Eugenio d'Ors
TEXTOS SOBRE LOS ÁNGELES   
EL ÁNGEL
(Mundo Hispánico, año II, núm. 21, México-Buenos Aires-Madrid, diciembre 1949, s.p )
 
I
¿Por qué el ángel de la Anunciación es visto de pie o postrado, mientras que el ángel de la Natividad "va al vuelo", para valernos de una expresión de San Juan de la Cruz? Acordémonos de la iconografía de los artistas y hasta de los más humildes autores de belenes.

Explicarlo por la existencia de una gratuita costumbre, que la tradición hubiese afirmado y vuelto automática, no trae lux al fondo esencial del asunto. Empezando porque nunca estas disposiciones constantes son gratuitas. Y menos, en el capítulo de las formas. Tiene su razón el que los hombres nos saludemos dándonos la mano y el que signifiquemos afirmación moviendo de alto abajo la cabeza y negación moviéndola horizontalmente.

Tampoco una motivación en finalidad parece decisiva. No es que, en un caso, se trate de expresar una situación de respeto y, en otro caso, una simple situación de aviso en la materializada angelofanía. Para arrodillarse, ha sido preciso estar antes de pie. Para esto, llegar antes, entrar.

¿Por qué la representación ha escogido el momento último, no los precedentes? Pero no queremos dar a entender que las formas, formas espaciales o figuras; formas temporales o acontecimientos, tengan una intencional finalidad, ni tampoco el que obedezcan a una causa, cuando afirmamos que, si son universales y permanentes, tienen siempre un sentido.

El sentido que rige la diferencia aquí advertida está en el carácter de la misión encomendada al mensajero. En un caso, se trata de confiarle a una doncella pobre de sangre real que ha sido escogida para recibir al Espíritu Santo. Otro día, hay que informar a unos hombres humildes, humildes ahora, porque los Magos han recibido igual noticia en diversa forma, cuando la angelicidad ha romado apariencia de lucero, que su cuerpo ha podido dar cuerpo a Dios.

Y el ángel dice "Ave María, llena de gracia, el Señor es contigo". Y es una misión de confidencia. Y el ángel dice "Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres en la tierra". Y es una misión de propaganda.
Para lo primero conviene el acercarse. Para lo segundo, el dominar.


II

Hay quien piensa: el dominio de la religión es el fuero interno. Aquí, las apariencias no valen. Aquí es, cualquier materialización, vana cáscara. La publicidad, vanidad de vanidades. Y, por consiguiente, cualquier propaganda, impía. No ha estado lejos el subjetivismo a lo moderno de llegar a esta posición. El filósofo Berkeley descubrió este fantasma que se llama "vida interior". La Reforma había ya dado, en este camino, un fatal avance.

Pero otros sabemos que no se liga tan sólo, en la Religión, nuestra alma, sino nuestro cuerpo. Nuestros sentidos, nuestros movimientos, nuestras palabras, nuestras obras, nuestro grupo familiar y corporativo. No me basta ser cristiano; es necesario que mi casa lo sea. Ni siquiera el ser cristiano; debo llegar a lo católico, es decir, social, y, en lo social, universal.

No sólo regido por un sentimiento, sino miembro de una Iglesia. Miembro, cuerpo en un cuerpo. Si no fuera cristiano corporal y social, no sería. Decía Tertuliano: Nihil est incorporeum nisi quod non est. No creemos en la espiritualidad aséptica. Ni tampoco, en espiritualidad solitaria y taciturna. Sociales somos, e interlocutores. Susceptibles de recibir, no ya únicamente una inspiración, sino una propaganda. Por esto, podemos acoger el mensaje que, poco más alto que los árboles, como en los belenes ingenuos, habla a los hombres. Esto, los humildes. En los más sabios, en quienes pueden llamarse Reyes o Magos, ya, si no habla una criatura alada, habla una criatura resplandeciente, desde más alto aún. Habla una estrella. En cualquier caso, una voz privada, una confidencia.

Religio est libertas. Mi fe es mi libertad. Pero también Religio est vinculus. Puesto que también soy cuerpo, mi fe es la corporativa. A mi vera, un ángel, el ángel Custodio. Sobre los cipreses, un ángel, el ángel de Roma. Es él quien me anuncia la gloria de Dios y la paz con mis hermanos. Si de él no viniesen, no podrían ser verdad ni una cosa ni otra.

III


Y el contenido en el mensaje que se me ofrece, ¿no me aleccionará en remache de lo que ya me dice la angélica actitud? En la Natividad viene al mundo Jesús. Pero ocurre también que este mundo vaya a ser nuevo. No va a ser ya confuso, como aquel que daba fondo a las historias del Antiguo Testamento. Los ángeles no andarán, a partir de ahí, sobre baldosas, por mucho que las ennobleciera un búcaro con un lirio, ni si pugnan con nosotros, y la pugna, eso sí, va a ser siempre, de una u otra manera, necesaria, nos dislocarán la cadera, como se la dislocaron a Jacob. Tampoco, en desquite, resultará para ellos posible la tentación, para ellos ni, por su vía, para los hombres, de erigirse en divinidades, en causas primeras la pretensión vitanda, la originalidad. Los demonios no podrán ya ser genios, los genios no podrán ya ser adorados, sino adorantes. La soberanía, a partir de este momento, está ya ligada a la jerarquía. Y la jerarquía, al servicio.

Entre cielo y tierra, queda el mensaje angélico tendido como un arco iris, como una alianza. El reino de Dios queda fundado "sobre las ruinas, dice Mateo, del reino de los demonios". Es un cosmos en que ha entrado el libre albedrío, en que el hombre quedará emancipado, según luego San Pablo dirá, "del temor y de la servidumbre ante el espíritu de los elementos", ante las fuerzas oscuras. Ahora, a Pan ya no le queda otra posibilidad que morir. Los ángeles encuentran su definitiva posición, abierta, por un lado, a la fuerza divina, que los santifica por la adoración, dando, por el otro, acceso a los hombres que, por la santificación, pueden hacerse también intercesores.

Santa era ya la misión de confidencia, en aquéllos, cual la ejercitaron con Agar, con Jacob, que se apartó de su pueblo para entrar en cuerpo a cuerpo con su antagonista. Jesús, en el Huerto de los Olivos, recibirá también a solas, entre los discípulos dormidos, al ángel del Cáliz, con María, la Electa. Ahora será santa, además, su función propagandista, la que tuvo el ángel de la Natividad al aparecerse a los pastores.

La doble santidad del arquetipo angélico impone así normas de ejemplaridad, cuando las ejercitan los hombres, dando a cualquier actividad de confidencia, como a cualquier actividad de propaganda. El cinismo, vamos ahora a hablar mundanamente, es la profanación de la confidencia. El reclamo es la profanación de la propaganda. Debemos repugnar igualmente a la frivolidad boba de la primera, que llamamos "chisme" y a la frivolidad boba de la segunda, tan frecuente en la feria de las vanidades. Ni es el ángel de la Anunciación, por cercano que se le coloque, el patrón del comadreo, ni es el ángel de la Anunciata, el patrón de la gacetilla.

No desnudemos nuestra alma ante nadie, sino cuando haya recibido una carga del Espíritu. Ni congreguemos con nuestra voz a los públicos, sino para algo que no esté demasiado lejos de la Buena Nueva. Tenga cualquier correo un resplandor, siquiera, de Ave María. Sirva cualquier pregón, por lo menos en la medida de unas pobres fuerzas, para glorificar a Dios en las alturas y para apaciguar, sobre la tierra, a los hombres de buena voluntad.


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Última actualización: 6 de octubre de 2005