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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
"DEL SIGLO"
(La Vanguardia, 27-X-1944, p. 2; recogido en Novísimo Glosario, pp. 379-383)
¿Qué se quiere decir cuando, al encomiar en persona determinada la virtud, se la presenta como desoidora de «las tentaciones del siglo» o de «la impiedad del siglo», y cuando, simplemente, se opone a lo religioso lo «secular»? ¿Por qué el matiz peyorativo que se atribuye aquí a una medida cronológica que, según su definición, debiera tomarse como neutra, independiente en sí misma de cualquier contenido de bien y de(1) mal? También, en relación con el cambio de nombre, no sé si habitual o impuesto para la profesión en ciertas Ordenes, se separa, sobre todo respecto de las mujeres, el nombre escogido cuando aquélla, del que el profeso llevaba «en el siglo», del apellido, sobre todo; el cual, al indicar adhesión y pertenencia a una estirpe, se vuelve incompatible con la emancipación de los mundanos vínculos en quien adoptó el nuevo estado… Así, con la adquisición de tal sentido, el concepto del «siglo» pasa a ser lo que llamaríamos el hermano menor del concepto de «mundo»; del «mundo», enemigo del alma, al lado de la carne y el demonio. El «secular» es un «mundano» al servicio de las cosas «temporales», cuya vaciedad de substancia corre parejas con la frivolidad de su afición.
Probablemente habría que buscar los orígenes de esta singular acepción en la literatura apocalíptica hebraica. Sabido es que, desde mucho antes de que apareciera el que llamamos, por antonomasia, «el Apocalipsis», donde se contienen las visiones habidas en Patmos por el apóstol San Juan, y aparte de(2)los pasajes de color apocalíptico contenidos en el Libro(3) de Daniel y en los de otros profetas del Antiguo Testamento, pulularon en la producción parabíblica los textos sedicentes contentores de alguna revelación sobre las postrimerías del mundo y sobre las grandes justicias esperadas para esta hora. Una intención común domina tales escritos: una filosofía de la Historia, con carácter, de una parte, fatalista; de otra parte, dualista, que recurre para explicar el incumplimiento de promesas, que se dijeron dictadas por Dios mismo, y cuya ilusión fue colectivamente acariciada, a la intervención de un poder antagónico, no maligno de raíz, como el del diablo, pero sí producido por el olvido y la corrupción de los hombres. Pues bien, este poder antagónico es «el siglo»… «El Altísimo no ha hecho un solo siglo, sino dos», se lee en el llamado «Libro IV de Esdra». La idea de una maldad esencial en «el siglo» —en contraste con la pureza de los antiguos, con la purificación de los venideros—, se abre también paso en el Apocalipsis siríaco de Baruch. El Libro de Enoch, el Testamento de los doce Patriarcas, los Salmos de Salomón, el Apocalipsis de Abraham multiplican también las maldiciones al «siglo». Las traducciones griegas y eslavas de estos libros facilitaron las interpolaciones cristianas, gracias a las cuales, el pesimismo sobre «el siglo» entró, según puede verse en Orígenes, dentro del repertorio proverbial cristiano.
No estará de más señalar la diferencia entre este pesimismo, delimitado por un contorno de contemporaneidad —«el siglo» quiere decir siempre «este siglo»—, con los varios mitos sobre una decadencia general humana, venida tras de una «edad heroica», de una «edad de oro», de una «época de los Titanes», etc., con que la mítica de los varios pueblos ha pretendido encontrar un sucedáneo evolutivo a la «vertical» caída, representada por el Pecado Original; mitos, aquéllos, traducidos a mil leyendas, desde la de la beatitud arcádica, que imaginaron los antiguos poetas, hasta la del «estado de naturaleza», de Rousseau y de todo el pensamiento romántico. Menos aun cabe, naturalmente, confundir el milenarismo que los apocalipsis involucran, con postulados como los del «progreso de la Humanidad», en que las inferioridades de la hora presente se ven imperturbablemente presentadas como un tránsito: algo malo en sí mismo, pero malo por interina imperfección… Y aquí una sorpresa. ¿Dónde cabía imaginar que se repitiese la substantividad simbólica atribuida a un lapso de tiempo por la concepción apocalíptica del «siglo»? Pues en el otro extremo de la ideología, allí donde semejante substantividad ha de llevar por fuerza un signo contrario. ¿Que «el mundo» es un enemigo del alma? Pues almas habrá que se hagan un timbre de gloria de una propia calidad, que unas veces titularán «humana» y otras «realista»; es decir, de un acuerdo con el mundo; un acuerdo que mueve a menospreciar a quien «tiene poco mundo»… ¿Que al «siglo» hay que darle la culpa de que no llegue la «plenitud de los tiempos», de que el arco de la alianza entre Dios y las criaturas quede colgando, sin terminar su trazado aún? Pues he aquí al libertino ochocentista, que se proclama a sí mismo enfant du siècle, si no con sublimaciones de honra, por lo menos con secretos halagos de vanidad.
Cuando Goethe, en el encuentro de una posada, va a sentarse a la mesa redonda entre los dos románticos, Basedow y Lavater, y dice, sonriendo, para enarbolar su propio laicismo como un estandarte: «Profeta, a la derecha; profeta a la izquierda: el «mundano» (Weltkind) en el centro», subraya en su persona la nota de una satisfactoria primacía. Y una tabla de valores análoga inspira al que hoy se llama «novecentista» o mienta el «novecentista». Da con ello implícitamente a entender que el siglo en que vive posee una excelencia, a cuyo lado los siglos precedentes, el último sobre todo, hacen muy mal papel; en cuanto a los futuros, ya veremos… Así, otros procesos de la mente vienen a vindicar al que se llamó «enemigo del alma» y a su a latere, el que antes fue visto como frustrador de las promesas divinas. Sustitución que no se limita, por cierto, a eficacia en aquellas zonas de la sociedad habituadas a la terminología de la Historia del Arte o la Historia de la Cultura, ni a los subvertidores intelectuales del tipo de Goethe. Infinitas personas de lo más pacíficamente burgués, y hasta de lo más incomprensivamente(4) vulgar que darse pueda, se han hecho cómplices de semejante vindicación. No hay más que pensar en el gran número de(5), no ya(6)(7) periódicos, sino cafés o mercerías, que en el XIX tomaron el título de «El Siglo». Y hasta, en España, uno de aquéllos hubo —y, por cierto, se trataba de tradicionalistas—, que llevó su amor a la secularidad hasta el punto de ostentar la siguiente paradójica inscripción en su cabecera: «El Siglo Futuro».

(1) de] del Novísimo Glosario
(2) aparte de] om. Novísimo Glosario
(3) Libro] om. Novísimo Glosario
(4) incomprensivamente] incomprensible Novísimo Glosario
(5) de] om. Novísimo Glosario
(6) add. a Novísimo Glosario
(7) add. de Novísimo Glosario

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Última actualización: 18 de febrero de 2010