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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
JOVELLANOS
(La Vanguardia, 17-II-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 38-42)

Si alguna vez —en el título de un libro, inclusive— he emparejado a Poussin con el Greco, el que los empareje no quiere decir que los equipare. Ni el gondolero de Venecia abordará con su góndola el Adriático, ni el acróbata se lanzará al Niágara con el esquife que le sirvió para deslizarse en dar una vuelta por el Leman. Lo cual no quiere tampoco decir que la belleza del Leman se cancele por culpa de la del Niágara. Ni que sea menos delicioso el reflejo de SanGiorgio degli Greci sobre el verde canalillo, que el de San Giorgio Maggiore sobre el azul del mar.
Ello va a gustos. Y también tienen su gusto propio las épocas, no pocas veces, en forma o con motivo de reacción. La experiencia nos adoctrina aquí, por otra parte, sobre el hecho de que, frecuentemente, el gusto auténtico de una época, la vocación íntima de la historia que ella vive, no sean precisamente proclamados por las voces que hacen más ruido en la calle; este ruido y su generalización multitudinaria pueden indicar, al contrario, un tramonto. Así como, de ver que la mayor parte de las paseantes de la Gran Vía llevan un modelo de tocador, cabe deducir que las huéspedas del Ritz llevarán otro muy distinto, así, el que las más publicitarias guías turísticas deliren por el Greco, revelará una sensibilidad contemporánea inclinada hacia el opuesto polo.
Tal cual síntoma vendrá entonces a revelarlo un día al distraído. A éste le habrá chocado quizá, recientemente, que el centenario del Greco, bien que no olvidado en España, se viera celebrado con menos brillantez efectiva que, el año anterior, el centenario de Villanueva. A Villanueva se le dedicó una solemne sesión en la Real Academia de San Fernando. Al Greco, no… Se dirá que la razón está en que, sobre aquél, entre académicos andaba el juego; y que cada cual tiene interés por los suyos. Pero se da el caso de que también sobre el arquitecto neoclásico se movieran con entusiasmo las plumas jóvenes, de alguna de las cuales han salido ya revelaciones muy nuevas sobre el hombre y su obra; mientras que, a propósito del pintor barroco, nadie dijo nada que no supiéramos antes. Y ocurre también que, hogaño, sobre otro académico, honor de la literatura, y de la política, y de la administración, y de la pedagogía españolas éste, pero muy lejano a los gustos del Fin-de-Siglo y, en general, del Ochocientos, muestren hoy las horas del Novecientos que vivimos, disposición apercibida a festejar el centenario con particular esplendor.
¿Cuáles, sin embargo, entre los elementos del actual clima de cultura, se hubieran dicho a propósito para avalar y apadrinar la memoria de Gaspar Melchor da Jovellanos? Lo común es hoy que las pelucas tengan muy mala Prensa. No será ciertamente que, en la revisión de la historia patria el siglo XVIII, alcance especial favor; el de Ramón de Basterra, sí; y el nuestro, es claro; y hasta nuestra predilección. Pero las demás gentes se van hacia el tiempo de los Austrias, siempre bienquisto entre engolados; cuando no, a la moda «isabelina», pasajera ternura de los frívolos. Tampoco, en la ideología general, la hora en que aun priva el anti-intelectualismo de Unamuno, se emparentará fácilmente con la«Aufklärung» de Jovellanos. Ni aquella horaciana vocación por las obras «útiles», en que éste coincide con el Voltaire de los telares y de los graneros de Farney o con el Goethe de la legislación minera de Weimar, se compadece con el desgarrado ascetismo que se diría imperante entre una mocedad descapullada por nuestra guerra civil, y menos, la estética didascálica, «grave y majestuosa», del estro jovino, con el amor a lo inconsciente, cuando no a lo abstracto, corrientes en nuestra poesía de hoy: uno de sus representantes dilectos, entre los de la penúltima, si no de la última, generación, acaba de confesar —justamente en ocasión periodística de homenaje a Jovellanos— que los versos de éste resultan para ellos «muy difíciles de comprender y aún más difíciles de consentir».
Pero, ahí viene lo de si son los tocados femeninos del Ritz los que mejor señalan la orientación de la moda. Quizá las preferencias históricas de Basterra resulten más vivas —desde luego más sintomáticas hoy— que las de Unamuno. Y quizá también existan razones, y no sólo casualidades, para que el centenario de Villanueva agite más plumas, y no sólo académicas, que el centenario del Greco.
Aquí, en Madrid, y frente por frente a una obra de Villanueva, la puerta y verja del Jardín Botánico, hemos visto instalar, no hace mucho tiempo, algo de tan inevitable modernidad como una estación distribuidora de gasolina. Tengo entendido que durante meses, tal vez años, había el Ayuntamiento regateado el correspondiente permiso para estas obras; de miedo a que desdijera su estilo de la nobleza del lugar y de lo que tenía enfrente. Era no conocer la reacción que podía animar a los jóvenes arquitectos; y a partir del prejuicio que da todavía como reinantes las tendencias de hace medio siglo, que nos valieron tantas «casas vascas» y tanto «gótico-mozo-de-escuadra» catalán. Era no tener información sobre los sombreros del Ritz, que han de reemplazar los sombreros de la Gran. Vía… Aquél permiso vino al fin. Y el puesto de esencia, fábrica de la última generación, vino a ligarse armoniosamente, en su estética y hasta en su técnica estilística, con la verja setecentista del Jardín Botánico.
Otras coincidencias con la época de éste cabe registrar hoy. Ya hemos citado a Basterra y aludido más opiniones. No sé si atreverme a recordar igualmente un documento importante de nuestros días, que, uniendo los cabos de una evolución, esta muy cerca de la lección de Jovellanos. Este documento —¡no grite nadie!— es el testamento de José Antonio. Su inspiración templada, su ecuanimidad entre muerte y vida, su útil dignidad, su heroísmo sin «pathos» confirman la presencia entre nosotros de una tradición, de «otra» y más universal tradición, que la de los ascéticos enajenados y declamatorios gesteros. Una tradición de que el éxito que hoy se anuncia para el centenario de Jovellanos viene a mostrar, no sólo en constancia, sino en vigencia.


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Última actualización: 21 de julio de 2009