UNA CLASIFICACIÓN DETALLADA DE LAS CIENCIAS1


Charles S. Peirce (1902)


Traducción castellana y notas de Fernando C. Vevia (1997)






CLASES NATURALES

203. Muchos han sido los intentos de llevar a cabo una clasificación general de las ciencias. El librito del doctor Richardson sobre el tema (Classification, Theoretical and Practical, C. Scribner's Son, N. Y., 1901) es bastante incompleto, enumera únicamente 146 sistemas. Es natural que sean muchos, porque no sólo sus propósitos son diversos, sino también sus concepciones de la ciencia son diferentes, y lo mismo su noción de lo que debe ser una clasificación. Muchos de estos esquemas presentan ciencias de las que nadie ha oído hablar, de tal manera que el propósito parece haber sido el clasificar no las ciencias actuales, sino las posibles. Empresa presuntuosa es clasificar la ciencia del futuro remoto. Por otra parte, si las clasificaciones están restringidas a las ciencias en la actualidad existentes, en la época en la que se realiza la clasificación, tiene que diferir sin duda en cada época. Si la clasificación de Platón fue satisfactoria en su día, no puede ser buena hoy; y si fuera buena ahora, la inferencia sería que era mala cuando fue hecha.

Este asunto de la clasificación de las ciencias no es para tomarse precipitadamente o de improviso. Para eso está la planificación. No debemos empezar la ejecución de la tarea hasta no tener considerado, primero, qué es una clasificación, y segundo, qué es la ciencia...

204. Así pues, la primera cuestión, que parece que se ha de considerar (recuérdese que la clasificación es uno de los temas de la lógica que deben ser tratados más científicamente en su lugar propio, y que ahora sólo puedo tocar superficialmente) es la siguiente: ¿qué se quiere decir al hablar de una clase natural y verdadera? Muchos lógicos dicen que no existe tal cosa, y, lo que resulta extraño, incluso muchos estudiosos de las ciencias taxonómicas no solamente siguen esa opinión, sino que la siguen en gran parte al determinar las conclusiones de la botánica y la zoología. La causa de que asuman esta posición tiene dos factores: primero, que conceden una significación metafísica al término clase natural o real, y segundo, que han abrazado un sistema de metafísica que les permite creer que no hay tal cosa como eso que ellos han definido que es una clase natural o real. Lejos de mí el desear cerrar cualquier camino por el que pueda llegar a la verdad, y si los botánicos o los zoólogos llegan a la conclusión de que la botánica y la zoología deben basarse sobre la metafísica, no tengo nada que objetar. Solamente puedo decirles que la metafísica es una ciencia muy difícil y presenta más trampas al no bien informado que cualquier otra, y sería necio imaginar que un simple amateur podría escapar a ellas. Por consiguiente, si la botánica y la zoología tienen que permanecer forzosamente sobre la metafísica, sin duda harán que esa metafísica sea reconocida como una rama explícita de esas ciencias, y que sea tratada de una manera esmerada y científica. Habiéndole dedicado muchos años, estoy autorizado para dar una opinión sobre una cuestión metafísica, aunque pueda haber error en ella, y mi opinión es que se trata de una metafísica superficial y propia de eruditos a la violeta, la metafísica que declara que una "clase real", en el sentido que esos escritores dan al término, es una cosa imposible. Al mismo tiempo, me es imposible ver alguna necesidad en la ciencia positiva de considerar clases metafísicamente reales. Según mi opinión, el asunto de la clasificación no tiene que ver con ellas, sólo con las clases verdaderas y naturales, en otro sentido puramente experimental. Por ejemplo, si yo intentara clasificar las artes, cosa que no haré, tendría que reconocer como una de ellas el arte de la iluminación, y tendría ocasión de observar que las lámparas forman una clase, natural, real, verdadera, porque cada lámpara ha sido hecha y ha llegado al ser como resultado de un propósito común y peculiar a todas las lámparas. Una clase, por supuesto, es el total de objetos cualesquiera que puede haber en el universo y que responden a una determinada descripción. ¿Qué sucederá si tratamos de tomar el término "clase real" o "natural" para indicar una clase en la que todos los miembros deban su existencia como miembros de la clase a una causa final? Es algo vago, pero es mejor permitir a un término como éste que quede vago, hasta que veamos nuestro camino hacia una precisión racional. En el caso de las lámparas, conocemos cuál es esa causa: ese instinto que nos permite distinguir las producciones humanas y adivinar su propósito, nos informa de ella con un grado de certeza, que sería inútil esperar que sobrepasara cualquier ciencia. Pero en el caso de clases naturales, la causa final permanece oculta. Quizá, dado que las frases retienen su influjo sobre las mentes de los hombres mucho después de que su significado se haya evaporado, pudiera ser que algún lector, incluso el día de hoy, siga imbuido con la vieja noción de que no hay causas finales en la naturaleza; en cuyo caso, la selección natural, y toda forma de evolución, serían falsas. Para la evolución se trata nada más ni nada menos que del surtir efecto o no de un fin preciso. Puede concebirse una causa final que opere sin ser el propósito de ninguna mente; este tipo de fenómeno hipotético recibe el nombre de hado. La doctrina de la evolución se abstiene de pronunciar si las formas son simples resultados del hado o si son providenciales; pero que fines definidos están operando, ninguno de nosotros lo niega hoy día. Nuestros ojos han sido abiertos, y la evidencia es demasiado abrumadora. Sin embargo, con respecto a los objetos naturales, puede decirse en general que no conocemos con exactitud cuáles son sus causas finales. Pero ¿es necesario que esto nos aparte de averiguar si hay o no una causa común, en virtud de la cual aquellas cosas que tienen los caracteres esenciales de la clase tienen capacidad de existir?

205. El modo de distribución de los caracteres de clase mostrará, con un enorme grado de certeza, si es o no determinante de la existencia. Tomemos por ejemplo la clase de animales que tienen patas. El uso de las patas es claro para nosotros, porque las tenemos. Pero si revisamos el reino animal, vemos que en la mayoría de las ramas no hay tales órganos de locomoción; mientras que en otras están presentes en algunas clases enteras, y ausentes en otras, y en otras, unas veces están presentes y otras ausentes. Con tal distribución, ese modo de locomoción puede estar tan conectado con la posibilidad de una forma, que dos animales del mismo orden podrían no diferir con respecto al usar patas; pero es evidente que los animales que tienen patas no forman un grupo natural; pues no están separados de los demás por cualquier otro rasgo importante. Así, adquirimos una idea tolerablemente clara de lo que es una clase natural; servirá ampliamente para nuestro propósito presente; aunque apenas podemos esperar que cambiará para ser precisa desde el punto de vista lógico. Vemos también eso cuando un objeto ha sido hecho con un propósito, como es el caso de las ciencias, ninguna clase puede ser más fundamental ni amplia que la que es definida con ese propósito. Un propósito es un deseo operativo. Ahora bien, un deseo es siempre general, es decir: es siempre una clase, un tipo de cosa o evento lo que es deseado; por lo menos, hasta el elemento de la voluntad, que es ejercitado siempre sobre un objeto individual en una ocasión individual, llega a ser tan predominante que dirige el carácter generalizador del deseo.

Así, el deseo crea clases extremadamente amplias. Pero el deseo, en la prosecución de ellas, se hace más específico. Volvamos a las lámparas. Deseamos, en primera instancia, solamente una iluminación económica. Pero observamos que puede realizarse por combustión, donde existe un proceso químico, consumiéndose, o bien el calor puede tener un origen externo en la iluminación eléctrica, o puede ser almacenado, como en la fosforescencia. Esos tres caminos de realizar nuestro propósito principal constituyen propósitos subsidiarios. (Me declaro influido aquí por el Essay on Classification, 1857, de L. Agasiz, de quien fui alumno por unos meses. Esta obra apareció en una época infeliz). Así, si no nos decidimos por la luz eléctrica, la cuestión será entre iluminación incandescente o arco lumínico. Si nos decidimos por la combustión, la materia ardiente puede ella misma llegar a ser incandescente, o su calor puede servir para hacer a otra cosa más deseable, incandescente, como en el quemador de Welsbach. Aquí hay una complicación, la cual ordinariamente será ventajosa, pues al no hacer una misma cosa, cumple las dos funciones de aportar calor para producir incandescencia y la de hacerse incandescente hasta calentarse; hay más libertad para escoger cosas deseables para las dos funciones. Es un buen ejemplo de ese tipo de clase natural que Agasiz llamaba un orden; es decir: una clase creada por una complicación útil dentro de un plan general.

206. Muy unido al hecho de que todo deseo es general, hay otros dos hechos que deben tenerse en cuenta al considerar las clases dirigidas a un fin. El primero es que un deseo es siempre más o menos variable o vago. Por ejemplo, un hombre necesita una lámpara económica. Pues si quema aceite en ella, se esforzará por quemar un tipo de aceite que le dé luz suficiente al menor costo. Pero otro hombre, que vive un poco más lejos de la fuente de aprovisionamiento de ese aceite y más cerca de la fuente de aprovisionamiento de otro aceite diferente, puede pensar que el otro aceite es mejor para él. Así ocurre con los deseos de cada individuo. El mismo hombre que prefiere carne de ternera a la de puerco por lo general, puede pensar que una costilla de vez en cuando es mejor que el tener ternera hervida fría todos los días de su vida. Por decirlo de una vez, la variedad es la sal de la vida para el individuo, y prácticamente todavía más para un gran número de individuos, y en la medida en que podemos comparar los caminos de la naturaleza con los nuestros, ella parece ser más dada a la variedad que nosotros. Estos tres casos pueden ser muy diferentes en su aspecto subjetivo, pero para los fines de la clasificación son equivalentes.

207. Pero no solamente es el deseo general y vago, o indeterminado; tiene además una cierta longitud o tercera dimensión. Quiero decir lo siguiente: mientras un determinado estado de cosas pueda satisfacer más perfectamente un deseo, una situación que difiere algo de ella será mucho mejor que nada, y en general, cuando un estado no está demasiado lejos del estado ideal, cuanto más se acerca a ese estado, tanto mejor. Por otra parte, la situación o estado de cosas más satisfactoria para un deseo no es casi nunca la situación más satisfactoria para otro. Una lámpara más brillante que la que yo uso, quizá sea más agradable para mis ojos; pero lo sería menos para mi bolsillo, para mis pulmones y para mi sentido del calor. De acuerdo con esto, se llega a un compromiso, y dado que todos los deseos son algo vagos, el resultado es que los objetos que actualmente se agruparían alrededor de ciertas cualidades medianas, algunos eliminando aquel camino, otros eliminando este otro, y cuanto más y más eliminan, menos objetos serán determinados así. Por lo tanto, las distribuciones agrupantes caracterizarán a las clases propositivas.

208. Una consecuencia de esto merece particular atención, puesto que nos va a interesar mucho en nuestra clasificación de las ciencias, y sin embargo es usualmente pasada por alto y se da por sentado que es como no es. A saber: se sigue que puede ser casi completamente imposible trazar una línea clara de demarcación entre dos clases, aunque hay clases, reales y naturales, en el sentido más estricto de la verdad. Es decir: esto sucederá cuando la forma alrededor de la cual se agrupan los individuos de una clase no es tan desemejante de la forma alrededor de la cual se agrupan individuos de otra clase, pero las variaciones de cada forma medianera pueden concordar con precisión. En tal caso, podemos conocer, con respecto a cualquier forma intermedia, qué proporción de los objetos de esa forma tienen un propósito y qué proporción otro propósito; pero a menos de que tengamos información complementaria, no podremos decir cuáles tienen un propósito y cuáles, otro.

209. El lector se inclinará a sospechar que se trata puramente de una fantasía matemática y que nunca ocurrirá un caso como ese. Pero puede asegurarse que tales casos están muy lejos de ser raros. Para mostrar que tales cosas ocurren quiero mencionar un ejemplo incontestable -incontestable al menos para cualquier mente honesta y competente para tratar este problema. El profesor W. Finders Petrie, cuyos poderes de raciocinio he admirado mucho antes de que fueran demostradas sus otras grandes cualidades científicas, entre las cuales nos interesa aquí su gran exactitud y circunspección como metrologista, exhumó, en la antigua ciudad comercial de Naucratis, no menos de 158 balanzas que tenían como unidad el ket egipcio2. La gran mayoría de ellas eran de basalto y sienita, material tan inmutable, que las correcciones necesarias para devolverlos a sus valores originales son mínimas. Me ocuparé solamente de 144 de ellas, de cada una de las cuales Petrie ha calculado el valor del ket para un décimo de un grano Troy. Dado que todos estos valores se alinean de 137 a 152 granos, es evidente que se pretendía que los pesos fuesen copias de varios estándares diferentes, probablemente cuatro o cinco; puesto que no tendría uso la balanza, si uno no podía detectar los errores de los contrapesos simplemente "sopesándolos", y comparándolos con la propia memoria del peso estándar. Considerando que esos pesos son pequeños y, por consiguiente, eran usados para pesar materias costosas o preciosas, nuestro conocimiento de la práctica del pesaje entre los antiguos nos da motivo para pensar que alrededor de la mitad de los pesos partiría de sus estándares virtuales por parte de más, y alrededor de la mitad por parte de menos, digamos cuatro o cinco décimos por ciento, lo cual, en relación con el ket iría desde la mitad a dos tercios de un grano. Ahora bien, el intervalo completo aquí es catorce granos y medio, y entre 136.8 granos hasta 151.3 no es posible un intervalo de más de un tercio de grano, no representado por ningún peso entre los 144. Para una persona familiarizada con la teoría de los errores esto muestra que debieron existir cuatro o cinco estándares con los cuales conformar el propio propósito...3. Para representar estas observaciones, adopté la siguiente teoría rudimentaria pero efectiva; pues hacer cálculos elaborados sería un despilfarro de tiempo, desde cualquier punto de vista. He supuesto que había cinco estándares diferentes; que los pesos partían de sus estándares de acuerdo con una curva de probabilidad, y que el probable error de un peso sencillo es cinco centavos de un grano. Supongo que de los 144 pesos, 36 estaban concebidos para conformarse a un estándar de 139.2 gramos (g); 25 de 142.2 g; 26 de 144.7 g; 23 de 146.95 g, y 34 de 149.7 g.

...Repito que esta teoría no es más que el fruto de los más simples de los cálculos. Es obvio que algo de tal teoría debe ser verdadero; pero el decidir cuán cerca se halla mi teoría de la verdadera o cómo puede ser modificada, sería un problema muy complicado, para cuya solución los datos son probablemente insuficientes. No nos importa ahora; nuestro objeto es simplemente hacer claro que las clases verdaderamente naturales pueden fusionarse unas a otras inextricablemente, sin duda a menudo lo están.

Es muy cierto, pienso yo, que hubo por lo menos cinco estándares. Antes de la adopción del sistema métrico, cada ciudad a través de la mayor parte, si no es que todo, del continente de Europa tenía su propia libra, como su propio patois. Véase el artículo "libra" en el Century Dictionary (1889, p. 4657) que está basado en una lista de unas trescientas de esas libras, conocidas por mí, lista cuyo manuscrito se guarda en la Astor Library. Se puede inferir que el mismo estado de cosas fue verdadero en el antiguo Egipto, a partir de la relajación del lazo que unía las diferentes provincias del imperio. También sus religiones eran diferentes; de tal manera que a fortiori también lo eran sus kets. Además, ninguno de los kets lleva una marca de la autoridad, lo cual es una prueba muy concluyente de que no intervenía en eso el gobierno central. Es probable, por consiguiente, que los cinco estándares fueran los de las cinco ciudades con las que Naucratis tenía comercio. Sin embargo, los estándares virtuales podían ser creados de otras maneras. Por ejemplo, cuando el gobierno no es capaz de asegurar la uniformidad en los pesos, es usual que los compradores traigan sus propios pesos. Pudo ser que algunas balanzas fueran hechas para uso de los compradores y otras para uso de los vendedores; así existió naturalmente una tendencia a la cristalización de una norma más pesada y otra más ligera.

210. Por lo que toca a mi suposición de que las divergencias de los pesos aislados de sus estándares virtuales se conforman con la curva de probabilidad, fue solamente adoptada como camino rápido para dar definición al problema. Siendo tan rico como es el acopio de datos aportados por Petrie, es insuficiente, aparentemente, para determinar la ley verdadera de esas divergencias. Si los trabajadores fueron suficientemente diestros (como creo que lo fueron), las divergencias seguirían la curva de la probabilidad. Pero si no fueron diestros, sería deseable investigar qué proceso se siguió para hacer los pesos. Los pesos, como eran de piedra, no eran cargados; de tal manera que la regulación se hacía exclusivamente puliéndolos. Así pues, ¿tenía el trabajador una balanza a su lado o realizaba el peso "a ojo de buen cubero"? En el último caso, la inspección (y algún tipo de inspección tenía que haber y en este caso la hubo) habría rechazado todos los pesos fuera de una cierta "tolerancia", como se llama en los sistemas monetarios. Los que fueran demasiado ligeros serían arrojados lejos. Irían a yacer en un montón, hasta que reaparecieran para engañar a un futuro arqueólogo. Los pesos de Petrie, sin embargo, son algo más pesados, no más ligeros, que la evidencia independiente que nos hubiera guiado para creer que habían sido el ket. Los que hubieran sido demasiado pesados hubieran sido rebajados, pero en su mayoría hubieran permanecido siendo más pesados que el estándar. La consecuencia sería que la curva (de error) hubiera sido cortada verticalmente por dos ordenadas (igualmente distantes, quizá, del estándar), pues la ordenada de su maximum hubiera estado a la derecha de la del estándar. Si el trabajador tenía una balanza a mano, y la usaba con frecuencia durante el proceso de ajuste, la forma de la curva de error dependería de la construcción de la balanza. Si ésta fuera como una balanza moderna, tal como para mostrar, no solamente que una medida es mayor que otra, sino también si es mayor mucho o poco, el trabajador habría colocado en un cuenco un peso del máximo valor que se proponía a sí mismo como permisible para el peso que estaba haciendo, y en todos sus ajustes progresivos estaría intentando ese propósito. La consecuencia sería una curva cóncava hacia arriba, que se detiene abruptamente en su ordenada máxima; forma fácilmente manejable modificando de manera ligera el método de los mínimos cuadrados:

Pero la mayoría de las balanzas que aparecen en los monumentos egipcios están dotadas de topes u otros dispositivos que hubieran sido innecesarios si las balanzas no fueran muy pesadas. Tales balanzas, que trabajan automáticamente, se usan en todas las casas de moneda del mundo civilizado, que emite monedas ligeras y pesadas. Ahora bien, una balanza demasiado pesada no mostrará que dos pesos son iguales, de otra manera que permaneciendo con ambos extremos abajo. Sólo indica cuando (habiendo sido colocado un peso en un platillo) se coloca un peso decididamente más pesado en el otro platillo. El trabajador que usara tal balanza no tendría aviso de que se está aproximando al límite, y no sería capaz de proponerse un valor definido (careciendo, como estamos suponiendo, de habilidad), tendría que hacer los pulimentos ciegamente, y probar su peso cada vez que ha pulido tanto como le permite el orden de variación que se ha propuesto a sí mismo. Si él desbasta siempre de su peso con precisión las mismas cantidades en los sucesivos intentos, sería exactamente como pulir debajo de su máximo en cualquier fracción de la cantidad quitada tanto en un pulimento como otro; de tal manera que su curva de error sería una línea horizontal cortada por ordenadas verticales; así:

Pero desde el momento en que hubiera una variabilidad en la cantidad cercenada entre los tanteos, la curva mostraría una curvatura contraria; así:

Hay que admitir que la distribución de los kets de Petrie sugiere esta clase de curva, o más bien una modificación de la misma debida a un grado mediano de habilidad.

211. Espero que esta larga digresión (a la que nos referiremos, con cierto interés, cuando lleguemos al estudio de la teoría de los errores) no haya causado que el lector olvide que estamos comprometidos en trazar algunas de las consecuencias de entender el término clase "natural" o "real" para significar aquella clase en que la existencia de sus miembros es debida a una causa final común y peculiar. Es, como vengo diciendo, un error general el pensar que una "causa final" es necesariamente un propósito. Un propósito es meramente la forma de la causa final más familiar a nuestra experiencia. La significación de la frase "causa final" debe ser determinada por su uso dentro de la declaración de Aristóteles (Metaf. 44b y 70b 26) que divide toda causación en dos grandes ramas, la eficiente, o poderosa, y la ideal o final. Si hemos de conservar la verdad de esa afirmación, debemos entender por causación final aquel modo de poner por obra hechos, según el cual una descripción general del resultado es obligada a realizarse con total independencia de cualquier compulsión para ella de realizarse de este o aquel otro modo particular; aunque los medios pueden adaptarse al fin. El resultado general puede realizarse una vez de una manera, y otra vez de otra. La causación final no determina de qué modo particular se ha de llevar algo a cabo, sino solamente que el resultado debe tener un cierto carácter general.

212. Por otro lado, la causación eficiente es una compulsión determinada por la condición particular de las cosas, y es una compulsión que actúa haciendo que esa situación comience a cambiar de un modo perfectamente determinado, y no concierne a la causación eficiente cual pueda ser el carácter general del resultado. Por ejemplo: disparo a un águila en el ala; y dado que mi propósito (una clase especial de causa final o ideal) es dar al ave, no la disparo directamente, sino un poco delante de ella teniendo en cuenta el cambio de lugar durante el tiempo en que la bala llega a esa distancia. Hasta ahí se trata de un caso de causa final. Pero después que la bala abandona el rifle, el asunto es turnado a la estúpida causa eficiente y si el águila hiciera un descenso rápido en otra dirección, la bala no descendería en lo más mínimo, pues la causa eficiente no mira lo más mínimo al resultado, sino que obedece órdenes ciegamente. Es verdad que la fuerza de la bala obedece a una ley, y ésta es algo general. Pero por esta verdadera razón la ley no es una fuerza. Pues fuerza es compulsión, y compulsión es hic et nunc (aquí y ahora). O es esto o no es compulsión. La ley, sin fuerza para cumplirla, sería una corte sin alguacil, y todos sus "dicta" (dichos, suposiciones) se vaporizarían. Así, la relación de la ley en cuanto una causa, a la acción de la fuerza, como su efecto, es causación final o ideal, no causa eficiente. La relación es algo similar a la de mi jalar el gatillo de mi rifle, cuando el cartucho explota por su propia fuerza, y la bala marcha con obediencia ciega a realizar el comienzo especial instantáneo de un acto que es, en cada momento, impelido a comenzar. Es un vehículo de la compulsión hic et nunc, recibiéndola y transmitiéndola; mientras yo recibo y transmito influencia ideal, de la que soy vehículo.

213. Cuando hablamos de una "idea" o "noción" o "concepción de la mente", por lo general estamos pensando -o intentando pensar- en una idea privada de toda eficacia. Pero una corte sin un alguacil, o los medios de nombrar uno, no sería una corte, y ¿no se le ha ocurrido alguna vez, estimado lector, que una idea sin eficacia es algo absurdo e impensable? ¡Imagine una idea así, si puede! ¿Lo ha hecho? Bien, ¿de dónde le vino esa idea? Si le fue comunicada viva voce por otra persona, tuvo que tener bastante eficacia para poner a vibrar las partículas del aire. Si usted la leyó en el periódico, puso a una monstruosa máquina de imprimir en movimiento. Si usted la pensó por sí mismo, causó que sucediera algo en su cerebro. Y además, ¿cómo sabría usted que tuvo la idea, cuando la discusión comenzó unas líneas más arriba, a menos que tuviera eficacia para grabarse en su cerebro? La corte no puede ser pensada sin un juez. La causalidad final no puede ser imaginada sin causalidad eficiente pero ni el menor ápice de esta consideración, son sus modos de acción polarmente contrarios. El juez tendría sus puños, aunque no hubiera corte; pero una causa eficiente, separada de una causa final en forma de ley, no poseería eficacia; podría ejercitarse a sí misma y algo podría seguirse post hoc, pero no propter hoc, pues esto último implica una regularidad potencial. Ahora bien, no hay regularidad sin ley, y sin la influencia de las ideas no hay potencialidad.

214. La luz de estas reflexiones coloca bajo distinto punto de vista caracteres de nuestra definición de una clase real que de otro modo podríamos pasar por alto o mal interpretar. Cada clase tiene su definición, que es una idea; pero no hay cada clase donde la existencia, es decir, la presencia en el universo de sus miembros, sea debida a la causalidad activa de la idea definiente de clase. Esta circunstancia hace el epíteto natural particularmente apropiado a clase. La palabra natura evidentemente tuvo que significar al principio nacimiento; aunque incluso en el antiguo latín es muy raro encontrarla con ese significado. Hay, sin embargo, una cierta memoria subconsciente de ese significado en varias frases; así como la palabra fnsiz (naturaleza), se halla más bien la idea de brotar, saltar afuera, o una producción más de tipo vegetal, sin mucha referencia a un progenitor. Las cosas, podría ser, fnetai espontáneamente; pero la natura es una herencia.

215. La herencia, de la que tanto se ha dicho desde 1860, no es una fuerza, sino una ley, aunque, como otras leyes, se aprovecha sin duda de fuerzas. Pero es esencial que el vástago tenga una semejanza general con el padre, no que esa semejanza general resulte de esta o aquella acción particular ciega. Sin duda que hay alguna causación eficiente ciega; pero no es ella la que constituye la herencia, sino, por el contrario, la semejanza general.

216. Así pues, tienen razón los naturalistas que sostienen que la acción de la evolución en la reproducción produce clases reales, mientras que, según la verdadera fuerza de las palabras, produce clases naturales. Sin embargo, al considerar la clasificación de las ciencias, no necesitamos penetrar en los misterios del desarrollo biológico, pues aquí la generación es de ideas por ideas -a no ser que uno quiera decir, con muchos lógicos, que esas ideas surgen de la consideración de hechos en los cuales no hay tales ideas, ni ninguna idea. Esta opinión es superficial, aliada, en un aspecto, a la noción de que la causa final es solamente un propósito. Así, esos lógicos imaginan que una idea tiene que estar conectada con un cerebro, o ser inherente a un "alma". Esto es absurdo: la idea no pertenece al alma; es el alma la que pertenece a la idea. El alma hace por la idea exactamente lo que la celulosa hace por la belleza de la rosa; es decir, proporciona la oportunidad. Es el alguacil de la corte, el brazo de la ley.

217. Temo que esté produciendo la impresión de hablar por hablar. Es porque deseo atrapar al lector dentro de mi concepción, mi punto de vista, y de la misma manera que no se puede hacer que un hombre vea que una cosa es roja, o hermosa, o emocionante, describiendo la rojez, la belleza o el pathos, sino que solamente se puede apuntar hacia algo que es rojo, hermoso o patético, y decir: "Mira aquí, pues es algo como esto", así, si el lector no tiene el hábito de concebir las ideas como yo las concibo, yo sólo puedo arrojar una especie de red barredora dentro de su experiencia y esperar que yo pueda pescar algún elemento o instancia en la cual él tenga una experiencia similar. ¿Piensa usted, lector, que es un hecho positivo que: "La verdad, aplastada contra la tierra, se levantará de nuevo", o piensa usted que esto, por ser poesía, es sólo una bella ficción? ¿Piensa usted que no obstante la horrible maldad de todo sujeto mortal, la idea de lo recto y lo erróneo es a pesar de todo el mayor poder sobre la tierra al cual toda rodilla debe inclinarse más pronto o más tarde; o piensa usted que es otra noción ante la que el sentido común debe sonreír? Aun si es usted de la opinión negativa, debe reconocer que la afirmativa es inteligible. Aquí, hay dos ejemplos de ideas que tienen, o se cree que tienen, vida y el poder de realizar cosas, aquí abajo. Quizás objete usted que lo recto y lo erróneo son un poder solamente porque hay o habrá hombres llenos de poder que están dispuestos a hacerlas así; exactamente como pueden tomar entre sus manos un poder para hacer imaginería de tulipanes, francmasonería, o Volapük. Pero tiene usted que reconocer que esta no es la postura de ellos desde un punto de vista afirmativo. Por el contrario, suponen que es la idea la que crea sus defensores y los hace poderosos. Ellos dirían que si ocurre que la francmasonería o su enemigo, el papado, desaparecen -como quizá les ocurra- será porque son ideas desprovistas de vitalidad inherente e incorruptible, y de ninguna manera porque no hayan tenido defensores firmes. Así, acepte usted o no la opinión, debe ver que es una opinión perfectamente inteligible que las ideas no son mera creación de las mentes, sino que, por el contrario, tienen el poder de encontrar o crear sus vehículos y, habiéndolos encontrado, conferirles la habilidad de transformar la faz de la tierra.

218. Si usted se pregunta qué modo de ser se supone corresponde a una idea que no está en la mente, la respuesta sería que sin duda la idea tiene que estar corporeizada (o "en-almada") para poder tener "ser completo", y si en algún momento ocurriera que una idea -digamos esto por decencia física- no fuera concebida por ningún ser humano, entonces su modo de ser (suponiendo que no estuviera totalmente muerta) consistiría en esto, a saber, en estar preparada para recibir en-corporamiento (o "en-almamiento") y trabajar en el mundo. Sería un ser meramente potencial, un ser in futuro; pero no sería la absoluta nada la que sobrevendría materia (o espíritu) si tuviera que ser despojada del gobierno de las ideas, y así tuviera que no haber regularidad en su acción, de tal modo que ni siquiera a lo largo de la fracción de un segundo pudiera actuar constantemente de alguna manera. Pues la materia así no solamente no existiría en la actualidad, sino que ni siquiera tendría una existencia potencial, ya que la potencialidad es un asunto de ideas. Sería con toda justeza Nada.

219. Sucede que yo mismo creo en la vida eterna de ideas como verdad y derecho. No necesito, sin embargo, insistir sobre ello dentro de mis propósitos actuales y he hablado de ello para aclarar mis ideas. Lo que sí insistiré es no solamente en la infinita vitalidad de esas ideas particulares, sino en que cada idea tiene, en la misma medida en que se supone que ellas tienen de modo ilimitado, el poder de producir resultados físicos y psíquicos. Tienen vida, vida generativa.

Que esto es así, es cuestión de experiencia. Pero que sea así o no, no es cuestión que pueda establecerse construyendo un microscopio o un telescopio o cualquier otra recóndita observación de cualquier tipo. Su evidencia nos mira fijamente a todos a la cara cada hora de nuestras vidas. Tampoco se necesita un razonamiento ingenioso para aclararlo. Si alguno no lo ve es por la misma razón que algunos no tienen sentido del pecado; y no hay nada para ello, a no ser que se nazca otra vez y se vuelva a hacer niño pequeño. Si usted no lo ve, tiene que mirar el mundo con ojos nuevos.

220. Me pueden preguntar qué quiero decir con que los objetos de (una) clase derivan su existencia de una idea. ¿Quiero decir que la idea llama a la existencia a una nueva materia? Ciertamente no. Eso sería puro intelectualismo, el cual niega que la fuerza ciega sea un elemento de experiencia distinto de la racionalidad o la fuerza lógica. Creo que eso es un gran error; pero no debo detenerme a probarlo ahora, pues aquellos que lo abrigan estarán de mi lado respecto a la clasificación. Pero se pedirá con insistencia que si esta no es mi opinión, entonces la idea sólo confiere a los miembros de la clase su carácter, y dado que toda clase tiene un carácter definido, cualquiera es tan "natural" o "real" como otra, si es que el término se toma en el sentido que yo le doy. Sin embargo, no puedo admitir esto en absoluto. Si una clase es o no más o menos una clase natural es una cuestión que puede merecer consideración; pero yo no pienso que la relación de la idea con los miembros de una clase natural sea simplemente que es aplicable a ellas como predicado, como lo es para cualquier clase igualmente. Lo que quiero decir al afirmar que la idea confiere existencia a los miembros individuales de la clase, es que les confiere el poder de producir resultados en este mundo; que les da existencia orgánica; en una palabra, vida. La existencia de un hombre individual es una cosa totalmente diferente de la existencia de la materia que un instante dado lo compone y que está entrando y saliendo. Un hombre es una ola, no un vórtice. Incluso la existencia del vórtice, aunque suceda que contenga, mientras dura, siempre las mismas partículas, es una cosa muy diferente de la existencia de dichas partículas. Ni la existencia de la ola o del vórtice consiste solamente en que algo está hecho de las partículas que lo componen; aunque está vinculado de manera inseparable con ese hecho. Que no se entienda que trato de dar una nueva definición de vórtice o de ola. Lo que pienso es esto. Tomemos un cadáver; diseccionémoslo más perfectamente de lo que jamás haya sido. Saquemos todo el sistema de vasos sanguíneos enteros, tal y como aparece en los libros tomemos de la misma manera el sistema completo de los nervios dorsales y simpatéticos: el canal alimenticio con sus auxiliares; el sistema muscular; el sistema óseo, de la misma manera. Colguemos todo eso en una estructura de tal manera que desde un cierto punto de vista cada uno aparezca superpuesto sobre los otros en su lugar propio. Esto sería un especimen singularmente instructivo. Pero llamarlo hombre es algo que nadie haría o soñaría ni por un momento. Ahora bien, la mejor definición que jamás haya sido forjada es en el mejor de los casos similar a una disección. No trabajará en el mundo como quiere el objeto definido. Nos permitirá ver cómo trabaja la cosa, en la medida en que muestra la causación afidente. La causación final, que es lo que caracteriza al definitum, no se toma en cuenta. Hacemos anillos de humo. Realizamos un paso después de otro, y llevamos a cabo varios experimentos, que nos dan una idea imperfecta, sin embargo alguna idea, de lo que es realmente un vórtice. Cómo suceden todas esas cosas puede ser averiguado fuera de la definición. Pero el rol que el vórtice juega en el universo -no insignificante, si toda la materia está constituida por ellos-, la vida real de ellos, depende de la idea de ellos, que simplemente encuentra su oportunidad en las circunstancias que son enumeradas en la definición.

Causación eficiente es aquella mediante la cual las partes componen al todo; causación final es aquella por medio de la cual el todo llama a sus partes. Causación final sin causación eficiente es impotente; el mero llamar a las partes es lo que un temerario o cualquier hombre puede hacer; pero no vendrán sin la causación eficiente. Sin embargo, la causación eficiente sin la causación final es peor que impotente, con mucho; es puro caos, y el caos no es nada más que caos, sin causación final; es nada vacía.

221. El escritor de un libro no puede hacer otra cosa que depositar los items de su pensamiento. Pues el pensamiento vivo en su complejidad, el lector tiene que excavarlo en su propia alma. Creo que he hecho mi parte, tan bien como he podido. Lamento haber dejado al lector una fastidiosa tarea ante él. Pero la encuentro digna de llevarse a cabo.

222. Así pues, siendo una clase natural una familia cuyos miembros son los únicos vástagos y vehículos de una idea, de la cual derivan su facultad peculiar, clasificar mediante definiciones abstractas es simplemente un medio seguro de eludir una clasificación natural. No estoy vituperando a las definiciones. Tengo un sentimiento muy vivo de su gran valor en la ciencia. Solamente digo que no debe ser por medio de definiciones como uno debe buscar, para encontrar clases naturales. Cuando hayan sido encontradas las clases, entonces es correcto tratar de definirlas, y uno puede incluso permitir, con gran cuidado y reserva, que las definiciones nos guíen para revolvernos y ver si nuestras clases no deben tener sus límites trazados de modo diferente. Después de todo, las líneas que marcan los límites en algunos casos son algo artificial, aunque las clases sean naturales, como vimos en el caso de los kets. Cuando uno puede indicar exactamente el propósito al cual una clase debe su origen, entonces verdaderamente una definición abstracta puede formular ese propósito. Pero cuando uno no puede hacer eso, pero sí trazar la génesis de una clase y averiguar cuántos se han derivado por las diferentes líneas de descenso a partir de una forma menos especializada, tal es la mejor ruta hacia una comprensión de lo que son las clases naturales. Esto es verdad incluso en biología; mucho más claro es cuando los objetos generados, como en las ciencias, son ellos mismos de la naturaleza de las ideas.

223. Hay casos en los que estamos totalmente en la oscuridad, tanto en lo que concierne al propósito creativo, cuanto a la génesis de las cosas; pero (hay casos) en los que encontramos un sistema de casos conectado con un sistema de ideas abstractas -más frecuentemente números- y esto en tal manera que nos da razón para suponer que esas ideas, de algún modo, generalmente oscuro, determinan las posibilidades de las cosas. Por ejemplo, los compuestos químicos, por lo regular -o al menos los más decididamente caracterizados de ellos, incluyendo, según parece, los llamados elementos- parecen pertenecer a tipos; de tal manera que en el potasio por tomar un ejemplo sencillo, el clorato KCIO3 manganato K2MnO4, bromato KBrO3, ruteniato KRuO3, yodato KIO3, se comportan químicamente de modos sorprendentemente análogos. Que este tipo de argumentos a favor de la existencia de clases naturales -me refiero al argumento sacado de tipos, es decir, de una conexión entre cosas y un sistema formal de ideas- puede ser mucho más fuerte y directo de lo que uno puede esperar encontrar en él, queda mostrado por la circunstancia de que las ideas mismas -¿y no son ellas las más fáciles de todas las cosas para clasificar naturalmente, con verdad asegurada?- no pueden ser clasificadas sobre otras bases que ésta, excepto en unos pocos casos. Incluso en esos pocos casos, este método parece ser el más digno de confianza. Por ejemplo, en las matemáticas puras casi todas las clasificaciones reposan sobre las relaciones de las formas clasificadas con los números u otras multitudes. Así, en la geometría tópica las figuras son clasificadas de acuerdo con todos los números vinculados a su coresis, ciclosis, perífrasis, apeiresis, etcétera. Por lo que respecta a las excepciones, como las clases de hesianos, jacobianos, invariantes, vectores, entre otros, todos ellos dependen de tipos, aunque de tipos de diferentes especies. Es manifiesto que tiene que ser así, y todas las clase naturales de lógica se encontrará que tienen el mismo carácter.


CLASIFICACIONES NATURALES

224. Hay dos observaciones más acerca de la clasificación natural, las cuales, aunque son lugares comunes, no pueden ser pasadas por alto sin reconocerlas. Ambas han sido ya virtualmente dichas, pero han de ser expresadas más explícitamente y puestas bajo una luz en la cual se manifieste su peso en la práctica de la clasificación. La definición descriptiva de una clase natural, de acuerdo con lo que he venido diciendo, no es su esencia. Es sólo una enumeración de tesis con las cuales se puede reconocer una clase en cualquiera de sus miembros. La descripción de una clase natural debe estar fundada sobre muestras de ella o ejemplos típicos. Tal vez un zoólogo o un botánico puedan tener tan definido lo que es una especie, que un único espécimen tipo les permita decir si una forma, de la que han encontrado un espécimen, pertenece a la misma especie o no. Pero sería mucho más seguro tener un gran número de especímenes individuales ante él, a partir del cual pueda hacerse una idea del monto y tipo de variación individual o geográfica a que está sujeta la especie dada. A medida que la categoría de la clase es más alta, tanto mayor será la necesidad de una multiplicidad de ejemplos. Sin duda, el naturalista puede tener tanta familiaridad con lo que es un género, una familia, un orden, una clase, que si usted le mostrara un nuevo espécimen de una clase desconocida hasta ahora, podría, con ese único espécimen delante de él, sentarse y escribir definiciones, no sólo de su clase, sino de orden, familia, género y especie. Tal hazaña pondría de manifiesto una familiaridad maravillosa con tales categorías en botánica y zoología; pero intelectualmente sería un hecho de un orden no muy alto, y cuanto menor, tanto más grande la certeza de la conclusión. Una generalización amplia, luminosa y sólida debe entrar en una realización intelectual para imponer una gran admiración. Tal generalización, que muestra una lección nueva y clara sobre la verdad de qué seguridad puede dársele, requiere ser sacada de muchos especímenes. Debemos esforzarnos, de ese modo, por definir cada clase; es decir: enumerar los caracteres que son absolutamente decisivos para saber si un individuo dado pertenece o no a la clase. Pero puede ser, como muestran nuestros kets, que esto esté totalmente fuera de la cuestión, y el hecho de que dos clases se unan no es prueba de que no sean dos clases naturales verdaderamente distintas.

225. Pues, sin embargo, puede ser genealógicamente distinto, lo mismo que la falta de grado de semejanza entre dos hombres es prueba positiva de que son hermanos. Ahora bien, la clasificación genealógica, entre los objetos cuya génesis es genealógica, es de la que más podemos fiarnos que es natural. Ningún daño producirá si, en esos casos, definimos la clasificación natural como la clasificación genealógica; o, por lo menos, [si] consideramos el carácter genealógico de uno de los caracteres esenciales de una clasificación natural. No puede ser más, porque si tuviéramos ante nosotros, alineados en orden ancestral, todas las formas intermedias a través de las cuales la humanidad ha ido desarrollándose desde el no-hombre hasta el hombre, es claro que serían necesarias otras consideraciones para determinar (si es que admite determinaciones) en qué punto de la serie de formas comienza a merecer el nombre de humano.

226. Las ciencias se producen, en parte, unas de otras. Así, la astronomía espectroscópica tiene por padres la astronomía, la química y la óptica. Pero esa no es toda la génesis ni la parte principal de la génesis de cualquier ciencia vasta y definida. Tiene su propio problema peculiar que brota de una idea. Que la geometría deriva su nacimiento de la medición de la tierra es una tradición nacida en Egipto, donde las inundaciones anuales dieron especial importancia a una cuidadosa medición. Por otra parte, la maravillosa precisión de las dimensiones de la Gran Pirámide muestra un grado de certeza en poner los fundamentos, que sólo pudo ser alcanzado por una gran actividad intelectual, y esa actividad no pudo dejar de guiar los principios de la geometría. Podemos, por consiguiente, aceptar con considerable confianza la tradición envuelta en el nombre verdadero de la geometría. Hablando de una manera tosca, puede decirse que las ciencias nacieron de las artes útiles, o de artes que se suponía que eran útiles. La astronomía, de la astrología; la fisiología, tomando la medicina como equidistante de la magia; la química, de la alquimia; la termótica, de la máquina de vapor, etcétera. Entre las ciencias teóricas, mientras que algunas de las más abstractas saltaron en línea recta de las artes más concretas, sin embargo hay una tendencia muy marcada a que una ciencia sea primero descriptiva, después clasificatoria, y finalmente abrace todas las clases en una ley. la etapa clasificatoria puede ser saltada. No obstante, en el orden verdadero de desarrollo, la generación procede en otra dirección. Se puede comenzar el estudio, y de hecho se hace, de las diferentes clases de animales y plantas antes de conocer nada de las leyes generales de la fisiología. Pero no se puede llegar a un verdadero conocimiento de la biología taxonómica, hasta que uno no se haya guiado por los descubrimientos de los fisiologistas. Hasta entonces, el estudio de los moluscos no será nada más que conquiliología. Por otro lado, el fisiologista puede ser ayudado por un hecho o dos, aquí y allí, sacados de la biología taxonómica; pero pide muy poco, y ese poco no muy urgentemente, de algo que el taxonomista le puede decir y que él no puede encontrar por sí mismo.

227. Así pues, toda clasificación natural es esencialmente, podemos casi decir, un intento por encontrar la verdadera génesis de los objetos clasificados. Pero por génesis debe entenderse, no la acción eficiente que produce el todo al producir las partes, sino la acción final que produce las partes porque necesitan hacer el todo. Génesis es producción a partir de ideas. Puede ser difícil entender cómo es esto verdad en el mundo biológico, aunque hay bastantes pruebas de que es así. Pero con respecto a la ciencia se trata de una proposición muy fácilmente inteligible. Una ciencia es definida por su problema, y éste está claramente formulado sobre la base de una ciencia abstracta. Esto es todo lo que intento decir concerniente a la clasificación en general.

228. Habiendo encontrado las clases naturales de los objetos que han de ser clasificados, tendremos que usar los mismos métodos -probablemente en la mayoría de los casos, el tercero- para diferenciar las clases naturales de las que habíamos encontrado. ¿Es ese todo el asunto de las clasificaciones? Ningún estudiante serio puede sostener que así es. Las clases encontradas tienen que ser definidas, naturalmente, si es posible, pero si no, al menos convenientemente, para los propósitos de la ciencia. No sólo tienen que ser definidas, sino descritas; una historia sin final. Esto se aplica, por supuesto, no solamente a las especies o clases inmediatas de los objetos descritos, sino a los más altos órdenes de clases. Por lo tanto, puede haber relaciones entre las diferentes clases, cada una de las cuales atañe tanto a la descripción de cualquiera del grupo de clases al cual pertenece, como a cualquier otra.

229. Con respecto al más alto orden de clases, por lo que concierne a los animales, Louis Agassiz (Essay on Classification) pensó que era capaz de caracterizar en términos generales las diferentes categorías de clases de las que habla el zoólogo. Es decir, emprendió la tarea de decir qué tipo de caracteres distingue ramas de ramas, clases de clases, órdenes de órdenes, familias de familias, géneros de géneros y especies de especies. Su clasificación general de los animales ya caducó, y pocos naturalistas dan mucha importancia a su caracterización de las categorías. Con todo, son el resultado de un estudio profundo, y tienen como mérito que implican no intentar una precisión muy abstracta de la exposición. ¿Cómo pudo haber estado tanto tiempo inmerso en el estudio de la naturaleza sin que atisbara algo de verdad? Intentaré asentar sus definiciones vagas y me permitiré ser vagamente influido por él, en la medida en que encuentre algo en los hechos que responda a sus descripciones. Aunque soy un lego en biología, tuve que reconocer aspectos metafísicos cuando hablaba con él, y es evidente para mí que los biólogos cuyos puntos de vista de clasificación son más opuestos a los de Agassiz, están saturados de metafísica en su forma peligrosa -es decir: la forma inconsciente- hasta tal punto que lo que dicen a este respecto es más expresión de una metafísica tradicional del siglo catorce que observación científica.

230. Sería inútil [sic] para nuestro propósito el copiar las definiciones de Agassiz, aunque él no las expresó en los términos más breves, del modo siguiente:

231. Toda clasificación, sea artificial o natural, es la disposición de objetos de acuerdo con ideas. Una clasificación natural es la disposición de ellos de acuerdo con aquellas ideas de las cuales resulta su existencia. Un taxonomista no puede tener mayor mérito que tener sus ojos abiertos a las ideas en la naturaleza; ninguna ceguera más deplorable puede afectarlo, que la de no ver que hay ideas en la naturaleza que determinan la existencia de los objetos. Las definiciones de Agassiz nos harían el servicio, por lo menos, de dirigir nuestra atención a la suprema importancia de tener en mente la causa final de los objetos para encontrar sus propias clasificaciones naturales.


LA ESENCIA DE LA CIENCIA

232. Hasta aquí con respecto a la clasificación. Si ahora tenemos que clasificar las ciencias, sería muy de desear que empezáramos con una noción definida de lo que entendemos por una ciencia, y a la vista de lo que hemos dicho sobre la clasificación natural, es a todas luces importante el que nuestra noción de ciencia ha de ser una noción de la ciencia viva y no una mera definición abstracta. Permítasenos recordar que la ciencia es una búsqueda de hombres vivos y que su característica más marcada, cuando es genuina, es un incesante estado de metabolismo y crecimiento. Si recurrimos a un diccionario, diríamos que es conocimiento sistematizado. La mayoría de las clasificaciones de las ciencias han sido clasificaciones de conocimiento sistematizado y establecido -lo cual no es más que la exudación de la ciencia viva- como si las plantas tuvieran que ser clasificadas según los caracteres de sus exudaciones gomosas. Algunas de las clasificaciones cumplen peor que eso, y toman a la ciencia en el sentido dado por los antiguos griegos, especialmente Aristóteles, a la palabra episthmh. No se puede tener una visión de la relación de la ciencia antigua con la moderna a menos que se capte claramente la diferencia entre lo que los griegos llamaban episthmh y lo que nosotros queremos decir con conocimiento. La mejor traducción de episthmh es "comprehensión" (comprehensión o comprensión). Es la habilidad para definir una cosa de tal manera que todas sus propiedades deban ser corolarios de su definición. Ahora bien, pudiera ser que en último término fuéramos capaces de hacer eso, digamos de la luz y la electricidad. Por otro lado, pudiera igualmente ocurrir que fuera para siempre imposible, como sin duda es el caso de definir el número de modos que los teoremas de Fermat y Wilson sean simples corolarios de la definición. No quiero negar que esos teoremas sean deducibles de la definición. Todo lo que aquí es urgido versa sobre la falsedad de la vieja noción de que toda deducción es de tipo corolario. Pero, de todos modos, la concepción griega del conocimiento era errónea por cuanto pensaba que uno debe avanzar, con ataque directo, hacia esa episthmh, y concedía poco valor a cualquier conocimiento que no tendiera manifiestamente hacia eso. Mirar a la ciania desde ese punto de vista en la clasificación de uno es arrojar a la ciania moderna a la confusión.

233. Otra falla de muchas clasificaciones -o si no es una falla, al menos es un propósito muy diferente del que intentaré conseguir- es que hay clasificaciones no de la ciencia como ella existe, sino de conocimiento sistematizado tal y como el clasificador espera que exista alguna vez. No creo que sea posible tener un conocimiento tan íntimo de la ciencia del futuro indeterminado, como requeriría el descubrimiento de la clasificación real y natural. De todos modos, no haré tal intento, excepto en un departamento y sólo de una manera parcial y tímida.

234. Miremos a la ciencia -la ciencia de hoy- como una cosa viviente. Lo que la caracteriza generalmente, desde este punto de vista, es que las verdades plenamente establecidas son etiquetadas y puestas en los anaqueles de cada mente científica, donde pueden estar a la mano cuando haya ocasión de usar cosas -dispuestas, además, a su especial conveniencia- mientras que la ciencia misma, el proceso viviente, se ocupa de conjeturas, que o van a ser construidas o bien van a ser sometidas a prueba. Cuando se utiliza aquel conocimiento sistemático de los anaqueles, se hace exactamente como lo usaría un fabricante o un físico practicante; es decir: meramente aplicado. Si alguna vez llega a ser el objeto de la ciencia, es porque dentro del avance de ésta ha llegado el momento en que debe someterse a un proceso de purificación o transformación.

235. Un científico, en el curso de una vida larga, tal vez logre recoger con trabajo un conocimiento de los resultados de la ciencia; pero en muchas ramas eso es tan poco necesario, que uno puede hablar con hombres del mayor renombre en la ciencia que le dirán a usted que, más allá de su propio pequeño rincón, casi no conocen nada de lo que otros han hecho. Silvester acostumbra siempre decir que sabe muy pocas matemáticas: ciertamente que parece conocer más de las que él piensa. En varias ramas de la ciencia, algunos de los hombres más eminentes primero tomaron esos temas como meros pasatiempos, no sabiendo nada o muy poco de la acumulación de conocimiento. Así ocurría con el astrónomo Lockyer; así ha sido con muchos naturalistas. Ahora bien, ¿esos hombres llegaron a ser gradualmente científicos cuando sus almacenes de conocimientos se llenaron, o bien hubo una época en sus vidas antes de la cual eran amateurs, y después de la cual fueron científicos? Creo que la respuesta es que, como cualquier otra regeneración, la metamorfosis comúnmente es repentina, aunque algunas veces es lenta. Cuando es repentina, ¿qué es lo que constituye la transformación? Es su estar apresados por un gran deseo de aprender la verdad, y su dirigirse al trabajo con toda su potencia con un método bien pensado para gratificar ese deseo. El hombre que está trabajando por el camino correcto para aprender algo poco conocido antes de ahora, es reconocido por todos los hombres de ciencia como uno de ellos, no importando cuán escasamente informado esté. Sería monstruoso decir que Tolomeo, Arquímedes, Eratóstenes y Posidonio no fueron científicos debido a que su conocimiento era comparativamente pequeño. La vida de la ciencia está en el deseo de aprender. Si este deseo no es puro, sino que está mezclado con el deseo de probar la verdad de una opinión definida o de un modo general de concebir las cosas, conducirá casi inevitablemente a la adopción de un método defectuoso, y en esa medida tales hombres, entre los cuales muchos fueron considerados en su día como grandes luminarias, no son genuinos hombres de ciencia; aunque sería una detestable injusticia excluirlos de esa categoría. Así, si un hombre sigue un método fútil y descuida el informarse de métodos efectivos, no es un hombre científico; no ha sido movido por un deseo, inteligentemente sincero y efectivo, de aprender. Pero si sencillamente se equivoca en informarse del trabajo previo que hubiera facilitado el suyo, aunque merece censura, sería muy riguroso decir que ha violado los principios esenciales de la ciencia. Si un hombre sigue un método que, aunque malo, es el mejor que el estado del desarrollo intelectual de su tiempo o el estado de la ciencia particular que él trabaja le permite tener -pienso por ejemplo en hombres como Lavater, Paracelso y los primeros alquimistas, el autor del primer capítulo del Génesis, y los antiguos metafísicos- tal vez no les llamáramos científicos, cuando quizá deberíamos hacerlo así. Las opiniones serán diferentes en torno a este punto. Están de todos modos habilitados para un lugar honorable en el vestíbulo de la ciencia. Un hermosamente libre juego de la imaginación es, no puede dudarse, un preludio inevitable e incluso muy útil a la ciencia propiamente dicha. Por mi parte, si esos hombres tienen en verdad un anhelo efectivo por aprender la auténtica verdad, y hacen lo que hacen como el mejor camino que conocen o conocerían, para encontrarla, no podría negarles el título. La dificultad es que una de las cosa que coopera a ese estado no desarrollado de la inteligencia es precisamente una sed, muy imperfecta e impura, de la verdad. Paracelso y los alquimistas eran charlatanes indecentes que miraban más el oro que la verdad. Los metafísicos fueron no solamente pedantes y pretenciosos, sino que trataron de establecer proposiciones predeterminadas. Tales fueron los rasgos que desposeyeron a esos hombres del título de científicos, aunque debemos tener un gran respeto por ellos como mortales; porque no pudieron escapar de la corrupción de sus pretensiones, como tampoco las deficiencias de su conocimiento. La ciencia consiste en disparar realmente el arco hacia la verdad con aplicación en los ojos y energía en el brazo.

236. Siendo tal la esencia de la ciencia, es obvio que su primer vástago serán hombres -hombres cuya vida entera está dedicada a ella-. Con tal devoción, cada uno de ellos adquiere entrenamiento en realizar un tipo particular de observaciones y experimentos. (Desgraciadamente, su adquisición a partir de los libros, instrumentos, laboratorios, etcétera, depende de especificaciones en las cuales por lo regular el hombre de ciencia está más bien escaso -como riqueza, diplomacia, popularidad como maestro-, de tal manera que es menos apto para ser abastecido con ellas, que hombres menos cualificados para usarlos en el avance de la ciencia). Vivirá así en un mundo diferente -un conjunto de experiencia muy distinto- de los hombres no científicos e incluso de los científicos que siguen otras líneas de trabajo. Naturalmente, conversa con y lee los escritos de quienes, teniendo la misma experiencia, tienen ideas interpretables a su propia manera. Esta sociedad desarrolla ideas propias. Pongamos juntos dos hombres de departamentos radicalmente diferentes -digamos un bacteriologista y un astrónomo- y difícilmente sabrán qué decir al otro; pues ninguno de los dos ha visto el mundo en que vive el otro. Sin duda, ambos usan instrumentos ópticos; pero las cualidades buscadas en un objetivo telescópico no tienen importancia en un objetivo microscópico, y todas las partes subsidiarias del telescopio y el microscopio están construidas sobre principios totalmente extraños los unos para los otros, excepto su rigor.

237. Aquí, pues, todas las clases naturales de las ciencias han sido sacadas de la naturaleza por nosotros mismos, en la medida en que limitamos nuestra clasificación a las ciencias en la actualidad reconocidas. Sólo tenemos que mirar las listas de revistas científicas y la de sociedades científicas para encontrar las familias de la ciencia, designadas realmente. Llamo a tales clases familias porque Agassiz nos dice que es la familia la que llama la atención del observador a primera vista. Para establecer los géneros y en especial las especies, se requiere un examen más detenido, mientras que el conocimiento de órdenes, clases y ramas necesita una familiaridad más amplia con la ciencia.


LAS DIVISIONES DE LA CIENCIA

238. La primera gran división de la ciencia se realizará de conformidad con su propósito fundamental, y constituye lo que llamaré ramas de la ciencia. Una modificación del propósito general puede constituir una subrama. Cualquier conocimiento viene de la observación, pero las diferentes ciencias "observacionales" de modos tan radicalmente diferentes, que la clase de observación derivada de la observación de un departamento de la ciencia (por ejemplo: historia natural) no puede proporcionar la información requerida por otra rama (digamos: matemáticas). Llamo a los grupos basados en tales consideraciones clases y a las modificaciones de la misma naturaleza subclases. Observación es, en palabras de Agassiz, los "caminos y medios" para lograr el propósito de la ciencia. De dos departamentos de la ciencia, A y B, de la misma clase, A puede hacer derivar hechos especiales a partir de B para una generalización más amplia, y dotar a B de principios que ésta última, no apuntando tan alto, se alegra de encontrar ya hechos. A se ubicará en lugar más alto que B en virtud de la mayor generalidad de su objeto, mientras que B será más rica y variada que A. A los grupos basados en esta consideración los llamo órdenes; o si están basados en la modificación de la misma idea los llamo subórdenes. Una ciencia dada, con un nombre especial, un periódico especial, una sociedad especial, que estudia un grupo de hechos, cuyos estudiosos se entienden unos a otros en manera general y se asocian de modo natural, la llamo familia. Su subdivisión bajo el mismo principio, pero tomado más minuciosamente, la denomino subfamilia. No puedo dar la definición de géneros y especies, porque no he llevado mi clasificación de las ciencias hasta esas minucias. A este propósito hay que comprender que no he fijado primero mis definiciones de rama, clase, orden y familia, y luego adaptado la clasificación a esas definiciones, sino, por el contrario, la clasificación fue primero enteramente formada (con la excepción de que las categorías de subramas, subclases y subórdenes, en algunos casos, no fueron puestas entre las otras, y, en otros casos, han sido mezcladas con las clases que están por encima de ellas) antes de que la idea de emplear los términos rama, clase, orden y familia entrase en mi cabeza y no fue hasta que esto estuvo hecho que me impactara la propiedad de esos términos. Sin embargo, puedo decir, con cierta seguridad, que no miraría a una familia constituida meramente por la clase de hechos estudiados, si no hubiera conjuntamente una diferencia de procedimiento, dando un carácter peculiar al estudio de ese asunto; ni creo que la mera diferencia en las cosas estudiadas me pareciera un fundamento suficiente para una diferencia entre géneros. Al escribir esta frase, me doy cuenta de que he considerado subgéneros a la química orgánica e inorgánica. Pero, por otra parte, todo el mundo sabe que hay más diferencia entre la química orgánica e inorgánica que la primera estudie los componentes de un elemento peculiar. Todos sus fines y modos de pensar, así como su manipulación, están en contraposición.

239. Reconozco dos ramas de la ciencia: teórica, cuyo propósito es simple y únicamente el conocimiento de la verdad de Dios, y práctica, para los usos de la vida. En la rama I reconozco dos subramas, de las cuales, en este momento, considero solamente la primera (las ciencias de descubrimiento). Entre las ciencias teóricas (de descubrimiento) distingo tres clases, todas situadas bajo la observación, pero que son observacionales en sentidos muy diferentes4.

240. La primera es matemáticas, la cual no se encarga de hacer afirmaciones sobre cualquier tipo de hechos, sino meramente establece hipótesis y saca conclusiones. Es observacional, en la medida en que hace construcciones en la imaginación de acuerdo con preceptos abstractos, y luego observa esos objetos imaginarios, y encuentra en ellos relaciones entre las partes no especificadas en el precepto de construcción. Esto es verdaderamente observación, aunque en un sentido muy peculiar, y ningún otro tipo de observación correspondería en manera alguna al propósito de las matemáticas5.

241. La segunda es filosofía, que trata con la verdad positiva, ciertamente, aunque se contenta con la observación tal como se presenta en el marco de la experiencia de todo hombre normal, y en su mayor parte en cada hora en vigilia de su vida. Por eso Bentham llama a esta clase coenoscópica6.

Estas observaciones escapan al ojo no entrenado, precisamente porque calan nuestras vidas enteras, del mismo modo que el hombre que nunca se quita sus espejuelos azules pronto cesa de ver las cosas azules. Por consiguiente, ningún microscopio o película sensitiva sería de la menor utilidad en esta clase. La observación lo es en un sentido peculiar, aunque perfectamente legítimo. Si la filosofía da un vistazo de vez en cuando a los resultados de las ciencias especiales, es sólo como una especie de condimento para excitar su propia observación.

242. La tercera clase es la ideoscópica7 de Bentham; es decir: las ciencias especiales, dependientes de observación especial, la cual sitúa junto al poder de sus estudiosos los viajes u otra exploración, o cierta ayuda a los sentidos, instrumental o dada por el entrenamiento, juntamente con una diligencia no usual. Esta clase se divide en dos subclases, las ciencias físicas y las psíquicas; o, como yo las llamo, fisiognosis y psicognosis. Entre las primeras están incluidas la física, química, biología, astronomía, geognosis, y todo lo que pueda ser como esas ciencias; entre las segundas, psicología, lingüística, etnología, sociología, historia... La fisiognosis pone en marcha los trabajos de la causación eficiente; la psicognosis, los de la causación final. Pero las dos cosas exigen ojos diferentes. Un hombre será el peor fisiognosista por ser completamente ciego a los hechos de la mente, y si encontramos algunas veces observación en un psicognosista, se encontrará, salvo excepción, que no es un hecho puramente físico. En efecto, un filólogo puede tener un oído muy fino para los sonidos del lenguaje; pero no es la semejanza puramente física la que determina si un sonido dado es o no la "o" cerrada italiana, por ejemplo, como se llama con ingenuidad; es un hábito psíquico. En cualquier sentido simplemente físico, los sonidos no distinguidos de ése, difieren mucho más uno de otro que cualquiera de ellos con respecto a sonidos que no serían tolerados para la "o" cerrada. Así, esa fina observación fonética de los lingüistas es una treta para entender una convención virtual. Los dos tipos de observación son diferentes; pero no parecen ser tan completamente diferentes como ambos lo son de la observación del filósofo y el matemático; y ésta es la razón por la cual, aunque yo, al principio, estaba inclinado a dar a cada una de ellas igual rango a esas dos clases, al fin pareció cierto que deberían ser colocadas un poco más abajo.

243. Sigo persistiendo en no mencionar una cierta subrama de las ciencias teóricas (las ciencias de revisión), y en cuanto a las ciencias prácticas8, solamente mencionaré algunas de ellas, lo necesario para dar una idea de lo que entiendo por ese nombre. Así pues, me refiero a ciencias bien reconocidas ahora in actu9, como pedagogía, batihojas, etiquetas, afición a la cría de palomas, aritmética vulgar, orología, topografía, navegación, telegrafía, imprenta, encuadernación, máquina papelera, desciframiento, fabricantes de tinta, libreros, grabadores, etcétera. En resumen: se trata, con mucho, de la más variada de las dos ramas de la ciencia. Debo confesar estar totalmente aturdido por su abigarrada multitud, pero por fortuna no nos concierne en lógica la clasificación natural de esa rama -al menos, no en lo que yo percibo.

244. Consideremos ahora las relaciones de las clases de las ciencia entre ellas. Ya hemos hecho notar que las relaciones de generación tienen que ser siempre de la mayor importancia para la clasificación natural, la cual es, en efecto, ni más ni menos, que una consideración o cuenta del nacimiento existencial, o natural, referida a las relaciones entre las cosas entendiendo por nacimiento la relación de una cosa con las causas naturales que la originan.

245. Comenzando con la clase I, las matemáticas tienen ingerencia en cualquier otra ciencia sin excepción. No existe ciencia alguna a la cual no esté vinculada una aplicación de las matemáticas. Esto no ocurre con ninguna otra ciencia: las matemáticas puras no tienen, como parte suya, ninguna aplicación de ninguna otra ciencia, a causa de que otras ciencias están limitadas a encontrar lo que es verdad positivamente, ya sea un hecho individual, una clase o una ley; mientras que la matemática pura no tiene interés en saber si una proposición es existencialmente verdadera o no. En particular, las matemáticas tienen una intimidad tan cercana con una de las clases de filosofía, con la lógica, que se requiere un no pequeño cacumen para encontrar la juntura entre ellos.

246. A continuación, pasando a la Clase II, filosofía, cuyo propósito es encontrar todo lo que se pueda encontrar de las experiencias universales que todo hombre confronta en cada hora de su vida de vigilia, necesariamente tiene que tener su aplicación en cada una de las demás ciencias. Pues si esta ciencia de la filosofía es la que está fundada sobre los fenómenos universales tan pequeños como usted quiera, tan grandes como su consideración de todo, es evidente que cualquier ciencia especial debe tomar eso poco en cuenta antes de empezar a trabajar con su microscopio, o telescopio, u otro medio de procurarse la verdad con que esté dotado.

247. Pudiera suponerse con mucha facilidad que incluso las puras matemáticas necesitasen de un departamento de la filosofía; es decir: de la lógica. Sin embargo, una pequeña reflexión mostraría que no es verdad, cosa que confirma la historia de la ciencia. La lógica, como cualquier otra ciencia, tendrá ciertamente su parte matemática. Habrá una lógica matemática, de la misma manera que hay una física matemática y una economía matemática. Si hay alguna parte de la lógica de la cual tenga necesidad la matemática -siendo la lógica una ciencia de hecho y la matemática solamente una ciencia de consecuencias de hipótesis- sólo puede ser aquella parte de la lógica que consiste meramente en una aplicación de la matemática, de tal manera que el recurso sería no de las matemáticas a una ciencia anterior, la lógica, sino de las matemáticas a las matemáticas. Veamos más de cerca el aspecto racional de esto. La matemática está empeñada en señalar las consecuencias de las hipótesis. Como tal, jamás considera si algo tiene verdad existencial o no. Pero ahora supongamos que la matemática tropieza con un obstáculo inesperado, y un matemático dice que es evidente que una consecuencia se sigue de una hipótesis, mientras otro dice que es evidente que no. Aquí, pues, los matemáticos se encuentran a sí mismos repentinamente colindando con un hecho bruto; pues sin duda una disputa no es una consecuencia racional de nada. En verdad, este hecho, esta disputa, no es parte de las matemáticas. Hasta ahora parece haber ocasión para una llamada a la lógica, que es una ciencia de hechos, siendo una ciencia de verdad, y si hay o no tal cosa como la verdad es una cuestión de hecho. Sin embargo, dado que esta disputa se refiere a la consecuencia de una hipótesis, el mero estudio cuidadoso de la hipótesis, lo cual es pura matemática, lo resolverá, y después de todo, resultará que no era ocasión para la intervención de una ciencia del razonamiento.

248. A menudo se dice que las verdades de las matemáticas son infalibles. Así son, si usted quiere decir infalibilidad práctica, infalibilidad como la de la conciencia. Aparecen como infalibles teóricamente si se ven a través de espejuelos que aíslan los rayos del desatino. Yo nunca me encontré todavía con un niño o un hombre cuya suma de una larga columna, de cincuenta a cien líneas, fuera absolutamente infalible, de tal manera que sumándola una segunda vez no pudiera aumentar en algún grado su confianza en el resultado. Sin embargo, la adición de esa columna es una mera repetición de 1 + 1 = 2; de tal manera que, por improbable que pueda parecer, hay una probabilidad finita cierta de que todo el que haya realizado la suma de 1 más 1 haya disparatado, excepto en aquellas ocasiones en las cuales tenemos la costumbre de suponer (sobre la base de la probabilidad) que de hecho disparataron. Mirada bajo esta luz, toda inferencia matemática es cuestión de probabilidad. De todos modos, en el sentido en que cualquier cosa en matemáticas es cierta, es más cierto que todo el mundo matemático ha caído a menudo en el error, y que, en algunos casos, tales errores no fueron detectados por un par de milenios. Pero no se puede aducir ningún caso en el que la ciencia de la lógica haya logrado corregir a los matemáticos o salvarlos de tropezar. Por el contrario, una vez que se ha llamado la atención hacia un supuesto disparate inferencial en matemáticas, muy poco tiempo ha pasado antes de que todo el mundo matemático haya estado de acuerdo, ya en que el paso dado era correcto o bien, engañoso; esto sin apelar a la lógica, sino mediante una cuidadosa revisión de la matemática en cuanto tal. Así, históricamente, las matemáticas no han estado, como a priori no debían estar, necesariamente unidas a una ciencia separada del razonar.

249. Pero las matemáticas son la única ciencia que pudo decir que no tenía necesidad de la filosofía, excepto, por supuesto, algunas ramas de la filosofía misma. Sucede que, en este momento, la dependencia de la física con respecto a la filosofía es ilustrada por varias cuestiones que están ahora sobre el tapete. La cuestión de la geometría no-euclidiana puede decirse que ha quedado cerrada. Es ahora manifiesto que la geometría, en sus líneas principales, debe permanecer siempre dentro de los límites de la filosofía dado que depende y tiene que depender del escrutinio de la experiencia de cada día, aunque en ciertos puntos especiales se extiende a los dominios de la física. Así, el espacio en la medida en que lo podemos ver, tiene tres dimensiones; pero, ¿estamos completamente seguros que los corpúsculos, dentro de los cuales están ahora desmenuzados, no tienen espacio suficiente para culebrear un poco en una cuarta? ¿Es el espacio físico hiperbólico, es decir, infinito y limitado, o es elíptico, es decir, finito e ilimitado? Solamente las medidas exactas sobre las estrellas pueden decidir. Pero aun con ellas la cuestión no puede resolverse sin recurrir a la filosofía. Pero una cuestión que en estos momentos está a discusión entre los físicos es si la materia consiste en última instancia en sólidos diminutos o en vórtices de un fluido primario. La tercera posibilidad, que parece ser una razón para sospechar que es la única verdadera, estriba en vórtices de un fluido que consiste él mismo en sólidos pequeñísimos; éstos, sin embargo, siendo a su vez vórtices de un fluido, consistente él mismo en sólidos minúsculos, y así en una alternancia sin fin, apenas ha sido esbozada. La cuestión, tal como está, depende de las conclusiones que podamos sacar de observaciones cotidianas, no especializadas, y en particular de una cuestión de lógica. Otra controversia todavía candente es si es más propio esforzarse por encontrar una explicación mecánica de la electricidad, o si es mejor, por el contrario, dejar las ecuaciones diferenciales de la electrodinámica como la última palabra de la ciencia. Evidentemente esto ha de ser decidido por una filosofía científica muy diferente de las fruslerías superficiales y propias de amateurs en que los contendientes están ahora enmarañados. Una tercera opinión hermosamente defendida, a propósito, es que en lugar de explicar la electricidad por la dinámica de masas, la dinámica de masas debe ser explicada como una consecuencia especial de las leyes de la electricidad. Otra apelación a la filosofía fue hecha hace no mucho por el eminente especialista en electricidad, el lamentado Hertz, quien quiso explicar la fuerza en general como una consecuencia de compulsiones invisibles. Sólo la filosofía puede pronunciarse a favor o en contra de tal teoría. No quiero anticipar cuestiones que todavía no han surgido; de otro modo, podría sugerir que los químicos deberían ya hace mucho tiempo haber apelado a la filosofía para decidir si los compuestos se sostienen juntos por una fuerza o por cualquier otra causa. En biología, además de la antigua disputa lógico-matemática acerca de la realidad de las clasificaciones, la cuestión actual de la evolución tiene una dependencia inconfundible de la filosofía. Más todavía, la cariocinesis ha envalentonado a algunos naturalistas, con ciertas inclinaciones filosóficas, a rebelarse contra el imperio de la fisiología experimental. El origen de la vida es otro tema en el que la filosofía se hace valer; con esto cierro mi lista, no porque haya mencionado todos los puntos en los que las ciencias físicas son influidas por la filosofía, tal como es, sino simplemente porque he mencionado bastantes para mi propósito.

250. La dependencia de las ciencias psíquicas con respecto a la filosofía no es menos manifiesta. Hace pocos años, la psicología regenerada, en la animación de su primer éxito, no muy sabiamente se propuso actuar sin metafísica; pero pienso que hoy los psicólogos por lo general perciben la imposibilidad de tal intento. Es verdad que las ciencias psíquicas no dependen tan absolutamente de la metafísica como las ciencias físicas; pero por vía de compensación deben aprender más de la lógica. Obsérvese, por ejemplo, el íntimo apoyo de la lógica a la sintaxis gramatical. Por otra parte, todo en las ciencias psíquicas es inferencial. Ni el menor hecho concerniente a la mente puede ser directamente percibido como psíquico. Una emoción es sentida directamente como un estado del cuerpo, o bien, sólo es conocida de un modo inferencial. Que una cosa sea agradable, aparece a la observación directa como una característica de un objeto, y sólo por inferencia es referida a la mente. Si esta afirmación fuera discutida (y alguno la discutirá), todo lo que se necesita es la intervención de la lógica. En las ciencias psíquicas surgen continuamente problemas de inferencia. En psicología hay cuestiones como las ideas innatas y el libre albedrío; en lingüística está la cuestión del origen del lenguaje, que debe ser arreglada antes de que la lingüística tome su forma final. Todo el asunto de derivar la historia antigua de documentos que siempre son insuficientes, y cuando no contradictorios, con frecuencia obviamente falsos, debe ser conducida bajo la supervisión de la lógica, o estará mal hecha.

251. La influencia de la filosofía sobre las ciencias prácticas es menos directa. Sólo se puede detectar de vez en cuando; la ética es la división de la filosofía que más concierne a esas ciencias. La ética es cortésmente invitada a hacer alguna sugerencia de vez en cuando en las leyes, jurisprudencia y sociología. Su diligente exclusión de la diplomacia y la economía es una locura inmensa. Nos privamos por desgracia de llamar a esta locura estupenda o egregia, porque es solamente la ceguera propia de los que creen que las mentiras son lo más sano de la dieta; los cuales, como dijo sagazmente Edgar Allan Poe, cuando van a su casa, una vez que se han encerrado a sí mismos en sus respectivas recámaras, se han desvestido, se han arrodillado a un lado de la cama y han recitado sus plegarias, se han metido en la cama y apagado la candela, entonces, y no antes, dan rienda suelta a un guiño veraz -el único veraz de todo el día- y se arrullan para dormir con la cantinela (para sus adentros) de que el derecho, lo correcto, es una necedad sin salud o vigor en este mundo cotidiano. Algún día saldremos de esta somnolencia para ver a plena luz del día que esa idea menospreciada ha sido todo este tiempo el único poder irresistible. Entonces podrá comenzar una era si se incluyen dentro las ciencias prácticas, todas sin excepción -en una palabra, un hombre no diseñará una estufa ni ordenará un abrigo sin antes detenerse a investigar su deseo real- y es una profecía tan simple como Barbara [una de las figuras del silogismo, N. del T.] que cuando pase esto, esas ciencias responderán a sus propósitos próximos y remotos mucho más perfectamente que lo hacen al presente. Así, de cualquier modo, es estudioso de una lógica precisa, será forzado a pensar.

252. Parece que se desatiende la acción directa de las ciencias especiales, psíquica y física -dos subclases de la clase III- una sobre la otra. Uno no puede ver, excepto de un modo accidental o exterior, cómo las ciencias psíquicas pueden influir las ciencias físicas, como no sea que se considere ventajoso llamar a la psicología en auxilio del observador físico para evitar ilusiones y disminuir sus errores de observación. Esto, sin duda, merece cuidadosa consideración; pero creo que, si se han trazado las distinciones apropiadamente, se verá que por lo que hace a las ilusiones, el mejor modo con mucho, cuando se puede practicar, como casi siempre lo será, consistirá en hacer las observaciones tan simples y positivas que no puedan presentarse ilusiones con la frecuencia suficiente para hacer deseable una conducta especial, y en cuanto a los errores de observación, es mejor tratarlos como fenómenos residuales como cualquier otro fenómeno residual. Que son enteramente físicos, es algo en lo que debe insistir todo físico, siendo la física suficientemente avanzada para ver que todos los fenómenos, sin excepción, son físicos, para los propósitos de los físicos. Podemos esperar que todos los psicologistas, por su parte, puedan estar de acuerdo en que todos los fenómenos sin excepción son puramente psíquicos, para los propósitos de los psíquicos.

253. ¿Hasta que punto las ciencias psíquicas están influidas por la fisiognosis, o hasta dónde deben ser influidas? La teoría del paralelismo psicofísico parecería querer decir que no hay ni puede haber influencia. Pero debo confesar que estoy de parte de ls que piensan que ningún hecho psíquico, en cuanto tal, puede ser observado. Lo percibido directamente, tal como aparece primeramente, aparece como impuesto a nosotros de manera brutal. No tiene generalidad, y sin esta no puede haber psiquicalidad. La fisicalidad consiste en estar bajo el gobierno de lo psíquico, es decir: las causas eficientes; la psiquicalidad, en estar bajo el gobierno de lo psíquico; es decir, causas finales. El "percepto" se nos impone brutalmente; así aparece de una manera física. Es totalmente no-general, más aún: antigeneral -en su carácter de percepto, y así no aparece como psíquico. Lo psíquico, pues, no aparece en el percepto.

254. "¿Pero qué no percibimos la rojez?", dirá alguno. "¿Y no es la rojez puramente una materia psíquica a la cual no corresponde nada en el mundo físico?" Si uno tiene que responder sí o no, de modo tosco, por supuesto uno tiene que decir sí. Con todo, como no hay nada en el universo físico que corresponda a un fenómeno psíquico dado, la doctrina misma del paralelismo desautoriza esa opinión. Mejor digamos que en el estado presente de la teoría física, la peculiaridad de la rojez no encuentra explicación definida. Sería una pretensión ilógica decir que no podrá nunca ser explicada. La rojez, aunque es una sensación, no se proclama como tal en lo percibido. De todos modos, ya sea que lo psíquico pueda ser directamente observado o que no, ningún lingüista, etnólogo, historiador -ningún psicólogo, incluso en un momento de descuido- estaría de acuerdo en que su ciencia descansa en gran manera, si no es que plenamente, en hechos físicos.

255. Esto no lleva a una confesión de la necesidad de ayuda por parte de las ciencias físicas. Alguna cantidad de tal necesidad y tal ayuda está allí. Se detecta más fácilmente que la dudosa ayuda recibida por la fisiognosis de parte de la psicognosis. El historiador depende ciertamente en alguna medida de la geografía física. La lingüística tiene que recibir en el futuro una asistencia sustancial de la acústica, en más de una dirección, y de la anatomía de los órganos vocales y del oído. Más allá de tales suministros de información (que tienen relativamente poca importancia), la psicognosis ha recibido instrucciones y ánimos del ejemplo de la fisiognosis en el siglo XIX. Ha sido ayudada para una precisión esmerada, para la objetividad, para el genuino amor a la verdad, comparada con la profesión de infalibilidad del profesor. Más aún, resumiendo todos los aspectos, la influencia total es comparada frívolamente con la de las matemáticas sobre la filosofía, o de ambas sobre la ideoscopia. La física no ha proporcionado, después de todo, ningún principio a la psíquica, ni ninguna gran concepción. Por el contrario, todos los intentos por importar a la psíquica las concepciones propias de la física solamente han conducido a los que lo intentaron por caminos desviados. Todo esto confirma la justicia de nuestra clasificación de estos dos departamentos como subclases.

256. No podemos posponer el reconocimiento de una segunda subrama de la ciencia teórica. Es un departamento perfectamente bien reconocido. En virtud de su propósito, pertenece a la rama de la teoría; con todo, varía lo suficiente de la ciencia activa en su propósito como para erigirse en una subrama. Es el tema del Cosmos, de Humboldt, la Philosophie Positive de Comte, y la Sinthetic Philosophy, de Spencer. Es ciencia en retraite, Wissenschaft a. D. Su designio es recapitular los resultados de todas las ciencias teóricas y estudiarlas como formando un sistema. Puede ser llamada Retrospectiva (o ciencia de la revisión), para distinguirla de la ciencia activa.

257. Vamos ahora a considerar los grupos que están un grado más abajo. Se trata de un punto en el que debo confesar que he vacilado. Nuestras ramas de la ciencia se distinguen por sus diferentes propósitos; nuestras clases, por la naturaleza fundamentalmente diferente de sus observaciones. La lógica sugiere que los órdenes, a los que vamos enseguida, han de ser distinguidos por la diferencia en la parte intelectual del asunto de las ciencias que están bajo él; de tal modo que entre las ciencias físicas, por ejemplo, tendríamos: primero las que investigan las leyes comunes a toda la materia; segundo, las que estudian las relaciones entre diferentes clases de objetos físicos; tercero, aquellos cuyos objetos son la comprensión de diferentes objetos individuales, y es manifiesto que tal clasificación podría hacerse en la psíquica. Con todo, aunque parece a priori plausible, hace falta quizás una garantía positiva de que sería una división natural. De cualquier modo, no es evidente un fundamento para asegurarlo. Se me ha ocurrido que podríamos distribuir las ciencias físicas en aquellas que estudian objetos situados predominantemente bajo el dominio de la fuerza y las que lo están bajo la influencia de la causalidad final, resultando física e historia natural. Esta separación concordaría bien con el modo en que los hombres agrupan naturalmente. Pero por lo mismo, surge la sospecha de que no se ha alcanzado el punto donde debe hacerse la separación. Antes de llegar a los grupos de hombres que entienden completamente unos el trabajo de los otros, debemos considerar los grupos de los que uno está en relación de profesor de principios para otro; tal como en una escuela la relación de maestro y alumnos realiza una división natural más ancha que la que hay entre diferentes formas de clases...

258. Comte... produjo una escala muy útil, como confiesa ahora todo hombre sincero. Era como sigue: matemáticas, astronomía, física, química, biología, sociología. Pero la sociología se mantenía apartada de las otras, en cuanto ciencia psíquica.

Astronomía, quería decir para Comte la astronomía de su época, que se limitaba casi enteramente a explicar los movimientos de las estrellas, y era así dependiente de las matemáticas. Pero nuestra astronomía depende ampliamente de la química. Separando matemáticas y sociología, que no son ciencias físicas, y colocando la astronomía donde ahora parece que debe estar, obtenemos: física, química, biología, astronomía o quizá

 física 
química biología
astronomía  

La geognosis era para Comte una subdivisión de la química. Pero esto es por todos lados antinatural. La geognosis utiliza la física y la biología (especialmente paleontología); de tal manera, que un esquema mucho mejor sería:

 física 
química biología
astronomía geognosis

259. En este esquema se ve que retornamos a mi primera idea. Pues la física, aquí, tiene que significar física general, así llamada; es decir, el estudio de las leyes y las fuerzas de la naturaleza. La química, aquí, debe ser entendida como la ciencia de los diferentes tipos de materia (la cual es sustancialmente la definición de Ostwald y de Mendeleyev). Así, la segunda línea son ciencias de clases, o, digámoslo brevemente, ciencias clasificatorias, las cuales por supuesto tienen más que hacer que puramente realizar esquemas de clasificación. En la tercera línea encontramos ciencias descriptivas y explicatorias de objetos individuales, o sistemas individuales; los cielos, y la tierra. Podemos nombrarlas, por vía de resumen, ciencias descriptivas.

260. Podemos considerar establecido, pues, que las ciencias nomológicas forman naturalmente el primer orden o subclase de las ciencias físicas. Una cuestión que necesita de una ulterior consideración para poder afirmarse, es si las otras deben ser divididas primariamente de acuerdo con las filas del último esquema, o de acuerdo con sus columnas. Con respecto a esto, hacemos notar que la afinidad de la geognosis con la biología difícilmente es tan incuestionable como aparenta ser la división vertical. Incluso podría uno decir que la química está más cercana a la astronomía que lo está a la biología. Sin dificultad se podría objetar, preguntando dónde quedan la cristalografía y la mineralogía. Nadie, de seguro, sostendría que sería una clasificación natural colocar la cristalografía como coordinada con la química y la biología. Tampoco pertenece a la física general nomológica; pues es eminentemente un estudio de tipos, no de leyes generales. La sugerencia de unirla a la biología provocaría una sonrisa. Parecería, pues, que no queda nada sino tratarla como una división de la química, en el sentido de estudio de los diferentes tipos de materia. Dos grandes autoridades, Ostwald y Mendeleyev, han definido así, de hecho, la química; pero me atrevo a asegurar que los químicos generalmente no entienden así su ciencia y que los laboratorios químicos no están equipados para ese estudio. La química, en cuanto materia de hecho, está muy estrechamente limitada al estudio de las reacciones, de la estructura de los componentes y al comportamiento de los elementos en las combinaciones. Un químico, en cuanto tal, no se siente llamado para inquirir en las propiedades de las diferentes sustancias más allá de lo que se requiere para identificarlas y establecer sus relaciones constitutivas. Por ejemplo, consideraría fuera de su campo fijar la atención de su trabajo en determinar las constantes de elasticidad de una sustancia. Pedirle eso, diría, sería una mezcla dañina de vocaciones. Las descripciones de los cristales que hace el químico -en la mayoría de los casos limitada a sus hábitos- sería mirada como superficial por un cristalógrafo, y si ocasionalmente va más lejos, es con vista a la identificación de las sustancias. La definición de Ostwald y Mendeleyev (que por mi parte di independientemente), pues, define un departamento de la ciencia del que la química no es más que una parte. Permítasenos llamar quimología a la ciencia de los tipos de materia. Esta ciencia tendrá que describir todas las propiedades especiales de todos los tipos de materia, y entre esas propiedades, tenemos que describir los aspectos o formas dentro de los que crece materia de diferentes tipos. Así, por lo tanto, podemos catalogar la cristalografía como una rama de la quimología.

261. No podemos dejar de llamar la atención, de pasada, de una duda que surge aquí; porque el estudio de los diferentes tipos de formas cristalinas -con sus relaciones mutuas geométricas, ópticas y alatéricas- considera los hechos de la cristalización desde un punto de vista muy distinto al del quimologista, quien considera las relaciones de los distintos tipos de materia entre sí. Pero lo pasaré por alto de momento para hacer otra observación. Supongamos que yo hubiera establecido que la diferencia de los puntos de vista del cristalógrafo y el quimólogo fueran de importancia subsidiaria, y que los intereses de éste último incluyeran el estudio [de] todas las formas, que presupone naturalmente los diferentes tipos de materia. Entonces hago notar que ahí hay un cierto grupo de cuerpos químicos, los albuminoides o protoplasmas, de los cuales, hasta nuestros días, el químico sólo puede decir que contienen carbón (51% ó 52%), oxígeno (20% a 23%), nitrógeno (16% a 19%), hidrógeno (alrededor de 7%), sulfuro (alrededor de 1%) y probablemente a menudo fósforo y muchos otros elementos, y que hay algo así como quince mil átomos por molécula. Estas sustancias asumen formas mucho más fantásticas que cristales -en concreto, todas las formas que asumen los biólogos- y los matemáticos nos aseguran, que aun cuando el número de átomos de la molécula es mucho menor que el número que Sabanajeff ha determinado mediante un probado método, no obstante, no puede caber duda de que es suficiente para proveer, sobre los principios generales de la química, suficientes tipos distintos de protoplasma para cada órgano, o incluso célula de cada individuo animal o planta que han existido sobre la tierra para tener un tipo único de sí mismo, sin pasar seriamente los límites de la riqueza de variedades de esas sustancias. Así pues, podemos racionalmente sacar la conclusión de que toda variedad del mundo biológico es debida a la variedad de diferentes tipos de sustancias químicas de ese grupo, con las correspondientes variaciones de propiedades y figuras naturales. Sobre esto viene el lógico, y como contribución a la discusión, declara ser absolutamente imposible construir cualquier hipótesis definida -gratuita, sin embargo- que asignara cualquier otro origen a las formas de animales y plantas, que la constitución química del protoplasma. Imagine, si así lo desea, que los corpúsculos separados (relacionados a los átomos, como están los átomos, a bolas de billar) están dotados de libre voluntad, de tal manera que sus movimientos están determinados por la persuasión y no por las leyes generales de la física. Esto, si se probase, será un descubrimiento bastante importante. No conozco qué podría tender más hacia la extinción de toda distinción entre psicognosis y fisiognosis. Con todo, bajo este estado de cosas, seguiría siendo verdad que la constitución química del protoplasma (acerca del cual no tenemos la pretensión de conocer todo, aunque resultara ser tan extraño, pues contiene elementos químicos que sacarían los colores a la cara al radium) sería la única causa determinante de las formas de todos los animales y plantas. Así quedaría, aunque tuviéramos que suponer un acto creador especial en el nacimiento o gemación de cada individuo biológico -mientras permaneciera una regularidad aproximada en la acción-, aunque ésta fuera la más revolucionaria de nuestras concepciones quimiológicas. Todos conocemos a este tipo de naturalista -a menudo un científico justamente honrado-, quien, ante cualquier sugerencia de que un experimento puede ser de provecho real en la biología, profiere un torrente de palabras en el cual se detecta más fácilmente el sentimiento que la lógica. Hay algunas mentes que parecen pensar que si A y B son radicalmente disímiles, es poco consistente afirmar que pueden ser fundamentalmente desemejantes; aunque esto no fuera así, sería el fin de la clasificación natural. Nadie puede discutir el hecho de que los albuminoides son radicalmente diferentes a todas las sustancias químicas cuya constitución comprendemos.

262. Así pues, si hemos de tener un orden o suborden de fisiognosis, consistente en el estudio de los tipos de materia y sus formas naturales, es un requerimiento de la lógica el que sea enumerada como una familia de tal orden o suborden. Sin duda, debe admitirse que el estudio de los tipos de materia, la quimiología, es una cosa, y el estudio de los tipos de forma que puede tomar la materia, es otra cosa. Estos serían dos subórdenes de orden de la fisiognosis clasificatoria, o estudio de tipos físicos. Pero no está tan claro en cuál de esos dos subórdenes debe ser incluida la biología. Quizá debe constituir un tercer suborden.

263. Además, debemos reconocer un tercer orden, descriptivo y explanatorio de los accidentes de los sistemas individuales, aparte del estudio de las clases a las que sigue.

264. ¿Hay una división paralela de la psicognosis? "Antropología" es una palabra usada algunas veces con un sentido tan amplio, que cubre toda la psicognosis, o lo haría allí donde el estudio de los animales y de las manifestaciones no-biológicas no fueran arbitrariamente excluidas. De la antropología, así entendida, el doctor Brinton (Anthropologie as a science, Filadelfia, 1892) propuso una clasificación, de la que podemos ofrecer al lector un bosquejo. Incluye, en primer lugar, cuatro grandes divisiones: somatología, etnología, etnografía y arqueología. La primera de ellas es puramente física, sólo que extrañamente incluye psicología, de modo que no nos interesa ahora.

El cuarto es puramente descriptivo y ampliamente físico. No proporcionará ayuda. La etnología incluye cinco departamentos como sigue: 1. sociología, 2. tecnología, abarcando las artes bellas y útiles, 3. religión, 4. lingüística, 5. folklore. La etnografía trata de las diferentes razas de hombres y es ampliamente física. No tengo objeción en admitir que la zoología tiene que tomar forzosamente algún conocimiento de los instintos de los animales, igual que, por otro lado, es plenamente evidente que sus mentes nunca podrán ser entendidas sin tener en cuenta su anatomía y fisiología. Pero a pesar de eso, si vamos a admitir que el estudio de los cuerpos de los animales es un estudio de tipo causa eficiente, mientras que el estudio de sus mentes es un estudio de finalidad (distinción cuya verdad e inevitabilidad queda enfatizada cuanto más estudiamos los diferentes aspectos y facetas de este tema), entonces debemos reconocer que estos dos estudios, de la mente y del cuerpo de los animales, son ampliamente diferentes, por más que puedan traslaparse. Pero ese sobreponerse uno a otro es en verdad insignificante. El biólogo necesita muy poca psicología, y el psicólogo una biología no muy profunda.

265. La clasificación del doctor Brinton es artificial. Él mismo no hubiera impugnado este juicio. De casi cada subdivisión podría decirse que nadie podría juiciosamente dedicarse exclusivamente a todos esos estudios. Tal vez nadie lo hizo, si leemos la explicación de Brinton de lo que incluye cada una. Pero esa clasificación tiene todavía un fallo peor que el de ser artificial. No cabría objeción contra alguien empeñado en señalar por un lado la causación final o mental, y por otro lado, la material o eficiente. Pero confundir las dos cosas es fatal. Esta circunstancia constituye en cierta medida una justificación del combate emprendido, en muchas partes, sobre las "causas finales"; e igualmente justifica la aversión sentida a menudo contra las explicaciones físicas. Longfellow acostumbraba decir que odiaba las ciencias. Puedo simpatizar con él. Pues vivió tan enteramente en el mundo psíquico, que ciencia para él significaba un esfuerzo para cambiar la finalidad en eficiencia; o, como él diría, para refutar la poesía. Es sumamente estrecho no considerar las causas finales en el estudio de la naturaleza; pero es disparate y confusión total tratarlas como fuerzas en sentido material. El doctor Brinton, junto con los etnólogos en general, parece haberse olvidado de esto, de parte a parte, y considerar el estudio de lo psíquico desde un punto de vista psíquico como esencialmente inexacto. Es absurdo preguntarse si un hecho dado es debido a causas psíquicas o físicas; su aspecto psíquico -en cuanto acto- es debido exclusivamente a causas psíquicas. Esto sigue siendo cierto, aunque usted acepte cualquier doctrina de telepatía, table-turning, o lo que usted quiera. Si puedo hacer girar una mesa por la fuerza de mi voluntad, esto simplemente dejaría establecido el hecho de que algo entre mí y la mesa actúa justamente como un bastón con el cual empujaría a la mesa a actuar. Sería pura y simplemente una conexión física, por más interesante que pueda ser para un psicólogo. Pero, por otro lado, así como mi mano obedece, de modo general, mis órdenes, agarrando lo que le mando agarrar, aunque dejo a su mejor juicio todo el menú de cómo debe ser realizada mi orden general (y así lo hago con mi espadín, dirigiendo su punta a moverse así o así, pero nunca sé cómo lo hace), así el experimento de "hacer-girar-la-mesa" mostraría, supongo, que puedo dar tales órdenes a la mesa no tocada. Esto sería causación puramente psíquica o final, en la cual los detalles son pasados por alto. Mientras tanto, uno puede advertir que la mesa ciertamente quiere girar, si yo real y verdaderamente quiero que lo haga, sin ser demasiado meticuloso en lo que se refiere a modos y medios.

266. Sólo tres elementos de la somatología de Brinton pertenecen a la psicognosis. Hay en primer lugar prosopología, en la medida en que se refiere a la dudosa ciencia de la fisiognomía; segundo, psicología, y tercero antropología criminal. Una gran parte de su etnografía simplemente considera a los hombres como formas biológicas. Así también, la geografía física, la geología y la paleontología que él incluye. Con referencia a ésta última, yo no daría por supuesto que pertenezca a la ciencia del hombre. Por otra parte, se ha omitido mucho de la psicognosis; como el estudio del instinto animal y vegetal (ambos, en especial el último, arrojan mucha luz sobre la naturaleza del hombre); teología (suponiendo que exista tal ciencia), economía, estética (en la medida en que, por un lado, no es filosofía, por el otro no es una ciencia práctica) e historia en todas sus numerosas ramas (y me parece extraño que el doctor Brinton, quien hace que casi todo pertenezca a la ciencia del hombre, piense que la historia no pertenezca) y biografía.

267. Permítasenos ahora, con la lista del doctor Brinton ante nosotros, esforzarnos en examinar la psicognosis y acercarnos a sus órdenes. En primer lugar, la causalidad final, que es el objeto de la ciencia psíquica, aparece de tres modos; primero, totalmente separada de cualquier organismo biológico; segundo, en los individuos biológicos como vehículos; tercero, en sociedades, fluctuando desde la familia hasta ese público que incluye nuestra "posteridad" indefinida. Estas distinciones, cuando las consideramos todas juntas, nos impresionan con una cierta grandeza. Pudiera ser que esto explique [lo] que, de todos modos, es un hecho; que la cuestión a menudo me ha presionado en el sentido de si no debe formar la base de la primera división de la clase de las ciencias psíquicas. Pero eso sería meramente, o sobre todo, una división de acuerdo con la naturaleza de los objetos de estudio. Debemos clasificar las ciencias según su propia naturaleza y no según la naturaleza de sus objetos, excepto en cuanto eso afecta la naturaleza de los estudios de esos objetos. Pero antes de tomar en cuenta algo de ese tipo, debemos buscar una división basada en las diferencias del factor intelectual en el trabajo de la ciencia, tal como se vio que constituía los tres órdenes de la fisiognosis; a saber, el nomológico, el clasificatorio y el descriptivo. Estos órdenes aparecen cada vez más claros, cuanto más se examina el tema. La mente tiene sus leyes universales, que operan doquiera se manifiesta, aunque pueden ser modificadas de acuerdo con el modo de su encarnación u otra manifestación. Al estudiar las propiedades universales de la mente, el estudioso quiere sin duda tener ocasión de observar algunas de las peculiaridades de los diferentes modos de manifestación de la mente. Con facilidad puede suceder a un joven estudiante que ese estudio de los modos especiales de producción de la mente venga a fascinarle y absorberle mucho más que thinner y la ciencia más abstracta de las verdades universales de la ciencia. Puede suceder a otros estudiantes que mientras realizan elaborados estudios de una forma especial de fruto psíquico, nunca dejen de proseguir esos estudios con una mirada a su poder proporcionar alguna llave para los secretos generales de la mente. Justamente así, uno puede estudiar el sistema [de los] cristales con la mira de sus enseñanzas concernientes a la naturaleza de la elasticidad, como lo hizo Rankine, o en la esperanza de aprender de ella algo acerca de la luz, como hizo Brewster; o, por otro lado, estando interesados en los cristales y sus clases, con la mirada puesta en la mejor comprensión de los mismos, puede hacer estudios sobre su cohesión, como hizo Haüy, y con cualquiera de esos motivos, puede producir una memoria, la cual, considerada en sí misma, pudiera muy bien ser clasificada o bien como una contribución a la física nomológica o a la cristalografía. Si miramos con más amplitud su obra, no será posible dudar de que Brewster y Rankine eran físicos, mientras que Haüy era un botánico metido a cristalógrafo.

268. ¿Qué deben hacer los clasificadores con estudios que pudieran ser citados igualmente en uno u otro grupo? ¿Debemos permitir, por razón de conveniencia, que ingrese un poco de artificialidad dentro de nuestra clasificación, como para dar a tal estudio un lugar indudable? Esto sería compromiso. Ahora bien, debemos estar siempre dispuestos al compromiso juicioso en materias prácticas, nunca en la ciencia teórica, pero si es que hay algo como una clasificación natural, es la verdad, la verdad teorética, que no ha de ser sacrificada a la conveniencia. Será diferente la clasificación de la ciencia realizada para gobernar la disposición de los estantes de una biblioteca. Esta es una cuestión para discutir aparte. Aquí sólo quiero notar que los propósitos para ordenar las estanterías son tan variados, que podría suceder en no pocos casos que la conveniencia integral de cualquier ordenamiento artificial no sea muy superior al de una ordenación natural. La clasificación natural de la ciencia ha de estar basada en el estudio de la historia de la ciencia y sobre esos mismos fundamentos es donde debe basarse la clasificación de las estanterías de una biblioteca. La clasificación natural de la ciencia ha de ser una clasificación de los hombres de ciencia, y, dado que las obras de todo gran hombre son publicadas en forma recopilada, la clasificación de las estanterías de una biblioteca será también una clasificación de hombres. De todos modos, para nuestra conveniencia es este capítulo, la verdad desnuda insobornable responderá. Cuando suceda que la verdad sea que la definición de líneas entre clases naturales no esté absolutamente definida, tal será la verdad que queremos establecer.

269. La mente tiene su modo universal de acción, a saber: por causa final. El microscopista trata de ver si los movimientos de una pequeña criatura muestran algún propósito. Si es así, allí hay una mente, pasando de lo pequeño a lo grande, la selección natural es la teoría de cómo las formas llegan a ser "adaptativas", es decir, a ser gobernadas con un quasi propósito. Esto sugiere un mecanismo de causas eficientes para conseguir la meta (el fin) -mecanismo quizás inadecuado-, pero que debe aportar una cierta ayuda con miras al resultado. Pero el ser, gobernado por un propósito u otra causa final, es la verdadera esencia del fenómeno físico, en general. Por consiguiente, uno debería pensar estar bajo el orden de la psiconomía, o psicognosis nomológica, un suborden del cual debería buscar formular con exactitud la ley de la causación final y mostrar cómo ha de ser alineado su trabajo.

270. Pero bajo esa ley universal de la mente hay otras leyes, tal vez igualmente omnipresentes, pero no tan abstractas. Está en primer lugar la gran ley de la asociación (incluyendo la fusión), principio sorprendentemente análogo al de la gravitación, puesto que es una gravitación entre ideas. Hay, además, otros fenómenos generales de la mente no explicables por asociación. Las leyes de todos estos fenómenos serán estudiadas bajo un segundo suborden de la psicología nomológica especial.

271. Como segundo orden tenemos la psicotaxia, nombre no muy bueno para la psicognosis clasificatoria del estudio de los tipos de manifestación mental. Este orden se sitúa entre dos subórdenes, uno que abraza los estudios de operaciones y productos mentales; el otro de las encarnaciones o "en-animamientos" de la mente. A este segundo suborden referiría todos los estudios de la mente de los insectos y (si hay alguna) de los pólipos, de las características sexuales, de las siete edades de la vida humana, de los tipos profesionales y raciales, de los temperamentos y caracteres. Al primero referiría la ciencia, amplia y espléndidamente desarrollada, de la lingüística, de las costumbres de todos tipos, de la etnología general de Brinton.

272. Un tercer orden de la psicognosis es descriptiva y explicatoria, pero no inductiva en un grado predominante. Las ciencias que son principalmente descriptivas; las que dicen, por ejemplo, lo que ha encontrado un explorador, las que dan cuenta de sistemas, como la metrología, cronología, numismática, heráldica, o examinan las producciones individuales del hombre, formarán un suborden descriptivo; mientras que las que narran secuencias de acontecimientos y muestran cómo uno guía a otro -en una palabra: la historia, ya sea individual, o de comunidades, o de campos de actividad o de desarrollo de las mentes, o de las formas de instituciones sociales- formarán un segundo suborden.


LAS DIVISIONES DE LA FILOSOFÍA

273. Es claro que la filosofía no puede, como la ideoscopia, ser dividida de arriba abajo en una rama eficiente y una final. Pues, por no mencionar otras razones, a la filosofía le toca la tarea de comparar los dos sistemas de causación y sacar a la luz su raíz común. Sin embargo, por otro camino, la filosofía cae separadamente dentro de los dos grupos de estudio para los que sólo el apelativo de subclases es apropiado, si entendemos por subclase una modificación de ese sentido formador-de-clases en el cual se puede decir que la filosofía es observacional. Pues más allá de lo que constituye -al menos en el presente estado del estudio- el cuerpo principal de la filosofía, dándole un matiz de necesidad, hay un departamento de la ciencia, el cual, mientras se asienta, y puede solamente asentarse, en cuanto su parte principal, sobre la experiencia universal, sin embargo, para ciertos puntos especiales, entremetidos, se ve obligada a llamar a las observaciones más especializadas y refinadas, para indagar qué modificaciones minúsculas de la experiencia cotidiana pueden introducir. Si en estos departamentos las enseñanzas de la experiencia ordinaria tocasen en la verdadera naturaleza de la necesidad, como por lo regular lo hacen, difícilmente estaría en nuestro poder apelar a la experiencia especial para contradecirlos. Pero es un hecho notable, que aunque mentes distraídas declaran que los dicta de la experiencia ordinaria son necesarios en estos casos, no aparecen así a los que los examinan más críticamente. Por ejemplo, es experiencia cotidiana que los acontecimientos ocurren en el tiempo, y que el tiempo sólo tiene una dimensión. Hasta ahí aparece como algo necesario. Pues quedaríamos totalmente aturdidos por la sugerencia de que dos acontecimientos fueran cada uno anterior al otro, o que, sucediendo en tiempos diferentes, uno no fuera anterior al otro. Pero fácilmente se muestra que una anterioridad bidimensional envuelve una contradicción consigo misma. Así pues, es de tipo necesario, por el presente, que el tiempo sea unidimensional, y no podemos llamar a la experiencia especial con prueba en contra. Pero el espacio tridimensional no envuelve tal contradicción. Podemos suponer que los átomos o sus partículas se mueven libremente en cuatro o más dimensiones. Así, la experiencia cotidiana parece enseñarnos que el tiempo fluye continuamente. Pero que no estamos seguros de que en realidad lo haga, aparece del hecho de que muchos hombres de mentes poderosas que han examinado la cuestión tienen la opinión de que no es así. ¿Por qué no podrá ser una sucesión de estados estacionarios, digamos "milliase" (millares) o así de ellos o quizás una infinita multitud por segundo, y por qué los estados de las cosas no pueden saltar abruptamente de uno al siguiente? Aquí, las enseñanzas de la experiencia ordinaria son, por lo menos, de difícil averiguación. Hay casos en los que son decididamente indefinidas. Así, tal experiencia muestra que los acontecimientos de un día o un año no son como los de otro, aunque en parte hay una repetición cíclica. Mentes especulativas se han preguntado si no habrá un ciclo completo a cuyo cumplimiento todas las cosas sucederán de nuevo como fueron antes. Tal se dice que fue la opinión de Pitágoras, y los estoicos recogieron esto como una consecuencia necesaria de sus puntos de vista filisteos. Todavía en nuestros días, ciertas experiencias, en especial las que inspiran la historia de la ciencia y el arte durante el siglo XIX, han inclinado a muchos a la teoría de que hay un progreso sin fin, una corriente definida de cambio en la totalidad de todo el universo. ¡Qué tesoros no sacrificaríamos por conocer con certeza si realmente es eso así o no! No es nada para usted o para mí, para nuestros hijos o nuestra posteridad remota. ¿Qué le importamos al universo o al curso de las edades? No más que la importancia que tiene para mi perro el libro que estoy escribiendo. Con todo, osaría decir que defendería el manuscrito del daño con su vida. Sin embrago, para volver al asunto del progreso, la experiencia universal está más bien a favor del asunto de la noción que en contra, comoquiera hay una corriente en el tiempo, hasta donde podemos ver: el pasado influye nuestro intelecto, el futuro nuestro espíritu, con total uniformidad. A pesar de eso, la experiencia universal favorece meramente una conjetura para períodos más largos.

274. Hay dos preguntas distintas concernientes al tiempo que se deben contestar, aun cuando hayamos aceptado la doctrina de que es estrictamente continuo. La primera es si hay o no instantes excepcionales en los que sea discontinuo -algún comienzo o final abrupto-. Han habido filósofos que sostienen que tal cosa es inconcebible; pero es perfectamente concebible para una mente que toma con inteligencia y seriedad la tarea de formar una concepción. Los hombres que están dispuestos a declarar una cosa como imposible antes de haber estudiado seriamente el modo más propio para hacerlo y en especial sin haberse sometido a un curso de entrenamiento en el ejercicio requerido de voluntad, merecen desprecio. Cuando alguien nos dice que algo es inconcebible, debe acompañar su aserto con una narración completa de lo que ha hecho en esos dos caminos para ver si no puede ser concebido. Si deja de hacer eso, debe ser despreciado como una persona frívola. No hay dificultad en imaginar que en un cierto momento se comunicará velocidad repentinamente a cada átomo y corpúsculo del universo; antes del cual todo estuviera absolutamente sin movimiento y muerto. Decir que no había movimiento ni aceleración es decir que no había tiempo. Decir que no había acción es decir que no había actualidad. Sin embargo, de modo contrario a la evidencia, entonces, tal hipótesis puede existir, es perfectamente concebible. La otra cuestión es si el tiempo es infinito en duración o no. Si no hay defecto en su continuidad, debe, como hemos visto en el capítulo 410, retornar hacia dentro de sí mismo. Esto puede suceder después de un tiempo finito, como se supone que dijo Pitágoras, o en un tiempo indefinido, la cual sería la doctrina de un pesimismo consistente (Cf. original inglés).

275. La medida, en el curso debido, se probará claramente a su tiempo11, es fundamentalmente un asunto de la misma naturaleza de la clasificación, y de la misma manera que hay clasificaciones artificiales en abundancia, pero sólo hay una natural, así hay medidas artificiales para responder a cada petición; pero sólo una de ellas es medición natural. Si el tiempo retorna sobre sí mismo, una línea oval es un icono [o pintura analítica] de él. Ahora bien, una línea oval puede ser medida en cuanto es finita, como cuando medimos las posiciones de un círculo por una cantidad angular, q, corriendo hasta 360 grados, donde llega el grado 0 (lo cual es la medida natural en el caso del círculo); o puede ser determinada de tal forma, que la medida pase una vez a través del infinito, yendo alrededor del círculo, como cuando proyectamos las posiciones en la circunferencia desde una de ellas, como centro, sobre una línea recta sobre la que medimos las sombras por medio de una barra rígida, como se ve en la figura. Esto es medir por tan 1/2 (q - Q), en lugar de por q, donde Q depende de la posición del centro de proyección. Tal modo de medición tiene la conveniencia matemática de usar cada número real una vez y sólo una vez. Es totalmente posible, sin embargo, medir de tal forma que se pase por toda la serie de números dos o más veces. La simple proyección desde un punto dentro del círculo da una repetición.

Figura 1

276. Sin embargo, la cuestión es: ¿cuál es el modo natural de medir el tiempo? ¿Tiene un comienzo absoluto y un fin, y lo alcanza o recorre el infinito? Si se toma el tiempo en abstracto, la cuestión será puramente matemática. Pero estamos considerando un departamento de filosofía que quiere saber qué pasa, no con el tiempo puramente matemático, sino con el tiempo real de la evolución de la historia. Esta cuestión afecta a la evolución misma, no al tiempo matemáticamente abstracto. Observamos el universo y descubrimos algunas de sus leyes. ¿Por qué, pues, no podremos descubrir el modo de su evolución? ¿Es ese modo de evolución, en la medida en que podemos descubrirlo, de tal naturaleza que tengamos que inferir que comenzó y que tendrá fin, ya sea que ese comienzo y ese fin estén distantes de nosotros un número finito de días, horas, minutos y segundos, ya sea que esté infinitamente distante? Para ayudar al lector a concebir una sección de estudio que debe usar los descubrimientos de la ciencia para plantear cuestiones acerca del carácter del tiempo como una totalidad, he trazado tres variedades de espirales12. La primera de ellas tiene la ecuación:

q = (360° / Log3) log{(r - 1 pulgada) / (3 pulgadas - r)}

Imaginemos cada giro alrededor del centro punto que trazan las espirales, para representar el lapso de un año o cualquier otro ciclo de tiempo, y hagamos que r, el radio vector, represente la medida del grado de evolución del universo -no es necesario fijar una idea más definida de ello-. Entonces, si el universo obedece esa ley de evolución, tuvo un comienzo absoluto en un punto de tiempo del pasado inconmensurable en años. El grado de su estado de evolución fue desde el principio una cantidad positiva, 1, que incrementará necesariamente hasta 3, la cual nunca pasará hasta su destrucción final en el futuro infinitamente distante. La segunda espiral no es estrictamente logarítmica.

Su ecuación es:

q = 360°tan (90°r/1 pulgada)

De nuevo, el universo es representado aquí subiendo desde un estado donde r = 1, en el pasado infinitamente distante, a un estado donde r = 3, en el futuro infinitamente distante. Pero aunque es infinitamente distante medido en años, la evolución no se detiene aquí, sino que continúa sin interrupción, y tras otra infinita serie de años, r = 5, y así sucesivamente, sin fin. No debemos permitirnos ser arrastrados por la palabra "sin fin" a la falacia de Aquiles y la tortuga. No obstante, mientras r no haya alcanzado el valor 3, otro año le dejaría todavía menor que 3, con todo si los años no constituyen el flujo del tiempo, sino que sólo miden ese flujo, eso de ningún modo evita que r se incremente en el flujo del tiempo más allá de 3; de tal manera, que será una cuestión de hecho si (o no), en la medida en que podemos comprenderlo, la ley de la evolución general es tal como para llevar al universo más allá de todo estadio prefijado o no. Es muy curioso, que en este caso, podamos determinar exactamente qué estación del año, en el futuro infinitamente distante, el valor de r cambiará de ser infinitesimalmente menor a ser infinitesimalmente mayor que 3. En la tercera espiral, cuya ecuación es

1 / (r - 1/2 pulgada) = 3 log { 1 + antilog (90°/q - 90°)}

El universo fue creado hace un número finito de años en un estado de evolución representado por r = 1/2, y seguirá una serie infinita de años aproximadamente indefinida hasta un estado donde r = 2, después de lo cual comenzará a avanzar de nuevo, hasta que después de otro infinito lapso de años alcanzara en un tiempo finito el estado en que r = 3 1/2, cuando será repentinamente destruido. Esta última espiral es la más instructiva de las tres; pero todas son útiles. El lector hará bien en estudiarlas.

277. Si es posible hacer un estudio científico de tales cuestiones y de las correspondientes a la geometría física, es un problema sobre el que se hará una cuidadosa investigación en un capítulo posterior13. debo presumir que mi lector deseará dilucidar este difícil problema, pues si él está todavía en ese estadio de desarrollo intelectual en el cual él sostiene que ya alcanzado soluciones infalibles sobre ciertos puntos: por ejemplo, que dos veces dos hacen cuatro; que no está bien casarse con su propia abuela; que él existe; que ayer el Sol se puso por el poniente, etcétera, de tal manera que oír a los que dudan seriamente le llena de disgusto y cólera (un poco de regocijo difícilmente podría suprimirse, quizá, y no querrá decir infalibilidad absoluta), no ganará mucho de la lectura cuidadosa de este libro, y mejor será hacerlo a un lado. Mientras tanto, dado que es dudoso si es alcanzable a un conocimiento de este tipo, a la del interés extremado de esta cuestión, y a la vista del hecho de que hombres de no pequeño rango intelectual se están esforzando por iluminarlo, dejaremos, por el momento, un espacio clasificado para este grupo de estudios en nuestro esquema de clasificación.

278. Sin embargo, uno podría preguntar si su lugar más propio es en la filosofía y no más bien en la ideoscopia, dado que está en parte bajo observación especial. Cada departamento de la ideoscopia construye, como hemos visto, sobre la filosofía. ¿Por qué entonces esos estudios nos son ideoscopia?, o si no lo son, ¿por qué no tratarlos como el zoólogo trata a los tunicados, los cuales, al no ser estrictamente vertebrados ni gusanos, se opina que constituyen una rama separada del reino animal? Por lo demás, confieso que soy un poco escéptico con respecto a la decisión de los zoólogos. Pero ciñéndonos a nuestro asunto, cada departamento de la ideoscopia se basa en la observación especial, y sólo recurre a la filosofía para librar ciertos obstáculos que le impiden proseguir con sus investigaciones especiales. Las ciencias que ahora consideramos, por el contrario, se basan en el mismo tipo de experiencia general sobre la que se construye la filosofía, y sólo recurren a la observación especial para dirimir ciertos detalles minúsculos, sobre los cuales el testimonio de la experiencia general es quizás insuficiente. Es cierto que son, por lo tanto, de una naturaleza intermedia entre la cenoscopia y la ideoscopia; pero en lo principal su carácter es filosófico. Forman, en consecuencia, una segunda subclase de la filosofía, a la cual podemos asignar el nombre de teórica. En cuanto a la investigación, esta subclase tiene sólo dos divisiones que con dificultad pueden considerarse órdenes, o más bien familias; cronoteoría y topoteoría. Este tipo de estudio se halla en la primera infancia. Pocos reconocen siquiera que se trata casi únicamente de especulación inútil. Puede ser que en el futuro esta subclase abarque otros órdenes.

279. La primera subclase, la de la filosofía necesaria, pudiera ser llamada epistemia, pues de entre todas las ciencias sólo ésta realiza el ideal platónico y helenístico en general de la episthmh14. Dependen de ella tres órdenes bien diferenciados.

280. El primero de ellos es la fenomenología, o la doctrina de las categorías, cuyo tema es desenredar la enmarañada madeja [de] todo lo que en algún sentido aparece y lo enrolla en distintas formas; o en otras palabras, hacer el último análisis de todas las experiencias, primera tarea a la que debe aplicarse la filosofía. Una de las más difíciles, quizás la más difícil de esas tareas, que exige poderes peculiares de pensamiento, es la habilidad de apresar nubes, vastas e intangibles, colocarlas en disposición ordenada, presentarlas para ser discutidas a través de sus ejercicios. El mero hablar de este tipo de filosofía, el mero entenderla, no es fácil. Algo así como una justa apreciación de ella, no ha sido llevada a cabo por muchos de los que escriben libros. Realizar trabajo original en ese departamento, si ha de ser verdad real y hasta ahora no formulada, es -no el hablar de si es difícil o no- una de esas funciones de crecimiento que cada hombre, quizá, en alguna forma de ejercicios, una vez, algunos quizá dos veces, pero que sería un milagro realizar una tercera vez.

281. El orden II consiste en las ciencias normativas. Me maravillo de cuántos de los que usan este término ven una necesidad particular de la palabra "normativa". Una ciencia normativa es la que estudia lo que debe ser. Entonces, ¿cuánto difiere de la ingeniería, la medicina o cualquier otra ciencia práctica? Sin embargo, si la lógica, ética y estética, que son las familias de la ciencia normativa, son simplemente el arte de razonar, de la conducta de la vida y de las bellas artes, no incumben a la rama de la ciencia teórica única que estamos considerando. No hay duda de que están estrechamente emparentadas con las tres artes correspondientes o ciencias prácticas. Pero lo que hace a la palabra normativa necesaria (y no puramente ornamental) es el hecho algo más singular de que, aunque esas ciencias estudian lo que debe ser, por ejemplo, ideales, son en verdad las más puras ciencias teóricas de las ciencias puramente teóricas. ¿Qué es lo que dijo Pascal?15; "La verdadera moral se burla de la moral". No vale la pena, en este rincón del libro, detenerse más en este rasgo tan prominente de nuestro tema. El matiz peculiar de la mente en estas ciencias normativas ha sido ya tratado insistentemente. Crecerá con colores cada vez más fuertes según avancemos.

282. El orden III consiste en la metafísica16, cuya actitud hacia el universo es aproximadamente la de las ciencias especiales (antiguamente se designaba como física), de la cual se distingue sobre todo por restringirse a sí misma a tales partes de la física y de la psíquica que puedan establecerse sin medios especiales de observación. Pero esas son partes muy peculiares; el resto es extremadamente distinto.


LA DIVISIÓN DE LAS MATEMÁTICAS

283. Habiendo logrado ahora una muy clara comprensión de lo que es un orden natural en la ciencia -aunque deficiente en precisión de lo que esta comprensión sea- no podemos, si no hemos tenido algún contacto con las matemáticas, considerar esa clase de ciencia, sin ver que ninguna, de manera más manifiesta cae dentro del concepto de "orden" en mayor medida que ésta. Las hipótesis de las matemáticas se refieren a sistemas que son o conjuntos finitos, conjuntos infinitos, o verdaderos continuos, y los modos de razonar acerca de los tres son muy distintos. Así pues, constituyen tres órdenes. El último y más alto tipo de matemáticas, que consiste en la geometría tópica, hasta ahora ha hecho muy pocos progresos, y los métodos de demostración en este orden son todavía poco entendidos. El estudio de los conjuntos finitos se divide en dos subórdenes: primero, el tipo más simple de matemáticas que se usa principalmente en su aplicación a la lógica, de la cual encuentro que es casi imposible separarla17; en segundo lugar, la teoría general de los grupos finitos. El estudio de los conjuntos infinitos asimismo se divide en dos subórdenes: primero, aritmética, o el estudio del menos multitudinario de los conjuntos infinitos; segundo, el cálculo, o el estudio de conjuntos de grandes multitudes. Hasta ahora, el cálculo ha sido confinado al estudio de conjuntos de las más bajas multitudes algebraicamente o geométricamente, o, mucho más comúnmente, y quizá con mucha más ventaja (aunque sea estar fuera de moda el pensar así), por los dos métodos combinados. La división tradicional de las matemáticas, todavía muy usada, es entre Geometría y Álgebra -la división usada por Jordanus Menorarius18 en el siglo trece- me parece que es no sólo artificial, sino también inconveniente desde cualquier punto de vista, excepto el de conformarse al uso19.



Traducción de Fernando C. Vevia (1997)



Notas

1. Sección 1, cap. 2, de la "Minute Logic", 1902. [Nota de CP]

2. Egyptian Exploration Fund, Third Mempir, 1886. [Nota de CSP.]

3. El grano es igual a 0'06 gramos en el sistema de pesos Troy, cuya unidad es la libra de 12 onzas y 5.760 granos. [Nota del T.]

4. Algunos escritores católicos admiten que las ciencias siguen estando bajo la autoridad divina. Sin duda, cualquiera con buen sentido cree algunas cosas sustancialmente porque ha sido persuadido a hacerlo así; pero según mi concepción de lo que es la ciencia, eso no es ciencia. Ciertamente, la creencia propiamente dicha no tiene nada que ver con la ciencia (Baldassare) Lablanca (Dialettica, vol II, libro I, cap. I, 1875) admite una clase de ciencias documentales. Esto es más plausible; aunque, como admite el autor, la evidencia documental para los autores originales de los documentos. Él cuenta entre las ciencias documentales historia, lingüística, economía política, estadística y geografía. Pero está claro que no forman un grupo natural, especialmente cuando dentro de la geografía hay que incluir la geografía física. [Nota de CSP.]

5. Muchos escritores de Francia (como Comte y Ribot), de Alemania (como Wundt) y otros pocos en Inglaterra (como Cave) han dado a las matemáticas el primer lugar entre las ciencias, contrariamente a la doctrina de Platón y Aristóteles, lo cual ha causado que muchos la colocaran después de la filosofía en cuanto a carácter abstracto. Menciono esto para mostrar que no estoy asumiendo aquí una postura revolucionaria: estoy abierto a responder a bastantes cargos de herejía, para hacerme desear confesar los que pueden ser confesados. [Nota de CSP.]

6. "Coenoscópica... de dos palabras griegas, una de las cuales significa común -cosas pertenecientes a otros en común; la otra, mirar a. Por ontología coenoscópica se designa la parte de la ciencia que toma como su asunto las propiedades que se considera que son poseídas en común por todos los individuos de la clase, para designar a la cual se usa el nombre ontología, es decir: todos los individuos". The Works of Jeremy Bentham, Edinburgh, 1843, viii, 83, nota. [Nota de CP]

7. "Ideoscópica... de dos palabras griegas, la primera de las cuales significa peculiar. En efecto, en la ontología ideoscópica tenemos aquella rama de la ciencia que toma por asunto aquellas propiedades que se consideran peculiares de las diferentes clases o seres, unas a una clase, otras a otra". Ibidem. [Nota de CP]

8. Algunos escritores comprenden tan mal los motivos de la ciencia, que imaginan que todas las ciencias están dirigidas a fines prácticos, como fue el modo general de entender esto antes del siglo XIX. Así, (Luigi) Ferrerese en 1828(en su Saqqio di una nuova classificatione delle scienze) divide todas las ciencias en tres grupos según su propósito; a saber: para mantener la salud; para mayor perfeccionamiento o para prevenir la degradación; por cierto que la primera y la tercera están separadas por una partición muy delgada. [Nota de CSP.]

9. Los editores han abreviado una lista larguísima. [Nota de CP]

10. Esta parte del capítulo 4 parece no haber sido escrita; véase la nota al n° 584. La naturaleza del tiempo se discute largamente en el volumen 6. [Nota del CP]

11. Véase 4.142 ss. [Nota del CP]

12. No están estos diagramas en los manuscritos. [Nota de CP]

13. Este capítulo no fue escrito. Pero véase vol. 4, libro I, cap. 4 y vols. 6 y 8, passim. [Nota del CP]

14. Casi no es necesario señalar que la epistemología es algo muy diferente. [Nota de CSP.]

15. Pensamientos, 412. Edición crítica de G. Michaut, Fribourg, 1896. [Nota de CP]

16. Véase 486 ss. y vol. 6. [Nota de CP]

17. Este es el tema del cap. 3 de la "Minute Logic"; véase vol. 4, libro I, cap. 7. [Nota de CP]

18. Véase la Historia de las matemáticas, de M. Cantor, II, caps. 43-44. [Nota de CP]

19. El resto de esta sección del capítulo 2 de la Minute Logic trata en considerable detalle con las subdivisiones de la psíquica y la física, y se ha relegado a los vols. 7 y 8. [Nota de CP]


Fin de "Una clasificación detallada de las ciencias", C. S. Peirce (1902). Traducción castellana de Fernando C. Vevia (1997) en: Charles S. Peirce: Escritos filosóficos, El Colegio de Michoacán, México 1997, pp. 109-158. "A Detailed Classification of the Sciences" corresponde a CP 1.203-283.

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Fecha del documento: 13 de febrero 2002
Ultima actualización: 27 de febrero 2011

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