Eugenio d'Ors
TEXTOS SOBRE LOS ÁNGELES   
RETABLO DE LOS ÁNGELES
(en L. Gonzalo Calavia, Ventanal. Ensayo de antología escolar,
Editorial Magisterio Español, Madrid, 1946, pp. 17-28)
 
I. EL ÁNGEL DE AGAR O LA VOCACIÓN

El ángel de Dios llamó a Agar desde los cielos, diciendo: ¿Qué tienes, Agar?"
(Génesis XXI, 17)


Oye, Víctor. No es verdad, según creyeron paganos fatalistas, que cada cual nazca llevando a cuestas un destino inexorable. Pero sí, que tiene desde su cuna, acaso desde su oscuro germen, trazados los caminos de una determinación limitativa, en cuyo juego se enreda su propia libertad. Dañosos a veces tales caminos, como que son del Pecado Original, que recibimos en herencia, son otras veces bendecidos por la luz indirecta, tan indirecta, que no nos percatamos de su origen, sobre ellos derramada por el ángel, que se nos dió como divino regalo.
Nuestra ignorancia designa ese origen con términos torpes y aproximados. Unas veces, le llamamos Vocación; otras, Personalidad; otras, Custodia; otras, Misión; otras, Ideal o Triunfo. En las albas de la humanidad, supo ésta mejor con quien se las había.

Agar, sierva de Abraham, había sido arrojada por su señor al desierto, lejos de la casa donde, un par de años antes, naciera su hijo. Abraham no sabía la razón de haber él cometido tal atroz dureza. Pero esperaba secretamente, para gloria de su estirpe, muy grandes cosas y obedecía sin réplica y sin vacilación a la voz de Javé que se las dictaba. Javé le había dicho: "Echa de la casa a Agar y a su hijo". Abraham obedecía. Por esto Agar vagaba ahora por el desierto, con su niño en brazos. Cuando su partir, antes de la aurora, su amo no le había dado más que un odre de agua, con que la infeliz cargaba sus hombros. El agua se había terminado ya: el niño iba a morir de sed. Entonces, Agar le acostó en el suelo del desierto, se sentó frente a él y lloraba con grandes sollozos.

Fue entonces cuando el ángel apareció en los cielos. Aconteció así una de las primeras grandes angelofanías sobre la tierra. Desde la tierra, vio Agar al ángel y oyó cómo le hablaba: "¿Qué tienes Agar? No temas. Levántate, toma al niño y tenle de la mano, pues he de hacerle un gran pueblo". Y abrió Dios los ojos de Agar haciéndola descubrir un pozo a donde fue y llenó el odre de agua, dando de beber al niño. Después, éste creció y habitó el desierto y de mayor fue arquero. Y luego tuvo mujer. Y luego tuvo familia. Y cuando esta familia llegó a nación se convirtió en el pueblo escogido. Así tuvo cumplimiento la llamada hecha por el ángel.

Llamada, vocación. No te sorprenda, Víctor, el que ésta anide, inclusive, en el cuerpo de un niño que se va a morir de sed en el desierto.

II. EL ÁNGEL DE JACOB O LA PERSONALIDAD
Y quedóse Jacob solo y luchó con Él
un Varón, hasta que rayaba el alba.
Y Él dijo: No será tu nombre Jacob,
sino Israel, porque has peleado con
Dios y con los hombres y has vencido
.
(Génesis XXXIII, 24 y 25)

Puede el niño tener vocación, pero no tiene personalidad todavía. Tampoco la puede tener el loco, porque el loco está solitario, cada loco con su tema. Para tener personalidad se necesita sumir, representar, dar expresión y proyectar en empresa algo de orden ya colectivo. Entonces, su representación es ganada por el individuo: la personalidad nace. En la personalidad se hacen uno el individuo y su compañía.

Episodio bien extraño, a primera vista, el de la lucha de Jacob con el ángel que llama el Génesis, con vaguedad turbadora, ¡un hombre! ¿Por qué sale éste a barrarle el camino cuando, tras de su exilio y largos trabajos, volvía a su tierra y distribuía su hueste en el temor de un choque con el hermano? ¿Por qué la víspera del temido encuentro Jacob se aisla, se queda consigo en la noche, destinándola visiblemente a una especia de vela de armas? La lucha con el ángel es lucha física y tiene la violencia de un forcejeo terrible. Como que de las gigantes manos de aquel Varón, saca el futuro plasmador de un pueblo la cadera dislocada para toda la vida. Y la pugna atroz se prolonga toda la noche. No se logra, no, tan fácilmente pasar de individuo a persona. Toda realidad es una adversidad. Hasta que al ir a amanecer el día nuevo, Jacob le puede a la adversidad, a la providencial adversidad. El ángel es vencido y Jacob le exige el botín de la victoria que sobre Él acaba de lograr. El botín, un nombre. Jacob llevará, de aquí en adelante, el nombre que el ángel tenía y que le entrega, como quien rinde una corona. Se llamaba Israel. Jacob, de aquí en adelante, se llamará Israel. Habrá personificado a todo su pueblo.

Tú, Víctor, abrías el libro al azar. Tu mano caía sobre el capítulo XXXIII del Génesis. Y yo te decía aquella noche:

"No, Víctor, te conturbe ni te asombre
El pasaje en que el libro se te abría.
También tú debes conocerlo un día,
El forcejeo del ángel con el hombre.
Donde el espino tu pisada alfombre,
Cuando te envuelva la tiniebla fría
En la comunidad de una agonía,
Su nombre, al fin, recibirás por nombre.
Tierras, después, labores y rebaños
Gobernarán tus rutas y tus años,
el regresado a las etéreas salas.
Pero, testigos de la pugna fiera,
Llevarás ya, torcida la cadera,
Un signo y un mensaje y unas alas".

III. EL ÁNGEL DE TOBÍAS O EL APRENDIZAJE
Bajó el muchacho a bañarse y salió en
el río un pez como si fuese a devorarle.
Pero el ángel le dijo: "Agárralo". Agarró
el joven el pez y lo sacó a tierra. Díjole el
ángel: "Descuartízalo y separa el corazón
y el hígado, con la hiel, y ponlos aparte"

(Libro de Tobías VI, 2, 3 y 4)


¡Cuánto patrimonio de personalidad no se malbarata miserablemente y desperdicia por culpa de nuestra dispersión atolondrada! ¡y cuán infielmente servimos a la vocación cuando, en las tribulaciones, no sabemos acudir a un criterio objetivo que nos venga de fuera y nos ayude a discernir y medir su proporción!

Confesemos que en la familia de Tobías, hijo de Tobit, todos eran un poco barullones. Se prodigaba Tobías en caridades, sin ton ni son. Dejaba la mesa llena de manjares, para la fiesta, por salir de casa y luego traer a ella un muerto encontrado en la calle. Su mujer tenía, igualmente, muy buena voluntad; pero, de carácter poco ameno, se pasaba el día haciéndole escenas y diciéndole reproches a su marido. En cuanto al muchacho Tobiasillo, hijo de Tobías, había salido bastante pusilánime, según se verá. Y unos parientes, Raguel, habitantes de Ecbatana, otros que tales; allí la hija se había casado siete veces, sin medrar en prole.
Aquí, pues, lo que tuvo que hacer el ángel fue, capitalmente, poner orden. Iban los de la casa de Tobías a mandar a su chico, en viaje, a los de la casa de Raguel, para ver si al fin se cobraba una cuentecilla, ya a punto de añejarse. Y, como compañero de expedición, se recurrió al Arcángel Rafael de quien ignoramos a servicio de quién estaba: si de Tobías padre o de Tobías hijo o de los Raguel. En realidad a todos trajo servicio, porque a todos puso en orden. El orden es lo mejor de las cosas, porque adjudica a cada cosa un lugar ideal, y así a todas clasifica eternizándolas. El ángel volvió al padre la luz de los ojos; curó al hijo la pusilanimidad; le dio a éste a la hija de los Raguel por esposa, cancelando así aquella su maldición, que venía de los matrimonios por demás calculados y urgidos; bendiciendo, en cambio, a éste, sobrevenido por el azar, que es, muchas veces, como un guante con que se calzara la mano de Dios.

Y no fue el menor de estos logros el aprendizaje del vivir a que el ángel sometió a Tobiasillo durante el viaje. Famoso es lo que ocurrió durante su curso en el episodio del pez. Este pez, veamos, ¿era grande o chico? Si chico, no se comprende cómo hasta ese punto se asustara un zagalón como Tobiasillo, que bien debía de tener lo que hoy llamamos la edad militar, cuando vemos que, a vuelta del viaje, se casa. Y, si era grande el pez y poderoso, ¿cómo el susto podía recibir tan pronto remedio, como el de tomarle por las agallas y sacarle del Tigris, donde se estaba el mozo bañando?

El pez no era grande ni chico. Era como las tribulaciones que sufrimos los humanos en la tierra: grandes, para quien se embarulla en su visión y medida; exiguas, tal vez risibles, para quien ha aprendido a verlas con discernidora atención y procuramiento de claridad. Encontrábase el pez en el agua, medio turbio, donde los objetos se desmesuran y donde el pecho del hombre no puede respirar a gusto. Traido ahora el que pudo antojarse monstruo a un aire y una claridad propicias al hombre, ineptas al espanto, se le discierne, se le abarca y, por entendido, se puede con él.

Así, con la tribulación, cuando la causa de la tribulación es entendida y nuestro juicio sabe por fin exactamente de qué se trata. Quien aprendió a dominar, con la inteligencia, las tribulaciones, adelantará su vocación en la empresa.

IV. EL ÁNGEL Y EL CÁLIZ O LA MISIÓN
Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz:
pero no se haga mi voluntad sino la tuya.
Y se le apareció un ángel del cielo, que
le confortaba.

(San Lucas XXII, 42- 43)

¿De dónde ha venido la figuración sublime del ángel del Huerto, bajando hasta la soledad de Jesús, en tanto que los discípulos se entregan, el uno a la gran traición de venderle; los otros, a la media traición de dormirse? ¿Quién fue el primero en adivinar al Portador del Cáliz, es decir, de la Pasión; es decir, de la Misión; es decir, de la Redención, que Jesús quisiera, en la crisis de un desfallecimiento, apartar, si fuese posible, de sus labios? De los cuatro Evangelistas, únicamente Lucas habla de la presencia del ángel en el Huerto de los Olivos. Y Lucas se limita a decir que el ángel aparece y conforta; el Cáliz parece tomado aquí en sentido figurado. A Él ya se ha referido el Justo, antes de que la aparición se mencione.

El enlace, empero, entre el Mensajero y el Cáliz, entre la vocación y la prueba, entre la Personalidad y la Misión, ¡entre la Redención y el Martirio!, es tan natural, tan espontáneo en la mente, que lo que los Evangelistas no dicen puntualmente ningún pintor deja de adivinarlo. La consabida figuración se ha formado, cabe creerlo, sola. Porque toda la filosofía de lo angélico ha estado ya, desde siempre, en la conciencia cristiana. A nosotros no nos incumbe hoy otra tarea que la de desentrañar y alumbrar.
Jesús recibe el Cáliz de manos del ángel a quien ruega, como Jacob había recibido el Nombre de manos del ángel, al cual combatió. Pero, en cambio, ya se sabe ahora de quién viene y para qué sirve. Viene del Padre y su razón lógica consiste en la imposibilidad de que una verdadera Misión se realice, para decirlo en forma vulgar, por las buenas. No existe verdadera Misión si una condena no la acompaña. Pero, toda aceptación del condenado responde a una conciencia de la función misional. Jacob luchaba con un antagonista, que le cierra el paso; Jesús recibe a la vez fallo y consuelo de alguien a quien ya puede llamar amigo. Porque, sin duda cuando Jesús implora y desfallece, lo hace en guisa de hombre, en función de su condición humana. El cambio entre la Ley antigua y la nueva encuéntrase representado ahí. En la soledad nocturna el Huerto se han reconciliado, ya para siempre, la Justicia y la Gracia.

Advertimos aquí cuán paralelamente se relacionan la emulsión de la Justicia en la Gracia y la del Combate en la Amistad. La Oración del Huerto es, de todas maneras, una agonía, a saber, una batalla. Y, porque el auxilio ha de conservar siempre un carácter de condena, trata Jesús, en el momento supremo, de esquivar la consumación de la orden recibida de sustraerse a la necesidad de la Pasión. "Si es posible, pase de mí este Cáliz". No, no es posible. La angustiada súplica de la carne flaca ni tan sólo obtiene respuesta. En la soledad, no se oye ni una palabra de confirmación. Pero la Víctima ha comprendido inmediatamente.

No tarda la Víctima, que estaba en hinojos, en ponerse otra vez de pie. De pie, y ya a pie firme, avanza ahora hacia el cumplimiento de su misión redentora. Repite quizá para sí mismo la palabra dicha a Judas, unas horas antes: ¿Por qué demorar lo que estás haciendo?¿Por qué no adelantarse entre los Apóstoles dormidos hacia el holocausto, hacia el gran traidor, hacia los soldados que entran a prenderle y que, también ellos, cumplen su papel; asistidos como, también ellos, se encuentran por una superior vocación?

El Señor se ha serenado, a partir de este punto. Los soldados, también. Nosotros, también. Nosotros, que como El, no como ellos, hemos comprendido.

V. EL ÁNGEL DEL SEPULCRO O LA VICTORIA
Y , mirando, vieron que la piedra
estaba removida. Y entrando en el
monumento vieron un joven sentado
a la derecha, vestido de una túnica blanca,
y quedaron sobrecogidos de espanto.

(San Marcos XVI, 4-5)

"¿Por qué buscais entre los muertos al
que vive? Ha resucitado; no está aquí
."
(San Lucas XXIV, 5-6)


Da igual, Víctor. Da igual que lo aparecido sea un sólo ángel, como en San Mateo y en San Marcos; que dos, como en San Lucas y en San Juan. Siempre dicen: "Ha resucitado. No está aquí". Y siempre su vestido es blanco.

El blanco es el color ideal, porque es la ausencia de color. En la naturaleza, en rigor, no se le halla; como no se halla en la historia nada que no contenga en sí la muerte, nada que no esté situado en la pobre angostura del espacio y del tiempo. Pero el Resurrecto ya se libertó del tiempo, que es historia, y entró en la eternidad pura; ya se libertó del espacio, que es naturaleza, y entró, victorioso, en la pureza de lo sobrenatural. Por ello no está aquí. No podía estar aquí. No está aquí; no está ahora. No sufre estado porque se ha absorbido plenamente en el Ser.

Cuando resucita, resucita de veras, deja para siempre de estar "aquí". No hay que buscarle donde antes se encontraba. Por esto se disipó en oscuridad la gloria de Lázaro, porque, vuelto a la tierra, siguió viviendo en la tierra como si tal cosa; de nuevo sometido a la naturaleza y a la historia; de nuevo dando entrada en la vida a la colaboración de la muerte. No así el Señor. No así nada, cuando se ha inscrito en lo eterno. Cuando su acontecer anecdótico se ha proyectado a categórica esencia. Cuando su Vocación, convertida en Personalidad, afirmada en Aprendizaje, realizada a título de Misión, le ha llevado al Triunfo.

No busquéis al triunfante, al Resucitado de veras, allí donde estaba. Parientes, amigos, adictos, coterráneos, no le encontraréis. Si acaso le encontráseis, os diría como a la Magdalena: "No me toques". Se os ha vuelto extranjero, se os ha vuelto distante. Ni le conoceréis, si Él no insiste en darse a conocer.

Un ángel, dos ángeles, lo mismo da, porque tampoco ahora la pluralidad contradice a la unidad, ha removido, han removido la pesada piedra del sepulcro. Y ahora están aquí, que lo guardan y lo explican. Resucitar en la idea es la indispensable condición para que alguien, o algo, resulten plenamente entendidos.

Y tú, hijo mío, ¿me entenderás? Mejor, si a medias, aquí y ahora. Porque esto que yo escribo, mi ángel me lo está dictando, no exactamente para tí, sino para el tuyo. Quiero decir que ha de servirte, no a tí y ahora, sino toda la vida y hasta más allá de la vida. Cuando, gracias al ángel, tú, hijo, el Llamado, seas verdaderamente Víctor, el Vencedor.

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Última actualización: 6 de octubre de 2005