre y antiguo. Superador de la oposición entre contrarios, filósofo de la actualidad, aceptador de las negaciones marginales y, de cualquier manera, prudente conocedor de la vida —que bien sabe hasta qué punto, en ella, según la expresión de los franceses, «il faut faire la part du feu», «era San Pablo, Apostol de los Gentiles, cuando dijo: «Oportet haereses esse», que significa: conviene que haya herejes; y conviene precisamente desde el punto de vista del interés de la fe; conviene que haya herejes, porque tampoco la fe es una noción absoluta; porque tampoco consiste en un estado sino en un esfuerzo; porque la existencia de la herejía entra en la realidad de la noción de fe, que, sin aquélla, no existiría, por ser la fe también combate y no haber combate donde no hay enemigo. No creía en la fe sin herejes la filosofía paulina; la filosofía de Guillermo Tell desengañado, tampoco cree que, sin tiranía, pueda existir la libertad.

Alcanzada la altura de ésta concepción, la lección de indulgencia, de tolerancia, la lección que comprende y perdona, se imponen al corazón bien nacido y permiten una solución de armonía para muchos de los conflictos del mundo. El Emperador de mi tragedia política, el eterno Emperador, muriendo en brazos de Guillermo Tell, es decir, el eterno Rebelde, le pide absolución y a la vez le absuelve, le pone la mano en la cabeza y, enseguida, toma la suya, la mano callosa del cazador ballestero, para llevarla a la propia frente, ungida por la majestad: —«Yo no lo sabía», murmuraba el Emperador, al morir, noticioso por primera vez de los crímenes cometidos en su nombre; —«Yo no lo sabía», dice por su parte Guillermo, que empieza a medir la extensión de su ingratitud. Y añade: —«No se sabe nunca»… No, no se sabe nunca. Si la vida es sueño para Segismundo, la revolución, para Guillermo, es ignorancia. Lo que la evita, lo que la supera, es el verse los hombres, el hablarse, frente a frente, cara a cara, con abierto corazón y palabra leal. El diálogo entre el Emperador y el Rebelde, a la hora de la muerte del primero, después de la profesión religiosa del último, el diálogo en que dos almas honradas se dicen mutuamente la verdad, colocado unos años antes, en la hora del impío gobierno de Guesler, y saltando por encima, así de las vanidades de éste, como de las ambiciones tortuosas de los caudillos locales, hubiera salvado a los cantones —en el drama, con objeto de acentuar el carácter genérico, para nada se habla de Suiza— así del horror de la opresión subalterna, como de la nueva tiranía, doblada de estupidez grosera, engendro de la propia revolución. El diálogo directo que, naturalmente, no produciría la libertad absoluta, pero sí la posibilidad de la liberación, el combate en que la substancia de aquélla se realiza. Y las instituciones que aseguren y garanticen este diálogo directo, que preconiza la filosofía social del Guillermo Tell, no veo inconveniente, por otra parte, en que reciban —dándole nuevo valor— la denominación de Democracia.

En cuanto a la significación localizada de estos conflictos, en relación con cualquier anhelo de libertad o de autonomía territoriales —significación sobre la cual he sido precisa y amigablemente interrogado desde Galicia—, no puedo considerarla distinta, desde el punto de vista filosófico, de la cuestión general. Cuanto la substancia ideal de mi invención contenga aplicable a la independencia o a la emancipación de las criaturas individuales, debe entenderse aplicado sin variedad a los grupos sociales, nacionales o étnicos. Ni siquiera he de negar que, si no a la formación teórica de la tesis, por lo menos a su plástica encarnación en episodios y figuras, ha contribuído, nutriendo la imaginación con datos concretos, con recuerdos confortadores, grotescos o amables, la doble experiencia vivida muy de cerca por el autor, de una causa local que fue, durante unos años, epopeya de liberación generosa, para convertirse después en falsificación legalizada de libertad, antes de caer, a los pocos años, y bajo el peso de las propias culpas, disuelta en podredumbre y en ceniza.

Porque acaso, en arte, todo lo que no es artificial, es lírico; todo lo que no es academia, autobiografía…


Eugenio d'Ors
Madrid, julio de 1926.

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Última actualización: 8 de septiembre de 2006