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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
POSTRER CORREO DE VACACIONES
(La Vanguardia, 11-X-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 386-389)

DE SU TONO. —El correo de las vacaciones nunca tiene el mismo que el de la otra época académicamente conocida por «el curso». La fantasía se aloja mejor en aquél. El cual suele sacudirse de preocupaciones y, en realidad, aplazarlo todo. Sus respuestas, por otra parte, sólo muy laxamente encajan con sus preguntas. Pero llega el momento en que todo se expía. Y viene lo de mandar treinta y cinco tarjetas postales, con la fotografía del Puente del Diablo o con la del barquito de vela, y a cuyo dorso se lee: «Te recuerda cariñosamente desde…», sin mencionar que, de allí, se va a partir justamente mañana.
El agobio del postrer correo de vacaciones sólo se repite ya con el fin del año; y luego, con el principio de las otras vacaciones. Son horas éstas en que se trata de aligerar la carga de remordimientos. Horas, pues, de resumir. Insuficientemente, lo había yo hecho con alguna de las cartas que estribó el articulo «¿Utopías?». Porque el demonio de la disertación pudo tentarme; y a la «maestra alarmada», por ejemplo, sobre una primera respuesta, vino otra; y ésta, a su vez, prometía una tercera. Ya estamos contra el tope y hay que adoptar el modo esquemático, dando sólo en cifra las soluciones sobre el problema de la educación femenina, que puso mi maestra sobre el tapete.

UTÍLOGO PARA LA MAESTRA ALARMADA.— A estilo, más aún que de epílogo, de utílogo, las cifraré en unas pocas fórmulas
Primera. Que estas soluciones no pueden plantearse en la práctica a solas ni con demasiada fidelidad a principios. Se depende con estrechez de lo social; y hay que ir trampeando con las realidades que nos envuelven. Bendiga a Dios, señora, si le permitió arreglar personal y satisfactoriamente su caso. Y porque, según dice, no le ha dado hijas, en cuya testa, más o menos testaruda, habían de fracasar tal vez sus más bien argumentados fundamentos.
Segunda. Para plantear las soluciones generales no hay que olvidar nunca que las áreas de lo femenino y de lo viril no coinciden exactamente con las apariencias fisiológicas respectivas, ni siquiera con las psicológicas, de la mujer y del hombre. Femenino y viril son categorías de cultura, y que, en el terreno de la ciencia de la cultura, han de jugar su juego.
Tercera. Cuando se pasa de la cultura a la moral se cae siempre, cualquiera que sean las vueltas que se le den, en la vigencia de la doble condenación bíblica, con misión y castigo de trabajo para el hombre —quiere decir de producir cosas— y de generación para la mujer — quiere decir de producir otros seres humanos.
Cuarta. En esta distribución primitiva arraigan, se desarrollan y florecen, desde los orígenes, los varios conceptos del honor. Hay quien se figura que eso del honor es cosa de Calderón o de la Edad Media, de la Caballería, etc. No, no. Hay aquí algo casi instintivo aún, bien que sea cultural ya. ¿Dónde mejor revelación en este sentido que la infamia, acompañante siempre del existir del hombre cobarde, de la esposa estéril? Algo hay aquí heridor de nuestra conciencia moderna, que se resiste a la aceptación del castigo sin culpa. Pero un nexo profundo sitúa tales concepciones en el campo común, donde vemos también a la enfermedad considerada como pecado; o al pecado transmitiéndose hereditariamente etcétera. El poltrón (por holganza o por miedo) se deshonra. La desobediente al imperativo de maternidad (por insuficiencia o por dispersión) se deshonra.
Quinta. Estos conceptos se ramifican y entrecruzan. Entra el hombre también en la pena propia de lo femenino, por el «dolor del amor», pasión predilecta de toda la sentimentalidad cristiana. Entra la mujer, a su vez, en la pena del trabajo, mediante el servicio que presta en las instituciones de la generación, o sea, el hogar.
Sexta. Al lado del servicio del hogar hay todavía una institución de cultura, susceptible de dar personalidad profesional a la mujer. Es la actividad que Ruskin llamaba «de reina» y que va desde sentarse en el trono propiamente dicho, como Isabel la Católica, hasta la función de presidir unos Juegos Florales, como Clemencia Isaura, pasando por la de tener salón literario o mundano, como la señora Recamier, o la de inspirar, a estilo de la Ninfa Egeria, o la de captar lección magistral a flor de labio, a la manera de Eloísa, o la de inventar una moda o dar el tono a una corriente colectiva de la sensibilidad. Fuera de estos trabajos y de los comprendidos en el enunciado anterior, toda otra actividad laboriosa es viril; lo cual no significa, para quien tiene presente nuestra segunda fórmula, que no pueda recaer sobre una mujer.
Séptima. Por lo que se refiere a la formación, no veo ningún inconveniente en que la preparatoria a la función femenina maternal o a la función femenina regia pase por los dos primeros estados, el de la educación agrícola y el de la educación artesana, propuestas por nuestras utopías para los hombres. Toda otra especificación tendrá, naturalmente, la nota de lo viril. Lo cual no quiere decir, una vez más, que ninguna mujer sea para ello adecuada, y aun preferente.
La señora M. D. J tomará de todo lo aquí dicho, a última hora con demasiada prisa, lo que parezca a su consulta adecuado.

A UN DEPORTISTA PERPLEJO.— Me gustaría conocer la opinión de algún médico acerca de si los trabajos (y los juegos) de la formación agrícola dada en la infancia pueden suplir — y si con ventaja, o con déficit — al beneficio físico traído por la gimnasia o el deporte, antes de contestar a la carta perpleja de D. G. B., vencedor de las olas y las nieves.
Mi impresión es que sí, y que ventajosamente. Pero no me atrevo a decirlo todavía, a la hora del alcance de este postrer correo de vacaciones.


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Última actualización: 16 de febrero de 2010