LAS REGLAS DE LA RAZÓN
MS 598


Charles S. Peirce (c.1902)

Traducción de Miguel Ángel Fernández (2006)





Este manuscrito (MS 598) fue escrito alrededor de 1902 y consta de 10 páginas, más ocho páginas de variantes. Peirce afirma que lo que está más allá del control está más allá de la crítica y que no se duda de aquello que no puede ser dudado, por ejemplo de aquello que está ante nuestros ojos o de la existencia de personas distintas a nosotros mismos. Este manuscrito guarda relación con los MS 596-7, 599 y 600. En las notas pueden consultarse las distintas versiones que Peirce escribió para algunos trozos del texto.

"Este autor", el lector puede con propiedad señalar, "afirma tener algo que decir. Antes de escucharle, quiero saber, de una manera general, qué es lo que tiene que contarme".

El autor responde: claro que tengo algo que decirle; pero no tengo nada que contarle. Le invito a recorrer conmigo un territorio del pensamiento que, más o menos, ya le es conocido. Es un territorio que he recorrido mucho; y quiero señalarle algunos objetos para que usted mismo los vea, algunos de los cuales, estoy bastante seguro, han escapado a su atención hasta ahora. Le prometo que serán interesantes en sí mismos, y también que serán tales que tendrán que ver con los intereses en los que ya está ocupado para saber más de lo que sabe. Será importante que sigamos un itinerario, a medida que avanzamos, y que seamos conscientes de dónde encontramos exactamente cada objeto que nos concierne. De otra manera, no traeríamos de nuestro viaje nada más que impresiones vagas y confusas. Debemos llevar algo así como un cuaderno de bitácora de todos los trayectos y distancias de nuestro viaje; y para que a partir de ellos podamos calcular las situaciones exactas en que se encuentran los diferentes objetos de interés, queremos, en primer lugar establecer con exactitud dónde está nuestro punto de partida. El lector puede señalar que esto es una metáfora que no transmite ninguna idea precisa. Es verdad; pero transmite una idea, la más definida que el autor sabe transmitir al principio. Según avancemos, su significado destacará con mayor claridad.

Dejando a un lado la metáfora, pues, y con ella gran parte del significado, el autor propone establecer reglas para distinguir entre los razonamientos malos y los buenos, y, entre los últimos, entre las razones débiles y las fuertes.1Lo primero que debemos preguntarnos es por qué deberíamos suponer que existen tales reglas, y en qué sentido pueden tener autoridad alguna.

La palabra crítica ha sido utilizada por los filósofos desde 1782, la fecha de la Crítica de la Razón Pura de Kant (Critik der reinen Vernunft), en un sentido peculiar. Es más propiamente una palabra literaria, y se aplica a cualquier examen cuidadoso de un escrito, respecto a su contenido o a su forma o incluso respecto a su aderezo, pero desde el mismo principio con el propósito de separar los aciertos de los fallos ligado a tal examen. La misma raíz de la palabra 'crítica', sea SKAR o KER, KRI, expresa la idea de separación. Este elemento de ensalzamiento y condena, que tiende a caer en una comparativa insignificancia en el uso literario de la palabra, resulta el factor esencial del término filosófico. Kant tomó prestado el nombre crítica, para referirse a la ciencia de la crítica,2 de algunos escritores ingleses, a saber, Hobbes y Locke. El que escriba la palabra con C probablemente desvela de dónde lo tomó prestado. Con Kant, "crítica" adquiere el significado más especial de una investigación en el Quid iuris, tal como lo expresa él, en la justificación de cualquier elemento del conocimiento. En consecuencia, la cuestión no está exactamente entre la condena y el ensalzamiento positivo, sino entre la absoluta exclusión de un elemento y el dejarlo estar. De una manera parecida, las reglas fundamentales del razonamiento simplemente excluyen algunos razonamientos por ser absolutamente malos. Es una cuestión secundaria si, habiendo admitido una razón como tal, se debe calificar a ésta como débil o fuerte.

La cuestión de si algo excepto uno mismo puede someterse a la condena humana ya se ha planteado. El No juzguéis (µή κρίνετε) de Jesús favorece el aspecto negativo; y, en verdad, la crítica filosófica choca con el espíritu religioso. En cualquier caso, hay algunas cosas, tales como la caída libre de una piedra hacia la tierra, que se reconoce que están más allá del alcance de cualquier crítica. En estas circunstancias, si hay algo respecto a lo cual la cuestión Quid iuris exige una respuesta, es la formulación de esta pregunta en cada caso; y si hay alguna crítica que esté más allá de la crítica (lo que puede dudarse), es la crítica de la crítica misma.

Comencemos, pues, por la pregunta general, ¿Qué cosas estamos llamados a desaprobar? Las alternativas son el incómodo estado mental de la reprobación y la ecuanimidad de la aceptación. Para comenzar la investigación, cuando parece estar en nuestro poder, voluntariamente, el propiciar un acontecimiento futuro nos encontramos, en algunos casos al menos, moralmente comprometidos a condenar esa conducta o a permitirla. Pues decir que estamos moralmente comprometidos a actuar de una determinada manera es decir que así deberíamos actuar si le dedicáramos la suficiente deliberación y la suficiente energía. Pero nadie puede dudar que si podemos controlar el futuro de alguna manera, una deliberación y una energía suficientes harían que actuáramos a veces muy decididamente. Ahora bien, aquello sobre lo que no dudamos está más allá de toda discusión. A continuación, preguntémonos si estaríamos llamados a desaprobar algo en caso de que nuestra desaprobación no concerniera a nada sobre lo que pudiéramos ejercer algún tipo de control. Aquí tenemos que distinguir. Todo hombre honesto debe reprobar a Caín, Nerón, Judas Iscariote, Robespierre, etc. No puede evitar sentir aversión hacia ellos. Pero si pudiera dominar sus sentimientos, manteniendo su propia moral intacta, no parece que tuviera ninguna obligación de juzgar a estos personajes de la historia. Él sólo es responsable de lo que puede controlar.

Hoy en día todo el mundo está de acuerdo en que todo nuestro conocimiento está basado en la experiencia. Pero, ¿por qué debemos aceptar la experiencia?, pregunto. El profesor Royce habla de "experiencia presente". Me parece que esa frase implica una contradicción. Sin embargo, sin lugar a dudas, tengo en este momento la percepción de un fuego en mi chimenea. Pero, ¿por qué debo confiar tan implícitamente en esto, -quiero decir confiar en el hecho de que parece que percibo un fuego en la chimenea? No he oído que ningún filósofo deseara que sometiera eso a crítica. ¿Por qué no? ¿Por qué no puedo rechazarlo, y cultivar la duda respecto a si me parece o no me parece ver un fuego en la chimenea? Por qué esta unanimidad en que tal crítica carecería de sentido a menos que, en este caso, se admita tácitamente que es inútil criticar lo que está absolutamente más allá de mi control.

Adoptemos este principio: lo que está más allá del control está más allá de la crítica. Que de otra forma dice: no dudemos de lo que no podemos dudar.

Admitido esto, el primer hecho con el que nos enfrentamos es que los conocimientos son de todos los grados de instancia. Algunos pueden ser descartados a voluntad: los denominamos fantasías. Otros sólo se tambalean tras los esfuerzos de una hora, un año o mil años. ¿Acaso hay algunos que resistirían todos los ataques? En estas circunstancias, ¿en qué sentido debemos ser fieles a nuestra máxima? ¿Qué debemos considerar más allá del control, de lo que no podamos dudar? La respuesta sería que una vez aceptado el principio deberíamos serle fieles. Podemos esforzarnos de manera tal que encontremos alguna forma de dudar de muchas cosas de las que no podemos dudar actualmente; pero mientras no podamos dudar de ellas, más nos valdría no pretender hacerlo. Podríamos descubrir alguna manera de controlar lo que no podemos controlar actualmente. Pero mientras el hecho permanezca incontrolable, es inútil condenarlo.

Todo esto le sonara a muchos lectores como una mera perogrullada. Les sorprenderá saber que la aceptación de este principio cancela, de inmediato, la mayor parte de la filosofía más moderna, y nos evita la molestia de un examen ulterior.

Veamos, en líneas generales, cuánto nos protegerá esta máxima3 de todo intento de crítica. En primer lugar, no puedo dudar que lo que parece estar ante mis ojos así lo parece. En segundo lugar, no puedo dudar que muestra cierta resistencia ante mis esfuerzos por descartarlo como haría con una fantasía. Es cierto que puedo descartarlo, con el truco de cerrar los ojos; pero puedo descartar una fantasía sin este truco. Respecto a mi memoria, sé (o pienso que sé) que a menudo me ha engañado: así lo afirma, ella misma. Sin embargo, en conjunto, yo no puedo dudar que hasta un punto considerable es digna de confianza. Posiblemente, una duda de este tipo se me ha pasado por la cabeza en algún momento; pero en cuanto adopto los medios, por los que las dudas se ven normalmente reforzadas, esta duda, en vez de ganar fuerza, se desvanece y no puedo realmente resucitarla.

Algo muy parecido podemos decir respecto a la existencia de otras personas aparte de uno mismo. Uno puede concebir la idea de que está solo en el universo; pero existen tantas evidencias de lo contrario que resulta prácticamente imposible resistirse a ellas. Una persona que seriamente dudara de la existencia de cualquier otra excepto de ella misma sería indudablemente declarada loca por legos y por psiquiatras. Son tan abrumadoras las pruebas de esto que no hay ningún hombre cuerdo que no pueda ser convencido, por el testimonio de otros, de que sus sentidos le engañan y está siendo victima de una alucinación.

Notas

1. (1)(...) razones débiles y razones fuertes. El autor, que ha sido un estudiante dedicado a este tema durante casi medio siglo, espera persuadir al lector de algunas cosas que serán nuevas para él e incluso, quizás, inducirle a cambiar de parecer respecto a algunos puntos. El lector, a su vez, parece, más o menos, compartir estas expectativas; por qué si no perdería el tiempo con estas páginas. Estará bien, pues, comenzar por señalar algunos elementos del actual estado mental del lector.

1. El lector tiene sensaciones, agrupando bajo este epígrafe a los colores, tanto vistos como imaginados, los sonidos, olores, sensaciones de presión, tacto, calor, salud, emociones, y, en resumen, todo lo que está inmediatamente presente.

2.El lector puede percibir que se está esforzando (no mucho) por entender lo que está leyendo. El sentido del esfuerzo tiene dos direcciones. Implica un sentido de ejercitación y un sentido igual de resistencia. *Sólo en los casos en que hay contracciones de los músculos (como parece ser el caso cuando se ejercita la atención) hay una sensación específica de esfuerzo; pero hay un sentido bidireccional, de un ego y un no-ego, siempre en el mundo exterior e interior

*Sólo en los casos en que hay contracciones de los músculos (como parece ser el caso cuando la atención se fija) aparece la sensación específica de esfuerzo; pero hay un sentido bidireccional de un ego y un no-ego en cada caso de un acontecimiento de reacción entre los mundos exterior e interior.

(2) (...) razones débiles y razones fuertes. Al hacer esto, espera persuadir al lector de cosas que serán nuevas para este último, e inducirle a cambiar su parecer respecto a algunas opiniones que ahora sostiene. Ésta es, más o menos, la expectativa del lector, a su vez; si no, no perdería el tiempo con el libro. Puesto que el autor ha sido un estudiante aplicado de este tema durante casi medio siglo, o bien tiene algo útil que sugerir o, por el contrario, debe poseer una mente excepcionalmente torpe. Estará bien comenzar por apuntar algunas notas del actual estado mental del lector.

En primer lugar, el lector tiene un fondo de experiencia que no puede evitar creer verdadero.

En segundo lugar, hay algunas cuestiones respecto a las cuales tiene dudas. Se sugieren alternativas diferentes, pero ninguna se impone a la mente del lector.

2. de escritores ingleses, Hobbes y Locke. El que la escriba con una C delata ese préstamo. Pero con Kant “crítica” adquiere el significado más especial de investigación en el Quid iuris, o justificación, de cualquier producto de la mente. Por lo tanto, para elaborar las reglas con las que el razonamiento pueda ser juzgado justificable o no, debemos adentrarnos en una crítica filosófica de los razonamientos.

Si algo puede ser objeto de condena o ensalzamiento humanos es una cuestión que ya ha sido iniciada. El mandato de Jesús fue No juzguéis (µή κρίνετε); y, en verdad, la crítica filosófica choca con el corazón religioso. Es cierto que algunas cosas, como la caída libre de una piedra al suelo, no pueden ser objeto de ensalzamiento ni de condena. En estas circunstancias, si hay algo respecto de lo cual la pregunta Quid iuris requiere una respuesta, es la formulación misma de esta pregunta en cada caso; y si alguna crítica está más allá de toda crítica (lo que puede dudarse), es la crítica de la crítica misma.

3.(1) (...) (pro)teger de todo intento de crítica. Asumiendo, querido lector, que Ud. es una persona a la que no consideran loca todos los que se le aproximan, no puede dudar que lo que parece estar ante sus ojos así lo parece. Ni, en segundo lugar, puede dudar que resiste sus esfuerzos por descartarlo, mientras que una fantasía normal no los resiste.

(2) (...) (pro)teger de todo intento de crítica. Asumiendo, pues, querido lector, que no es Ud. uno de esos desafortunados a los que los juzgados y todo el mundo consideran loco, puedo decir con perfecta confianza que Ud. no puede dudar que siente lo que le parece sentir. No pretendo aquí enfatizar su existencia.

(3) (...) (pro)teger de todo intento de crítica. Asumiendo, pues, querido lector, que no es Ud. uno de esos desafortunados a los que los juzgados y todo el mundo consideran loco, puedo afirmar con confianza que Ud. no puede dudar que esa sensación que le parece actual es actual para Ud. Es tan inconcebible que sea de otra manera que apenas podrá ver significado alguno en mi afirmación. Y lo que he afirmado de su sensación actual es verdad de todo percepto que esté ante Ud.


Fin de: "Las reglas de la razón", Charles S. Peirce (c.1902). Fuente textual en MS 598.

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Fecha del documento: 9 de febrero 2006
Ultima actualización: 27 de febrero 2011

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